jueves, 28 de septiembre de 2017

                 “El ayer y el hoy (crónica y nueva novela  histórica)”

                               Dra.      Ana María Del Gesso Cabrera
                             
        
            “Nos descubren ellos (…) o los descubrimos nosotros”
                                  “Terra Nostra”. Carlos Fuentes


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Los discursos son productos humanos, impregnados de subjetivismos limitados por lo social y lo personal. La cultura es un entramado de ellos.
 El  mundo, presente y pasado, está atravesado por discursos que son el material que los constituye, que los  re-escribe y que  nos permite desentrañar  a nuestro alrededor un tejido de sentidos, un entrecruzamiento de significaciones generadas por los diversos discursos que dan forma a todo (Lotman:1979).  Nuestra realidad es  en y a través de discursos, que se manifiestan en diferentes lenguajes  y en variadísimos textos mediante los cuales nos reconocemos y reconocemos el mundo de hoy, el del ayer y podemos atisbar el de mañana. Por sus propias estrategias discursivas, intentan persuadir, comparten temas, manejan la misma lengua y recurren a la imaginación como forma de “re-crear” otra realidad.
            El caso que hoy nos ocupa tiene que ver con dos tipos de discursos que comparten  puntos de encuentro y que, perteneciendo a tiempos distantes y buscando objetivos diferentes, interactúan, se sirven uno de otro e intentan “re-construir” una misma realidad desde miradas contrapuestas.
            El primero de ellos se remonta a la producción llamada “literatura de la conquista de América” y es un texto de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1490-1558), conquistador desventurado, enigmático y polémico, verdadero descubridor de La Florida quien cruzando el territorio de la hoy populosa Houston, Nuevo México,  Arizona hasta entrar a México por los  actuales Sonora  y  Chihuahua donde se detuvo con el pueblo de videntes, los Tarahumaras.
 Después de caminar kilómetros y kilómetros, llegó a México y “se dio cuenta que ya tenía pie de indio: no le entraban las botas” (Posse:7). Esta titánica campaña  le insumió ocho años, su regreso triunfal a España le deparó la gran sorpresa de que Carlos V lo nombrara Adelantado y Gobernador del Río de la Plata.
Nuevamente en América, en  Paraguay, se enfrenta al caos y la corrupción de los llegados antes que él y al consecuente rechazo. Es acusado de múltiples faltas y es devuelto a la Península en cadenas: ése fue su verdadero naufragio en las aguas de la envidia y el desorden.
            Su obra en prosa, crónica de sus incursiones por el ignoto territorio americano del norte con la expedición de Pánfilo Narváez en calidad de tesorero y alguacil mayor, se titula “Naufragios”; de su  segundo viaje hacia el sur, al  Río de la Plata, surge “Comentarios” que es un conjunto de treinta y ocho capítulos, encabezados por un Proemio dirigido a Su Majestad y a Dios, donde fluidamente  relata lo que sucedió con los hombres que recorrieron esas extensas regiones durante muchos años sufriendo males de todo tipo –prisión, esclavitud, hambre, desolación y naufragios- y sólo pudieron sobrevivir cuatro, entre ellos el mismo Alvar Núñez.
Estas narraciones están construidas con voz subjetiva, desde una primera persona expectante, con mirada atónita ante lo que sus ojos observaban, “dando testimonio de lo que vi y viví…” dice y, al mismo tiempo,  aprendiendo del mundo inocente y rústico;
 idílico pero lleno de vicios, debatiéndose entre lo que se considera civilizado y lo que se juzga bárbaro, el sorprendente estado en que viven algunas tribus de primitiva inocencia, los ritos funerarios, la sociabilidad cambiante según sean los diferentes pueblos, el uso del tabaco, la cura de los enfermos, etc.
 Todo esto produce un cambio trascendental en el yo narrador al contactarse con el otro y con lo otro, ambos absolutamente desconocidos pero subyugantes.
            El mundo derribado, el mundo descubierto, accede al ámbito europeo no sólo a través del primer deslumbramiento –cuna de utopías y sede de fantasías antiguas-, sino también a través de su pensamiento y su lengua. Este contacto va dando rasgos peculiares a lo Peninsular que toca lo americano y va generando una nueva forma escritural, punto de partida de la literatura latinoamericana; la inician los españoles y más tarde –al final del siglo XVI- se les une la primera generación de creadores mestizos y criollos.
            América es vista como un paraíso poblado por seres bellos y bondadosos, con  una vegetación extraña y exuberante. Tal la imagen plena de exotismos que se difunde en Europa, en los primeros tiempos: la visión idílica, de maravillas y abundancia, no ajena a un fin propagandístico, de loas a la gran hazaña  conquistadora, diseñada en la tradición retórica que da cabida a  una línea de crónicas escritas por actores y testigos del descubrimiento y la conquista.
 Con un estilo llano, espontáneo, rudo a veces, nace el testimonio de una aventura, ya sea en el momento mismo en que la viven, ya sea desde el recuerdo. La escriben tanto los grandes jefes de las expediciones como los soldados. No todas tienen valor literario pero se inscriben dentro del tipo especial de comunicación que es la literatura y expresan el sentir particular de un individuo, una experiencia humana, a través del estatuto que la propia literatura da a la lengua. Apuntemos un rasgo muy visible: la “intencionalidad” de un estilo, la atención a las pautas de la retórica tradicional. La crónica es un viejo género medieval; con los cronistas de América –militares, misioneros y/o viajeros- adquiere nueva vitalidad. En ella marchan juntos el afán a de verdad y la intención de apuntalar la
