domingo, 27 de octubre de 2013

WITTGENSTEIN Y LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

Por: Edinson Aladino*

Es claro que Wittgenstein (1889-1951) tiene dos momentos filosóficos. O como suelen decir, hay dos Wittgenstein: el primero es el del Tractatus lógico-philosophicus; el segundo es el de las Investigaciones Filosóficas.  El primer libro se centra en la incomprensión lógica de nuestro lenguaje; el segundo, va más allá de esto y nos plantea múltiples reflexiones sobre la forma en que hacemos uso de él. Las presentes páginas intentan ofrecer una aproximación acerca de algunos planteamientos que se desarrollan en las Investigaciones.
Al inicio de las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein cita a San Agustín para enfatizar sobre la esencia del lenguaje humano. De ahí que refiera, a partir de la cita,  que “las palabras del lenguaje nombran objetos” (1988: 17).  Es decir, que cada palabra contiene un significado, comporta una denominación. En esta  alusión están las bases del aprendizaje del lenguaje. Este aprendizaje consiste en señalar el objeto que se quiere nombrar, para facilitar el ejercicio y el entendimiento de dicha instrucción. Esto es, que con los sonidos (la palabra) que se pronuncia, la gente puede llamar “aquella cosa cuando pretende llamarla”. Teniendo en cuenta esto, surge el primer planteamiento acerca de los juegos del lenguaje.
Wittgenstein pone el ejemplo de un tendero al que se le ha enviado un papel. En el papel anida una oración: “cinco manzanas rojas”. Luego el tendero codifica el mensaje, dado que tiene un previo conocimiento numérico y pictórico. Por tanto, responde al pedido y entrega las cinco manzanas rojas. Aquí vemos que la oración “cinco manzanas rojas” denota un número determinado de estas frutas, con un singular color. El anterior ejemplo nos remite a la relación que coexiste entre la palabra que nombra y el objeto nombrado. Pero  no se profundiza sobre el significado de dichos objetos y su relación con el lenguaje: ¿el “rojo” es entonces una propiedad que poseen algunas cosas?, ¿por qué el “rojo” es una propiedad que algunas cosas poseen y otras no? La pregunta también cabe para la palabra “cinco” y su proporción o significado. 
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http://ofmor.blogspot.mx/2011/03/escuchar-dialogar.html
Sin embargo, este es un primer atisbo para introducir las formas en que es utilizado el lenguaje. Por eso Wittgenstein afirma que en este aprendizaje del que habla San Agustín, reside una imagen primitiva del modo y la manera en  que funciona el lenguaje. Aunque el sentido del lenguaje no se agota ahí enteramente, pues también es menester vislumbrar los usos del lenguaje, los juegos que hay implícitos allí, y ver claramente la finalidad y el funcionamiento de las palabras.
 Herramientas
El lenguaje como herramienta se establece a partir de los usos de las palabras. Según el filósofo austríaco, existen varios juegos del lenguaje: me puedo servir de él para nombrar, para comunicarme, preguntar, describir, elogiar, dar órdenes, persuadir, y así sucesivamente, ad infinitum. El fondo del asunto recae, por consiguiente, sobre el modo en que utilizo una palabra para cierta finalidad. Entonces la palabra se configura como una herramienta, porque me sirve para un determinado fin. Por tanto, el lenguaje se constituye como un medio propicio de utilidad, de acuerdo a los intereses que me muevan para ejercer su uso.
Objeciones
En el uso del lenguaje como denominación se observa que, al señalar el objeto y nombrarlo, se intenta llegar al significado de dicho objeto. Nos dicen, verbi gratia: “Esto es una mesa”, y a la vez nos señalan ese objeto. Con esta acción nos quieren explicar qué es la mesa y al mismo tiempo dejar por sentado el sentido o la esencia misma de la mesa. Pero no es así. En el ejemplo anterior sólo se han remitido a señalarnos un objeto y el significado de ese objeto se ha escapado en la acción de la denominación. Surge, por tanto, la pregunta por el significado: ¿qué es en realidad una mesa?
De ahí que los únicos tipos de explicación en filosofía, según Wittgenstein, sean explicaciones por descripción: descripción del uso de las palabras. De manera que esta labor la emprende el filósofo austríaco describiendo los juegos del lenguaje: las prácticas, actividades, acciones y reacciones en contextos característicos, en los que está integrado el uso relegado de una palabra (49-50). 
 Nombres propios
 En este punto Wittgenstein propone la reflexión acerca de la instancia del lenguaje y su función denominadora. Es decir, que existe una necesidad por dar nombres a determinas “cosas” (personas, colores, números, objetos) y ello se constituye como una forma de etiquetar, de ponerle un sello a algo. De modo que el acto de nombrar es,  dicho en palabras Wittgenstein, “fijar un rótulo a una cosa” (43). No obstante, en este uso del lenguaje no existe la pregunta por la denominación misma: ¿qué relación hay entre el objeto y la palabra que lo nombra? Pareciera, pues, que una de las funciones intrínsecas de nuestro lenguaje es la de inventar un nombre para cada cosa y de esta manera “poder hablar” de ella, “poder codificarla”.
A un individuo se le fija un nombre y él, a su vez, responde cuando se le llama por ese nombre. Pero ¿por qué reacciona así cuando se le llama por un nombre que ha sido inventado para él? ¿Qué relación hay entre el nombre y la persona? Aquellos interrogantes residen precisamente en el sentido de la denominación misma. La significación en este uso del lenguaje recae sobre el sentido de la correlación entre el objeto y el nombre. Por eso Wittgenstein afirma que los problemas filosóficos surgen cuando “el lenguaje hace fiesta”; pues nos enredamos en las reglas para el uso de nuestras expresiones, de nuestros extravíos en el uso del lenguaje. Por ello, la tarea de la filosofía es  llegar a una visión clara de este enredo, y no encubrirlo.
Bibliografía

