domingo, 29 de diciembre de 2013

Un poco de diversión
Por: Laura Lima


Fuente de imagen:
http://neuroniando.blogspot.mx/2010_10_18_archive.html

Cuando la vi le troné la cabeza como a la de una gallina y poco a poco le fui arrancando cada parte de su cuerpo. Eso se merecía, ¿no? Suspiré y me sentí la mujer más dichosa en este maldito mundo terrenal. A decir verdad, guardé la cabeza en una bolsa negra de basura la cual olvidé en casa cuando iba saliendo de rápido porque tenía otro encargo.
Días después llegué a casa, me tapé nariz y boca porque percibí un olor inolvidable, llevé la bolsa al patio y finalmente saqué la asquerosa cabeza. Vi que los ojos me estaban mirando, tomé un fierro y troné los dos ojos de la delicada cabeza, ¿Quién se creía? ¿Con qué derecho me veía?
Después, vi que se estaba riendo y no lo toleré. Tomé la pala y le zafé sus amarillentos dientes. Me metí a la casa por unas tijeras a hacer lo que faltaba, claro, hacerla un poco de estilista. Por cierto, el corte le quedó ¡muy bien! Imagínate sin ojos, los dientes mochos y un buen corte.
Ya cansada de tanto pensar y trabajar, nuevamente entré a la casa, me puse mi chamarra nueva para tomar la foto del recuerdo.

viernes, 27 de diciembre de 2013

LO LABORAL ANTE LA CIRCUNSTANCIA Y EL CONOCIMIENTO

Paco Echeverría
Óclesis

Fuente de imagen:
http://lacrisisenergetica.wordpress.com/page/3/
Es famosa la frase del filósofo José Ortega y Gasset que reza: “Yo soy yo y mi circunstancia”, que puede leerse como si dijera: “yo soy yo y todas mis relaciones”, sobre todo las más próximas, y no sólo las “más importantes”, sino incluso las que solemos pasar inadvertidas, las llamadas “cosas más sencillas de la vida” (Morales, 2012, vol. III: 44). Sin embargo, cabe aclarar que no somos víctimas de las circunstancias, éstas no nos pueden determinar. Al contrario, dice Ortega: “las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter”. En efecto, Rafael Limón Vigoritto, coach en desarrollo humano y capacitación y autor de Cómo triunfar con el mínimo esfuerzo (Panorama, 2011), nos dice lo siguiente:
            “Nuestra libertad también se ve afectada por las circunstancias, pero no somos esclavos de ellas. Recuerdo cuando obtuve el puesto de Director de área de una universidad en México. Me sentía feliz cuando comencé a trabajar ahí; las personas eran eficientes, inteligentes y con gran espíritu de trabajo en equipo. Parecía el empleo ideal, pero me di cuenta de que había cierta competencia con respecto a quién se quedaba más tarde en la oficina. Mi horario era hasta las 7 pm, sin embargo, nadie se retiraba a las 7 pm y era una especie de prueba de honor quedarse trabajando más tarde. Casi todos los días salía yo a las 9:00 o 9:30 de la noche, además recibí la indicación de asistir los sábados y, más adelante, también los domingos. Me di cuenta de que estaba perdiendo mi libertad.
            “Cuidado con esas circunstancias. ¿Valen la pena? En mi opinión, no, por lo cual renuncié, decisión de la que no me arrepiento. No estoy diciendo que si tienes un trabajo absorbente, renuncies, sino que te liberes de la idea de mantener ese empleo en el que te esclavizan o te tratan mal, porque ‘la situación es difícil’ y ‘no hay chambas’… libérate de estos conceptos; tú mereces lo mejor, convéncete de ello y analiza si tus circunstancias están coartando tu libertad, para que planees hacer un cambio al respecto, por ti, por tu familia, por tu futuro.
            “Todos crecimos en un ambiente y circunstancias que no escogimos; éstas circunstancias afectan nuestra manera de pensar; aprendemos ciertos conceptos o verdades que nos acompañan al enfrentarnos a la vida, los cuales se van arraigando en nuestro subconsciente: ‘El dinero no nace de los árboles’, ‘la vida no es fácil’, ‘lo importante no es lo que conoces, sino a quiénes conoces’, ‘ser rico es malo’, ‘hay que tener los pies en la tierra’ y muchas más. Estos conceptos, mucho más que las circunstancias, nos limitan para alcanzar nuestros objetivos, a pesar de que, muchas veces, sentimos que son las circunstancias las que determinan nuestro destino”.

            Hasta aquí Limón Vigoritto coincide con Ortega y Gasset en que cada uno de nosotros, aplicando la razón, podemos trascender la circunstancia, porque para el filósofo español no hay otro modo de conocimiento teorético que el racional. Esta es la teoría del conocimiento orteguiano. Pero no debemos olvidar el conocimiento que proporciona la praxis, que como bien decía el filósofo alemán Karl Marx, es la auténtica actividad teórico-practica por la cual el hombre transforma la realidad, y por ende puede transformar las circunstancias surgidas de ese constructo de dominación y explotación de la que surgieron dichos acontecimientos. Sólo podemos afirmar la verdad de lo pensado cuando lo realizamos en el mundo. Una teoría únicamente metafísica de la realidad resulta falsa. Por ello el hombre se realiza como tal al humanizar la realidad, realizando su praxis. Por tanto esta realidad externa —también sus circunstancias—existe como forma social producida por el trabajo humano y no como algo natural.

