miércoles, 22 de enero de 2014

El Cambio

Por: Hugo Coronel

Para Josué. Con mi cariño sincero.


El sol quema mi rostro mientras el viento frío cala mis huesos, mis manos están teñidas de morado y ya no siento la nariz, ¡vaya clima! La ruta sesenta y tres no deja ver sus números, tengo casi un cuarto de hora esperándola, cuarto para las nueve, creo que ya no llego, pero qué importa, si no me han contratado, si sólo estoy como un adorno en esa dinámica del ser y no ser, en donde casi nadie es responsable y todos son culpables, ella dice que el tráfico es infernal, que existe gente suicida al volante, que se arrojan a los vacíos sin dejar testamentos.
Hace frío, este invierno loco, calor frío, frío calor, esta dicotomía, dice mi maestro que debe existir el mal para que exista el bien, el infierno para el paraíso, el amor para el odio, ¿y la riqueza para la pobreza también? Qué sé yo de esas cosas, cómo puedo medirlo. -No aparece el microbús-. Cómo me impresionan los edificios altos, sus ventanas enormes, sus antenas elevadas, pareciera que quieren besar el cielo, no había notado que sobre este bulevard varios edificios son muy altos, el pavimento no es tan malo, restaurantes, algunas tiendas, ¡ya viene mi ruta!
Gracias señor, aquí tiene. -¿No tiene cambio?-. No señor, le respondí de inmediato, él aceleró tan aprisa que apenas pude sostenerme del pasamanos, ha metido ya la segunda velocidad y se pasó a tercera, estoy viendo cómo su pie se hunde en el acelerador, bueno al menos llegaré pronto. -¿Perdone tiene mi cambio?–, le dije al conductor mientras mi cabeza se movía al vaivén de las curvas del boulevard, -¡Ahorita se lo paso!-. Me contestó mientras rebasaba a varios autos, volteé hacia el interior del microbús y alcancé a ver un asiento, ¿me sentaré?, pero ¿y mi cambio? Vaya, si que vamos aprisa, me parece que voy a recuperar el tiempo de la espera. Yo creo que mejor si me siento, esta mochila si que pesa, libros y libros, y para qué sirven, es una buena pregunta.
¡Señor, mi cambio! Metió su mano al pantalón y aceleró más, y más, y su mano en el pantalón, un asiento atrás, y mi mochila tan pesada. No recuerdo en qué momento bajé del microbús, la gente alrededor comenta que el microbús dio tres vueltas antes de impactarse contra los autobuses estacionados al lado de la gran avenida, el informe dice que hubo dos muertos, el conductor y un hombre con una mochila llena de libros y con algunas monedas en su mano.


Fuente de imagen:
http://plaqueta.blogspot.mx/2008/07/post-en-tiempo-real-desde-un-microbs.html



domingo, 19 de enero de 2014



Imagen de portada Revista Óclesis número 6
Autor: Gustavo Mora



Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
José Agustín Goytisolo


I

La noche con dos rocas
al olvido recuerdo.
Donde nos trajeron las ondas,
Rota la noche era una.
Palabras disfrazadas de rubia platino
bajo el carmín de los años lúcidos
fui tu cicerone invitado
en el impreciso cumpleaños de la bohemia.


II

Silencio algunas noches:
Tensad el arco, y al golpe de la verdad despedida
silenciad la sombras,
recoged las voces derramadas.
Sueño y mentira
surcan la madrugada
en afilados autos. Me detengo.


Roberto Gutiérrez Currás




Nota: Estos poemas forman parte del libro Intervalo.

miércoles, 15 de enero de 2014

Escribir en medio de la tempestad:
Apuntes sobre la ópera de Andrés Cisneros de la Cruz

Por: Marco Fonz[1]


Fuente de imagen
http://editorialultramarina.com/2011/01/:
Existe la posibilidad de destruir al Uno con la imaginación del otro Uno y hacer de esa rebelión, misión perfecta con la palabra y el verso. Derrumbar al héroe para vencer y salir triunfante de la deconstrucción en la estética propuesta por Andrés Cisneros:


Arte bélico

I

Contra Uno es la rebelión,
derrumba al héroe para vencerte.