WITTGENSTEIN, Ludwig,  Investigaciones Filosóficas, traducción castellana de Alfonso García Suárez y Ulisses Moulines, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Autónoma de México, Editorial Crítica, 1988.

domingo, 20 de octubre de 2013

EL VECINO DE LA ESCALERA

Laura Margarita Sánchez Peña.

Subía las escaleras con mucha prisa y desconcierto.  Había sentido su corazón palpitando intranquilamente y su rostro pálido había escondido por completo el maquillaje y el rubor que en la mañana se pusiera antes de ir al trabajo.
Ella empezó a recordar el día en que se encontró por primera vez al nuevo vecino del quinto piso y él la saludó con una linda pero descarada sonrisa, hacía poco que se había mudado al edificio y parecía simpático.

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apuntesdelechuza.wordpress.com/tag/schopenhauer/
Después de un mes, era rutina encontrarlo en las escaleras, siempre a las ocho de la mañana. Desde el principio había existido una extraña química entre ambos y pronto de las sonrisas pasaron ambos a unos apasionados besos.
Por las madrugadas ella tenía el anhelo de ir a buscarlo al piso de arriba, pero prefería darse a desear un poco más, sabía que no siempre sería así, pero era impactante verlo a diario y respirar la loción de su camisa y sentir sus manos mientras la abrazaba tiernamente en el descanso de la escalera.
Además, aunque un piso los separaba, en los ratos en que ya no coincidían pero ambos estaban en sus respectivos pisos, ella se sentía unida a él, cuando ponía la televisión o el radio en la estación romántica y hasta medio abría la puerta del departamento para que ella escuchara canciones que parecían dedicadas exclusivamente a ella.
Un día, ella se levantó con un vacío especial en el estómago, se arregló como de costumbre y espero a que su adorable vecino bajará, pero fue inútil, ella no podía esperar más y salió a su trabajo a prisa. Todo el día se sintió intranquila, le faltaban sus besos, pero sobre todo le faltaba tener noticias de él. La noche anterior fue la primera vez que él bajo a la puerta de su departamento y le regaló un anillo azul.
 Se despidieron con la promesa de que se verían a la mañana siguiente en la escalera como siempre.
Al regresar del trabajo, ella preguntó al conserje si sabía algo del vecino del quinto piso y su sorpresa fue grande cuando le dijeron que el quinto piso estaba desocupado hacía más de medio año; ella no lo creía y por eso subía desconcertada la escalera, el maquillaje eran huellas del pasado y no comprendía cómo es que tenía puesto el anillo azul que él le diera la noche anterior. Ella tenía que cerciorarse si eso era verdad. Llegó al departamento, tocó y tocó la puerta sin recibir respuesta.
Bajó la escalera para entrar a su departamento. Aún no repuesta de la impresión, contestó el teléfono que sonaba insistentemente; era el conserje para decirle que le acababan de dejar unas rosas rojas con una tarjeta que decía: -¡Te quiero! Mañana vendré a verte.


lunes, 14 de octubre de 2013

El rigor del oído en la simpatía del corazón:
Afinidades Poéticas entre Juan Rulfo y José Gorostiza.