lunes, 23 de diciembre de 2013

MAQUIAVELO DE TRAJE Y CORBATA

Paco Echeverría
Óclesis

Fuente de imagen:
http://www.elartedelaestrategia.com
Cuando en el aula fomentamos el pensamiento crítico, es decir, que el alumno desarrolle aquella reflexión razonable centrada en decidir qué creer o hacer más allá de lo que dice la mayoría, los resultados son inspiradores, ya que estamos rompiendo con la visión empresarial que ha tomado por asalto los diversos aspectos de la educación. Noam Chomsky ha dicho que el problema de subordinarse a esta visión “única” es peligroso, puesto que las corporaciones son “Monstruos Morales” que aparentan interesarse en el ser humano para ocultar los complejos mecanismos de explotación que ejercen sobre su personal, elemento esencial para su supervivencia dentro del capitalismo salvaje que estamos viviendo.
            No se trata de decir irresponsablemente a lo alumnos que el éxito profesional se basa en subir como las burbujas del champán hasta la cima de cualquier jerarquía corporativa. Así de simple. Porque cuando estén en el ejercicio laboral algún día se preguntarán: ¿Cómo llegó ese idiota a ser jefe?
Para ser un “jefe moderno”, ya no es necesario el mérito profesional y moral, sino tener el talento de desarrollar y aplicar un impulsivo abuso de poder. Por lo menos eso plantea Stanley Bing en su libro ¿Qué haría Maquiavelo? (2011, Barcelona, Grupo Zeta). De hecho, Maquiavelo se sentiría como en casa dentro del ambiente organizacional de las empresas de hoy.
El libro posee una clara redacción que facilita su lectura, su estilo descarado que ensalza indefectiblemente las virtudes de los gigantescos monstruos maquiavélicos empresariales, nos arranca más de una carcajada, pero hay que tener la suficiente luz en el cerebro para detectar que nos está invitando a descubrir las profundas intenciones de Bing: mostrar satíricamente la podredumbre y la decadencia por la que está pasando la cultura corporativa neoliberal, principalmente la estadounidense, que por desgracia es el modelo para la nuestra.
¿Qué haría Maquiavelo? ha abierto dos vertientes en la crítica: quienes ven el texto como un entretenimiento y no como una receta para ejercer el poder cueste lo que cueste. Y aquellos que lo ven como un instructivo para aquellos que ejercen toma de decisiones radicales sin considerar el desarrollo humano y profesional, las necesidades sociales del entorno y el indispensable cuidado de la ecología.
Sin embargo, la realidad es que, velada y divertidamente, el propósito de Bing es embarrar en la cara de los idealistas e ignorantes funcionales la retorcida idiosincrasia que se encuentra detrás de los “bien trajeaditos y perfumados” hombres de negocios.
Tal vez porque Bing ha sido columnista de las revistas Esquire y Fortune, y porque trabaja para una transnacional de medios de comunicación, su juego radique en hacerle de “espía” de las corporaciones y recordarnos que el lodazal del sector empresarial puede cambiar cuando se deje de considerar a las empresas como personas, que aunque las leyes le otorguen dicho carácter, eso no las hace personas. Las personas somos nosotros y tenemos el poder de transformar el mundo para gozar de un bien pensar y un buen vivir.

Otros libros en este tenor para la reflexión en el aula son: Maquiavelo. Las técnicas del poder de Julio Soderini (2003), 48 Leyes del poder de Robert Greene (2010) y Cómo trabajar para un idiota de John Hoover (2012).

domingo, 15 de diciembre de 2013

Un discurso más

Por: Noé Cano Vargas[1]

La vida de cada persona involucra cosas que hay que tomar en cuenta, el hombre y sus circunstancias son diferentes en cada caso, partiendo de un hecho cualquiera, las cosas que convergen en cada individuo lo encasillan a comportarse de cierta manera, es ésa la actitud vital que proyecta en el mundo, es su quehacer, sus preocupaciones, sus creencias, su discurso.
Hace más de un siglo, en 1905, el malagueño Mario de Cárcer y Diesder al encontrarse extranjero en México, relató los aportes que España y el Nuevo Mundo se dieron mutuamente, el mestizaje gastronómico fue algo de interés para este viajero, pero otra cosa le preocupaba y quedo plasmada en la introducción de su escrito Apuntes para la historia de la Transculturación Indoespañola, la inquietud por el cierre de su vida y por “Si España me vio nacer, México me vera morir. Las brisas perfumadas del Mediterráneo mecieron mi cuna, y velarán mi sueño eterno los reflejos helados que el sol arranca de las nieves perpetuas del Iztacihuatl (la mujer dormida); mi compañera eternidad…”
Fuente de imagen:
http://seminariogargarella.blogspot.mx/2011/11/discurso-de-graduacion.html
Mario De Cárcer, a pesar de considerar a México su patria, el hogar de su mujer, hijos y nietos, terruño de amistades, muestra su soledad, la nostalgia por su tierra natal, y mediante una serie de palabras y frases empleadas manifiesta lo que piensa y siente sobre el transcurrir de su vida con un toque romántico y sutil “Traje a México un tesoro: mi juventud; que se fue desgranado al transcurrir del tiempo, y gaste generoso, confiado y alegre, en amores, trabajos, pesares, optimismos y proyectos elevados e ilusorios todas las energías y reservas de esta edad inocente, incauta, dichosa y soñadora”, acaso no es el anterior discurso, esa serie de palabras para manifestar sus sentimientos y creencias.
Ahora bien, estos fragmentos pueden ser tomados sólo como un discurso o reflejan con docilidad lo que el autor piensa, será real la preocupación que le atañe al mencionar esa parte denominada espíritu que muchos de nosotros hemos cuestionado alguna vez en la vida, “Si nací al otro lado del mar y muero en este otro, al volar de mi alma ¿no se romperá?...O dicho de otra manera. Si Málaga me dio el ser y me prestó el cuerpo, ¿no lo reclamará?... ¿Tengo derecho a disponer de él como se me antoje?”, si la verdad es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente y eso se hace tratando de comprender la realidad, entonces el contexto y los elementos que lo conforman se vuelven el elemento fundamental para comprender la realidad.
Debemos entender que las creencias son el elemento central que permiten al ser humano proyectarse al mundo, éste trata de adecuar sus creencias y conocimientos mediante discursos para hacer accesible su entorno para él, dentro de esas creencias se deben tomar en cuenta la ideología y dentro de ellos sus preceptos religiosos, pues constituyen parte de la esencia del hombre, o ¿cómo se puede interpretar la creencia de Cárcer en la Divina Providencia?, será verdad cuando menciona “Mi corazón es por igual de España y México, pero después de muerto, el corazón se pudre…y el alma vuela…y si esta substancia espiritual e inmortal que constituye mi esencia, me la concedió la Divina Providencia en Málaga, ¿no debo yo entregársela allí?”
El hombre al iniciar su trayecto en la vida, si parte del mismo punto que cualquier otro hombre nacido en ese tiempo y lugar determinado, todo lo que consuma física e intelectualmente lo van a posicionar en un punto donde va a poder ver y entender la vida, desde este horizonte cultural va a tener una perspectiva de las circunstancias que le rodean, va a seleccionar ciertos aspectos tomando como base su carácter, su formación y sus creencias, el resultado, un punto de vista de la realidad, cada sujeto tiene un punto de vista sobre el mundo.
Un fenómeno puede ser fragmentado en muchas realidades, precisamente porque el fenómeno es lo velado y la interpretación es lo que le da sentido a éste, la perspectiva que de este fenómeno tiene el sujeto le da sentido para tomar decisiones, la peculiaridad con que se tome depende de cada sujeto: el doctor, el médico, el artista, el abogado, ¿cuál es la correcta?, depende del sujeto, pues “Todas esas realidades son equivalentes, cada una la auténtica para su congruo punto de vista. Lo único que podemos hacer es clasificar estos puntos de vista y elegir entre ellos el que prácticamente parezca más normal o más espontaneo. Así llegaremos a una noción nada absoluta, pero, al menos, práctica y normativa de la verdad” (Ortega y Gasset, 2007, pág. 15)
 Ésta es una invitación a compartir el discurso de Mariano de Cárcer y Diesder sobre España y México, sus dos patrias,  en su libro Apuntes para la historia de la Transculturación Indoespañola, pues como dice ésta es una forma de pagar la deuda que adquirió:
“Con estas cosas que digo
Y otras que paso en silencio,
A mis soledades voy,
de mis soledades vengo”.
El Autor


