sábado, 19 de abril de 2014

Desentrampar la palabra

Por: Oscar Sotillo Meneses[1]

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http://www.antoniomiranda.com.br
A mediados del siglo veinte comenzó a configurarse un mecanismo sofisticado y muy poderoso de difusión masiva de información. Paulatinamente se fue extendiendo por todo el tejido social. No hubo estanco, segmento o hilo de la sociedad que no fuese quedando tarde o temprano bajo sus influjos. Con el tiempo, y seguramente fue la idea original, este mecanismo generó un lenguaje propio que le aseguraba su supervivencia y su desarrollo. Los ciudadanos vieron nacer a su alrededor un sistema de homogenización cultural y política que arrastraba como un alud todo lo que encontraba a su paso. La radio, la televisión, el cine y poco después la internet terminaron conformando un ejército mundial que ha redibujando el mundo. Bajo sus sombras, las expresiones artísticas han adaptado sus mecanismos y sus naturalezas para terminar claudicando ante un poder avasallante. La palabra de la gente ha quedado entrampada en una red que ha menguado su poder creador, su poder transformador.
La realidad según los mecanismos masivos de difusión es un escenario exactamente diseñado a su medida, un paquete semiótico cuidadosamente armado para no dejar ver las costuras. Su capacidad de seducción es realmente alta y su omnipresencia crea condiciones precisas para que el ciudadano que ha sido empujado a vivir vertiginosamente, contemple el tinglado sin notar la patraña que se esconde entre sus hilos. En esta escena descrita, la palabra juega un papel determinante. El ciudadano absorto ante lo que tiene como realidad inmediata ha perdido la capacidad de nombrarla, de interpretarla, de construir una idea crítica de la situación. La maquinaria de imposición, que lo sobrepasa infinitamente en fuerzas, lo despoja de una de sus herramientas, de sus armas más preciadas: la palabra.
Habría que preguntarse si la lógica mediática parió al periodismo o si fue el periodismo quien ayudó a nacer a la lógica mediática. Entendemos por lógica mediática la manera como es interpretado y presentado el mundo desde la perspectiva de las grandes mecanismo de difusión masiva de información. Estos mecanismos están compuestos de un complejo conglomerado: tecnología de punta, estrategias perfectamente diseñadas, desarrollo de conceptos estéticos, sutiles maquinaciones políticas, infinitos recursos económicos. Lo cierto es que en la expansión desenfrenada y vertiginosa de la lógica mediática la palabra quedó atrapada en el fango de lo utilitario, de lo homogeneizador, de la manipulación, de lo antipoético. Y fue de la mano de lo que se hace llamar “lenguaje periodístico” que la palabra vital y poética se fue reduciendo a un código frío, ramplón, empobrecido y la más de las veces falso.
En los mecanismos sociales nada es pasivo. Así como la maquinaria de imposición trabaja sin descanso para acomodar el ecosistema que le permite reproducirse, la gente en su cotidianidad ejerce dialécticamente una resistencia ante esto y cuida, abona y hace florecer la palabra. La palabra que nombra el afecto en su justa dimensión, la palabra que crea todas las mañanas el mundo de los niños, la palabra que trae el embrión de las revoluciones, la palabra que sirve de caricia, la palabra que enamora, la palabra que labra la tierra y teje el nido. Es un combate permanente extendido en la razón, en la emoción, a cielo abierto, y en la intimidad de los haceres. La palabra combate para nombrar y transformar el mundo, la creación colectiva descubre las costuras y trama y urde acciones y emociones. Aparecen las palabras banderas, las palabras canciones, las palabras de gesta, de arrebato, las palabras experiencias, las palabras acciones, las palabras catalizadoras.
El pueblo es creador por naturaleza, es la gente la que hace el idioma. Las expresiones más ingeniosas, ardientes, vivas, son acuñadas por el pueblo en su trajinar cotidiano, en sus gestas amatorias, en sus caminares profundos. El verbo encendido, orgánico, emancipado surge de una confrontación permanente con la realidad inmediata. El humor más brillante, más inteligente aflora preciso cuando se necesita, cuando fluye por los campos de la sensorialidad con absoluta libertad. La historia está sembrada de ejemplos de este verbo ardoroso, de este sentido orgánico de la palabra que se convierte en savia creadora, en mineral nutriente y en luz de sol de una realidad para que la vida se exprese en toda su dimensión. No siempre este verbo vital es recogido para la memoria, sucede a veces que se olvida en un recodo y sucede también que no es valorado por los mecanismos de legitimación social.
El lenguaje establecido hegemónicamente por la maquinaria mediática ha secuestrado el verbo hermoso de la gente. El periodismo, quien funge de lugar teniente de ese lenguaje, ha impuesto una manera de comunicarse. Persiguiendo una comunicación sencilla y directa, ha terminado construyendo un lenguaje homogeneizador y disecado donde han quedado excluidas las sutilezas, los matices, las capacidades creadoras de la palabra. Sin una palabra libre es mucho más difícil rehacer las realidades con experiencias liberadoras. Necesitamos rearmar los mapas, los referentes, las relaciones y las emociones, y para esto es absolutamente necesario que nos acompañe una palabra viva, libre, orgánicamente efectiva. No podemos descuidar la palabra que es, de nuestro ser social, una basta zona. Sería impreciso decir que la palabra es solo una herramienta, y aun un arma, sería limitarla a algunas de sus infinitas capacidades. La palabra es, en el combate socio cultural, la esencia misma de la manera como entendemos el mundo inmediato. Es el hilo sutil que compone nuestra relación afectiva con los demás y con los elementos del entorno.