Por: Omar Martínez
Colaboración

Obra gráfica: Gustavo Mora. Revista Óclesis 5


La poesía mexicana moderna, si por moderna se entiende: los momentos que el hombre ha vivido siempre en cada momento; y por mexicana: el espacio de vida de un idioma y una historia que apuntan su momento; posee características que la distinguen como una de las tradiciones más sólidas, acaso accidentada, del espíritu poético.
La poesía mexicana moderna, en efecto, no tiene sino el significado de la intemporalidad, la vida en el idioma, la historia en el idioma. Se ha nutrido con la sangre de sus mejores hijos, se ha fortalecido a cada diálogo, a cada verso y crítica; se ha formado en el verbo.
La poesía mexicana moderna nace en un momento de universalidad, su destino es la universalidad. Dos de sus hijos más queridos, Juan Rulfo (1917-1986) y José Gorostiza (1901- 1973), no sólo la reafirman sino que observan la continuidad poética de su espíritu.
A partir de un par de versos, de un poema

 

A veces me dan ganas de llorar,

pero las suple el mar.
                                    
Y del nombre de un personaje

Susana San Juan

Puede observarse la trayectoria de un mismo espíritu, el espíritu de la poesía mexicana.

La Elegía de Gorostiza se compone de un endecasílabo y un heptasílabo, metros que tienen su origen en un momento universal, así, mientras el endecasílabo es una influencia Renacentista, el heptasílabo se corresponde con el hexasílabo francés de las canciones que recorrieran el camino de Santiago. Pero quizá lo más interesante es que en la composición el heptasílabo funciona como un pie quebrado respecto del endecasílabo, propiciando así una reminiscencia a las coplas de carácter popular. Por su parte, el nombre patronal del personaje de Juan Rulfo se mueve dentro de un hexasílabo; mismo que junto al octosílabo -en mayor medida-, constituyen los metros por excelencia de los cancioneros populares castellanos, los metros quizá más apropiados a la naturaleza del idioma castellano que les reclama. El criterio métrico es modesto en sus resultados, sin embargo, su certeza, que no radica en su prescripción sino en su descripción, representa un sólido paso en la lectura poética. Por su parte, la presencia de metros cultos y metros populares no alude a ningún tipo de antagonismo sino más bien al carácter aristocrático de la poesía mexicana. El hexasílabo de Rulfo bien es cierto que no se ocupa en un contexto versificado, sin embargo, quien lea la obra de Rulfo no podrá dejar de sentir un extrañamiento en la respiración, un deleite al fin que vuelve cómplices en la sangre a sus lectores. Cada lector de Pedro Páramo que topa en sus páginas con el nombre de Susana San Juan canta una pequeña canción. La música y el lenguaje son de naturaleza distinta, sin embargo, una apropiación de la música por medio del lenguaje ocurre en la labor del poeta, el poeta canta lo mismo que dibuja la poesía. El poeta a diferencia del músico usa palabras, trabaja en el idioma, en la lengua que todos usan; hace mucho que abandonó la música, la religión, la danza, se tornó hacia sí, hacia el encuentro de su propia razón de ser, la poesía. Los vestigios de una raíz mágica aún se encuentran dispersos por los trabajos del arte, los vestigios de una raíz mágica sembraron también el idioma de los hombres, idioma que en el trabajo de los poetas brilla por su lógica propia, por su abandono y sujeción a un orden que parece superior.
Las figuras de repetición pueden dar una idea. En el presente caso el nombre de Susana San Juan acusa una notable repetición en estrecho margen, repetición que al pasar a la disposición de sus elementos se vuelve ritmo, una presencia sólida en el color de la poesía mexicana. El caso de muchos nombres toponímicos, patronales, revela en ello, en el ritmo, su carácter vital para el hombre; la relación entre ideal, respiración y palabra, muestran en el caso de Susana San Juan un acierto concertado en el espíritu poético. No es casual encontrarla cuando dan ganas de llorar, sobre todo, porque las suple el mar, Susana san Juan. La presencia de las vocales /a/ /u/, pareciera sugerir la contención del espectro plástico del lenguaje, alfa y omega que la rima entre llorar y mar confirmaría a través de la imagen de una gota en comunión con un todo, con el mar. Así, las consonantes /s/ /n/ /j/ /g/ que acompañan a dichas vocales quizá llevarían a pensar en el límite y el horizonte, en las señas del cristal, en el efecto ilusorio pero cierto de unir el cielo con el mar. Una de las intervenciones en voz íntima de Susana San Juan deviene en comunión con el mar. Otras intervenciones revelan que no llora Susana San Juan ni ante la muerte de su madre, ni ante la muerte de su padre, ni ante su muerte misma, antes percibe lo bello de una mañana de febrero o sonríe o despide a quien por ella llora; no llora Susana el alma de su amado muerto sino siente la ausencia del cuerpo vivo. La contención de un mar aclara el cristal y ya muchos sabios han dicho que ante los más altos sufrimientos cualquier ademán es vano, dicen que los muertos ya no se quejan. Nótese también la trinidad de la consonante /S/, su natural complemento no sin misterio en la consonante /J/; nótese que en el caso de la Elegía de Gorostiza el heptasílabo (pero las suple el mar) presenta una curiosa duplicación de la consonante /P/. La doble /P/ a su vez vuelve e encontrase en el título de la obra de Rulfo: Pedro Páramo.
Las Noticias sobre Juan Rulfo, que Alberto Vital hace llegar de manera magnífica, hablan de la presencia en el apellido de Susana San Juan del apóstol que anuncia la buena nueva, la redención y el Apocalipsis, al lado de la de San Juan Nepomuceno; a ello podría quizás añadirse la consideración de un tercer Juan, San Juan Bautista, un profeta que se inscribe en una larga tradición. Un serio estudio sobre el simbolismo de esta tríada de santos y la escritura de Juan Rulfo no dejaría de ser interesante, como no dejaría de serlo el caso de San José, P.P. San José: el sueño y la reflexión; la palabra y el no turbar ni el silencio ni la vida; la penitencia y el Apocalipsis; el secreto de confesión, las cosas dichas a media voz, en tono suave. En la obra de Rulfo, el santo de la buena fama y confesión, San Juan Nepomuceno, resulta especialmente intrigante pues involucra una tradición oral, si bien no como podría ser el caso de los cantares de gesta que se difundían en plazas y calles, sí la de un recinto habilitado por el espíritu que lo inspira y lleva al recogimiento, al misterio y certeza de su misión para con él. Así, al tiempo que Susana San Juan conserva su dolor en un lugar seguro, tan seguro que nadie sino su intimidad conoce y que Pedro Páramo nunca llegó a conocer como nunca nadie llegó a conocer la intimidad de Pedro Páramo, se dibuja en el alma del lector un movimiento de voz íntima, un mecanismo de simbolización que involucra la memoria universal de los hombres. El movimiento de voz íntima es característico de la poesía mexicana, sus poetas la dibujan con un lápiz muy fino, con ...

Una luz difusa; una luz en el lugar del corazón, en forma de corazón pequeño que palpita como llama parpadeante.


martes, 8 de octubre de 2013

Subjetividad y conciencia histórica.
Inquietudes y divagaciones en la senda de la cultura política.*

Oscar O. Chávez Rodríguez**


Para Silvia Berenice. Cálida existencia que es
Alma, inspiración y escritura de mi vida.


“[…] Si dos, tres y hasta cuatro hombres ceden a
uno, nos parece extraño, pero es posible; en este caso, y con
razón, podríamos decir que les falta valor. Pero si cien, miles
de hombres se dejan someter por uno solo, ¿seguiremos diciendo
que se trata de falta de valor…?”
Etienne de la Boétie. Discurso de la servidumbre voluntaria.


