domingo, 31 de julio de 2016

Ikram Antaki: una dama de academia entre el desencanto de las utopías y neoartificios conceptuosos de una época en que se nos precipitó el mundo*

Francisco Hernández Echeverría


En algún punto perdido del Universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquel el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal.

Ikram Antaki


1. Introducción.


Fuente de imagen:
http://www.espacio4.com/home/ver_articulo.php?id=345
Tiene razón Heriberto Yépez en decir que el gremio intelectual oficial ha forjado cierta mitología, cuando afirma que la intelectualidad del país proviene principalmente de la estética, es decir, de escritores, pintores y creadores. Y aunque, ciertamente literatos o artistas como los Contemporáneos, Reyes, Rivera, Paz, Fuentes o Monsiváis instalaron su preeminencia en las letras y el arte por encima de otras disciplinas durante la primera mitad del siglo XX, fue la inercia la que conservó su privilegio sobre las generaciones posteriores (Yépez, 2011: 12).
Ciertamente, tal fue el ímpetu de dicha inercia que muchas disciplinas fueron segregadas por los intelectuales literarios por considerarlas puramente “académicas”, entre ellas, la Antropología, una disciplina que desde las últimas décadas del siglo XX —según Yépez—  ha logrado superar en calidad, relevancia cultural e innovación a las letras mexicanas y al arte, inclusive, tiene una tradición más antigua y fuerte que la literaria, logrando posicionarse como “la rama intelectual primordial de este país”.
Tal vez esta última consideración de Yépez se nos antoje exagerada, porque se corre el riesgo, ahora, de postergar la literatura y no reconocer que también ha formado parte de los procesos de configuración intelectual, artística y cultural del país. Conviene más bien pensar que la influencia del contexto ha sido un factor determinante, pues tanto el academicismo como la creación, han tenido sus momentos históricos preclaros, aunque cabe reconocer que debido a la coyuntura presente —que ya tendríamos que pensar en superarla— se ha privilegiado más la orientación estética; pero volvemos a repetir, quizá se deba al factor contexto.
Con base en estas razones, es necesario reconocer que dentro de los estudios antropológicos y etnográficos han brillado con luz radiante legiones de investigadores como Sahagún, Caso, López Austin, León Portilla, Johansson, entre otros; y para el tema que hoy nos convoca nos ocuparemos de la inolvidable Ikram Antaki, antropóloga, filósofa, lingüista y poetiza que supo compartir de la manera más generosa el conocimiento recibido, utilizando como medios magistrales la docencia, el ensayo, el periodismo y programas de radio y televisión.
Su pensamiento y puntos de vista acérrimamente conservadores, clásicos, llenos de particularidad —aunque muy bien sustentados en la mayoría de los casos— dentro de un mundo denominado multipolar, relativista por estar desencantado de las utopías y por lo tanto constructor de neoartificios conceptuosos, terminarían por incomodar al sector oficialista de la intelectualidad del país, tanto de derecha como de izquierda, cuya respuesta ha sido catalogarla como simple divulgadora cultural, desatendiendo completamente que, independientemente de estar o no de acuerdo con sus ideas, "defenderíamos —como decía Voltaire— su sagrado derecho a expresarlas”.


2. Frente a una identidad que nos hace sentir que algo falta.


La asombrosa capacidad de organización y constante disciplina, hizo que Ikram Antaki configurara un selecto compendio de sabiduría ancestral siria, alejandrina, grecolatina y occidental. Tal es la tesitura de su obra, que una ocasión, antes de entrar al aire en alguno de sus programas de radio, preguntó si era necesario bajar el nivel del programa, supuestamente para ser entendido por más personas; la respuesta fue un rotundo NO: “debería mantener su nivel y, de ser posible, aumentarlo. Esto era posible por la capacidad de elaboración y presentación de los materiales de la filósofa: siempre con afán de universalización, con idea de cumplir su función de divulgación y con la mayor claridad posible. Siempre pensando en sus diversos oyentes que van (en orden de abajo hacia arriba) desde intelectuales hasta amas de casa” (en http://libreriavirtual.tripod.com/manual.htm).
Evidentemente el reto de Antaki era la búsqueda persistente de un estilo claro en el lenguaje, capaz de exponer impecables argumentaciones universalistas frente al enérgico cuestionamiento que la postmodernidad o la tardomodernidad ejercía sobre los diversos saberes heredados del espíritu humano.
En el campo de la filosofía la escritora hace una tajante acotación: “Cada quien escoge donde quiere ubicarse: en la tranquilidad del borrego o en la madeja de preguntas de su dignidad de hombre”; quien han optado por lo segundo recibe el nombre de filósofo o “profesional de la inteligencia” cuya tarea vital es superar el divorcio entre la ciencia y las humanidades —separación que surge en el Renacimiento, llega a su culmen en el siglo XIX y últimamente es muy amparada en la escuela norteamericana—, de lo contrario, su desarrollo profesional será muy pobre, pues tradicionalmente un filósofo era también médico,, físico, astrónomo, jurista o ingeniero:

[…] si pensamos un poco más, nos damos cuenta que la gran filosofía no se hace en los gabinetes filosóficos; hoy la gran filosofía se hace en los laboratorios que trabajan genética, en los observatorios que estudian el cielo; es decir, los astrofísicos. Los que estudian filosofía, si bien les va, se transforman en maestros de filosofía, no más; no son filósofos. La gran pregunta sobre el mundo no la hacen los filósofos, la hacen los científicos (Antaki, 2001: 195).

Véase por ejemplo el caso de Stephen Hawkings y Leonard Mlodinow, quienes ante preguntas como ¿de dónde proviene todo? y ¿cómo es la realidad?, aseguran de manera contundente que la filosofía ha muerto porque “no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física” (Hawkings y Mlodinow, 2010). Así que el filósofo debe retornar al origen, cuando tenían conocimiento amplio de las cosas, tal como lo vemos en muchos nombres que ilustran la historia.
            Para Antaki, el ejercicio de la Razón es una exigencia diaria, pero sin caer en una posición radical, ya que también “la vida no se hace por simple voluntad y decisiones. Se hace a menudo por azares”. En este sentido, la doctora coincide con la perspectiva de Mauricio Beuchot (2010) cuando afirma que “la razón y la intuición deben ir de la mano; ni recargarse tanto a la razón dejando fuera al azar o a la intuición, ni tampoco apostar a que todo es azar so pena de estar falto de argumentos razonables. Ambas posiciones extremas no nos llevan a ninguna parte y no nos sirven de gran cosa”.
            A nivel epistemológico Antaki esboza algo revelador: “en algún punto perdido del Universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquel el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal” (en Hernández Ceballos, 2007).
En efecto, es el instante donde a través de la palabra crea el artificio de la episteme ceñida en un concepto capaz de convertir al mismo hombre en víctima de su propio discurso, en víctima de su propia palabra, de su propia episteme, en ser lo que piensa que es (Óclesis, 2004), piedra angular desde donde la humanidad construirá lo que entendemos como “cultura”: “todo aquello que no le es dado al hombre por naturaleza, a saber, todo lo que tiene que implementar para adaptarse a ese medio ambiente natural que lo rodea. Así, la cultura es el ámbito de lo artificial, y es artificio desde los instrumentos más básicos hasta las instituciones más complejas” (Mosterín, 1991): vivir en grupos, en comunidades, el Estado, la razón, la religión, la política, la democracia, la ciudadanía y la paz.
Pasando ahora al rubro de la historia, Antaki plantea que su motor es la frivolidad, pero una frivolidad con diferente  sentido al que generalmente pensamos. Así lo plantea en la entrevista que le hiciera Luis Montes de Oca (1998):