En América Latina los Estados tienen la potestad de alquilar a mercaderes de la información el espectro radioeléctrico. Bajo criterios no muy claros y muchas veces bajo favoritismos amañados los Estados ponen en manos de particulares un bien que pertenece a toda la ciudadanía. Esta sencilla transacción permite que una élite económica tenga la capacidad de imponer a una inmensa mayoría sus puntos de vista, sus intereses, sus valores. Las grandes mayorías no disponen de esta posibilidad aun cuando en teoría son los propietarios naturales del espectro. Pareciera que estamos ante el acto insólito de expropiación del aire. El gran flujo de contenidos que fluye por el aire no está hecho para favorecer a la gente ni mucho menos vela por sus intereses ni tiene a la gente como centro ni referente ni protagonista.
Los mecanismos de discusión social relativos al tema mediático son realmente limitados. El ciudadano de a pie esta absolutamente fuera de estas dinámicas de discusión y no tiene ni voz ni voto en las asignaciones del uso del espectro radioeléctrico, ni tampoco tiene la posibilidad de ser creador de contenido, ni difusor de sus propias ideas y pareceres. El Estado y los mercaderes de la información se reservan el uso del espectro, mientras que la voz de las comunidades organizadas, de los grupos sociales significativos como estudiantes, instancias vecinales, colectivos artísticos, trabajadores, minorías étnicas, etc. Tienen el acceso restringido para fabricar y difundir sus contenidos.
Pero a pesar del panorama antes descrito consideramos que el problema de la comunicación no debe ser buscado en los medios de comunicación y su lógica, sino en la propia esencia de la comunicación humana que está siendo diezmada por una artillería tecnológica, política que tiene como finalidad controlar las capacidades creadoras de la gente y limitarlas solo a sus posibilidades básicas de ser consumidores y depositarios pasivos al servicio de un sistema envilecedor. La maquinaria mediática sería solo un reflejo de unas relaciones comunicacionales viciadas, manejadas por la lógica de la dominación capitalista que pretende reducir al hombre y a la mujer a simples consumidores, en vitrinas de propaganda, en seres despojados de sus capacidades de amar, de ser solidarios, de soñadores y constructores de belleza.
Echando mano de una modelación extrema, pudiéramos preguntarnos cómo vería el mundo un ser que tiene como vocabulario solo una docena de palabras. como expresaría sus afectos, sus ideas, sus sueños. Imaginamos a este ser ante un maravillosos bosque cundido de árboles, de hierbas, de insectos, aves y mamíferos, de rocío, de luz, de agua y minerales, lo imaginamos atónito ante la diversidad sin poder nombrar sus diferencias, sin poder escudriñar sus matices sus leves diferencias, sus colores y texturas. Este ser de doce palabras tendría una idea muy particular de él mismo y de su relación con su entorno inmediato. Imaginémoslo ante el amor. Amar con sólo doce palabras sería una tarea absurda, desvanecida en la simpleza, en una fatuidad sin horizontes. Este es un ejemplo extremo y caricaturesco obviamente. Pero nos acerca a un escenario del empobrecimiento de la palabra. Se ha configurado un nuevo modelo esclavista donde el ciudadano no es propietario de su capacidad expresiva. El sistema ha terminado confiscando las capacidades creadoras de la palabra y con ello la capacidad de trasmitir emociones, la capacidad de construir otras realidades posibles. El esclavo despojado de sus capacidades muchas veces no percibe su propia esclavitud y bajo esta conducta alienada se convierte en un triste reproductor de esa realidad que lo oprime y lo condena a jugar un papel empobrecido en su propia vida. Las maquinarias de difusión masiva de información son mecanismos sofisticados de alienación que ha pasado a jugar el papel del capataz de la hacienda, del vigilante del campo de concentración, del maquinador de un sistema de esclavitud sutil e inteligentemente construido.
La capacidad alienante del sistema es tan poderosa y omnipresente que el colectivo social desarrolla un pacto tácito que acepta esta realidad. Todos los mecanismos de la sociedad han terminado al servicio de esta maquinaria. El Estado, la academia, la religión, etc. Han pactado con esta realidad alienada y han desarrollado toda una lógica social basada en los principios que de ella emanan. Pero no es cuestión de sonar apocalíptico. Existe en el tejido social una resistencia tenaz que combate. La poesía está a la vanguardia, la poesía que surge de la lucha por la justicia, de las gestas amatorias, del trabajo de la tierra, de la defensa de la vida y la madre tierra. La palabra poética es arma y alma, razón y emoción, savia de vida y agua que hace germinar. Y no hablamos solamente de la poesía que se escribe y que se arma desde lo literario. Hablamos de la poesía del habla popular, del pregón, del piropo respetuoso, de la frase amatoria, de los cantos de trabajo, de la canción de lucha, de la consigna aguerrida, de la pinta emocionada que ama, critica y combate, del humor inteligente y cortante, de la arenga justa, de la carta clandestina que libera, del fraseo infantil en la arena de juegos, del canto de sanación de los shamanes.
Cabría identificar una palabra antimediática, liberada. Una palabra libre y colectiva que no ha sido acuñada en los grandes centros de poder. Una palabra que no surge de la seducción mercantil ni del empobrecimiento de los afectos. Hay una palabra que nace del amor, del trabajo y que a ellos regresa en su primigenio papel de mensajera del espíritu. Hay una palabra que no se deja atrapar y que muy difícilmente será enjaulada en un lema maquillado para el consumo. Hay palabras que no se prestan para falsear la realidad, para esconder la trampa de las edulcoraciones interesadas. Esta palabra libre es una palabra de todos, que armada desde el afecto y las verdades construye con la gente una cotidianidad plena. Un mundo más justo.