La historia adquiere sentido en la medida que va revelando, de manera progresiva, al hombre. Revelación que no es, por supuesto, en automático, ni tampoco, ya no, por medio de la Gracia. Más bien habría que restituir a la historia su cualidad de horizonte en el cual el hombre está al punto de anunciarse, cuando comienza a saber de sí mismo. Y con el saber la percepción de lo negativo, de aquello que limita y amenaza, de lo que, en el extremo, conduce a la muerte de no hacerse algo, al menos huir que es señal, ya, de acción. Acción que puede rotularse de simple instinto de supervivencia, por lo tanto, no exclusivamente humana.
Mas al hablar de la historia como revelación de lo humano se insinúa también la presencia de algo que llama a dicha revelación otorgándole un sentido, especie de imán que señala, con su fuerza de atracción, una dirección, el camino a seguir. El instinto de huida deja de serlo para volverse mirada que busca, acción específica que define un hacer y provoca una ruptura con lo inmediato, con aquello que denominamos naturaleza. Si bien el hombre es un ser natural, lo humano solamente puede aparecer al darse esa ruptura, al salir de la situación inicial en la cual el vivir es llano acaecer, simple ir y venir entre el día y la noche. Y es el pensamiento, o más bien el pensar, ya que hablamos de un momento inaugural de lo humano, lo que permite que tal ruptura se dé. Separado, en algún modo aislado y solo, el hombre se verá arrastrado por el vértigo de lo que ya no es naturaleza, al menos no totalmente. Si hemos de hacer caso a pensadores como Hobbes o Rousseau, el hombre –lobo o salvaje feliz– volvería el desgarrón originario en tejido social, sin que esto signifique sociedad tal como hoy la entendemos. Convivir, más que sociedad, como forma de encarar la naturaleza vuelta circunstancia, realidad, es el modo que le permitiría al hombre seguir, ir construyendo un espacio a su medida, delinear los contornos de su mundo. Segunda realidad cuyos caminos crean cultura.

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Con ella comienzan a producirse un conjunto de elementos ordenadores del mundo, es decir, de ese espacio en el cual lo humano se manifiesta y hace posible –Robinson Crusoe tuvo encarecida necesidad de esos elementos–, al par de mostrarse como problemático. Si bien el hombre nace en una cultura, arropado por una imagen que le indica lo que es ser hombre, también se encuentra sujeto a la necesidad de seguir creándola, pues “nada en la historia, ni en la vida, permanece simplemente durando, sino transformándose en maneras que, a veces, parecen significar la extinción, la muerte”, de quedarse el hombre en la pasividad. Y pasivo no significa solamente quedarse quieto, sin hacer nada, sino también mantenerse al margen de la comprensión de la realidad, a equivocarse respecto de lo que sea ella, a confundirla por el ensueño que produce la música para ocultar la letra.
En modo pasivo todos los hombres han sido traídos y llevados y aún arrastrados por fuerzas extrañas debido a que el hombre camina “en la historia tras de sí mismo enredándose en la esperanza, ensoñándose, inventándose a veces. No se quiere propiamente, se sueña”.[1] Soñar que señala que la primera forma de estar en una realidad humanamente es soportarla, padecerla. Sin embargo, al llegar al extremo de lo soportable cobra plenitud la realidad abriéndose en la curvatura del tiempo una doble posibilidad: transitar de la pasividad al conformismo o liberarse rebelándose. Mas en esta segunda posibilidad existe el riesgo de ser aniquilado. Hundirse, recomenzar en un punto más bajo de aquel en que se produjo la rebelión debido a la incomprensión plena de la realidad, al simple actuar que se torna, por ello, en pragmatismo estéril. El único modo, a quien esto escribe así le parece, de evitar tal hundimiento es despertar a la realidad, asumir el trauma y comprender sus causas. Hacer extensiva la conciencia histórica y con ello evitar que la historia se siga comportando como una antigua deidad que exige inagotable sacrificio, pues:

El tiempo en que somos conscientes y pensamos, en que ejercemos la libertad, no ha comenzado a transcurrir, no lo hará mientras no lleguemos a entrever la realidad que acecha y gime dentro de la Esfinge. Y es siempre la misma: el hombre. Instante primero del despertar, el más cargado de peligro, que antecede a la conciencia y la obliga a despertar, encontrarse consigo misma. En el hombre escondido en la Esfinge hay un condenado que padeció, también un desconocido que clama por ser. Pasado y porvenir se unen en este enigma. De todas las condenaciones y errores del pasado sólo da remedio el porvenir, si se hace que no sea repetición, reiteración del pasado. Historia verdadera, pensamiento que avanza en el tiempo y que lo tiene en cuenta, es decir: lo contrario de una Revolución.[2]