En esa tarea de no ser sólo uno, en la maravillosa multiplicidad de poder ser varios al mismo tiempo. Muchos en un sólo cuerpo, polifonías en una sola imagen. En esa tarea nos reconocemos en los versos de Cisneros de la Cruz.
No sugiere con sutileza, exige con el derecho natural del poeta de ser otro, de matar al ego, de reconstruirse en el polvo y ser libres de cualquier basura que interfiera esta infinita construcción del ser.
Poemas que empujan a no quedarse tranquilo, a moverse, a recordar para que el olvido nos tenga en su mejor memoria. Poemas puros, transparentes en su dulce violencia.
Si la creación es una obra de la tempestad o el poeta crea su obra en medio de esa tempestad que podríamos llamar la vida consciente, es parte de lo que podremos abrir como diálogo con las afirmaciones y reflexiones que en versos se nos presentan.
Poemas como: Se desmorona invisible el monumento de la vida. Música con espinas, que arañan fraternalmente y para bien el telón falso que podríamos llamar o entender por vida.
Cisneros de la Cruz nos confronta con nuestro maltrecho Yo y provoca esa incomoda necesidad de ser el otro, pero no para adorarlo sino para seguirlo en una búsqueda que no nos completará pero que nos hará sentir vivos por siempre.

II

La obra se construye con hélices que el poeta hace brotar en las manos del Quijote. Mil quinientos libros llegaron a América en la primera edición de ese libro y Cervantes le escribió al rey para que le diera un trabajo en el Soconusco, el rey le negó este trabajo y con mucha tristeza y queriendo ser poeta Cervantes escribe el Quijote para que leyeran sus versos.
Cisneros de la Cruz hace que broten hélices en la mano y en el muñón de Cervantes. Nos llama correctamente: hermanos de la adversidad. Y sin temblor en la palabra nos dice que no somos al final de cuentas quijotescos. Nos anima a no quedar roncos ni enloquecidos y nos ilumina para cambiar la imagen que baila en el espejo.
De eso se trata la creación, de cambiar todo cuanto existe y todo cuanto somos. Matar el conformismo, y matarlo ya, antes de continuar alimentando esa estética gubernamental que hace años se instauró entre los versos y que tanto mal ha hecho entre los escritores de este país.
La conversación de Enrique González Rojo Arthur, de Adriana Tafoya, de Ángel Carlos, Sánchez, de Norma Bazúa, de Jung, de Gloria Gómez Guzmán y de Cisneros de la Cruz nos dicen que hay que mantener cargada el arma y dar escopetazos a todo delirio de perpetuidad. Que la transgresión en verdad transgreda el verso y mate poetas con una sola palabra: Ópera. Porque si no transgrede lo que escribes ocupará el papel de tu propio verdugo. Nos afirma Andrés en un profundo verso.

Qué tal si vuelve el que era Nombre
ya sin casa, ya sin tiempo, ya sin hambre,
ya sin amo, ya sin furia.


Últimos versos del poema que da título al libro: Ópera de la tempestad. Cuando Próspero planea su dulce venganza lo hace con la ayuda majestuosa de la belleza en la acción. Los versos de este poema son una clara venganza contra el mal hombre que vamos dejando nacer día a día.  Versos de una claridad inusitada que en algún momento se podrían transformar en buenos consejos para seguir y hacer de lo que quede de nosotros algo nuevo y despierto. El fatalismo existiría en lo estático. En el no querer darse cuenta de lo que estamos deteniendo:

Qué tal si el mundo es
un hombre que de verdad lo intenta,
y vuelve a encontrarse
con el mismo hombre cada vez que lo logra,
con los mismos dientes, la misma angustia,
con el mismo gesto
arrogante, impasible,
resignado a cargar sobre los hombros
su narciso enfermo
su orquídea vacía         su filosa llama.

En las diferentes lecturas que se le pueden dar a un poema, existen todas las posibilidades de interpretación, en este caso podríamos interpretar que la ópera de la tempestad es el hombre mismo destruyendo al hombre mismo y construyendo al mismo tiempo al hombre.
Esto que podría parecer un círculo infinito se vuelve verso total de manufactura excelente. Nada es gratuito en este poemario, todo como en la naturaleza tiene su por qué de existir y lo que es mejor para el lector tiene su correspondencia con nuestro propio espíritu.
Versos lúdicos, versos oníricos con su toque de ironía y sensualidad de humor negro, versos heráclitos, versos sobrehumanos.