 empresa –buen camino para justificar prebendas o reclamos- , así como de rescatar experiencias, costumbres de pueblos ignorados e increíbles. Su  “verdad” se enraíza en lo visto y lo palpado. Así se “hace” la historia de algo que sólo se puede transmitir después de haber sentido la naturaleza, la gente y el aire de América. Pero la fantasía y lo maravilloso se cuela, el “nuevo orbe” da pie para que se combine en las crónicas la imaginación alimentada por los mitos clásicos y los libros de viaje y, sobre todo, por la literatura más popular por entonces: la novela de caballería.
 Hay crónicas, como los “Naufragios” y los “Comentarios” del autor que hoy nos convoca, que parecen verdaderas novelas de aventuras por la eficacia narrativa para contar episodios reales que tocan visiblemente con la ficción. Para muchos conquistadores relatar era una necesidad de aprehender el mundo nuevo, de expresar lo más fielmente lo que estaban conociendo, de estructurar el relato con amenidad y claridad para hacer más sensible lo que estaban experimentando. En definitiva, estos narradores tienen conciencia de que  elaboran  una combinatoria entre literatura e historia como consecuencia de vivencias o experiencias personales. Sus  discursos sirven a la construcción de la historiografía- discurso de la Historia-  de aquellos tiempos y son revisitados por los estudiosos de hoy para re-construir lo de ayer.   
            La literatura, espacio de creación amplio y liberador,  siempre pone en  juego los dos mundos del discurso, el del narratario  y el del narrador,  se está conciente en que se instituye un  pacto tácito de aceptación que consiste en tener claro que lo que se evoca,  que el mundo representado y sus personajes son  ficción  y que  sólo existen en esa realidad y que ésa es, a la vez,  su única realidad.
Enmarcado en ese lugar, en el de la literatura, la novela del argentino Abel Posse, “El largo atardecer del caminante” reescribe  la historia del pasado americano rebasando los estrechos linderos de los registros historiográficos para dar una nueva versión a las figuras, en este caso, del mismo Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
            Se trata de una seudo-autobiografía novelada, narrada en  primera persona, donde el mismo protagonista, desde su vejez, cuenta su pasado a través de una perspicaz mirada retrospectiva. Instalado en su casa de Sevilla y en la soledad de sus días finales de vida, su relato circular consta de cuatro partes o fragmentos y está  enriquecido por comentarios variados, sobre personajes y acontecimientos de aquella época.
En esta novela campea permanentemente el conquistador-escritor de “Naufragios” y de “Comentarios” y en estos discursos se subvierte aquel personaje para permitir la aparición de otro protagonista.
           El “nuevo” personaje arma su historia ensamblando, como en un rompecabezas, fragmentos de recuerdos, como es característico del arte de memorizar y se refiere principalmente a “su  infortunado  peregrinar” por las tierras de América. Evoca, a través de los sentidos, de objetos, de palabras, su vida en la Florida, su viaje a México, a la Sierra Tarahumara y su regreso triunfal a España;  su designación  -como honroso premio-  de Adelantado en el Río de la Plata, su paso por Asunción, su desprestigio, la conspiración en su contra, el encarcelamiento y el regreso oprobioso a la Península. Finalmente cuenta que es perdonado por el poder y para saldar la injusticia se le nombra en un cargo importante.
            La intención de re-escribir su  pasado –privado y público- le permite remarcar los errores de la Conquista y la actitud de muchos de los conquistadores, le interesa sobre todo poner de manifiesto la soberbia e hipocresía  de que éstos hacen gala al regresar a España después de cumplir con la encomienda.  Paralelamente relata su relación con el monarca Carlos V, con  la Inquisición y con  la ideología española sobre América y sus habitantes, en especial con el arrogante Hernán Cortés, con la práctica del maltrato anto en territorio americano como en la misma España a  moros y judíos.  En pocas palabras, se mete en las entrañas de aquella sociedad  imperial husmeando en los túneles, caprichosos y pestilentes, del poder, de las envidias e intrigas de los hombres de la época.
            El personaje se desdobla: el  joven de antes, el que fue  y el anciano de hoy, el que se re-inventa  en  la novela. El del presente, el viejo que narra, lo hace desde la reflexión y desde la madurez cuestionando al otro que fue; lo desdice de lo sostenido y de lo hecho como militar y como conquistador, además lo  pone en tela de juicio como escritor, juzgando severamente su propia obra. Esos dos hombres en la ficción, esas dos personalidades, se identifican por momentos; se desconocen la mayoría de las veces, se interpelan y se atropellan entre sí.
Hay. Entonces,  un permanente “mea culpa”, un arrepentimiento público que queda plasmado en el  relato que está escribiendo en su presente ficcional, la         actualidad del propio arrepentido. En el hoy de la ficción, frente a la Giralda, en la Sevilla de 1557  responde a los impulsos de decir verdad que lo obligan a hacerlo en aras de la justicia y en nombre de la pasión que le inspira Lucinda, bella joven que conoce en la biblioteca de la Torre de Fadrique quien enciende en el anciano quereres apasionados y callados y que cubre el rol de su “alter ego” ingenuo y, al mismo tiempo, sensual.
 Es en estos momentos como escritor, en que aprovecha para discernir acerca de la escritura y los creadores. Declara que ahora es cuando elabora  la verdadera historia de sus días en el lejano continente, en repudio y en franca contradicción de lo ya expresado –clara alusión a su texto “Naufragios”- al que tacha de mentiroso, de simulado. He aquí sus opiniones:

“Sólo a mí mismo me puedo contar mi verdadera vida. Esas vidas de ese otro que siempre anda escabulléndose y disfrazándole como un gran delincuente buscado por todos los poderes y todas las buenas opiniones. (:76-77) (…) Desde que comencé a tomar estas notas, me sentí libre en la intimidad de las páginas.  De acuerdo con lo que imaginé, será como un mensaje que alguien encontrará tal vez dentro de muchos años. Será un mensaje arrojado al mar del tiempo” (:268)      

Los recursos reiterados que permiten la construcción de este nuevo discurso son:  las cuotas de humor –de ese humor agrio que nos produce una mueca, gesto que no se consagra en sonrisa-. La ironía , la parodia, la critica tanto a  los ritos de la “Santa Inquisición” como al comportamiento cruel de los hombres llegados a las tierras recién descubiertas y conquistadas se contrapuntean con  la candidez de los pueblos aborígenes ejemplificando la sagacidad y arbitrariedad de la mayoría de los españoles residentes en estas tierras con la genuina inocencia de los nativos.
Él  toma partido por los débiles, por los sometidos. El reencuentro con su hijo  -Amadís-  símbolo de la muerte de la raza americana en manos de los invasores le provoca profundo dolor físico y psicológico. También el rescate del paisaje disímil, del color local, de la flora y la fauna de este territorio; de las costumbres, comidas,  de la cosmovisión y teología indias, especialmente la del cacique Duljàn y del “pueblo de videntes”: los tarahumaras lo reivindican ante el pasado.
            En el nuevo discurso denuncia el comportamiento “anticristiano” y “poco civilizado” de sus congéneres  con los pueblos sojuzgados. Se destruye la cultura aborigen y para hacerlo se recurre a las masacres en nombre de la fe. Se resalta la desmedida ambición de riquezas y la imposición de la cruz por medio de la espada,
tan dolorosas, injustas, temidas y arbitrarias ambas.
            El nuevo  Alvar Núñez, el nuevo, el “otro”, el anciano, reflexiona profundamente sobre temas tan serios como la muerte, los sentimientos, su propio cuerpo como recinto de su vida, el poder y sobre todo, acerca de ése  que fue y de quien opina:

“Ni mi moral ni mis propósitos de un cristianismo regenerador y conductor; nada tenían que hacer con la realidad imperial de la conquista. En mi independencia cerril, de felino; en mi orgullo sin cálculo, yo había puesto en evidencia lo que debe callarse por razón de guerra, por razón de imperio. Fui un aguafiestas, el entrometido, el impolítico. Me tenían necesariamente que sacar del paso porque en un imperio que nace, la libertad y la justicia son siempre planes para el futuro.  Yo no había sido más que un alfil díscolo y solitario en un tablero donde los curas escamoteaban la palabra de Cristo o la escondían en el último armario de la sacristía, y donde los advenedizos capitanes de conquista desenvainaban su espada contra el inocente que se creía dueño de la tierra donde había nacido.” (:240)

De esta manera, con su nueva voz y su mirada retrospectiva –tanto su historia como a la
Historia de  España- el personaje se deslinda, se separa del modelo clásico del conquistador y, al desprenderse, se erige como un “nuevo” hombre que renace y se refugia en la divisa “Solo la fe cura. Sólo la bondad conquista”, lema que le cuesta deshonras, cárceles y la vergüenza en un tiempo donde el egoísmo y la mentira eran disfraces cotidianos.
La novela de Abel Posse nos brinda la oportunidad de ver otro conquistador más genuino por lo humano,  lleno de pasiones y duelos, que atiende a sus emociones, que se detiene en los  tatuajes que guarda su cuerpo como huellas de aprendizaje y que le permitirán, al menos esta vez, descansar de su largo caminar y no naufragar.

No, nada me une a mi pueblo ni a mi ciudad de mi infancia (que es la misma pero yo cambié)…ya soy definitivamente otro. La vida, los años, me fueron llevando lejos de mi pueblo. Ya ni su gracia, ni su odio, ni su hipócrita silencio, ni la alegría de sus macarenas me pertenece. Soy otro. Soy el que vio demasiado” (:117)

En conclusión la diferencia que nos ofrecen los dos discursos presentados tiene que ver con la “función social” que cada uno de ellos cumple, en su tiempo y a su modo. Por un lado, el aval al poder y a los caminos del poder que se creyeron válidos; y por el otro, la desacralización del rol de la Conquista y la encomienda de los conquistadores que  es des-montada, subvertida.
  Ambos discursos responden a  lo que debía decirse y se dijo en la crónica;  y a lo no dicho, a lo que se ocultó, en la novela.
 Finalmente el hipotexto, discurso primero y el hipertexto, discurso segundo, son el anverso y el reverso de un fragmento de la Historia.
                


BIBLIOGRAFÍA


BARRERA, Trinidad (1985). Introducción y notas a la edición de los Naufragios. Madrid: Alianza Editorial.

BARRERA, Trinidad y MORA VALCARCEL, Carmen de (1983). “Los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca: entre la crónica y la novela” en Andalucía y Amèrica en el Siglo XVI, Sevilla, Universidad de Santa María de la Rábida.

FUENTES, Carlos (1975) Terra Nostra. México: Joaquín Mortiz.

……………………(1997) El espejo enterrado. Madrid: Taurus.

GARCÌA-GODOY, Cristián (2006)  La travesía de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Internet


LOTMAN, Jurij (1979) “Sobre el mecanismo semiótico de la cultura” en Semiótica de la Cultura.  Madrid: Cátedra.

............................(1999) Cultura y Explosión. Barcelona: Gedisa.

LOZANO, Jorge (1994) El Discurso Histórico. Madrid: Alianza Editorial.

POSSE, Abel (2005) El largo atardecer del caminante. Buenos Aires: Booket.

PRADA OROPEZA, Renato (1999) Literatura y Realidad. México: FCE.

www.educ.ar  www.elaleph,com.2000 ( “Naufragios”).



