[1] Sobre el autor: Estado Sucre, Venezuela. Fundador del proyecto de comunicación libre la Mancha. Egresado de los talleres de artes gráficas de la Universidad Simón Rodríguez. Ha sido coordinador de formación en el Centro Nacional del Libro, director creativo del Ministerio de Comunicación y director de estrategia comunicacional del Ministerio para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas. Tiene publicado cuatro poemarios: Por decir algo (2009), Siete versos (2012), Ojos de ceiba (2014), Añil y carburo (2014). Sus artículos han sido publicados en La roca de crear (Venezuela), Nuestra América (Colombia). Es columnista del diario Ciudad Ccs y la revista Épale. Actualmente conduce el programa La buena calle en la televisora Vive TVE. Junto al colectivo la Mancha ha participado en proyectos editoriales en Cuba, México, Colombia y Argentina.

viernes, 11 de abril de 2014


Obra:
Francisco Luna Ruiz






Cantos al silencio

Por: René Alejandro Valencia










Enmudeciendo la vida del ruiseñor;
juega en los nervios fatales de las remembranzas,
cerca de la sapiensa del alabado canto.
Débil sonido.
Un reflejo silvestre expuesto en una ventana.
¿En qué piensas?
¿Qué habla?
¡Recita mi vida en un aleteo de promesas!

¿Qué miras desde el cielo? Un juego de perlas lluviosas,
apartadas de las calles,
por las maquinarias de Domingo, Dije.
Cerrar la ilusión ahora mismo
que va en los ojos de un amado cáliz del alma
a través de tormentas de arena en las lunas de Marte.
Es una claridad expulsada de decretos del Corán.
Parece una advertencia
(tan sólo veinte años)
No puedo remediarlo, poniendo el rostro largo.
Son las pastillas de resina que tomé,
(yo tomé un paquete entero para volver...)
Alha, debe saberlo.
Los dedos se adhieren a las últimas hojas,
--vuelve ave rojiza--.
Tan sólo cántanos una vez más.

domingo, 6 de abril de 2014

CINE Y LITERATURA: UNA RELACIÓN INTERTEXTUAL ENTRE SANTA MARÍA DEL CIRCO DE DAVID TOSCANA Y KSAWDAUST AND TINSEL DE INGMAR BERGAM

Karla Avilés Gutiérrez

Fuente de imagen:
http://bibliotecadeasterion.blogspot.mx
El cine y la literatura son dos lenguajes cuyas aristas encuentran algunos puntos de convergencia y no pocos de distinción. Coinciden en el hecho de ser relatos, si entendemos éstos como la sucesión de eventos narrados. Ambas manifestaciones poseen personajes, atmósfera, ambiente, tiempo, espacio y texto, es decir, los mueve un afán de narratividad. Resulta válido decir que el estudio de lo literario y de lo fílmico es posible a partir de la relación intertextual[1] que entablan en tanto narraciones de eventos y reformuladores de una determinada realidad. Incluso, en algunas ocasiones, grandes novelas han sido llevadas a la pantalla grande como adaptaciones que, si bien no son una reproducción fiel del libro, están en gran parte basadas en él. Escritor y cineasta, como autores modelo, adaptan elementos que consideran pertinentes para describir una acción, recrear una atmósfera, plantear una temática y un tiempo de desarrollo con sus debidos saltos temporales: analepsis y prolepsis  –recurso imposible en otras manifestaciones con intencionalidad artística como el teatro, la pintura, la arquitectura, por mencionar algunas–. En este sentido el cine “siendo un arte de síntesis, comprende elementos de la literatura, del teatro, de la pintura, de la música, etc” (Baldelli, 1964: 348).
El puente entre el cine y la literatura, es el guión. El guión es al film como el texto literario al espectáculo teatral. Todo film necesita un guión –éste ha surgido como género literario con valor independiente de su puesta en escena– y todo hecho narrativo se fundamenta en la palabra. Por tanto, pueden ser estudiados como discursos paralelos.
            Continuando con el paralelismo entre ambas disciplinas, sólo por ser más específicos, encontramos que la literatura es exclusivamente palabra (articulada en discurso, obviamente), mientras el cine está sustentado principalmente en la imagen. Veamos el siguiente cuadro que tiene como fin señalar los componentes de la literariedad y de la iconicidad.
            Literatura                                                   Cinematografía
PALABRA                            Imagen
                                                           Movimiento
                                                           Encuadre
                                                           Focalización icónica
                                                           Representación espacial
                                                           Representación temporal
                                                           PALABRA
                                                           Actuación de actores
                                                           Iluminación
                                                           Música
                                                           Vestuario
                                                           Decorados
                                                           Ruidos
                                                           Elementos gráficos