La idea [de que el motor de la historia es la frivolidad] se me ocurrió de una forma accidental. Estaba en París, veía la televisión; pasaban esa tarde una serie que se llamaba “La mujer del diablo” y hablaban de Jenny Marx, la esposa de Marx. En el capítulo que veía en ese momento, aparecía el período en que estaban exiliados Jenny y Marx; se le muere el hijo recién nacido. Jenny, que es de familia como Dios manda, rica; reducida a la miseria por la vida que llevaba Marx está obligada a vender su platería o no sé qué para poder comprar la caja para poner al bebé. Es decir, un momento de tragedia absoluta. Yo no creo que haya en la vida de un ser humano peor tragedia que la muerte de un hijo, peor que la muerte de uno es la muerte de un hijo. Se encuentran Marx y Engels quien le empieza a decirle que qué terrible lo que pasó, que no sé qué, y Marx le dice: sí, sí está muy mal y no sé qué; Engels le dice entonces: Y por qué no buscas trabajo para ayudar a tu familia, y Marx le responde que acaba de mandar una petición de trabajo a la Comisión de Luz, de trenes, de agua, pero le contestaron que no, o lo que sea; pero dejemos estas cosas —replica Marx—, escribí estas páginas anoche, déjame leértelas.
Es decir —continúa platicando Ikram Antaki— el que no estaba haciendo relación con la tragedia, el que estaba haciendo prueba de la más absoluta frivolidad, insensibilidad, alejamiento era Marx. Jenny estaba hundida en la tragedia y, sin embargo, el que hizo obra fue Marx. ¿Cuándo se hace obra?... Cuando se sale de la vida. En ese momento me di cuenta por qué los hombres hacen obra y no las mujeres. Las mujeres se quedan hundidas en la vida. Primero porque les dijeron que hay que estar hundidas en la vida. Segundo... ¡no! Primero lo biológico, segundo les han dicho. Primero, lo biológico. Tú puedes no ocuparte de tu hijo, yo no puedo no ocuparme de mi hijo o, si tú no te ocupas de tu hijo, él puede sobrevivir. Yo, si no me ocupo de mi hijo, no puede sobrevivir. Entonces hay una frivolidad biológica. Luego hay el paso de la historia, la presión de la sociedad y... Todo lo que se agrega a la biología y hace que los hombres sean los que hacen obra y no las mujeres. Es decir, el cuento de que hubo grandes pintoras, grandes escritoras, grandes... todo. Pero por qué no nos hablaron de ellas, es una mentira. Tomas una pareja que estaba exactamente en el mismo nivel: dos filósofos, los mejores espíritus de su tiempo, siglo XII, Abelardo y Eloísa. Los dos vivieron la tragedia, los dos amaron, los dos fueron impedidos de amar, pero él siguió haciendo obra y ella no.

– ¿Por qué Ikram cuando escribes esta parte de la vida de Marx en tu libro El Espíritu de Córdoba, no lo marcas como Marx sino como...

– Como algo general —interrumpe Ikram.
– ¿Como un ser cualquiera?

– Lo que sea, lo que sea. Sí, por supuesto, estaba hablando de Maimónides y Averroes y no puedo "enchufar" a Marx, del siglo XIX. Este es un acomodo literario, perdonable, no es necesario que sea Marx más que en ese sentido, te lo estoy contando para explicarte cómo llegué a esa idea, pero no tiene la más mínima importancia porque puedes poner en lugar del nombre de Marx cualquier otro nombre: André Malraux, Clara a su lado...
Clara fue una gran mujer, intelectual, culta... todo lo que quieras. No hay obra por un lado, hay obra por el otro. Sistemáticamente, el que logra zafarse de la vida (y la vida es tragedia), es el que hace obra. Y digo en ese fragmento al cual tú te refieres: en plena guerra, entre los muertos alrededor tuyo, te pones a escribir un poema. Bueno, qué tanta insensibilidad debe tener uno para ponerse esos menesteres, cuando lo que la ética dice es que dejes todo y auxilies o llores incluso, es válida la tragedia aquí. Cuando te zafas, ya tomaste posición como ser frívolo. Como ves, no es el asunto de la frivolidad en el sentido barato, es otra cosa; es otro nivel del pensamiento.

        ¿Abstracción?

– Aún no termino, perdóname. No se trata solamente de hacer obra, se trata de todo lo que “marca”, a nivel histórico. Toma el poder. El asunto del poder no es ocuparse de cada quien, es administrar la generalidad. Un gran hombre de Estado no es el bondadoso cura que dio su vida a todos los que tienen lepra o peste, o están sin familia, o son pobres, y éste trata de resolver las tragedias de cada quien día a día. No, el hombre de Estado no se ocupa de esto; si se ocupara de ello no sería hombre de Estado, sería un santo y los hombres de Estado no son santos. Los hombres de Estado se destacan de la realidad.

La larga cita vale la pena porque nos conecta con las ideas que Antaki tenía con respecto al mundo de la política, expuestas de manera sintética en su Manual del ciudadano contemporáneo. Aquí la doctora narra que la humanidad después de decidir vivir en grupos, en comunidades, seguía teniendo el problema de no ser capaz de dominar sus instintos, principalmente aquel de dar muerte a hombres por otros hombres, por lo que tiene que inventar la razón, la política, la democracia, la ciudadanía y la paz, en pocas palabras, vivir en Polis, para contrarrestar ese estado natural, salvaje y caótico que siempre ha acompañado a la humanidad. De ahí que la paz sea en cierto sentido una etapa social “rara”, fuera de lo normal, pero tan deseada precisamente porque es efímera, como lo bello. Como podemos observare, nuevamente creación de artificios.
            Ahora bien pese a que la Polis se toma como sinónimo de ciudad-estado, es decir un Estado autónomo constituido por una ciudad y un pequeño territorio, técnicamente no son lo mismo. La palabra “polis” también significa “comunidad” y —más específicamente— un “modo de vida”, al cual están vinculados aspectos como la religión (cada polis tenía sus propios dioses) y la educación (cada polis tenía su calendario, su moneda, su gobierno y se cree que hasta su sistema de medida), es decir, un concepto muy distinto que el de “ciudad-estado”, que sólo remite a una estructura de orden político-económico. Las distingue la misma “diferencia” que existe, por ejemplo, entre lo social y cultural (la polis) y lo institucional (la ciudad-estado). Así que tomando el vocablo institucionalmente, nuestra autora considera que el Estado tiene miedo de aplicar la ley porque teme ser un Estado represivo y al hacerlo nos enseña que las acciones no tienen consecuencias, que los derechos no vienen con responsabilidades, que no existe ningún contrato social, que impera la ley de la selva.
            Esta será la razón por la cual “se acabo el Estado-padre y solo quedan estados-madres que no amenazan a nadie, sino que seducen y amamantan; un sistema de matriarcado en política, ejercido por hombres que se comportan como nanas, que han sido escogidos por sus capacidades lecheras, sus pechos simbólicos” (Antaki, 2000). Dicha deformación he hecho que civilizaciones bien apuntaladas se hayan derrumbado: “El envejecimiento no es más que el triunfo parasitario del tejido conjuntivo y de los fagocitos, sobre todos los demás; es decir: el triunfo de los bárbaros. Esta es la historia de las civilizaciones que mueren para dejar lugar a los bárbaros creadores de otras civilizaciones. El problema es que, mientras se pulen y las crean, pasa un tiempo inmenso, que acumula los crímenes, las destrucciones y los sufrimientos” (Ibíd.).
En el plano religioso, Antaki más que creyente, se consideraba “dudante”, pues es cualidad racional poner todo bajo la luz del escepticismo y la razón. Sin embargo como “la ciencia no basta porque hay más angustia en esta tierra que todo lo que pueden contener sus leyes y sus matemáticas, ahí es donde cabe el sentimiento religioso” (Antaki en programa de radio El Ágora).