Bibliografía
De Cárcer y Disdier, M. (1995). Apuntes para la Historia de la Transculturación Indoespañola. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Ortega y Gasset, J. (2007) El tema de nuestro tiempo. México. Porrúa




[1] Sobre el autor. Es licenciado y maestro en historia por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Actualmente es académico e investigador en la Universidad del valle de Puebla. Es colaborador en la coordinación académica en Óclesis, Víctimas del Artificio. 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mundo Feliz

Por: Patricia Itzel Rivera Hernández


Fuente de imagen:
http://www.cnnexpansion.com/lifestyle/2013/07/25/un-mundo-feliz-con-finn-dean
Era una mañana fresca y Jimmy, como siempre, se bañó con una sonrisa para empezar el día. Salió y vio al viejo Montero en su silla, reveló su saludo hacia él, pero el viejo sólo hizo una mueca de desprecio y volteo su cabeza. Era la primera cosa que revolcaba la pureza de Jimmy ese día, pero no le importó. Siguió caminando. De repente la tierra empezó a girar alrededor de él, cada grano de tierra se impregnaba en su ropa, en su piel. Parecía ser una buena experiencia, hasta que una gota de lluvia cayó en su cabeza y volvió lodo su alegría, una vez más. Corrió a refugiarse y encontró alojo en las faldas de un edificio, estaba a punto de marchitar su sonrisa, pero encontró algo: Una pequeña esencia de luz en el piso. La levantó, la sostuvo entre sus manos y la absorbió. Colores... Colores abstractos que le devolvían la felicidad y le permitían fragmentar recuerdos. Eran colores que giraban alrededor de su corazón como los anillos de Saturno. La lluvia cesó, y comenzó a pasar gente. Esta vez era gente feliz, gente especial que daba buenos días y tarareaba canciones al compás de sus pasos. Jimmy seguía empapado en colores y la gente se daba cuenta de eso, pero lo alagaban, y le permitían dejarlos fluir. De pronto se escucharon pasos... Era un viejo amigo que se acercaba decidido a acariciar la cabeza de Jimmy, la caricia terminó cuando se dio cuenta que dolía, y remato al escuchar:" Caramba Jimmy, tan temprano y tú contemplando las estrellas, ya no te vayas a Marte". Al sentir cómo se encharcaba su refugio por la lluvia incesante y por las miradas y murmullos de la gente, decidió tragar otro pedazo de color y seguir con su mundo feliz.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Mare Magnum

Por. Hugo López Coronel
Óclesis


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http://elviajedeanonimo.blogspot.mx/
El discurso de la historiografía francesa ha mitificado el hecho revolucionario de 1789 como la bisagra que marca el giro del proceso histórico que hizo entrar al Mundo Occidental en una nueva etapa que ella misma bautizó con el nombre de "contemporaine". Sin duda, es verdad que aquel fenómeno histórico fue de importancia trascendental, pero también hay que observar que alrededor de esa fecha se produjeron otros acontecimientos que vinieron a reforzar la idea de cambio. En ese mismo año, George Washington fue nombrado primer presidente de los Estados Unidos de América, y también en ese año se instaló la primera máquina de vapor para la industria del algodón en Manchester. Fueron tres acontecimientos que, aunque muy diferentes en importancia, simbolizan el comienzo de una nueva edad impregnada: el conflicto entre las “realidades” vieja y nueva en Francia, el nacimiento de una nación en América y el comienzo del predominio de la máquina para la producción industrial. Con todo esto, la fecha de 1789 prevaleció sólo en los países latinos, entre ellos, por supuesto España, fuertemente influida por la cultura francesa. En tanto en los países anglosajones, al hablar de Historia Contemporánea, se hace referencia más bien al periodo del pasado reciente que se inicia con el siglo XX o incluso, más adelante, con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Todo lo anterior es para ellos Historia Moderna o Modern History. Se utiliza, por tanto, un criterio distinto y se retrae su comienzo a una fecha más reciente. Sin embargo, aun respetando todos los criterios que, de acuerdo con los argumentos de convencionalidad empleados anteriormente, pueden ser perfectamente válidos. Hay razones para justificar que alrededor de los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX, se inicia una nueva era histórica. Todos los movimientos revolucionarios o independentistas que se produjeron durante estas fechas están marcados por una nueva ideología, por ciertas diferenciales que los distinguen de los fenómenos históricos que se produjeron en la Edad Moderna. Hay quienes estiman que estas diferenciales estaban también implícitas en la etapa histórica anterior, pero ello no contradice la realidad incontestable del cambio y por tanto es natural la relación entre las distintas épocas históricas; se ha negado ya la existencia de cortes bruscos en el proceso histórico. Los cambios, aun siendo revolucionarios, no significan la ruptura total con lo anterior, ni la aparición de realidades totalmente nuevas; esto quiere decir que los procesos históricos se realizan paulatinamente y desde diversos contextos, por eso suele suceder que los contemporáneos no tengan conciencia de los fenómenos transformadores. Sin embargo, la observación del historiador, con la ayuda que representa la perspectiva del tiempo, puede fácilmente apreciar el contenido diverso de los distintos periodos en los que se suele dividir el discurso histórico. En efecto, por su contenido, la Historia Contemporánea resulta de más fácil aceptación como unidad monográfica; comprende el desarrollo histórico del Nuevo Régimen salido de la crisis de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que se contrapone al Antiguo Régimen, anterior a la Revolución. El concepto de Nuevo Régimen fue fijado por los historiadores de la cultura a principios de siglo XX y constituye una realidad histórica coherente, cuyos supuestos políticos, sociales, económicos e institucionales se han mantenido, cuando menos, hasta la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, la novela “El Siglo de las Luces” de Alejo Carpentier nos instala en el centro de la tensión virado al marco caribeño durante el devenir de los sucesos. Basado en una exhaustiva investigación histórica acerca de la existencia de Víctor Hugues, ignorado por la historia oficial de la Revolución Francesa, Carpentier nos lleva al contexto colonial caribeño de una forma aguda, magistral e intensa, dejándonos ver aquella sociedad de castas, esclavista, con cierto aire de escrutinio y crítica hacia la moral pertenecientes a esta época de esclavitud, en donde precisamente es Víctor Huges, quien “envestido de poderes” lleva a cabo las ideas revolucionarias aboliendo la esclavitud en estas tierras de paraíso, en donde “Dos tiempos históricos, inconciliables, se afrontaban en esa lucha sin tregua posible, que oponía el Hombre de los Tótems al hombre de la Teología. Porque súbitamente, el archipiélago en litigio se había vuelto un archipiélago Teológico. Las islas mudaban de identidad integrándose en el auto sacramental del Gran Teatro del Mundo”. (Carpentier, 2004: 293). Bien cabe señalar la importancia de los sucesos históricos para poder comprender el orden geopolítico, social y económico de nuestros tiempos. Tal pareciera que nuestras sociedades modernas viven en un “mare mágnum” al no querer visualizar la importancia que tiene el conocer los hechos históricos, fundamentales para nuestra idea de  nación, condenándonos a tantos otros a vivir bajo la ignominia y la desazón. .