Teniendo en cuenta que los discursos artísticos reformulan los códigos y subcódigos de una cultura, advertimos que las diferentes manifestaciones con intencionalidad estética, como el cine y la literatura toman como forma del contenido situaciones de ciertos contextos sociales.
Caso curioso es la relación intertextual que entabla Santa María del Circo de David Toscana y el film Sawdaust and Tinsel del afamado director sueco Ingmar Bergman. Atendiendo a los aspectos sociológicos del film visto desde la comprensión gráfica de la estructura del montaje, la personificación de los personajes y demás elementos estilísticos, la idea de que el film y la novela, entablan, efectivamente y quizá no de un modo azaroso, una relación intertextual, se sustenta por sí sola. Lo anterior será posible a partir del análisis de lo que, en términos cinematográficos, se denomina découpage, o descripción de secuencias. No es del interés de este ensayo realizar un análisis exhaustivo del film, sino más bien describir, a partir de la reconstrucción de la diégesis, algunos elementos interesantes para dar cuenta de la relación intertextual que proponemos.
Hemos dicho en el capítulo anterior que la novela Santa María del Circo instaura una figura simbólica que condensa, alegóricamente, la situación de una sociedad que comienza a establecerse como tal y que apenas logra reconocerse a sí misma. Dicha sociedad está constituida por seres marginales. El impacto psicológico que representa para los personajes el nuevo modus vivendi versus la vida de la ciudad, mediante el elemento metafórico circo/sociedad, circo/estatus, soledad/desierto, etc., son señalados a lo largo de la novela con un fin predefinido. Sin embargo, a pesar de los elementos alegóricos que cualquier lector pueda reconocer en Santa María del Circo, hay un discurso paralelo en la novela que tiene que ver con el film de Bergman: el circo como símbolo de marginación social. Bergman incluye, para reforzar esta idea, el contraste con el teatro, considerado culturalmente más prestigioso.
Más allá de las herramientas con las que cada discurso cuenta, las referencias intertextuales las encontraremos esencialmente en el marco genérico, es decir, en las convenciones narrativas que desarrollan las expectativas del receptor.
La primera parte del film, como es de pensarse, tiene como finalidad la caracterización de los personajes principales. Sus deseos, la exposición de sus carencias y el modo de enfrentar las circunstancias son proyectados, de manera simbólica, mediante la vestimenta, los animales que los rodean, el ambiente en el que están inmersos, los rictus, la iluminación, etc: Albert, el dueño del circo, es un hombre gordo de unos cincuenta años que mantiene un romance con una joven miembro del circo llamada Anne. Ella, de apariencia dulce pero posesiva y celosa, posee un gato, símbolo de sensualidad. Un dato interesante que podemos consignar es la semejanza de estos personajes con Don Alejo y Narcisa, configurados de una manera muy semejante. Don Alejo sostiene una relación con la mujer bella del circo, mucho más joven que él y por la que se pelea con Don Ernesto, su hermano. Anne será también la causante de que Albert rete a duelo a otro personaje del film.
Frost el payaso, hombre joven que pasa la mayor parte de su tiempo ebrio, está casado con Alma, una mujer que se deja llevar por sus instintos. Ella cuida especialmente al oso del circo, símbolo de violencia y sensualidad. La pareja sostiene una relación complicada desde que él la descubrió desnudándose frente a un ejército. El circo también lo conforma un enano, otros payasos, domadores, un caballo, un oso, un gato entre otros animales que resultan secundarios pero no menos simbólicos como los perros.
La diégesis es la siguiente: El film comienza con la llegada del circo Alberti a un pueblo lejano, lo sabemos porque llevan varias horas andando. Recordemos que los personajes de Santa María… también buscan un lugar donde dar funciones; avanzan un largo trecho hasta encontrar el pueblo abandonado.
La caravana de carretas avanza en fila y la escena es similar a la danza de la muerte del film El séptimo sello del mismo autor. Un reloj marca la hora, éste, contrario al de Santa María del Circo, sí señala el curso del tiempo. Alberti se percata de la hora y sale de la carroza que continúa su camino, para acompañar al que la conduce. El conductor le cuenta la historia de Frost el payaso y de Alma su esposa: Un día, Alma, vestida de gala con canasta en mano, va a la orilla del mar y se encuentra a un ejército, comienza a desnudarse frente a la tropa que la observa divertida. El capitán envía a un joven a avisarle a Frost que vaya por su esposa. Mientras tanto ella se mete al mar semidesnuda mientras Frost corre hacia ella. Todos se ríen del payaso. Él lanza alaridos imperceptibles, se despoja de su ropa y todos callan. Silencio sepulcral. Frost saca cargando a la mujer, avanza descalzo entre las rocas como símbolo de la complicación, de problemas. Sube una colina con ella a cuestas pero se cae tres veces, ella es su cruz, en un sentido secundario su caída moral; se rinde, quizá se desquicia y lo conducen, casi inconsciente, al interior de la carpa.
Termina la analepsis. Se regresa al tiempo cero en el que Albert y el conductor charlan. Canta el gallo como símbolo del despertar o del inicio de la historia que está por desarrollarse. Ladran los perros y comienza a llover, la caravana avanza entre las piedras y el fango, elementos por demás metafóricos. Deciden instalarse, armar la carpa, pero se dan cuenta de que no tienen comida –como en Santa María…– y necesitan idear un plan para sostenerse. Tampoco tienen ropa apropiada para dar una función de gala. Albert decide ir con Anne al teatro a pedir el vestuario, le dice a la joven que se arregle. La vestimenta de ambos es hiperbólica, al grado de la ridiculez, del mal gusto, de la vulgaridad. Su comportamiento también lo es, exageradamente cortés. La configuración sonora refuerza la farsa, el mal gusto propio de las clases bajas. Al llegar al teatro, el director los recibe forzadamente, les dice que les prestará la ropa no sin el temor a que la infecten, lo que marca una diferencia de estatus entre el circo y el teatro. El director, un hombre soberbio, reconoce que los actores de teatro y circo son la misma gentuza, asegura que el más bajo actor de teatro podría escupir en el más alto actor de circo, lo cual remarca la diferencia entre una manifestación y otra: Los cirqueros se hospedan en caravanas, hacen artificio, arriesgan sus vidas. Los actores de teatro se hospedan en hoteles asquerosos pero hacen arte y arriesgan su orgullo. Como en Santa María… los cirqueros son personas de baja condición social, visten atuendos por demás grotescos, incluso el cerdo porta un vellorín que Don Alejo hace vestir al enano. El circo es un grupo nómada, fuera del marco del prestigio, marginado incluso por los marginales, en busca de reconocimiento social. Al igual que en la novela de Toscana, se presenta la dicotomía circo/sociedad como metáfora de quietud/movilidad, que a su vez remarcan la distinción entre el súper yo/el ello. La pareja sale del teatro con la ornamenta necesaria para la función de esa noche.