En relación con los problemas del espíritu todo se acepta. Aventúrense cuanto puedan. Pero no se aventuren en experiencias de los hombres porque los harán sufrir […] Somos el único animal que no soporta la idea de la senectud. A los animales no humanos les duele la muerte de los suyos, lo hemos visto con los perros, los elefantes, con todos los animales. Pero ellos no inventaron religiones, es decir, la idea de una vida después, la esperanza de una vida eterna. Los humanos no aguantamos la senectud, es por eso que inventamos las religiones, los dioses y el mundo después de la muerte. Somos un animal trágico que no soporta su situación (Antaki, 2001: 203).

No obstante, “en la necesidad de la trascendencia, los no creyentes no estamos obligados a la fe, pero si a la comprensión y a la composición, esta es una obligación para ambos, creyentes y no creyentes, depende de la moral no depende de la religión, un  científico sin comprensión y sin compasión sería un monstruo” (Antaki en programa de radio El Ágora).
            Preocupada por las actitudes y conductas del ser humano, la Antaki antropóloga sigue las huellas foucaultianas del papel constructivo que ha desempeñado la identidad en el saber de la cultura occidental (Véase Foucault, 2008), para interpolarlo al caso del mexicano y lo mexicano, no para mostrarnos la aséptica cara de ese México multiétnico, multilingüe, multiprotocolar, multipatrimonial, sino para exponernos la tragedia de una identidad dañada, producto de aquel violento “integracionismo” que intentaron las élites pasadas (y presentes, aunque en menor medida ahora). Esto explica la enorme cantidad de hijos “despadrados” o con paternajes sumamente precarios (por ausencia), con madres que no podían asumirse plenamente como concubinas (a diferencia de, por ejemplo, las amantes europeas) dejando un déficit crónico en la formación de códigos morales e intelectuales que consintieron por largo tiempo la formación de una cultura “anti-aristotélica” en nuestro país: Aristóteles fue desterrado de México (Antaki, 1996). Tal vez aquí se encuentre la explicación a nuestra habitual lógica tercermundista, cuartomundista y atrasada en todos los sentidos, nuestro desamor por la verdad y el conocimiento, preferir el “cantifleo” a la exactitud y el rigor en la argumentación.
            A la larga estas meditaciones le acarrearían a la estudiosa el calificativo de severa, exagerada y obsesiva mujer “que rebaja al mexicano a un subtipo en el límite de lo humano, con una incapacidad congénita para el pensamiento aristotélico”. Sin embargo la intención de Antaki será tener un punto de apoyo para comprender y combatir el equivoco e infértil “mito redentor” de mexicanos luchadores incomprendidos, por medio del cual queremos explicar o justificar todos nuestros fenómenos por medio de las derrotas, sin saber que los fenómenos eran anteriores a las mismas derrotas (Antaki en Montes de Oca, 1998). Por eso debemos echar marcha atrás, no para refugiarnos sino para buscar en la tumba antigua, el mito, pues “cada civilización encuentra su identidad cuando un gran poeta compone su mito fundador; y cuando en una sociedad, una censura borra una parte de la memoria, hay crisis” (Antaki, 2001: 196).

Yo creo que por ahí debemos buscar porque tenemos algunos códigos, cánones que todo el mundo sigue, pero que ya empiezan a ser movidos. Se supone que el momento fundamental, el acto fundador es la conquista: los buenos, los malos, los derrotados, los vencedores y... No es exactamente así, no funcionan las cosas así. Apenas están empezando a decir que algo en esta creencia canónica no es cierto. Hace unos meses escuché a Luis González de Alba, decir: “no era posible que algunos pocos cientos de españoles, incluso con caballos y cañones, les ganaran a varias decenas de miles de indígenas. No es posible, lógicamente. A menos de que la mayoría de los pueblos indígenas o gran parte de ellos, se aliaran con los españoles y no solamente los tlaxcaltecas, sino la mayoría de ellos se aliaran con los españoles en contra del pueblo que los sojuzgaba, que eran los aztecas”.
Es decir, la famosa derrota no ha sido la derrota, era la victoria de indígenas y españoles en contra de los aztecas detestados, y la Malinche no era ninguna Malinche, sino una pobre chica esclava que se alió y agradeció y colaboró con su libertador, en contra de aquel que la había esclavizado.
Es decir, nuestro acto fundador, como historia, es una mentira. Es parte de la historia paralela. Quizá fue este el acto fundador, no de la historia, sino de la realidad paralela. Empezamos con actos fundadores mentirosos y sobre esto se construyeron cinco siglos ¡Qué bonito! Y esto es lo que le enseñamos a la gente y seguimos enseñándole (Antaki en Montes de Oca, 1998).

Esta cita es reveladora, pues efectivamente a partir de un simplísimo y poderosísimo mito, todos los mexicanos guardamos la esperanza de que volveremos a la libertad original, a nuestra primitiva pureza, a una edad de oro de la que fuimos arrancados y a la que anhelamos volver el Día de días (Véase Paz, 1992). Pero esto es exagerar es hacer de México un país-mito y no un país real, capaz de aceptar que su verdadera identidad “es el resultado de la mezcla de nuestra historia con otras; por un lado lo que recibimos y por otro nuestra propia obra” (Celorio, 2010).
            Entonces se necesita de la mesura, del equilibrio, de la prudencia, tal como a continuación lo plantea la filósofa:

Toda la historia de los hombres ha sido de esto, una búsqueda de las medidas y los equilibrios, en el momento en que ceden ocurren grandes rupturas en la historia. No puedes negar la capa arcaica. Todos los pueblos tienen su capa arcaica, ni siquiera es deseable que se niegue. Los mitos cuando se niegan, vuelven a surgir con una fuerza insospechada. Todo lo que es arcaico en nosotros está aquí por debajo de nuestra modernidad. En el mismo hombre que maneja una computadora, vive en Polanco, viaja dos veces al año; en este mismo hombre está la capa arcaica, no sólo entre el país del siglo XII y el del siglo XXI. En uno mismo caben los dos: el siglo XXI y el siglo XII. No es ni siquiera deseable, repito, que se resuelva esta paradoja... la mesura se establece finalmente por la necesidad. Las épocas en las que se hace historia normal, es decir la secuencia diaria de la vida, son épocas de mesura. En el momento en que gana uno de los dos, sea la capa absolutamente arcaica, sea la capa de arriba, la que rechaza el arcaísmo, hay grandes rupturas de la historia. Ejemplo: 1935 Alemania, el pueblo más culto, el más científico, el más artista de Europa. Gana la capa arcaica (con pretensiones de modernidad). Resultado: el racismo triunfa; resultado: la segunda guerra mundial. Sí, estas son las grandes épocas de ruptura. Es decir, tragedias terribles. Algo de eso hay en el aire. La actitud ética de un hombre que ama a su país, es tratar de establecer la mesura. La gente ya lincha gente. Esas son rupturas que se generalizan, yo no sé quien las va a parar ¿Qué haces con eso? Cuando vuelves a lo más animal en nosotros, cuando la reacción es nada más que grandes iras (en Montes de Oca, 1998).