jueves, 28 de noviembre de 2013

Realidad y discurso en la vuelta de tuerca de la posmodernidad

Por: Francisco Hernández Echeverría[1]
Óclesis


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https://www.facebook.com/pages/Letras-Libres/59831506882?rf=106115749419291

En la actualidad la mayoría está convencida —principalmente en las sociedades desarrolladas—del agotamiento de la cultura y la literatura posmodernas. Las grandes consignas lanzadas a mediados de la década de 1960, ya para la mitad de la de 1990, habían expirado. Acto seguido se pasó a su sustitución por su antípoda: no más muerte del sujeto y del autor, primacía de la ironía, manierismo, autoreferencialidad, antihistoricismo, escepticismo de lo político y banalización de la verdad, mutaciones que permitieron reivindicar al yo, generar nuevas formas de realismo, deseo de relatar el presente, hablar de la participación ciudadana y la denuncia, cuya base fue cualquier posible verdad que se le quisiera conceder a la literatura. Así, el compromiso perdía fuerza en su realización práctica, tanto por la desaparición de las estructuras que lo sostenían, como por la subordinación en que la misma posmodernidad lo colocaba, y el presente tomaba un sitio señero como objeto hacia el cual desembocaría todos los actos y los juicios: “viva al día, goce el momento presente, experimente la mística de lo cotidiano”.
            Hoy la literatura trata de dar una vuelta de tuerca de la posmodernidad para exigir una realidad moral y una eficacia práctica. Por desgracia, el cambio climático y el calentamiento global (que es lo mismo que decir tardocapitalismo y neoliberalismo) no han coincidido con el declive del discurso posmoderno, a pesar del fracaso del mito del “fin de la historia” —de hecho, desde antes de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.
Bajo este esquema, un nuevo discurso ha surgido: ya no son tiempos del “todo está permitido” inaugurado por el laissez faire posmoderno —aparente apertura que nos proporcionaba una armadura de plástico para enfrentar la furia del dragón del Nuevo Orden Mundial. Sin embargo, hay ausencia de transformaciones radicales capaces de enfrentar la arrogancia tardocapitalista, la única arma que nos ha quedado es la ironía, aquel elemento tan socorrido por la posmodernidad, pero que nos es útil para poder darle la vuelta a ésta, y poder presentarla como una ilusión que no pudo liquidar a la modernidad por completo.
A esta posibilidad, siguiendo a Lipovetsky, se le llama hipermodernidad, es decir, que aquel mundo del ser optimista, ensimismado en su gozo, que vive el presente, olvidado del pasado y sin preocupación por el futuro, ya se agotó. Ahora estamos ante el fin de la euforia posmoderna.
Los autores hipermodernos tratan ahora con sus relatos comprender la cultura, las artes, y en particular la literatura que se impuso a mediados de la década de 1990. Escritores como Roberto Bolaño, David Foster Wallace o Don DeLillo representan la transición de lo posmoderno hacia algo que va más allá de lo trabajado por Saramago, Munro, Richler, Roth, Yehoshua, Coetzee, Blanco, Cunningham, Franzen, Schulze, Houellebecq y Littell. En ellos no se evita la confrontación con la tradición modernista; y como el modernismo se oponía a la modernidad hasta el rechazo y la reacción, así estos escritores practican una historiografía crítica del presente que tiene poco que ver con la Metaficción Historiográfica de Thomas Pynchon o de E. L. Doctorow. Sin embargo, lo que caracteriza su escritura es la conciliación de la herencia modernista con las formas históricas del realismo del siglo XIX: conciliación extraordinariamente fructífera y paradójica, si se considera que, en todos los historiadores modernistas, existía una fuerte pugna contra la “vulgaridad” del naturalismo.
La esencia de la literatura hipermoderna radica precisamente en su realismo, independientemente de algunas cosas con las que la posmodernidad guarda antipatía. Hoy, la norma del realismo es responder a la angustia que produce la desilusión, midiéndose con la irrealidad o con la insignificante realidad que producen los mass media. Para Walter Siti, el realismo se ha convertido en un soufflé pronto a desinflarse en el recipiente de la ficción, es decir, tiene la duda constante de su credibilidad y de tener cierto control sobre las cosas. La idea de reducir el mundo a un cuento de hadas, fomentada por la posmodernidad, ha sido motivo de lucha y resistencia por parte de la literatura hipermoderna. La hipermodernidad es, pues, un realismo que sabe que a pesar de que la realidad siempre se ha encontrado mediatizada por las imágenes y los constructos culturales, no está exenta de oponerse a la falsificación integral. Georges Didi-Huberman dice entonces que la pregunta no es sobre la realidad exterior o sobre las imágenes, sino la verdad de las, y en las, imágenes. Las formas del realismo hipermoderno son por lo tanto, producidas desde dos instancias complementarias: el documental y el testimonio.
La literatura documental sabe de inmediato que la realidad no es una cosa en la cual se debe reflexionar tanto, puesto que ya está elaborada bajo la forma de discurso social. Como dice Maurizio Ferraris, el documento es verdadero sólo si tiene una sanción pública, es decir, si sólo si exhibe las marcas de su propia artificialidad. Si la autorreferencialidad posmoderna dice que toda reescritura retorna sólo a sí misma, por lo que en el fondo de ella no hay nada, el realismo documental hipermoderno reescribe porque la realidad ya está escrita, narrada o representada, y no por eso deja de ser menos verdadera. Pero la raíz de su credibilidad no será positivista, por el contrario, reclama una responsabilidad ética y un compromiso subjetivo. Por lo tanto, el documento demandará más el recurso testimonial, pues no existe verdad sin que alguien se nos ponga de frente y nos relate algo.

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Trabajo basado en Goodbye, Postmodernism de Raffaele Donnarumma, con traducción de Óclesis. Víctimas del Artificio.
Sobre el autor: Maestro en Educación Superior por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, Coordinador Académico del colectivo Óclesis. Víctimas del Artificio y docente de la División de Negocios y Ciencias Sociales de la Universidad del Valle de Puebla.