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Una carreta y un grupo de cirqueros escandalizan el pueblo anunciado la función de gala. La policía los detiene, los enfrenta, el enano los reta pero terminan por quitarles los caballos. Se entabla una alegoría de la lucha entre la autoridad que representa, en términos de Freud, el súper yo, la cultura, lo establecido, y el circo que connota lo instintivo, lo primario, el ello. El enano, que como en Santa María…  representa el ello, lo más bajo, se burla de la autoridad. Humillados, sirven de yunta para jalar la carreta. Tal como sucede a los cirqueros de Don Alejo que se van despojados de la carpa, humillados por el “patrón”. En ambos casos parece que las situaciones se conjugan para acabar con los instintos, lo mismo sucede con el teatro que representa lo establecido.
Albert sabía que ese era el lugar donde abandonó a Agda, su esposa y a sus hijos hacía nueve años. Decide ir a buscarlos y ella le dice que está feliz lejos de la vida miserable del circo. Él le pide que lo deje quedarse y reiniciar la vida con ellos pero Agda se niega. Mientras tanto, Anne, la novia de Albert, celosa porque sabe que éste se reencuentra con su ex mujer, va al teatro, que representa un peldaño arriba en la escala social, en busca Fans, el actor principal, un hombre con quien había tenido una relación en el pasado. Ella le dice que quiere dejar el circo y él le ofrece un collar de perlas a cambio de sexo, como en la novela: la relación sexual resulta agresiva, infecunda, forzada. El collar lo podrá empeñar y con eso vivir lejos del circo. A la salida Albert ve a Anne abandonando el teatro con dirección a la casa de empeño, cuando llega a la carpa, la joven le confiesa que estuvo con Fans. Ambos están hartos del otro y de la soledad, de la vida miserable e inestable del circo. Entra a escena Frost el payaso y Albert le confiesa que quiere ser un ciudadano establecido, respetable, con una esposa también digna.
Llegada la hora de la función Fans, el amante de Anne, asiste al espectáculo. Anne sale montando un caballo y Fans grita burlonamente que desea que Anne monte con él más tarde. Albert enfurece y lo reta. Fans entra al escenario, un lugar repleto de aserrín. Comienza la pelea, Albert suelta puñetazos al aire, el otro es más joven y ágil. Fans lo golpea, lo humilla, lo sangra, hace que se arrastre y le lanza tierra. Lo derrota, pero en realidad le da un golpe a su virilidad. Esa noche Albert carga su pistola, va directamente a la carpa de los animales y mata al oso, símbolo de la agresión, de la violencia y, de algún modo, de la masculinidad. El oso era el animal preferido de la esposa del payaso, de la prostituta, por tanto, Albert no sólo se deshace de la agresión sino que venga la humillación que la mujer le había hecho pasar a su marido cuando se desnudó frente al batallón. Albert y el oso representan los instintos, él es el yo, y mata al ello.
Hacia el final de la película, Albert pronuncia lo siguiente: “we will go to hell”, “Iremos al infierno”. Es curioso destacar que Santa María del Circo termina con una frase semejante dicha por Natanael: “Anda, putilla –repitió–, vámonos al diablo” (: 2004: 288), frase que a su vez se relaciona, no azarosamente con el último verso de “Muerte sin fin” del poeta José Gorostiza, misma que dice así: “¡Anda, putilla del rubor helado, anda, vámonos al diablo!” (Gorostiza, 2002: 149)
El film de Bergman entreteje una historia cíclica. La última escena es la de la caravana de la muerte, esta vez resemantizada, pensando en la intertextualidad con El séptimo sello: vivir es estar condenado. Las parejas protagónicas, Alma-Frost, Albert-Anne, se mantienen unidas, las mujeres, una dentro de la carreta, símbolo femenino, y la otra de la mano del hombre, parecen ser metáfora de la casa, la protección.
En general, el símbolo estético del film se construye gracias a la dupla circo/teatro. A partir de esto fue posible establecer la relación intertextual del film con la novela, ya que ambos proponen relaciones dicotómicas para representar, en primera instancia, en el caso de la novela, la contraposición de los constructos circo/sociedad en paralelismo con Circo Mantecón/Santa María del Circo. En el caso del film, por medio del binomio circo/teatro como metáfora de lo nómada/establecido. Sin embargo encontramos en el film de Bergman una segunda intención. El teatro representa lo culto, lo que brinda estatus, mientras que el circo, carencia, alienación y desprecio.
El hombre desolado, marginado y solo se encuentra en permanente estado de búsqueda. ¿Qué busca? No lo sabe. La vida, el circo, el desierto son metáforas de nosotros mismos, de nuestro interior. Casi por ley de isomorfía, el exterior, el espacio físico se corresponde con el estado anímico imperante.