Según Antaki, si nos comparamos con los educados en el Viejo Mundo que hablan más de civilización, aquí hablamos más de cultura.

Civilización es lo que queda cuando se hace la evaluación entre pasado, presente y opción al futuro… se le quitan los aprendizajes a un niño, se le agrega el sentimiento de responsabilidad hacia el futuro, es decir, la generación, la actitud generacional y se dice: “ésta es mi construcción” y eso es lo que se convierte en Civilización [el sentido de la historia]. Las razas, lo que estudian los antropólogos, los diferentes tipos de vestimentas de las tribus mexicanas, sus costumbres, su música, sus tradiciones [las diferentes comidas regionales y las fiestas], eso es Cultura […] El sentido de la historia es Civilización, la finura humana es Civilización [lo demás] es Cultura. Hoy está ganando el lado del mundo de las culturas, no el lado que habla de civilización; por eso la frivolidad conceptual de los que hablan y confunden los dos conceptos. Dudo mucho que los profesores de “humanidad” le vayan a enseñar [tanto a los alumnos de humanidades como de otras profesiones] cómo ser hombres más completos, si no saben manejar estos conceptos […] Lo único que van a lograr es aburrir [a los alumnos] si no aprenden a ubicarse en el pensamiento (Antaki, 2001: 204).

Ante este panorama, es necesario regresar a la civilidad, retomar nuevamente los hábitos de la urbanidad y el civismo, pues es el colmo que llevamos años repitiendo como loros la famosa frase de Juárez “El respeto al derecho ajeno es la paz”, pero no la hemos entendido. Nos seguimos parando en doble fila, nos pasamos el semáforo en amarillo, repetimos chismes sin fundamento por divertirnos y los medios de comunicación aprovechan muy bien estas tendencias para enajenar a todo un pueblo (véase como ejemplo los programas “Ventaneando”, “La Oreja”, o los Talking Shows). Y será gracias a estos equívocos que tenemos la impresión de estar viviendo nuevos tiempos de mentira: “en México vivimos en un universo donde nada garantiza la primacía de la verdad en relación con la mentira. Mentimos sin cesar. Esta pérdida de noción entre lo verdadero y lo falso la encontramos no sólo en los cuadros, en los alebrijes, sino en la vida real, en la prensa, en la política y en la justicia […] El pueblo de México es un país que vive dentro de una relación con la realidad que no es absolutamente verídica” (Antaki, 2001); quizá sea esta la razón por la que nuestra literatura se ha regocijado en el campo de “lo real fantástico” o “lo real maravilloso”.
            No obstante la doctora reconoce que la mentira no es tan nueva, ni tampoco exclusiva del pueblo mexicano: todos los países mienten, sobre todo los que tienen mayor producción literaria, sin embargo en todos ellos la mentira se deja para el campo artístico dejando intacto el contrato social necesario para que el Estado funcione correctamente. En cambio en México la mentira, la manipulación, la exageración, son parte de nuestro discurso diario, son parte de nuestra cotidianidad, tanto por parte de los políticos como del pueblo en general. Por eso los políticos pueden mentirnos tan descaradamente, porque hablan como nosotros, son como nosotros, elegimos no a los mejores de entre la chusma, sino a quienes más se nos parecen. Es más, el robo al erario público por parte de la clase política no es tampoco un hábito exclusivamente nuestro, lógicamente que meten mano a las arcas, pero con la diferencia quizás de que primero trabajan y ven como mejorar el país y ya de salida roban algo, pero aquí roban de entrada a salida y que el servicio al pueblo salga como pueda (citado por un bloguero).
Antaki comenta que en México existen dos actores que trabajan simultáneamente como no se ha visto en otros países: la justicia y los medios de comunicación. “Este país es extraño: las mismas leyes de la naturaleza parecen estar revertidas [...] Los mexicanos no son pobres. Con una tierra como ésta, nadie es pobre. Su particularidad ha sido inventar la injusticia antes que la pobreza [...]”, por eso en México una de las instituciones sagradas es la justicia, a la sazón, “es hipócrita hablar de acabar con la injusticia. Lo único que podemos hacer es hablar de equidad: dar las posibilidades para que los hombres hagan las cosas si es que pueden hacer las cosas” (Antaki, 1996). En cuanto a los medios de comunicación, considera que por desgracia “nada pasa si no pasa por los medios (de comunicación)”. Pero cuando la justicia se colude con los medios de comunicación se convierte en un actor político que se proyecta hacia la popularidad y la opinión pública haciendo que la mentira sea más cómoda si se vuelve popular.
            Es curioso en Antaki el desprecio que siempre mostró hacia la izquierda, principalmente contra la figura de Andrés Manuel López Obrador cuando éste jugaba las elecciones para la jefatura de Gobierno del Distrito Federal en el 2000, donde según la escritora, los plebiscitos son un invento del fascismo para justificar el uso de la fuerza y la rebelión por sobre la razón, las leyes del Estado y de la política.

¿Acaso se dan cuenta los habitantes del DF de lo que va a ser su vida durante los próximos tres o seis años? ¿Acaso tienen idea del infierno que podría ser? Quien los va a gobernar no es James Dean, sino un provinciano ignorante, violento y fanático. El referendo fue históricamente el arma de los fascistas; a los demócratas les basta con la aplicación del derecho. El referendo que daba el apoyo inicial al candidato del PRD estaba destinado a amedrentar a los jueces, es la dictadura, el terror del número ante cualquier circunstancia. La ley de la selva no es la ley; un grupo de depredadores que deciden comerse al individuo débil y sólo no necesita de la ley, les basta con la fuerza. Estas son las relaciones de fuerza del universo pre-legal, y estas son las relaciones que nos esperan bajo el próximo gobierno perredista. Cárdenas tenía las limitaciones que le imponía el sueño presidencial: Andrés Manuel López Obrador no tendrá límites. No será el valiente educador que se opondrá al pueblo si el pueblo yerra; para él, el pueblo tiene la razón simplemente porque es pueblo, y diez tendrán necesariamente más razón que dos o uno […].
El que empieza su reino violando la ley que regía este reino, no será un gobernante legal; será un golpista. ¿Por qué es que el DF insiste en darse este tipo de gobierno? El mito de un DF culto y politizado, en comparación con un campo ignorante y controlado por el PRI, es una de las grandes mentiras políticas que vivimos. Existe algo peor que la ignorancia y es el saber poco. El ignorante generalmente se sabe ignorante; el que sabe poco cree que sabe, y su prepotencia lo lleva a cometer todos los errores. Esta ignorancia que se esconde detrás de los temas del Fobaproa y demás retórica demagógica le hace creer que sabe más y mejor que el campesino que piensa y vota de manera diferente a la suya.
[…] Estamos llegando a los tiempos fanáticos e inseguros; no es este el cambio con el cual soñábamos. Este cambio no es un paso adelante; es un retroceso. Esa atmósfera de intolerancia y de odio, de envidia, de maledicencia y de condena, no es una alternancia normal. Nuestra izquierda no es el PSOE; ignora, desprecia y viola la ley, además de considerarla como un instrumento de burguesía.