Se trata, por lo tanto, de una postura que rompe con la ingenuidad del “quienes no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo” para establecer que no basta con recordar, ya que eso implica –paradójicamente– olvidar la profunda fuerza de inercia propia del ser humano y sus creaciones sociales, la cual produce cambios que nos hacen distintos; ingenuidad incapaz de darse cuenta que “para que una sociedad, cualquiera que sea, pueda ser determinada enteramente por el momento inmediatamente anterior al que vive, no le bastaría una estructura tan perfectamente adaptable al cambio que en verdad carecería de osamenta; sería necesario que los cambios entre las generaciones ocurriesen […] a manera de fila india”,[3] es decir, una sociedad estática. Mas como tal cosa no sucede, ni siquiera en los organismos más simples, es por lo cual la sola recopilación del pasado y su inserción en una memoria colectiva no garantiza comprender lo que somos, ya que las ausencias terminan por generar vacíos que el pensamiento, al fijar la atención en el conjunto del proceso y hacer relativos los momentos considerados como anormalidad o negatividad, hace aparecer como contingentes, secundarios o irrelevantes.[4]
Por ello la necesidad de mirar hacia la cultura, la nuestra, en la medida que constituye el rasgo peculiar del ser humano, aquel que lo distingue y distancia del resto de los seres vivos, pues a través de ella los individuos generan una forma de mirarse e interrelacionarse. Diríamos, además, que en ese espacio el hombre encuentra, crea y recrea, las herramientas que le han permitido delinear los contornos de su propia existencia, asumiendo las riendas de su historia, edificando un entramado de símbolos, normas e ideales compartidos que le hacen patente su realidad a la par de abrir un horizonte de comprensión y transformación de la misma. Es aquello que permite tomar distancia de lo natural y representarse el mundo, es decir, un lugar esencialmente, exclusivamente, humano que al otorgar un rostro y una figura nos permite orientarnos. Orientación que da un significado a cada una de nuestras actividades, que las ubica en el mundo, ya ordenado o en vías de ordenarse.
Atendiendo a esto, es evidente que el hombre es un ser privilegiado,[5] ya que “posee el privilegio de tener antepasados; somos siempre hijos de alguien, herederos y descendientes. Tener cultura [significa] poder recordar, rememorar. Poder también, en un trance difícil, aclarar en su espejo nuestra angustia e incertidumbre”.[6] Nuestra doble condición de receptores y creadores de cultura, mediada por un proceso dialéctico, nos hace seres en potencia, abiertos a la posibilidad y bajo el amparo de la esperanza.
Ser receptor de cultura constituye, en modo alguno, un proceso natural, es decir, la familia como espacio de socialización nos va incorporando a esquemas de comportamiento y escribimos “natural” debido a que este proceso se caracteriza por un “no darse cuenta”, por un no problematizarse esa recepción. El niño recibe un ethos que le hace ser del modo en el que es, que le lleva a relacionarse de un modo y no de otro, generándole un sentido de pertenencia y una suerte de modelo que le permite relacionar e interpretar la realidad. Junto con la familia aparece la escuela como otra estructura social que lleva a cabo el proceso de socialización internalizando, por medio del proceso educativo,  los elementos esenciales que dan cuenta de su incorporación a un conglomerado social. En esta situación el niño es un sujeto pasivo, receptor de ese conjunto de valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la forma de vida de un grupo específico.
Visto por el lado de la recepción, y desde una perspectiva abstracta, es decir, asumiendo que la cultura cumple con objetivos de convivencia, responsabilidad y compromiso social, consideramos que se puede avanzar en la construcción y consolidación de una sociedad plenamente humana mediante la transmisión de esquemas culturales, siempre y cuando se asuma a la cultura como una manifestación de lo social que busca la inclusión de todas las partes.[7] Vista así, la cultura viene a constituir el espejo en el cual las sociedades reflejan y comparten su capacidad para formar, mejorar y perfeccionar al hombre.[8]