Referencias bibliográficas:
Avilés, Karla  2008. “David Toscana: la literatura no tiene nada que ver con la geografía” en: Metapolítica vol. 12, núm. 58. Veracruz. UV.
Baldelli, Pío 1964. El cine y la obra literaria. Galerna, Italia.
Bergman, Ingmar 2007. Sawdaust and Tinsel. USA, The Criterion Collecttion.
Carmona, Ramón 1991. Cómo se comenta un texto fílmico. España, Cátedra.
Casetti, Francesco y Di Chio, Federico 2007. Cómo analizar un film. España, Paidós.
Cassetti, Francesco 1996. El film y su espectador. España, Cátedra.
Pujals, Gemma editora 2001. Cine y literatura. Relación y posibilidades didácticas. Barcelona, Universidad de Barcelona.
Stam, Robert 2001. Teorías del cine. Una introducción. España. Paidós.
Toscana, David 2003. Santa María del Circo. México. De bolsillo.
Tirard, Laurent 2003. Lecciones de cine. Clases magistrales de grandes directores explicadas por ellos mismos. España. Paidós.





[1] Al contacto y relación de un texto con otros se conoce como “intertextualidad”. Este término fue acuñado por Julia Kristeva en 1967 y se refiere a que “todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto” (Kristeva, 1997: 3). El término “intertextualidad” será axial para justificar la relación entre nuestra novela y el film con el que encontramos relación. El término ha sido utilizado por varios teóricos y su enfoque ha pasado desde el estructural hasta el kristeviano, que es puramente descriptivo. Este último da cuenta de un status ontológico en el que todos los textos –sean modernos o no– han dejado de ser sólo textos que presuponen otros textos y se han convertido en los elementos que se identifican y refieren a otro texto, su “pretexto”. Dichos elementos son referencias que el autor utiliza para dar sentido y el lector las advierte al tiempo que las comprende. Lo anterior no supone la pérdida de autoridad del autor sobre el texto. El término evolucionó y alcanzó una noción de globalidad que constituye la base de la definición inicial de Kristeva[1]. Entendemos, entonces, la intertextualidad en el nivel de la construcción del texto pues representa “el conjunto de las unidades en que se manifiesta la relación entre el texto analizado  y los otros textos leídos y escuchados” (Benítez, 1998: 38). Encontramos la noción de intertextualidad entre la novela de Toscana Santa María del circo y el film de Bergman Sawdaust and Tinsel. Ambas obran proponen una reescritura sobre el mundo y su representación, una remodelación de lo ya expresado, el mundo y su “realidad”. Por otro lado, Lotman propone el término semiosfera[1] para definir el fenómeno de intertextualidad. Parte de una concepción básica: “el texto” que representa una construcción cuya base establece una interacción con otros sistemas poseedores de significado, es decir, “con otros textos, con otros códigos, con otras normas presentes en otra –o misma– cultura, en toda sociedad” (Lotman, 1996: 258). Por lo tanto, para comprender un texto no basta con asimilar las leyes internas que lo rigen, sino también su relación con otros sistemas fuera de él. Al respecto, Prada Oropeza argumenta que: “Un discurso no sólo establece significaciones sino que circula en un medio social dado, según convenciones sociales establecidas y marcos más o menos precisos, y está también en relación con otros discursos (de otros tipos o del mismo) que es preciso tener en cuenta para comprender e interpretar concretamente lo que e discurso nos está estableciendo como su valor propio”. (Prada, 2001: 123)