La dura crítica antakiana colocaba a López Obrador como líder mesiánico, producto de ese mito redentor analizado precedentemente: “Es paradigmática la necesidad de la izquierda por deificar a figuras paternas, ya sean represivas, tolerantes o mitológicas”. Asimismo, y causa de escándalo mayor entre el gremio de la izquierda fue su escepticismo con respecto al movimiento estudiantil de 1968, pues al igual que algunos recientes analistas políticos, Antaki considera que dicho movimiento está más lleno de mitos que de realidades, o en su defecto, muy abrigado de “pulsiones sacrificiales de ese México profundo”, pulsiones políticamente correctas, como el de considerar exageradamente al movimiento como “parteaguas” democrático: “después de la represión se interpretó que la transición hacia la democracia era producto del 68” (Cota Meza, 2010: 15). Además la célebre doctora ha sido de las pocas en destapar que “el detonador del movimiento de mayo del 68 francés [alentador de los demás movimientos estudiantiles] no fue el ideal de justicia, sino la excitación sexual”. Los chicos no tenían derecho de quedarse en los dormitorios de las chicas después de las diez de la noche. Por esta razón nos pusimos a hablar de cambiar el mundo” (Antaki, 2000).
            Siguiendo esta lógica, la antropóloga resistió tenazmente caer en la tentación de idolatrar al subcomandante Marcos durante el movimiento popular zapatista, de reconocer que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tuvo cosas buenas y que el gremio de intelectuales oficiales del país no eran más que “los terroristas de México”.


3. De cara a una época en que se nos precipitó el mundo.

Ahora bien, ante la vorágine de la postmodernidad la filósofa no pudo quedarse callada y también arremetió contra ella con sus particulares críticas. Para Antaki, el hombre de la vuelta del milenio de pronto se topó con un mundo de tal complejidad que le hizo sentirse dentro de una época en que se le precipitaba el mismo, haciéndolo incapaz de predecir algún futuro, debido a que la previsión de los hechos futuros depende de factores múltiples y complejos. Por eso analizarlos hoy es una tarea que se encuentra muy por encima de la capacidad del espíritu humano. Es más, aunque la prospectiva se ha convertido en una actividad profesional, en la cual se utilizan métodos científicos afinados por las matemáticas, las mismas ciencias exactas se han quedado impávidas ante un mundo duro, imprevisible y, quizás, absurdo (Antaki, 2001b: 111-115).
Puesto que cada siglo reinterpreta el pasado y cada generación proyecta su visión del futuro, hoy por hoy, nos es imposible prever y predecir los cambios sociales en el futuro, aunque paradójicamente contemos con tantos medios para “predecir”. Entonces, Antaki recomienda —basándose en el “saber es prever” de Augusto Compte— identificar las grandes tendencias del siglo que comienza, no como si fuéramos astrólogos o videntes, sino estableciendo una relación entre el pasado y el futuro; es decir, hay que analizar las grandes tendencias que nos conectan con el siglo XX. Para prever el futuro es imprescindible fundarse sobre el conocimiento del pasado. Los eventos por venir están fuertemente ligados a los hechos pasados. Sin embargo, nuestra autora señala que muy a menudo la sociología ha incurrido en errores dogmáticos (pensemos en la sociología inspirada en el materialismo histórico) que le han impedido darse cuenta de cual es el papel que tiene respecto a su objeto de estudio: “[...] ninguna época ha sabido prever los cambios importantes de la época siguiente. Éste fue el error de la sociología, que elaboraba modelos dogmáticos. El sociólogo partía del dogma. Pero su trabajo no es prever el futuro, cuando mucho es explicar la estructura del presente de la sociedad, saber qué cambios se producen y tratar de explicar por qué parece ir en esta dirección o aquélla” (Antaki, 2001b:113).
Si a lo anteriormente expuesto le agregamos nuestros propios ingredientes culturales, se construirá una postmodernidad “a la mexicana”; eso sin tomar en cuenta las palabras de Mauricio Beuchot (2010) de que “aquí en México todo nos llega tarde y mal”. Entonces, estamos condenados a un proyecto que nos ha obligado a aceptar la aceleración, la rapidez, la velocidad de las mercancías en la vivencia diaria. Queremos ir rápido, consumiendo y consumiendo, pero hay que entender y nos debe quedar claro —asegura Antaki— que el hombre es lento; la tecnología es rápida, la ciencia es rápida, el humano es increíblemente lento. Pero si el ímpetu que adquirimos es para ir al ritmo de las mercancías, o mejor dicho, para perseguir la ilusión de la novedad absoluta, Antaki nos dice que “jamás habrá novedad absoluta”, “el conocimiento es conformista, no es revolucionario; posee cambios discretos, guardando el criterio en el equilibrio. La fase innovadora debe siempre integrarse con la parte conservadora” (Antaki, 2001: 200).
Ante la pérdida de la memoria histórica, es común escuchar constantemente hoy la propuesta de vivir y pensar en el “aquí y ahora”, sin razones de peso, sin dictados de la razón y muchas otras cosas que “coartan” la espontaneidad de la vivencia. Pero analicemos la siguiente cita:

Ser un urbanícola progresista, escéptico y tecnológicamente desarrollado de principios del siglo XXI me incapacitaba para tomar en consideración cualquier cosa que quedara fuera de los cinco sentidos. En aquel momento, la vida para un todólogo como yo, sólo era un complejo sistema de ideas redundantes en la mente para el cual no existían manuales. Es decir, aquella tarde, yo era de los que creían que vivir era aprender cada día a manejar tu propio e inestable espacio aprovechando cada oportunidad de exprimir los pensamientos de los demás, reordenarlos y darle coherencia propias sin posibilidad de asistir a cursillos previos ni tiempo para pruebas y ensayos. La vida era lo que era y, además muy corta, así que la mía consistía en mantenerme permanentemente ocupado, sin pensar en nada que no tuviera que ver con lo que llevaba a cabo en cada momento, sobre todo si, como entonces, lo que estaba haciendo era, entre otras cosas, una confrontación con mi próxima calificación (Hernández Ceballos, 2007).