III

Toda tempestad tiene su ópera o toda ópera merece una tempestad. Cisneros de la Cruz nos sitúa en ambas posibilidades. Si pudiéramos acercarnos al término de madurez en la palabra de un poeta, creo que este poemario da ejemplo claro de una estética propuesta y bien definida por parte de Cisneros de la Cruz. Y no porque esto ya de pie a concluir su búsqueda personal, mas bien como una piedra de toque la cual pueda servir como un punto para impulsar los nuevos poemas que vengan. Los cánticos que laten dentro del poemario son incitadores al relámpago. Para Maimónides las ideas eran relámpagos en la noche del cerebro. En estos poemas los cánticos son ideas en imágenes que hay que acompañar con el filo de la visión.  
No existe poemario perfecto como tampoco poemario menor o pequeño. Existe como la vida, poemas que laten y nos dicen mucho o poemas en los que no podemos fincar diálogo. Esto más que un defecto son todas las gracias y desgracias danzando en un mismo espacio y tiempo. Quien busque perfección en una obra poética pierde su vida y su imaginación.
Se agradece como lector que existan lugares en donde podamos encontrar sorpresas gigantes y en versos en donde podamos reposar como si estuviéramos frente a un lago apacible.
Los versos del poema: Ejercicio para demostrar de diversas formas la inexistencia de la locura, son como vivir una hora dentro del cerebro de Hölderlin o de Artaud. La claridad más clara, la transparente palabra que nos hace ver lo que intuimos y lo que es real. Santa locura compartida por el poeta a sus lectores. Lo grave sería no tener esa locura. La inexistencia de la locura no existe. Está su práctica y esa práctica es parte de saber que al que consideran loco, él mismo sabe que no lo está. Así de bendita es la locura.

IV

Ópera de la tempestad es un poemario que se instala en el imaginario colectivo, en el espíritu humano, en la ciudad de todos los días y de todos nosotros. Un fragmento de realidad masticado por el poeta.
Poemario que acierta en cada uno de los poemas que lo conforman. Dentro del panorama poético nacional, es una cicatriz creada por el fuego prometeico. No es un poemario conformista ni viene a cantar la comodidad de los poetas del erario público.
Ópera de la tempestad apuesta por la acción grave y totalitaria de derribar la estatua que uno mismo pudiera formarse de uno mismo. Tumbar el falso ídolo, tumbar al héroe y cuestionar radicalmente a todos los poetas nacionales o internacionales que hacen del ego su casa y su poema.
Andrés Cisneros de la Cruz, afortunadamente, no nos deja en paz ni con Paz, eso siempre se agradece cuando viene de un poeta combativo, despierto, con la buena piedra de la locura. Y qué mejor que esos versos incendiarios vengan en un objeto tan bellamente construido como es el libro de Ópera de la tempestad.
Ópera de la tempestad será durante mucho tiempo y espacio una piedrita que moleste a los falsos poetas falsos. Ópera de la tempestad como bien lo indica su nombre creará de nosotros, si cumplimos cabalmente lo que nos dice, unos seres ajustados perfectamente a la libertad salvaje y creativa.


Marco Fonz
Ciudad Mutante D.F. 2012



[1] Sobre el autor: Marco Fonz, México, D.F., 1965. Egresado de la UNAM, SOGEM. En 1994 obtuvo la beca del Centro Chiapaneco de Escritores. Forma parte de la Red Nacional de Talleristas Independientes. En 2002 obtuvo el premio de poesía Rodulfo Figueroa. Tiene 20 poemarios publicados. Sus poemas han sido publicados en Chiapas, México, Perú, Barcelona, Madrid, E.U.A., Italia. Sus poemas han sido traducidos al italiano y al Tsotsil.