[1] Francisco Hernández Echaverría es maestro en Educación Superior por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, Coordinador Académico del colectivo Óclesis. Víctimas del Artificio y docente de la División de Negocios y Ciencias Sociales en diversas instituciones universitarias.  


domingo, 24 de noviembre de 2013

Cuando la ficción supera la fantasía

Por: Jorge Luis Gallegos Vargas[1]

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http://www.blogdecine.com/criticas/criticas-a-la-carta-sonadores-de-bernardo-bertolucci
¿Qué película es? ¡Adivina! ¿Quieres una pista? Si no adivinas tendrás que cumplir una penitencia. Ahí te va: si conjuntas cine de Hollywood y francés de los años treinta y cine de la nueva ola francesa de los años cincuenta y sesenta, le añades una banda sonora que oscila entre jazz de los treinta y rock de finales de los sesenta, agregas un poco de fantasía con realidad, obtienes... ¿Aún no sabes de qué película se trata?
Los soñadores (The dreamers) dirigida por Bernardo Bertolucci, es una coproducción Italia-Francia-Reino Unido; esta historia se enfrasca en los problemas políticos que aquejaban a Francia y a Europa en 1968. Los padres de los gemelos siameses Isabell y Theo salen de viaje, por lo que invitan a su casa a vivir al estadounidense Mathew. Estos tres jóvenes se entregarán al despertar sexual, a su libre albedrío, a una relación incestuosa y a un juego de emociones que los arrastra a un callejón sin salida.
            Los soñadores es, sin duda alguna, una especie de hilo que se va entretejiendo poco a poco hasta conformar una red, una red de metadiscursos que se convierten en discursos en la medida en la que se hacen partícipes de la trama de la película. Al hablar de metadiscursos me refiero a todas aquellas reminiscencias que se hacen del cine hollywoodense y francés, que conservan su significación y que se resemantizan al incluirse en este nuevo discurso, es decir, todas aquellas películas citadas como La reina Cristina, Sombrero de copa, Asalto frustado, por nombrar sólo algunas, son tomadas por Los soñadores para construirse a sí misma, para explicarse, para justificarse.
            Asimismo, este filme juega con la dicotomía realidad-sueño. A simple vista uno se puede percatar de cuándo está en juego la realidad y cuándo se está del otro lado. Theo e Isabelle, representan esa parte del sueño, de lo ireal, de lo imaginario, de lo inventado, lo inverosímil, mientras que Mathew representa al otro ente: la verosimilitud.
Enfrascados en una realidad construida, Theo e Isabelle recurren al cine para evadir su realidad, logrando permear el mundo que los rodea de fantasía.  Ellos hacen de su vida una película... la película es su vida, transformando su cinefilia en una forma de subsistir, en una forma de evadir los problemas en los que se encuentran inmersos, en una forma de hacer que todo de pronto encaje. No obstante, Robin, el padre de los siameses, también representa esa misma parte soñadora: la poesía lo ayuda a crear y recrear un mundo real que es inexistente.
Mathew representa la contraparte: la realidad. Aunque Mathew se involucra de manera directa con los personajes que crean su mundo, él nunca pierde esa cordura; el cine no lo hace enloquecer. Él representa esa parte vouyerista que cada uno de nosotros posee, esa parte de espectador de cualquier obra de arte que se puede involucra con él, pero que no lo rebasa. Aquí quizá quepa hacer una analogía para hacer más explícito este punto: nosotros como espectadores de este filme podemos verlo, analizarlo, sentir y vibrar con él, sin embargo, no podemos hacernos partícipe de él, como un personaje más, porque no los somos. Así pues, Mathew es un personaje que convive con en mundo de Isabelle y Theo, que se involucra, pero que jamás se vuelve parte de él al cien por ciento.
Otro elemento que es de suma importancia dentro de la película y que nos hace situarnos en la realidad y la fantasía es la música. Al intentarnos situarnos en ese mundo ficcionalizado, creado por Isabelle y Theo, podemos apreciar Jazz: música característica de los años treinta; mientras que para situarnos en la realidad escuchamos a Jimmy Hendrix, Janis Joplin, The Doors, quienes además fueron portadores de la revolución sexual de los años sesenta y setenta, recordando que éste es uno de los temas centrales de la obra. Sin embargo, en la música se presenta una situación antitética, tomando como ejemplo la siguiente acción: cuando se presenta el enfrentamiento entre policías y estudiantes en calles parisinas, y que representa la confrontación entre el mundo ficcionalizado y el real, podemos escuchar, si mis conocimientos musicales no fallan, la voz más representativa de París de los años treinta y cuarenta: Edith Piaf, cortando con la lógica presentada en el transcurso del filme.
Además, no es gratuita que la película se haya rodado en París, ya que para hablar de cine y de una película que se fundamenta en él, es necesario remitirse a la ciudad que lo vio nacer en 1894, con los hermanos Lumière, otorgándole un elemento místico al filme.
            Cuando los sueños se confunden con la realidad, cuando la realidad se confunde con los sueños, es la película Los soñadores de Bertolucci la encargada de fundir y casar ambos elementos para dar como resultado una película de calidad, dejándonos como gran penitencia un buen sabor de boca.      





[1] Sobre el autor. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación y en Lingüística y Literatura Hispanoamericana y maestrante en Literatura mexicana por la FFyL de la BUAP. Es miembro activo de Óclesis, Víctimas del Artificio.

sábado, 2 de noviembre de 2013

La configuración de un lenguaje en la obra de Guillermo Vázquez Lima

POR: ÓCLESIS

¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será.
¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará;
y nada hay nuevo debajo del sol.
Eclesiastés 1:09