Es común escuchar “la vida es muy corta”, pero Antaki asegura que “el animal no piensa en el tiempo, el hombre es el que piensa en eso. Si el hombre ya no es capaz de ubicarse en el tiempo largo, hay una división de su humanidad, hay un retroceso de la humanidad; se crea esa subfilosofía para señoras, que dice: ‘Goza el momento, no pienses en lo que puede pasar’; es una tontería y una degradación del humano. ¡Eso no es filosofía! […]”(Antaki, 2001: 196). Quizá por eso, Antaki se oponía a las vacuas conmemoraciones, pues “las conmemoraciones no son más que un espectáculo de la memoria... y yo no cultivo espectáculos, ¡cultivo memoria!”.
También la antropóloga rechaza la idea hoy muy común de que “nos reinventamos”, al asegurar que “uno no recomienza su vida sin cesar. No se hace a los cincuenta lo que se hizo a los veinte”.
Los postmodernos han desechado los metalenguajes como proveedores de sentido a toda la realidad, ya que suponen que han fracasado las grandes teorías históricas con sus pretensiones de explicaciones globales. Por ende, han sustituido los criterios de la razón lógica que enjuicia y sentencia las formas de conocimiento (sabiduría tradicional) por la simple doxa (opinión) por posiciones carentes de sólidos argumentos. Antaki se quejará amargamente de este cambio paradigmático: “Si la razón no tolera el peligro de la discusión, si exige el consentimiento, entonces es una pobre razón”. Ergo, hoy vivimos bajo una empobrecida razón.
Por lo tanto, durante sus actividades radiofónicas, Antaki arengaba constantemente a hacer uso de la lógica, de la razón, de lo contrario, la política y los medios de comunicación aprovecharían esta carencia para ser ejercer sus actividades irresponsablemente. El objetivo de los medios es vender sus productos, igual que en todo el mundo, pero la gran diferencia es que en otros países la gente es más exigente con la veracidad de la información que presentan. Un ejemplo es la definición de verdad será la que quieran presentarnos los medios en complicidad con los políticos corruptos. Pero no toda la culpa la tienen los medios, si estos venden es gracias a nuestro apoyo implícito, porque es más fácil estar de acuerdo con una versión popular, con la opinión general, con la doxa, que cuestionar la veracidad y lógica de los eventos que escuchamos en la radio o vemos principalmente en la televisión.
¡Y no cuestionamos! —dice Antaki—, porque no sabemos defender nuestras ideas, por eso vamos con la opinión general, y cuando no estamos de acuerdo insultamos en vez de argumentar. Somos un pueblo apasionado y la pasión hace grandes obras pero no grandes verdades. El pueblo mexicano solía pecar de dejadez y a esto le llamábamos tolerancia, ahora nos volvimos más activos, pero como no tenemos ideas, entonces echamos mano de nuestras creencias y nos volvemos militantes de actos de fe contra los actos de fe de los que piensan diferente a nosotros. Entonces —pregunta Sarmiento a Antaki— ¿[qué hacer] si no hay alguna manera en que podamos construir un sentido crítico, si nos hemos acostumbrado a la mentira durante tanto tiempo? Y la respuesta de Antaki es genial como siempre: la educación, yo necesito educar a la gente para que sepa pensar y ser libre: “El hijo de una sociedad libre es libre por amamantamiento. ¿Cómo será entonces el hijo de los siervos?” (Antaki, 1996). Por ello, en la vida de un intelectual hay dos continentes:

[…] aquel en el cual no tiene que rendir cuentas a nadie, ni siquiera tiene que preguntar si le entienden o no quienes van a leerlo, ahí cabe la soledad de la propia consciencia, así como la poesía, la novela y el ensayo y, el otro que consiste en pagar las deudas para con el mundo en el cual vive, si ha tenido la inmensa suerte de vivir entre los libros y las ideas tienen también el deber ético de pagar, ahí cabe el trabajo de educación, de transmisión (en Palacios, 2000).

Para Antaki las dos instituciones básicas de transmisión educativa son la familia y la escuela, sin ellas todo el resto de la sociedad “truena”.

Nuestra época ha visto el fin de la esperanza cristiana y luego el fin de la esperanza laica de un futuro radiante [Me dirán: “la calidad de vida ha mejorado muchísimo” ¡Es cierto!] Hoy hay más espíritus, más formados que antes. Desde este punto de vista, es cierto, hay progreso, hay crecimiento cuantitativo de los posibles […] Hoy hay una gran cantidad de individuos que acceden al conocimiento, lo que pasa es que no nos dimos cuenta que el mayor peligro no es la ignorancia. El mayor peligro es saber poco […] El ignorante sabe que esta fuera de la jugada […] el que sabe poco, cree que sabe. Es aterrador porque ya no escucha, discute conmigo. No puede discutir conmigo porque no somos iguales […] Hemos fallado en la transmisión. Ya no transmitimos. Aquí hay uno que sabe y otro que no sabe y la relación entre ambos no es de igualdad. No hay paridad entre ellos (Antaki, 2001: 202).

Bajo este argumento, la tan cacareada democracia no tendría lugar en la familia ni en la escuela, porque la democracia está basada en la paridad. “Si no hay paridad, no hay manera de instituir razones democráticas. Aquí la relación se parece a la forma como se firma un testamento: no hay reciprocidad. Yo doy, tú pones. No estoy esperando que me des. Lanzo el testamento y me voy […]”.
            Pero esto sería calificado de conservadurismo, que ante un panorama postmoderno equivaldría a autoritarismo, cosificación, razón instrumentalizada. Pero Antaki tiene razones de peso para defender su postura, pues afirma que:

[…] las instituciones de transmisión [familia y escuela] nunca son revolucionarias, son conservadoras y deben seguir siendo así. Hay que recuperar la nobleza de la palabra “conservador”. No es un insulto. Hay que conservar la literatura, el conocimiento, lo que hemos logrado a lo largo de siglos. Uno sabe que tiene cincuenta años, va a entregar al recién llegado a este mundo, al joven, lo que no sabe. Esto es lo que hacen las dos instituciones de transmisión […] Existen maestros que aún saben que la transmisión no es un proceso automático, sino un drama cuyo resultado jamás se sabe de antemano. Enseñar consiste en tejer una relación entre los vivos y los muertos, y esta relación puede romperse. Aquí no soy ningún creador: simplemente quiero tener la gloria de ser un maestro; que el papel del maestro es —si es que lo puede— dirigir los pasos y ahorrar algo de fatiga y errores a los demás, ya que conoció antes que ellos el camino. […] (Antaki, 2001: 204).

Esto es ubicarse en los problemas reales de la enseñanza. La educación ha fracasado en México también porque solo es acumulación de datos, y para esto basta con comprarnos una enciclopedia: “Yo tenía un profesor que me decía: no se necesitan los datos, se necesitan tres o cuatro pertinentes. Ahora ¿quién dice cuáles son los datos pertinentes? No la web. Yo, el profesor, te voy a enseñar cuáles son los tres o cuatro datos pertinentes, te voy a enseñar a jerarquizarlos, porque los cuatro no son del mismo nivel, eso tampoco lo hace la web, lo hace el profesor (Antaki, 2001: 202).
            Ahora bien, en la actualidad se habla abundantemente de educar en cómo ser líderes o emprendedores.