viernes, 4 de abril de 2014

El televisor

Por: Rodrigo Durana.

Texto publicado en la Revista Óclesis número 5.

Obra. publicada en Revista Óclesis 5.
Gustavo Mora
Miras tu reloj que marca las dos de la mañana, apagas el viejo televisor blanco y negro que está junto a los interruptores de energía, tomas la linterna, revisas que esté puesto el seguro del cinturón que carga la pistola, el tolete y las llaves. Sales de la cabina de seguridad, pasas por la primer planta: Libros, perfumes y cafetería; segunda planta: Ropa para dama y para niños; tercer planta: Zapatería y ropa para caballeros; cuarta planta: DVD y discos; y finalmente, quinta planta: Aparatos eléctricos. A tu regreso, por el elevador de servicio, decides bajar hasta el sótano para echar un vistazo a las bodegas.
Al llegar, tu linterna comienza a parpadear, es probable que tengas que cambiar las baterías, pues las luces del sótano y los accesos de emergencia se apagan durante la noche; vas a la parte donde se encuentran las herramientas y tomas un par de ellas, para cambiarlas, te quedas en penumbras, apenas con la pequeña luz que emana de la lámpara de emergencia a unos cuantos metros de ti. Debajo de ella hay una puerta que nunca habías visto “Artículos de Devolución”. Después de cambiar las pilas intentas abrir con la llave maestra (la que abre todas las puertas del sótano), pero ni siquiera entra por el cerrojo. Le das un pequeño empujón a la puerta que se abre mientras emite un rechinido de película barata de terror.
Entras, iluminas con la linterna y encuentras una estructura enorme de televisores, unos encima de otros, tantos que forman una pirámide casi perfecta. De pronto te llega la manía que tenías de niño y que aún conservas: alumbras y comienzas a contar: treinta y tres, cuarenta y nueve, setenta y siete, son tantos, que al pasar a la parte trasera de la pirámide, pierdes la cuenta. Todos ellos son iguales, el mismo modelo: el cubo de color azulado, el marco de la pantalla y la caja trasera color rosa; al frente sólo hay una perilla azulada y un botón triangular rosa.
No te explicas de dónde han salido tantos televisores, todos iguales; haces suposiciones y concluyes que se trata de un modelo que salió defectuoso y que, por tanto, devolvieron todos. Alumbras alrededor y descubres unos toneles vacíos, los tomas y formas una torre por donde subes y tomas uno de la punta, lo haces con mucho cuidado para no derribar la estructura televisiva.
            Ya de vuelta en la cabina de seguridad, pones el viejo artefacto blanco y negro en la parte trasera de la cabina, junto a tu mochila. Colocas el nuevo de color azulado junto a los interruptores de energía; lo conectas y buscas cómo encenderlo, sólo hay un botón triangular color rosa y una perilla azulada,  presionas el extraña botón triangular rosa y el aparato se enciende. Arrellanado en tu sillón favorito, giras la perilla, intentas cambiar de canal pero sólo se ve uno, en todos los canales la misma imagen, no importa el número que acciones, siempre la misma imagen, presionas el botón triangular rosa y enciendes y apagas el televisor, pero siempre es igual. Concluyes que esa es la razón por la que los devolvieron, ni modo de ver siempre el mismo canal; decides que lo vas a regresar en el rondín de las cuatro de la mañana.
Tomas de tu mochila el sándwich y la Coca Cola que traías. Sentado frente al televisor, ves ese único canal. Ahí, con una luz tenue ámbar, unos dedos de pie se mueven, la imagen los sigue una a uno, se aleja un poco y ves el pie completo, luego los tobillos  delgados, finos, evidentemente de una mujer. Después la pantorrilla, la piel es extremadamente blanca, incluso algunas venas se perciben. Todo sucede como una especie de cámara objetiva, es decir, ves a través de la pantalla lo que ven los ojos de algún personaje. Se escucha una melodía dócil en el fondo, aparece una mano de hombre, que seguramente es de dicho personaje que mira, tiene un par de anillos en los dedos. Toca la rodilla con delicadeza, sube por el muslo desnudo; luego un movimiento un tanto brusco lleva la imagen hasta el cuello de la dama, cabellos negros, largos y rizados caen. Las manos del hombre hacen a un lado los rizos y acarician el cuello. Los dedos bajan con lentitud hasta llegar al camino que se forma entre seno y seno, de ahí, a uno de ellos, mediano y con el pezón pequeño y erecto, pequeños bellitos dorados y erizados a su alrededor. El pulgar de la mano toca el pezón rosado y lo aprieta suavemente con el índice, se escucha un tierno y suave gemido; luego la otra mano ejecuta la misma acción sobre