Esta dimensión de la recepción de la cultura constituye, sin duda, una parte relevante. ¿Qué decir de la parte que tiene que ver con la creación? En primer lugar, habría que establecer su importancia para la consecución, en el tiempo, de la propia cultura y, con ello, de la sociedad misma, pues no debe olvidarse que el hombre está en sociedad, que sólo en ella aparece; nada más revelador de esta su condición que la búsqueda incesante de salir de la naturaleza sin caer en los laberintos de la soledad, extremos que han delineado ese aparecer del hombre. Creación que comporta un alto grado de responsabilidad que, sin embargo, no ha sido cumplida a cabalidad.
Planteada así, la cultura se nos presenta como la “matriz consciente e inconsciente, que otorga sentido al comportamiento” de los individuos en sociedad,[9] situándolos bajo la influencia de un imaginario colectivo que requiere de instancias explícitas que, como señaló Castoriadis, “dictan lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer”. Hacer y no hacer que desliza la pregunta acerca de la manera en la cual se construye la subjetividad, es decir, las formas y las modalidades que le permiten al individuo constituirse y reconocerse como sujeto.
Puesto que “el hombre existe sólo (en y a través) de la sociedad”, lo que se nos presenta como punto a debatir es la discursividad que, apoyándose en una serie de instancias, entre las cuales los medios masivos de comunicación tienen un lugar central, circula en la sociedad llevando a los individuos a pensarse y saberse de un modo y no de otro. En el extremo, pensarse y saberse de un modo distinto es visto como anormalidad o, en nuestro caso, como rebeldía. La noción foucaultiana de experiencia como correlación “entre campos del saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad” contribuye a perfilar una perspectiva de análisis de nuestra realidad.[10]
¿Cuál es el discurso que ha circulado en la historia mexicana y que nos ha llevado a reconocernos como mexicanos? ¿De qué modo ese discurso ha permitido asumir la realidad, la nuestra, y con ello actuar de un modo específico? ¿Hasta qué punto somos una simple transparencia, un breve suspiro en una historia patria cuyos imaginarios sociales han sido, son, el partido, el Estado, la selección nacional, el actor “vestido de pueblo”, el político cuya imagen transmite, insistentemente, la televisión?
Preguntas liminares que conducen a la necesidad de distinguir la realidad dada a la receptividad de aquella otra dada a la significación que ésta reviste. Si, como señaló Castoriadis, la autonomía constituye el rasgo peculiar del mundo social histórico, cabe la interrogante acerca del momento o los momentos en los cuales el mexicano ha logrado dicha autonomía y, sobre todo, las razones, propias o ajenas, que la han anulado o transformado en simple cansancio, desilusión y aislamiento.
Nos hemos quedado, no pocas veces, al nivel de la receptividad, lo cual echa luz sobre la incapacidad de constituir una sociedad civil de largo aliento que, sostenida en la conciencia histórica, logre participar en la formación de las decisiones nacionales. Y no se trata simplemente de un problema de organización, sino de la presencia y extensión de distractores que nos llevan a aplaudir en lugar de protestar, que hacen emerger una especie de nueva vida que provoca una suerte de unidad nacional, chabacana y anodina, que distrae de los grandes problemas nacionales. ¿Alguien podría poner en duda la importancia que un partido de la selección nacional tiene en este país, la pasión que despierta?[11]
Una manera es, así le parece a quien esto escribe, hacer extensiva la conciencia histórica, con lo cual se muestra como tarea urgente la reforma del sistema educativo, ya que después de todo, lo que se nos presenta es la necesidad apremiante de atender a nuestra realidad y, primero, comprenderla para, después, transformarla. Transformación que sólo será posible en la medida que cada uno asuma responsablemente su lugar en nuestra sociedad, buscando con sus acciones contribuir al conjunto, echar abajo “el individualismo moderno [que] nos ha acostumbrado a que creamos estar viviendo solos”. Despertar a la realidad, asumir que “la historia es el ejercicio de la libertad que se trasmuta a cada momento” y nos obliga a hacer algo, “hacer una verdad, aunque sea escribiendo”.