Esto es muy importante y lograble siempre y cuando se “supiera manejar, como Dios manda, los instrumentos del pensamiento. No hay que ser un genio de la cibernética para darse cuenta que ser líder no implica tomar clases de liderazgo [ya que] ninguna escuela nos puede enseñar liderazgo; éste se ejerce, pues el que es líder, lo es de forma natural. Los individuos reclaman criterios, jerarquías, nadie en su vida profesional es capaz de construir criterios. ¿Quién va a imponer a un Alejandro Magno, a sentarse a una “clasecita” para que un profesor le dé una clase de liderazgo? Le pegaría, lo quitaría del camino y le diría: “yo no tengo tiempo que perder”. Esto es exactamente al revés de lo que le están enseñando. Se pueden aprender algunos trucos de gerencia, no liderazgo [,...] El líder verdadero, se impone por la barbarie de su depredación. El deseo de ser líder no viene de las “clasecitas”; eso jamás logrará hacer líderes. Somos animales. El animal es depredador. De la depredación sale el liderazgo. La idea del poder salió de la depredación y eso no tiene nada que ver con el género que quieran. Si se dan cuenta, esas discusiones de que si las mujeres cuando llegan a los puestos de alturas se portan peor que los hombres, son ciertas, pero no se trata de género sexual, se trata de depredación. Eso es típico, es herencia que nos dan, no son “clasesitas” (Antaki, 2001: 203-204).

Antaki siempre miró con reservas la Internet, debido —entre otras cosas— a que el ciberespacio representa para los internautas un factor aislacionista, anárquico y secuestrador de la privacidad. Para ella, se debe tener moralidad frente a la web.

¡Con la fuerza de mi internet, como antes había la fuerza de mi firma! Es así como piensa mucha gente en relación con estos asuntos de tecnología avanzada. [Probablemente no lo sabemos, o lo sabemos y se nos olvida tomarlo en cuenta], pero existe un mundo fuera de internet, un mundo real con humanos reales. Por supuesto, este mundo no es tan limpio y ordenado y liso como la pantalla, pero es, existe […] En Siria no hay internet, tampoco modem. Mi hermano pidió permiso para ello hace más de dos años. No hay. Siria es una dictadura. Así funcionan las dictaduras. Es más, para tener un fax hay que pedir permiso. Lo dan generalmente a la gente del sistema. Yo no pude en este último viaje mandar mis artículos desde Damasco, porque no se puede. La gente que tiene fax cree que la policía tiene forma de recibir el mismo fax en sus oficinas y checarlo, y los faxes públicos se quedan con la copia, esta es la realidad. [Ahora estarán pensando]: ¡pero qué atraso, qué horror! Estos mismos hombres, atrasados, sin internet, sin modem, sin fax, cuando entran en las competencias internacionales las ganan, porque llegan a tiempo cuando usted llega tarde. Porque en México tenemos internet pero no tenemos sentido del tiempo. Ellos están atrasados sobre nosotros al no tener internet y nosotros somos atrasados sobre el mundo entero al no habernos dado cuenta que el tiempo se volvió el valor esencial en el capitalismo. Además ganan los mercados porque cumplen con las exigencias de control de calidad y nosotros no, es decir, que saben competir; y para colmo en las negociaciones se hacen acompañar de un especialista en derecho mercantil y derecho internacional, y a nosotros ni se nos ocurre, porque tampoco tenemos el sentido de la ley. ¡Ah, pero tenemos internet! ¿Qué quiero decir con todo esto? Quiero decir que el mundo no va tan rápido como se cree que va cuando se mira únicamente a sus élites. Y quiero decir que es complejo. En el mundo, en cada país y en cada hombre conviven lo arcaico y lo futurista, y la flexibilidad que se necesita para manejar estas complejidades no está en Internet, está en la inteligencia y en la sensibilidad de cada uno de nosotros (Antaki en Clement, s.f.).

Además, bien visto es exceso de información, almacenamiento que se atiborra en el cerebro y ya no nos permite pensar, actuar, ni movernos porque atrofia nuestros filtros naturales, es decir, saber escoger, seleccionar:

Hasta ahora la sociedad técnicamente ha filtrado, en lugar de nosotros y a través de los manuales y las enciclopedias puestas en la web, donde todo es saber, todo es información posible, aún la menos pertinente está a nuestra disposición; la cuestión es saber quién filtra. Imaginemos que estamos buscando información sobre el cultivo del café y que quien infiere mi intención mediante un programa de cómputo, me da la lista de 14 millones de sitios donde se utiliza la palabra café, nuestra sociedad se prepara para tener una cabeza electrónica construida sobre el modelo de la cabeza de “fons” (funes, en sentido de diversión) el memorioso; así, la incapacidad de filtrar es la incapacidad de discriminar. Entendemos que 14 millones de sitios son igual a cero. No podemos escoger. Esta materia que contiene todo, es nada. Hemos agrandado nuestra capacidad de acumulación de la memoria, pero aún no hemos encontrado nuestro parámetro de filtración (Antaki, 2001: 197).

Ahora bien, muchos estudiantes y profesionistas ven en la web un instrumento fidedigno de conocimiento, además de ahorrarles mucho tiempo de estudio, situación que Antaki juzga de la siguiente manera:

Necesito información y busco en la web información increíble sobre Kant. Si tengo una buena capacidad filosófica será fácil de eliminar a fanáticos, a idiotas, a sitios que producen información que puede ser de nivel primario y mediante algunos porqués y para qués, selecciono unos 10 sitios, porque tengo detrás de mí una vida de estudios. Los demás, los inocentes que buscan en la web lo que hay que saber sobre Kant, estarán más perdidos que el chico pueblerino quien, en la casa del cura, sólo encuentra una vieja historia de la filosofía, escrita por un jesuita del siglo XVIII (Ibíd: 198).

La gente ya no percibe la diferencia entre una “realidad virtual” y una “realidad real”. Así como el planeta tuvo millones de años para acostumbrarse a las construcciones de muchas especies animales, nosotros cambiamos nuestras técnicas cada seis meses. Hay que saber negociar. “Una sociedad debe determinar un cierto número de prohibiciones, que son el resultado de largas negociaciones. El principio central de la negociación es el realismo contra-actual: no son principios, son necesidades. El principio central es éste” (Antaki, 2001: 201).


4. El precio a pagar.

Como podemos observar los motivos antakianos son contundentes, directos, y por ende, cargados de altercación. Lo que lógicamente le hizo pagar un alto precio en el “medio intelectual mexicano”, tanto de derecha como de izquierda; para los primeros simplemente es una traidora de clase, para los segundos, una “ultraderechista”, “ultrarreaccionaria”, “la voz más brillante del derechismo”, y quizás para los que navegan en la desidia ideológica se trata de una  “viejita amarguetas”, “espuria doctora”, “presunta espía en México del dictador libio Muamar Khadafi” y “defensora de la ‘modernización’ salinista pese a sus acciones prepotentes e injustas”.
Pero siendo objetivos, definitivamente es absurdo pensar que Antaki fuera una mujer de izquierdas, más bien su opción fue la derecha, pero no aquella “ultra”, sino la liberal, aquella que creé en la República moderna, el Estado laico, en el marco legal, en la democracia, en la eficiencia empresarial y en la competencia mercantil. Sus aproximaciones por tanto son “solamente antropológica” desde un riguroso e implacable plano descriptivo, pero no por ello, carente de luminosidad argumental bastante original y digna de ser leído:

Al no simpatizar con el marxismo y no conocer mucho del psicoanálisis, Antaki no consideró la complejidad en la relación entre las clases sociales mexicanas ni las omnipresentes mutilaciones entre masculinidad y feminidad dentro de la identidad y en la relación con la Otredad. Para analizar las características de nuestra sociedad Ikram se ubicó varón. Publicó su libro El pueblo que no quería crecer con el pseudónimo: “Polibio de Arcadia”. ¿Cómo podría advertir el profundo significado inconciente de nuestra epistemofobia si ella misma se situó en la masculinidad mexicana desde su repudiada identidad femenina árabe? Sólo desde el psicoanálisis se puede ir más allá de lo descriptivo para hacer aproximaciones explicativas más o menos plausibles. Al no contar con las herramientas para eso, la hermosa Ikram cayó en la simplicidad del estereotipo y se aproximó a lo que tanto criticaba: el racismo etnicista.