domingo, 12 de enero de 2014

El Zarco
Por: Elizabeth Martínez Castillo

Fuente de imagen:
http://batallaliterariaxix.wordpress.com/2012/03/24/el-zarco-juarez-y-altamirano/
Al escarbar la riqueza de un  pueblo y de una gran nación, encontraremos  raíces demasiado profundas reflejándose éstas en su amplia cultura; exhausta de costumbres, tradiciones, lengua, culto, vestido, etc. En cada una de ellas se evidencian las pasiones del hombre, virtudes y valores adquiridos; es una especie radiográfica de los estados de ánimo  de los seres humanos, de su  contexto social y político. Esto es lo que marca la historia.
“El Zarco” forma parte de la historia mexicana… nuestra historia; situada entre 1861 y 1863 novela de sentimiento nacionalista e idealista, destacando valores morales y éticos -ese criterio de juzgar lo bueno y lo malo que anida en la mente y el alma de los hombres-, tales nociones trastornadas por el revuelto de guerras civiles y la pasada guerra de Reforma. País hambriento de patria, territorio, poder y gobierno; marca matices de crueldad, maldad, violencia extrema, injusticias, verdades disfrazadas de palabras y falsedades en actos de amor, con tintes de  inocencia, de justicia -lo más cercano a la palabra-, pero sobre todo de ideales y pensamientos ocultos que sitiaron un gobierno liberal.
Al telón:
-Primer acto, un México con la tipicidad de pueblos pintorescos, cubiertos de mestizaje,  rodeados de dualidades culturales y sociales, codicia y vanidad, odio y amor, mezcla de simpatía y  rencor; en fin, un trueque de sueño y reposo.
-Segundo acto, personajes rigurosamente históricos, fanáticos de la honradez que prefieren morir a degradarse, no por vanidad, ni por conservar una herencia de honor sino porque tal es su naturaleza que lucharon con mil dificultades, con mil adversarios, con mil peligros;  ¡imposible resignarse a tal sumisión! A seguir sin más que aspirar. Aquellas muertes serían estériles de todo hecho, ¡nada glorioso!, fueron pruebas de valor y de honor, que determinaron una fortaleza de libertad, de y para el gobierno; con hombres que persiguieron un servicio de justicia y humanidad ¡gran responsabilidad! y con franqueza diré que tal grandeza y virtudes solo pocos son concebidos. Era difícil salir avante mas no fue imposible.

-Tercer acto, no basta “sólo” ser mexicano, hay que sentirse orgulloso de esas raíces forjadas por sucesos ilimitados. Reconquistemos nuestra historia, aquélla que nosotros mismos nos arrebatamos y demostremos nuestra esencia digna de un buen mexicano.

miércoles, 1 de enero de 2014

Venta Nocturna

Por: Hugo Coronel.
Óclesis


Si mañana no despertara y así no tuviera que admirar el encanto del amanecer en tu regazo y saborear esa seductora fragancia que endulza mis sabores antes del mismo almuerzo… Si no tuviera que oírte como le cuentas al viento tus dichas mientras él te mece como la neblina lo hace con la luz, y sólo viajas y viajas con el tiempo perdido en tu ceño, sin buscar almas ni cuerpos… Te miro, tus pestañas opacan el brillo del lucero que duerme en la eterna noche. Mis pensamientos más sagrados se ven amortajados entre tus manos, ellas me arrancan la piel dejándome indefenso en la tempestad del olvido, en ese grave olvido que me sabe a miel…
Fuente de imagen:
http://www.ojodigital.com
Si ahora cerrara los ojos y jamás mi mirada sintiera el terciopelo de tus párpados, la suavidad de cada una de las líneas que dibujan tu cuerpo perfecto apenas comparable a la magia de la misma creación. Si mis palabras se cerraran para siempre y el silencio agotara el ruido dejándome escuchar tu respiración y tuviera que conformarme a la ausencia del todo, para luego levantarme en la eternidad con la piel adormecida por la anestesia de tus besos…
Este dolor incrédulo me cala los huesos, me obliga a moverme aletargado entre callejones sin rumbos, entre extintos tranvías agotados por el miedo, en hojas de cera recubiertas con el amasijo de las lágrimas del frío… Si no tuvieras que permanecer inmóvil, y yo no me diera cuenta de la cifra que equivale a lo eterno, de la forma de las cúpulas en tus pechos, en esos labios que me gritan tu recuerdo en cada sombra en donde la luz existe, en donde los orgasmos se convierten en celos y asesinan a la sangre, y entonces desear estar vivo y no dormir inconsciente, atrapado en este cuerpo, en este envase que me amenaza con apagar la luz y dejarme solo en el universo…
Y luego, y luego encontrarte sonriendo para todos, enseñando las piernas y los brazos, los muslos y los dedos, dejándote mirar por todos, luciendo para todos… Pero callas, sólo tu sonrisa me estrella la cara, tus manos no me dicen nada. Te miro, tu rostro me devuelve el recuerda del precio, siempre ese precio frío… Si tan sólo pudiera...

¡Salvador!, ¡Salvador!, ¡termina ya de vestir el maniquí y enciende las luces! En diez minutos abrimos la tienda.