Bibliografía
Bloch, Marc. (1963). Introducción a la historia, México, FCE.
Castoriadis, Cornelius. “El campo de lo social histórico” en Estudios. Filosofía–historia–letras, Primavera 1986.
Foucault, M. (1998). “Nietzsche, la genealogía, la historia” en Microfísica del poder, s/l, La piqueta.
_________. (2001). Historia de la sexualidad. 2. El uso de los placeres, México, sxxi editores.
Ortega y Gasset, José (1916) “Verdad y perspectiva” en El Espectador, Tomo I, España.
__________________ (1990). Meditaciones del Quijote, España, FCE.
Paz, Octavio. (2003). ¿Águila o sol?, México, FCE.
Zambrano, María. (2006). Los sueños y el tiempo, España, Siruela.
______________. (1993). El hombre y lo divino, México, FCE.
______________. (1992). Persona y democracia. La historia sacrificial, España, Anthropos.
______________. “Sobre la vacilación actual” en El Hijo Pródigo (México) vol. 9, núm. 29, agosto 1945.
______________. “Nietzsche o la soledad enamorada” en Revista de cultura popular, tomo III, n° 16, Universidad Michoacana, Morelia, julio de 1939.
______________. “De la necesidad y de la esperanza” en Revista Philosophica malacitana, vol. VI, 1993.