Obra gráfica:
Guillermo Vázquez Lima





















El lenguaje como fenómeno está circunscrito en la esfera interpretativa del ser humano; esto es, en la conciencia del hombre, el lugar de interacción de la actividad mental y de la actividad sociocultural y, a la vez, es el instrumento de esta interacción. Para Benveniste, el lenguaje es lo que configura al hombre como hombre; lo que hace al Yo ser Yo. El lenguaje no es una herramienta creada, ya que el ser lo necesita para afirmarse: “es ego quien dice ego”. Como parte de ese lenguaje se manifiesta de diferentes maneras hacia vertientes expresivas. “Ser artista no me define como ser -es la mejor parte- pero no me quiero reducir a eso. Mi profesión son las artes plásticas, desde muy pequeño empecé en este rollo y me he metido en otras cosas, música, literatura, lo que me atrae bastante, ya que siento que hay distintos lenguajes para expresar distintas cosas y a mí no me gusta limitarme”. Con este lenguaje es como se nos presenta Guillermo Vázquez Lima, autor de la obra que ilustra el número cuatro de la revista Óclesis.
La imagen y la palabra son los momentos extremos de un mismo proceso de semiotización, que permite pasar de la figura motivada al símbolo inmotivado, dejando emerger al significado como paradigma de los contextos de la enunciación. El significado es la memoria de los contextos en los cuales se manifiesta el enunciado. Guillermo es un artista que no se reduce a un solo lenguaje, aunque, como él mismo afirma, es en el lenguaje plástico donde mejor puede expresarse, “quizá porque tengo más técnica, aunque en un contexto más amplio puedo hablar de artes visuales”. Su especialidad es el dibujo, la ilustración y el grabado, también ha abordado la pintura, el performance, “he interactuado con la gente de teatro, trabajado en escenografía, diseño de vestuario, en algunos cortometrajes como director de arte. Me gusta experimentar con todo, la literatura es algo que me apasiona, mi padre es escritor y por eso he tenido esa influencia, desde muy chico he convivido con gente de ese ambiente. Mi padre tuvo un negocio de decoración, pero una decoración que tuviera algo de artístico, como el mural, y por ello invitaba a artistas plásticos y como me vieron aptitudes un día me invitaron a probar y me llevaron a los estudios de sus amigos, empecé a aprender la copia, empecé más por oficio”, oficio del que poco a poco se fue saliendo porque lo “limitaba mucho expresivamente”.
En este sentido, la palabra y la imagen, ambos signos portadores de sentido, poseen cada uno una forma específica de significación. El sentido de una palabra procede de la economía del código que la alberga y la nutre; el sentido de una imagen está ampliamente determinado por el contexto de su enunciación, mientras que la imagen hace que un universo de enunciación se corresponda con un universo referencial, no opone un significante concreto a un significado conceptual, sino un significante actualizado a un referente virtual o latente. La imagen remite pues, en primer lugar, a un referente que ella misma reduplica, no sin antes dotarle de una forma, mientras que el significante verbal, la palabra, construye el signo por mediación de un sistema simbólico “arbitrario” -gramática y léxico- que tal significante actualiza en lo real. ¿Cuál es, entonces, la propuesta artística que Guillermo maneja? “No busco renovar nada, creo que todo está dicho, pero busco hacer una aportación mínima en cuanto a mi punto de vista. Una interpretación de cómo yo veo las cosas, muchos temas siento que son intemporales. El contexto de las cosas en las que nos toca vivir, a veces, nos influencia, pero no nos determina; entonces creo que el arte es algo que trasciende incluso al tiempo, a nosotros mismos. Me gusta mucho retomar el arte y darle una reinterpretación.” Para él, entonces, se vuelve su arte una filtración del exterior; “es difícil mantener la pureza sin influencia” por eso la Puebla con olor a Barroco se vierte en la obra plástica de Guillermo. Los viajes, la música, interactuar con otros artistas plásticos, e incluso el vago recuerdo de aquel libro que de niño una vez estuvo en sus manos han sido, también, motor de varias obras, como las exhibidas en el exconvento de Santa Rosa, en donde la obra se realizó en serie: “agotar para no repetir”. Tema recurrente: el tiempo: “A nivel físico, todo se acaba. Todo es temporal. La obra trasciende pero no es para siempre, un dibujo al final de cuentas, se vuelve polvo”; la dualidad: entre el blanco y el negro hay muchos matices. Él mismo afirma: “el agotamiento creativo, cambiar de ritmo me vino bien”. Los ritmos que marcan la existencia humana, casi imperceptibles al ojo común, son los que danzan en un vaivén de música muda, una explosión de letras o líneas que desembocan en el papel de luto blanco. Un cambio de ritmo, de aire en la trayectoria de Guillermo, ha estado a favor de una continua experimentación con soportes y con técnicas, hasta encontrar el lenguaje más cómodo, donde pueda realmente verter, desde su propia cosmogonía, esa reinterpretación del mundo externo -que al parecer ha encontrado en el dibujo, porque muestra mayor facilidad, y que además es la base para poder realizar otros proyectos, como el grabado-.
Guillermo Vázquez Lima, estacionado en la descripción del universo, nos configura su lenguaje para crear el artificio de esta enfermedad causada por la aglomeración de la gente, desde su pluma, en otro lenguaje -su propio lenguaje-, nos muestra otra óptica, otra interpretación para amalgamar la tinta: la palabra y la imagen.