el otro seno. Una de las manos baja hasta el ombligo donde hay un percing con una bolita de plástico en el centro, adentro, un dibujo del Capitán Cabernícola. Luego un camino de vellitos de oro que llegan al extremo superior del pubis, donde una pila de vellos negros se yerguen. Una bella estampa aquella, perfectamente depilada de los lados, formando un rectángulo exacto que culmina en los labios medianos y extraordinariamente rosados. Un dedo los acaricia suavemente, del interior sale un suave líquido transparente. Con suave fricción los labios se separan, el dedo fricciona el pequeño clítoris con rapidez pero sin brusquedad. La otra mano nuevamente hace su aparición, el dedo índice toca el líquido transparente, que se pega y escurre hasta el culo, donde el dedo gira una y otra vez, mientras los gemidos suben de tono, hasta dilatarlo un poco. Las manos toman la cadera de aquella mujer y la voltean sobre las sábanas blancas; unas nalgas no muy grandes pero perfectamente redondas se levantan como dos bolas de helado de vainilla. La espalda larga y con algunas pecas culmina en la cintura reducida, y luego, en el extremo de la línea divisoria de las nalgas hay un pequeño agujero, como el de los aretes de los oídos, o mejor aún, como el de los aretes en la nariz pues en ellos se ve la entrada pero no se sabe muy bien a dónde llega. Crees, entonces, reconocer esas nalgas, sobre todo por el agujero al extremo, se parecen a las de Adriana, tu novia, el lunar con forma de luna en la nalga izquierda lo reconfirman. Después con rapidez un pene mediano, circuncidado y con la cabeza rozada, aparece en escena, se introduce entre las dos grandes bolas de nieve de vainilla, la mujer entonces emite un gemido largo y profundo.
            Piensas que se trata de una equivocación, pero la voz es inconfundible, grave, como la de Adriana, el amor de tu vida; peor aún, la escuchas decir: “¡Sí, cachorrito, sí!” justo como te dice  a ti cuando hacen el amor. Te preguntas si tu mujer, tu novia, la que te enseñó el valor de la confianza y la lealtad, puede ser una actriz de una película porno.
Giras la perilla bruscamente, pero la imagen no cambia, es la misma en todos los canales, Adriana montada por alguien y en gozoso movimiento. Después de cavilar profundamente, supones que el televisor es quizá un artefacto que permite ver a las personas su pasado, o su futuro y tal vez, ese hombre, que ahora introduce una y otra vez su miembro en tu mujer, eres tú, pero en el futuro porque tú nunca lo has hecho así. De pronto la imagen sube desde las nalgas, por su espalda, su cabeza que ahora gira y ahí está, descubres que, en efecto, se trata de Adriana que pide a gritos: ¡Más!, ¡Más! La imagen sube, por la pared, que te es de sobra conocida, pues es la habitación de ella. Piensas que el televisor sí muestra el futuro, que tal vez más tarde estarás ahí, en dicha escena; sin embargo, cuando la imagen gira hacia el lado derecho, descubres reflejado en el enorme espejo, arriba de la cómoda, que el hombre que hace gritar a tu novia, el hombre que tiene empotrada a Adriana es don Manuel, tu suegro, el padre de Adriana.
La cámara objetiva ya no lo es más. En escena, ves a los dos: padre e hija, jinete y yegua, en plena carrera rumbo al punto de origen, punto que comienza a llegar con un grito arrollador de don Manuel, seguido por gemidos devoradores de bocanadas de aire de su hija.

Por fin, estás ahí, empujas la puerta que está en el patio trasero de la casa, entras por la cocina, subes al segundo piso, escalón tras escalón, puñalada tras puñalada en tu hígado; cada gemido de Adriana es una lágrima de cáustico veneno que corre por tus entrañas. Al terminar las escaleras, hiere en tu cara el rayo de luz ámbar proveniente de la habitación de tu novia. Ya en el umbral de la puerta lo ves con tus propios ojos: Adriana, la mujer de tu vida, la de ojos azules que conquistaban todo, está ahí, desnuda, hincada en cuatro extremidades, recibiendo los embates de su propio padre. No han notado tu presencia, estás impávido, una centella helada corroe tu espina dorsal, desenfundas la pistola, quitas el seguro, escuchas los gritos de éxtasis del padre y la hija, apuntas y disparas, la espalda de don Manuel recibe tres impactos de bala. El sudor corre por tu frente, la sangre chorrea por los orificios, el semen escurre por las piernas de la impávida Adriana. Tu mano tiembla, colocas la pistola en tu boca, tu dedo tirita en el gatillo, estás a punto de jalarlo; el extraño botón triangular es agresivamente apretado, tu alma rehíla y, providencialmente, el televisores apagado.