Entonces, podemos decir que Antaki tuvo siempre una actitud de clase. Pero aún así, ¿cuál fue el gran error de la erudita? Terminantemente fue intentar abrir los ojos de un pueblo que ha nacido enfermo de ceguera y no acostumbrado a escuchar el punto de vista del otro; y tan es así, que últimamente ha salido a colación la amistad personal que tenía con Carlos Salinas de Gortari y ciertas oscuras alianzas que sostuvo con el excanciller foxista Jorge Castañeda Gutman[1] por intermediación de Joseph-Marie Córdoba (el presunto cerebro de varios asesinatos en México al más alto nivel durante el salinismo). Asimismo, dichas relaciones han hecho surgir suspicaces preguntas entorno a lo que realmente sucedió detrás de su “extraña” muerte (Jalife Rahmne, 2010). Tal vez quien pudiera proporcionar cierta orientación sea José Gutiérrez Vivó, pero a la fecha sólo el silencio ha reinado.


4. Una reservada dama de academia

Ikram Antaki nació en 1948 en Damasco, Siria, se instaló en México en 1975, y al año se nacionalizó. Estudió literatura comparada, antropología social y lingüística en la Universidad de París VII Denis Diderot. Posteriormente concluyó un postgrado en etnología del mundo árabe en la École Pratique des Hautes Études (Escuela Práctica de Altos Estudios). Con gran éxito coordinó sus programas El Ágora! y El Banquete de Platón que se transmitieron por Radio Red.
Su obra El espíritu de Córdoba es una discusión ficticia entre el filósofo árabe Averroes y el filósofo judío Maimónides sobre el mundo, la matemática, la astronomía, la medicina, el derecho, la política y el lugar de Dios. Tratando de poner el claro sus ideas sobre el Estado, el ciudadano y sus deberes, Antaki escribe El manual del ciudadano contemporáneo:

Mi ambición es que este libro no sea una lectura obligatoria, sino optativa. Soy lo suficientemente realista para darme cuenta que un texto tan difícil como El pueblo que no quería crecer no puede estar en todas partes, pero El manual del ciudadano contemporáneo sí, pues no es un trabajo partidario, sino de historia, de reflexión y de filosofía que dice, miren, este es el Estado, así surgió. Ahí están los 25 siglos de experiencia democrática […] Otra de mis aspiraciones es que sea un libro masivo, quizá con este término entendamos libros baratos, demasiado facilones, pero mi idea es que un libro serio y riguroso sea masivo, es un voto de confianza, una apuesta por el país que escogí.
  […] Cómo hacer entender a la gente que se hace más país pagando los impuestos que paseando una lata de chile en el bolsillo cuando se va a España o a Francia o cómo hacerles entender que se hace más país obedeciendo las leyes que envolviéndose en una bandera y gritando ¡Viva México cabrones!
De ahí la necesidad de explicar qué es la ley, o por qué somos un país que no la ha interiorizado; había que explicarles lo que es el derecho y como siendo la décima potencia del mundo finalmente estamos todavía en un estado de selva en muchos aspectos (Antaki en Palacios, 2000).

Y efectivamente, a pesar del alto nivel intelectual del libro, Antaki se dirige de una manera muy didáctica y con un lenguaje muy accesible y claro no sólo a profesores, padres de familia y ciudadanos en general, sino de manera precisa hacia los estudiantes de nivel secundaria, preparatoria, vocacional o equivalente, estudiantes que no podemos pensar que “no entiendan” porque ya tratan ese tipo de temas en clase (por ejemplo, Formación Cívica y Ética). Inclusive, El manual del ciudadano contemporáneo ha llegado a ser un material de referencia hasta niveles de educación superior.
            Después de un exhausto ritmo de trabajo que se había autoimpuesto para terminar El manual del ciudadano contemporáneo, Antaki murió prematuramente (¡a los 54 años!) el 31 de octubre de 2000 en la Ciudad de México, dejando tras de sí 29 libros escritos y múltiples participaciones radiofónicas, en donde se muestra una “vida poblada de infinitos, por el renombre inconcluso de su estampa […] por la genio no entendida” (Ulloa, 2001).
Aunque no pudiéramos estar de acuerdo con muchos de sus puntos de vista, es innegable que acercarse a la lectura de su obra es una invitación a investigar, pensar, escribir, educar y promover textos imprescindibles de la cultura clásica entre los ciudadanos en general, por ser indiscutible herencia cultural que México comparte con otros países de Europa y de América principalmente.
Sin embargo, esto no implica que incursionemos en los estudios clásicos de manera unívoca y conservadora como quería Antaki (Conde Gaxiola, 2005: 28), sino generando renovadas propuestas académicas que fusionen hasta donde sea posible los estudios clásicos y los estudios culturales contemporáneos con el fin de ampliar y promover seriamente trabajo intelectual y espacios de producción y formación cultural, dicha seriedad tomará sentido si escuchamos la siguiente recomendación que nos hace la doctora: “En toda la literatura [así como en toda manifestación cultural] existen sólo dos temas: lo que pasa afuera y lo que pasa adentro. Es decir: el mundo y el alma. Y todos los temas serán finalmente parte de estos dos. Si logras juntar los dos con maestría, serás partícipe de la literatura. Si no, siempre faltará algo”.

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BIBLIOGRAFÍA


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* El 31 de octubre de 2010 se cumplieron 10 años de la muerte de la filósofa Ikram Antaki y Óclesis, Víctimas del Artificio, no pudo sentirse ajeno ante tal recordación, por lo que sus Jornadas Ocléticas de Febrero de 2011 se orientaron hacia la profundización de la vida y obra de esta célebre mujer que dejó profunda huella en la intelectualidad de nuestro país, huella que por indiferencia o por prejuicio no ha tenido el debido reconocimiento a la fecha. En dichas jornadas se utilizó como referente de análisis una recopilación de sus ideas más relevantes, que es el presente trabajo que aquí se publica.
[1] Cuando en 1999 Ikram se desvaneció víctima de una afección respiratoria fue trasladada al Hospital Militar gracias a “un amigo poderoso”, cuyo nombre tenía ella anotado en una libreta. Se presume que tal “amigo poderoso” era nada menos que Jorge Castañeda Gutman, quien según algunas fuentes que exigen todavía el anonimato por temor a las venganzas del excanciller foxista, a la muerte de la doctora quedó como albacea o tutor legal de su hijo Maruán (Jalife-Rahme, 2010).