domingo, 27 de octubre de 2013

WITTGENSTEIN Y LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

Por: Edinson Aladino*

Es claro que Wittgenstein (1889-1951) tiene dos momentos filosóficos. O como suelen decir, hay dos Wittgenstein: el primero es el del Tractatus lógico-philosophicus; el segundo es el de las Investigaciones Filosóficas.  El primer libro se centra en la incomprensión lógica de nuestro lenguaje; el segundo, va más allá de esto y nos plantea múltiples reflexiones sobre la forma en que hacemos uso de él. Las presentes páginas intentan ofrecer una aproximación acerca de algunos planteamientos que se desarrollan en las Investigaciones.
Al inicio de las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein cita a San Agustín para enfatizar sobre la esencia del lenguaje humano. De ahí que refiera, a partir de la cita,  que “las palabras del lenguaje nombran objetos” (1988: 17).  Es decir, que cada palabra contiene un significado, comporta una denominación. En esta  alusión están las bases del aprendizaje del lenguaje. Este aprendizaje consiste en señalar el objeto que se quiere nombrar, para facilitar el ejercicio y el entendimiento de dicha instrucción. Esto es, que con los sonidos (la palabra) que se pronuncia, la gente puede llamar “aquella cosa cuando pretende llamarla”. Teniendo en cuenta esto, surge el primer planteamiento acerca de los juegos del lenguaje.
Wittgenstein pone el ejemplo de un tendero al que se le ha enviado un papel. En el papel anida una oración: “cinco manzanas rojas”. Luego el tendero codifica el mensaje, dado que tiene un previo conocimiento numérico y pictórico. Por tanto, responde al pedido y entrega las cinco manzanas rojas. Aquí vemos que la oración “cinco manzanas rojas” denota un número determinado de estas frutas, con un singular color. El anterior ejemplo nos remite a la relación que coexiste entre la palabra que nombra y el objeto nombrado. Pero  no se profundiza sobre el significado de dichos objetos y su relación con el lenguaje: ¿el “rojo” es entonces una propiedad que poseen algunas cosas?, ¿por qué el “rojo” es una propiedad que algunas cosas poseen y otras no? La pregunta también cabe para la palabra “cinco” y su proporción o significado. 
Fuente de imagen:
http://ofmor.blogspot.mx/2011/03/escuchar-dialogar.html
Sin embargo, este es un primer atisbo para introducir las formas en que es utilizado el lenguaje. Por eso Wittgenstein afirma que en este aprendizaje del que habla San Agustín, reside una imagen primitiva del modo y la manera en  que funciona el lenguaje. Aunque el sentido del lenguaje no se agota ahí enteramente, pues también es menester vislumbrar los usos del lenguaje, los juegos que hay implícitos allí, y ver claramente la finalidad y el funcionamiento de las palabras.
 Herramientas
El lenguaje como herramienta se establece a partir de los usos de las palabras. Según el filósofo austríaco, existen varios juegos del lenguaje: me puedo servir de él para nombrar, para comunicarme, preguntar, describir, elogiar, dar órdenes, persuadir, y así sucesivamente, ad infinitum. El fondo del asunto recae, por consiguiente, sobre el modo en que utilizo una palabra para cierta finalidad. Entonces la palabra se configura como una herramienta, porque me sirve para un determinado fin. Por tanto, el lenguaje se constituye como un medio propicio de utilidad, de acuerdo a los intereses que me muevan para ejercer su uso.
Objeciones
En el uso del lenguaje como denominación se observa que, al señalar el objeto y nombrarlo, se intenta llegar al significado de dicho objeto. Nos dicen, verbi gratia: “Esto es una mesa”, y a la vez nos señalan ese objeto. Con esta acción nos quieren explicar qué es la mesa y al mismo tiempo dejar por sentado el sentido o la esencia misma de la mesa. Pero no es así. En el ejemplo anterior sólo se han remitido a señalarnos un objeto y el significado de ese objeto se ha escapado en la acción de la denominación. Surge, por tanto, la pregunta por el significado: ¿qué es en realidad una mesa?
De ahí que los únicos tipos de explicación en filosofía, según Wittgenstein, sean explicaciones por descripción: descripción del uso de las palabras. De manera que esta labor la emprende el filósofo austríaco describiendo los juegos del lenguaje: las prácticas, actividades, acciones y reacciones en contextos característicos, en los que está integrado el uso relegado de una palabra (49-50). 
 Nombres propios
 En este punto Wittgenstein propone la reflexión acerca de la instancia del lenguaje y su función denominadora. Es decir, que existe una necesidad por dar nombres a determinas “cosas” (personas, colores, números, objetos) y ello se constituye como una forma de etiquetar, de ponerle un sello a algo. De modo que el acto de nombrar es,  dicho en palabras Wittgenstein, “fijar un rótulo a una cosa” (43). No obstante, en este uso del lenguaje no existe la pregunta por la denominación misma: ¿qué relación hay entre el objeto y la palabra que lo nombra? Pareciera, pues, que una de las funciones intrínsecas de nuestro lenguaje es la de inventar un nombre para cada cosa y de esta manera “poder hablar” de ella, “poder codificarla”.
A un individuo se le fija un nombre y él, a su vez, responde cuando se le llama por ese nombre. Pero ¿por qué reacciona así cuando se le llama por un nombre que ha sido inventado para él? ¿Qué relación hay entre el nombre y la persona? Aquellos interrogantes residen precisamente en el sentido de la denominación misma. La significación en este uso del lenguaje recae sobre el sentido de la correlación entre el objeto y el nombre. Por eso Wittgenstein afirma que los problemas filosóficos surgen cuando “el lenguaje hace fiesta”; pues nos enredamos en las reglas para el uso de nuestras expresiones, de nuestros extravíos en el uso del lenguaje. Por ello, la tarea de la filosofía es  llegar a una visión clara de este enredo, y no encubrirlo.
Bibliografía

WITTGENSTEIN, Ludwig,  Investigaciones Filosóficas, traducción castellana de Alfonso García Suárez y Ulisses Moulines, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Autónoma de México, Editorial Crítica, 1988.

domingo, 20 de octubre de 2013

EL VECINO DE LA ESCALERA

Laura Margarita Sánchez Peña.

Subía las escaleras con mucha prisa y desconcierto.  Había sentido su corazón palpitando intranquilamente y su rostro pálido había escondido por completo el maquillaje y el rubor que en la mañana se pusiera antes de ir al trabajo.
Ella empezó a recordar el día en que se encontró por primera vez al nuevo vecino del quinto piso y él la saludó con una linda pero descarada sonrisa, hacía poco que se había mudado al edificio y parecía simpático.

Fuente de imagen:
apuntesdelechuza.wordpress.com/tag/schopenhauer/
Después de un mes, era rutina encontrarlo en las escaleras, siempre a las ocho de la mañana. Desde el principio había existido una extraña química entre ambos y pronto de las sonrisas pasaron ambos a unos apasionados besos.
Por las madrugadas ella tenía el anhelo de ir a buscarlo al piso de arriba, pero prefería darse a desear un poco más, sabía que no siempre sería así, pero era impactante verlo a diario y respirar la loción de su camisa y sentir sus manos mientras la abrazaba tiernamente en el descanso de la escalera.
Además, aunque un piso los separaba, en los ratos en que ya no coincidían pero ambos estaban en sus respectivos pisos, ella se sentía unida a él, cuando ponía la televisión o el radio en la estación romántica y hasta medio abría la puerta del departamento para que ella escuchara canciones que parecían dedicadas exclusivamente a ella.
Un día, ella se levantó con un vacío especial en el estómago, se arregló como de costumbre y espero a que su adorable vecino bajará, pero fue inútil, ella no podía esperar más y salió a su trabajo a prisa. Todo el día se sintió intranquila, le faltaban sus besos, pero sobre todo le faltaba tener noticias de él. La noche anterior fue la primera vez que él bajo a la puerta de su departamento y le regaló un anillo azul.
 Se despidieron con la promesa de que se verían a la mañana siguiente en la escalera como siempre.
Al regresar del trabajo, ella preguntó al conserje si sabía algo del vecino del quinto piso y su sorpresa fue grande cuando le dijeron que el quinto piso estaba desocupado hacía más de medio año; ella no lo creía y por eso subía desconcertada la escalera, el maquillaje eran huellas del pasado y no comprendía cómo es que tenía puesto el anillo azul que él le diera la noche anterior. Ella tenía que cerciorarse si eso era verdad. Llegó al departamento, tocó y tocó la puerta sin recibir respuesta.
Bajó la escalera para entrar a su departamento. Aún no repuesta de la impresión, contestó el teléfono que sonaba insistentemente; era el conserje para decirle que le acababan de dejar unas rosas rojas con una tarjeta que decía: -¡Te quiero! Mañana vendré a verte.


lunes, 14 de octubre de 2013

El rigor del oído en la simpatía del corazón:
Afinidades Poéticas entre Juan Rulfo y José Gorostiza.