* El presente articulo esboza ideas a propósito de una reflexión de más amplio aliento enfocada al análisis de la política, la cultura y la democracia en México, reflexión que constituye, asimismo, parte de un proyecto en ciernes, imaginado y anhelado, cuyo titulo hasta el momento es “La existencia y el amor. Una metafísica de la vida”.
** A cerca del autor: Óscar O. Chávez Rodríguez es Profesor–investigador de la Facultad de Economía, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Maestro en Ciencias Políticas, pasante del Posgrado en Historia, Licenciado en Filosofía y en Economía por la BUAP. Coordinador del Área de Historia y Sociedad. Correo: dasprofessor@gmail.com
[1] Zambrano, María. Persona y democracia. La historia sacrificial, España, Anthropos, 1992, p. 67.
[2] Zambrano, Persona y democracia, Op., cit., p. 13.
[3] Bloch, Marc. Introducción a la historia, México, FCE, 1963.p. 35.
[4] Historia vencedora que se hace, por ello, soberbia, apoyada en el aforismo nietzscheano de que “para vivir hay que olvidar” y que es capaz de apropiarse hasta de los elementos más críticos convirtiéndolos en ornamentos suyos.
[5] Privilegio que ha de ser entendido como construcción del mismo hombre y no algo externo a su constitución, como escribiera Zambrano: No donación ni caridad, sino coronado triunfo.
[6] Zambrano, María. (2005). Séneca, España, Siruela, p. 21. En las sucesivas notas lo que se encuentra entre corchetes ha sido agregado por mi.
[7] Lo cual implica el replanteamiento del concepto mismo de cultura, esto debido al avance en los medios de comunicación, las transformaciones del núcleo familiar, el deterioro del tejido social, la función de los ámbitos educativos. Ideas perfiladas en un artículo posterior titulado: “La aurora de la libertad”.
[8] La cultura, a propósito de esto, se vuelve problemática, ya que no se trata de algo singular. Si bien podemos establecer un sentido más o menos general de cultura, que busca la inclusión de todas las partes, esto no elimina la presencia de la heterogeneidad social, característica de toda formación social. Esta pluralidad cultural, que atiende a criterios o modalidades de tipo económico, político, ideológico o religioso obliga al uso del plural o, en la medida que se puede establecer una cultura dominante, de subculturas que dan razón de ser a cada uno de los grupos que integran la sociedad y que, no pocas veces, han contribuido al desencuentro entre los mismos.
[9] Varela, Roberto. “El concepto de cultura política”, en Esteban Krotz (comp.). La cultura adjetivada, México, UAM–Iztapalapa, 1993, p. 37.
[10] Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. 2. El uso de los placeres, México, sxxi editores, 2001, p. 8.
[11] He planteado mis ideas e inquietudes sobre la pasión del mexicano en mi  artículo: La vuelta a la realidad”, Revista Calmecac, Universidad del Valle de Puebla, Año 4, núm. 10,  Marzo 2011. En él señalé que… “No es que la pasión sea algo que deba evitarse, sino que la pasión futbolera, le parece a quien esto escribe, es estéril y funciona como somnífero de la razón, adormeciendo los sentidos o redirigiendo todas las fuerzas hacia el griterío, los aplausos y, no pocas veces, el llanto ante la derrota. Poco importa entonces la agudización de la crisis, el aumento del desempleo, el abuso y discrecionalidad en la aplicación de los recursos públicos o las reformas hechas al vapor para beneficiar a este o aquel político o grupo. La realidad se nos torna ajena, se vuelve [si mis divagaciones no son tan erradas] lo otro que es exorcizado y conquistado en 90 minutos, sobre todo si el resultado, por pírrico que sea, ha sido favorable”.