Por: Omar Martínez
Colaboración

Obra gráfica: Gustavo Mora. Revista Óclesis 5


La poesía mexicana moderna, si por moderna se entiende: los momentos que el hombre ha vivido siempre en cada momento; y por mexicana: el espacio de vida de un idioma y una historia que apuntan su momento; posee características que la distinguen como una de las tradiciones más sólidas, acaso accidentada, del espíritu poético.
La poesía mexicana moderna, en efecto, no tiene sino el significado de la intemporalidad, la vida en el idioma, la historia en el idioma. Se ha nutrido con la sangre de sus mejores hijos, se ha fortalecido a cada diálogo, a cada verso y crítica; se ha formado en el verbo.
La poesía mexicana moderna nace en un momento de universalidad, su destino es la universalidad. Dos de sus hijos más queridos, Juan Rulfo (1917-1986) y José Gorostiza (1901- 1973), no sólo la reafirman sino que observan la continuidad poética de su espíritu.
A partir de un par de versos, de un poema

 

A veces me dan ganas de llorar,

pero las suple el mar.
                                    
Y del nombre de un personaje

Susana San Juan

Puede observarse la trayectoria de un mismo espíritu, el espíritu de la poesía mexicana.

La Elegía de Gorostiza se compone de un endecasílabo y un heptasílabo, metros que tienen su origen en un momento universal, así, mientras el endecasílabo es una influencia Renacentista, el heptasílabo se corresponde con el hexasílabo francés de las canciones que recorrieran el camino de Santiago. Pero quizá lo más interesante es que en la composición el heptasílabo funciona como un pie quebrado respecto del endecasílabo, propiciando así una reminiscencia a las coplas de carácter popular. Por su parte, el nombre patronal del personaje de Juan Rulfo se mueve dentro de un hexasílabo; mismo que junto al octosílabo -en mayor medida-, constituyen los metros por excelencia de los cancioneros populares castellanos, los metros quizá más apropiados a la naturaleza del idioma castellano que les reclama. El criterio métrico es modesto en sus resultados, sin embargo, su certeza, que no radica en su prescripción sino en su descripción, representa un sólido paso en la lectura poética. Por su parte, la presencia de metros cultos y metros populares no alude a ningún tipo de antagonismo sino más bien al carácter aristocrático de la poesía mexicana. El hexasílabo de Rulfo bien es cierto que no se ocupa en un contexto versificado, sin embargo, quien lea la obra de Rulfo no podrá dejar de sentir un extrañamiento en la respiración, un deleite al fin que vuelve cómplices en la sangre a sus lectores. Cada lector de Pedro Páramo que topa en sus páginas con el nombre de Susana San Juan canta una pequeña canción. La música y el lenguaje son de naturaleza distinta, sin embargo, una apropiación de la música por medio del lenguaje ocurre en la labor del poeta, el poeta canta lo mismo que dibuja la poesía. El poeta a diferencia del músico usa palabras, trabaja en el idioma, en la lengua que todos usan; hace mucho que abandonó la música, la religión, la danza, se tornó hacia sí, hacia el encuentro de su propia razón de ser, la poesía. Los vestigios de una raíz mágica aún se encuentran dispersos por los trabajos del arte, los vestigios de una raíz mágica sembraron también el idioma de los hombres, idioma que en el trabajo de los poetas brilla por su lógica propia, por su abandono y sujeción a un orden que parece superior.
Las figuras de repetición pueden dar una idea. En el presente caso el nombre de Susana San Juan acusa una notable repetición en estrecho margen, repetición que al pasar a la disposición de sus elementos se vuelve ritmo, una presencia sólida en el color de la poesía mexicana. El caso de muchos nombres toponímicos, patronales, revela en ello, en el ritmo, su carácter vital para el hombre; la relación entre ideal, respiración y palabra, muestran en el caso de Susana San Juan un acierto concertado en el espíritu poético. No es casual encontrarla cuando dan ganas de llorar, sobre todo, porque las suple el mar, Susana san Juan. La presencia de las vocales /a/ /u/, pareciera sugerir la contención del espectro plástico del lenguaje, alfa y omega que la rima entre llorar y mar confirmaría a través de la imagen de una gota en comunión con un todo, con el mar. Así, las consonantes /s/ /n/ /j/ /g/ que acompañan a dichas vocales quizá llevarían a pensar en el límite y el horizonte, en las señas del cristal, en el efecto ilusorio pero cierto de unir el cielo con el mar. Una de las intervenciones en voz íntima de Susana San Juan deviene en comunión con el mar. Otras intervenciones revelan que no llora Susana San Juan ni ante la muerte de su madre, ni ante la muerte de su padre, ni ante su muerte misma, antes percibe lo bello de una mañana de febrero o sonríe o despide a quien por ella llora; no llora Susana el alma de su amado muerto sino siente la ausencia del cuerpo vivo. La contención de un mar aclara el cristal y ya muchos sabios han dicho que ante los más altos sufrimientos cualquier ademán es vano, dicen que los muertos ya no se quejan. Nótese también la trinidad de la consonante /S/, su natural complemento no sin misterio en la consonante /J/; nótese que en el caso de la Elegía de Gorostiza el heptasílabo (pero las suple el mar) presenta una curiosa duplicación de la consonante /P/. La doble /P/ a su vez vuelve e encontrase en el título de la obra de Rulfo: Pedro Páramo.
Las Noticias sobre Juan Rulfo, que Alberto Vital hace llegar de manera magnífica, hablan de la presencia en el apellido de Susana San Juan del apóstol que anuncia la buena nueva, la redención y el Apocalipsis, al lado de la de San Juan Nepomuceno; a ello podría quizás añadirse la consideración de un tercer Juan, San Juan Bautista, un profeta que se inscribe en una larga tradición. Un serio estudio sobre el simbolismo de esta tríada de santos y la escritura de Juan Rulfo no dejaría de ser interesante, como no dejaría de serlo el caso de San José, P.P. San José: el sueño y la reflexión; la palabra y el no turbar ni el silencio ni la vida; la penitencia y el Apocalipsis; el secreto de confesión, las cosas dichas a media voz, en tono suave. En la obra de Rulfo, el santo de la buena fama y confesión, San Juan Nepomuceno, resulta especialmente intrigante pues involucra una tradición oral, si bien no como podría ser el caso de los cantares de gesta que se difundían en plazas y calles, sí la de un recinto habilitado por el espíritu que lo inspira y lleva al recogimiento, al misterio y certeza de su misión para con él. Así, al tiempo que Susana San Juan conserva su dolor en un lugar seguro, tan seguro que nadie sino su intimidad conoce y que Pedro Páramo nunca llegó a conocer como nunca nadie llegó a conocer la intimidad de Pedro Páramo, se dibuja en el alma del lector un movimiento de voz íntima, un mecanismo de simbolización que involucra la memoria universal de los hombres. El movimiento de voz íntima es característico de la poesía mexicana, sus poetas la dibujan con un lápiz muy fino, con ...

Una luz difusa; una luz en el lugar del corazón, en forma de corazón pequeño que palpita como llama parpadeante.