miércoles, 20 de septiembre de 2017


Los sanates

Por: Noé Vázquez


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Antes todo era más difícil, bien lo recuerdo. Ustedes no me dejarán mentir: las calles eran más grises y más anchas. Atravesando cierta oscuridad que trae aparejada la memoria, es posible ver la ciudad tal y como era en aquel entonces. Desde luego, yo era más joven. Entonces conocí a Rebeca. Me veo en aquella época como un «lumpen»: mucha vagancia y poco arraigo en los trabajos.
Por las tardes, mientras Rebeca y yo caminábamos por la calle veíamos a los sanates afanosos y llevando su oscuridad arrebatada como un equipaje, juntos, eso pájaros formaban una oleada que se esforzaba para llegar a esos polvosos árboles que eran como sus casas de interés social. Creo que de alguna forma, Rebeca pensaba que yo era como ellos: arribistas, encontradizos, oportunistas, indecentes, pícaros en general; la pura astucia callejera convertida en pájaro. Como los sanates, llevaba y traía mis pequeñas potencias del alma, las comunes y vulgares, hechas para la peladez desempleada.
En aquella casa donde vivía con Rebeca teníamos un patio. En los días soleados salíamos a tender la ropa. Entonces veíamos descender a los sanates de los árboles, nos observaban con curiosidad como haciendo mediciones, no tienen visión binocular así que tienen que acomodar la cabeza de un lado hacia el otro para ver mejor, nos barrían con la mirada, hacían secretos paralajes; otras veces, se dedicaban «bullear» a otras aves que terminaban huyendo de aquel lugar y seguro que con la promesa de no regresar jamás a ese patio.
Pienso que Rebeca veía a los sanates como un concepto presente que me simbolizaba. Un día ella se fue. No podría culparla. Pasaron algunos años. Los sanates, en épocas de abundancia o escasez, persistieron como los dignos personajes faulknerianos que son, lo siguen haciendo. Pasaron algunas cosas importantes, como debe ser, el universo se deslizó sólo un poco.
Con frecuencia me pregunto si ella, en ese lugar de México donde vive ahora lejos de mí, tiene una casa con un patio, o si hay árboles, o si abundan los días soleados, o si sale a tender la ropa, o si hay oscuros sanates que la visitan y la barren con la mirada haciendo algunos cálculos. O tal vez es adinerada y usa secadora automática. Quién sabe. Tal vez piensa todavía en el concepto ausente que hay detrás de esa oleada de pájaros que por las tardes se afanan. No lo sé. Pero no, lo más seguro es que no se acuerda de nada.


lunes, 11 de septiembre de 2017

Derechos Culturales en la Sociedad. Literatura y Medios de Comunicación

Por: Ángela García Vidal


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Actualmente se debate la idea sobre el papel que juega la literatura y los medios de comunicación en la sociedad, sobretodo para contribuir a la práctica de un hábito que desde hace décadas no ha sido muy característico de nosotros: la lectura.
            Lo que intentamos plasmar en este ensayo es mirar desde otra perspectiva la relación que hay entre la literatura y los medios de comunicación; es decir, hablaremos a grandes rasgos del esfuerzo que han hecho los medios de comunicación por crear espacios para la divulgación de los diversos géneros literarios; y cómo son herramientas útiles para la sociedad, contribuyendo así a enriquecer nuestros derechos culturales[1].
            Quizá valga la pena preguntarnos ¿cómo se comporta la sociedad de nuestros días frente al mundo tecnológico?, ¿qué beneficios obtenemos con el uso de estos medios?, y finalmente ¿cómo expresar la literatura en los medios de comunicación?

Lectura literaria en la era tecnológica.

Los cambios sociales, culturales y tecnológicos que hemos vivido nos permiten abrir el panorama y analizar cómo convivimos diariamente con ellos, pues es evidente que la humanidad se adapta a la realidad que le toca vivir.
            Con base en lo anterior, la práctica de la lectura literaria de forma tradicional (lector y libro) también ha evolucionado y debemos admitir que se está adaptando a los cambios tecnológicos; por ello coincidimos con la afirmación de Martín Barbero; retomada por el investigador Néstor García  Canclini: “El punto de partida es averiguar cómo conviven ahora la cultura letrada, la cultura oral y la audiovisual.”[2]
            El entorno actual nos obliga a entender cómo el hábito de la lectura literaria se manifiesta en varias formas además de la tradicional. Consideramos que las diferentes prácticas siguen siendo valiosas mientras los practicantes encuentren en ella algún fin, ya sea de ocio, recreativo, de aprendizaje o informativo, pues el conocimiento y la cultura se pueden adquirir de varias formas; en diversos espacios y actividades.
            Es importante mencionar que, la lectura de los textos literarios (novela, cuento, ensayo, poesía, etc) también se ha transformado de acuerdo con los cambios tecnológicos, pero en la actualidad se encuentra en desventaja con el poder de los medios de comunicación, al respecto comenta José Antonio Marina y María de la Válgona:

La magia de la lectura se enfrenta, pues, con otras magias muy poderosas: el cine, la televisión, los juegos de ordenador. En teoría todas podrían convivir, pero en la práctica no es posible, y no sólo por falta de tiempo, sino porque las otras magias utilizan una competencia desleal.[3]


            Por desleal Marina y De la Válgona se refieren a la capacidad que tienen los medios para captar la atención tanto del público infantil como adulto, y en este aspecto tienen razón, pues cada día aumenta el número de horas que grupos de diferentes edades pasan frente al televisor o la computadora. Si bien es una actividad de ocio y recreación, también es un hecho que genera en ellos un comportamiento inactivo. Pongamos como ejemplo el caso de la televisión en el público infantil:

Según los expertos, la televisión hace que los niños se conviertan en aprendices pasivos. […] Es un espejismo de actividad, más que una actividad. Por oposición a este embeleso, leer, que antes era la gran diversión, la magnífica válvula de escape, se ha tornado un quehacer arduo y desangelado.[4]

            Varios son los factores que propician que los individuos lean o no lean. Por ejemplo muchos afirman que  el gusto por la literatura debe ser inculcado desde la infancia, otros piensan que es una decisión personal, unos más consideran que el gusto por las lecturas literarias no debe ser una obligación, sino que lo comparan con un virus positivo que puede contagiarse con el simple hecho de expresar nuestras experiencias literarias con otras personas. Todas estas opciones, son válidas y consideramos que los individuos conocemos el poder y la riqueza de la literatura de formas distintas; y cada una de ellas posee el mismo valor si la lectura ha servido para modificar el pensamiento, la actitud y ampliar los conocimientos, como el investigador Juan Domingo Argüelles argumenta citando la opinión de Juan Rulfo sobre la inmaterialidad de la literatura:

La literatura no es, como creen algunos, un elemento de distracción. En ella hay que buscar la certeza de un mundo que las restricciones nos han vedado. El conocimiento de la humanidad puede obtenerse gracias a los libros; mediante ellos es posible saber cómo viven y actúan otros seres humanos que al fin y al cabo tienen los mismos goces y sufrimientos que nosotros.[5]

             Sin duda, la literatura con sus diversos géneros, enriquece la vida de los seres humanos. Cada género está destinado a cumplir un objetivo en particular: el cuento y la novela pueden transportarnos a otros espacios, a distintas épocas. Con la poesía, despertamos sentimientos que hasta entonces se hallaban dormidos en nuestro interior. Por medio del ensayo conocemos varios puntos de vista sobre un tema y aprendemos a ser críticos y reflexivos.  Es decir, la literatura nos ayuda a ver el mundo con otra mirada. Se refuerzan conocimientos, se aprenden ideas, se recrea la imaginación, se comparten o difieren puntos de vista, etc.
            A través de la literatura podemos acceder a una parte del conocimiento de la humanidad y con ella sentirnos en otros espacios, coexistir con los personajes y en ciertas ocasiones hasta identificarnos con ellos, como acertadamente menciona José Antonio Marina y María de la Válgona:

La emoción de la lectura tiene que ver con el texto y, también con el contexto. Las palabras tienen una expresividad propia, una cercanía peculiar. La narración está contada y comentada, por un personaje, un escritor, que está en contacto con nosotros, con su humor, con su violencia, con su sentimentalidad. Cuenta las cosas tan bien, dice las cosas tan bien, que proporciona el fulgor nuevo a la realidad.[6]
           
El lenguaje en la literatura.
La riqueza que posee la literatura, y la pasión que ha despertado en las personas, se debe, principalmente, a que ésta posee uno de los recursos más valiosos que la humanidad ha creado para la conservación de las ideas a lo largo del tiempo: el lenguaje.
            El lenguaje forma parte de la historia. Ha permitido conservar y transmitir el conocimiento generado por siglos. A través de la lectura y la escritura, se han plasmado infinidad de ideas y la literatura ha sido parte de ello. Obras de grandes escritores han traspasado fronteras: parlamentos, frases, personajes, escenarios, y otros elementos viven en la mente de los lectores, debido a la capacidad y fuerza que tiene el lenguaje para permanecer en la memoria, así lo manifiesta Michel Foucault:

…durante mucho tiempo se ha considerado que el lenguaje tenía un profundo parentesco con el tiempo. (…) Porque el lenguaje es esencialmente lo que permite hacer un relato y al mismo tiempo lo que le permite hacer una promesa. Además, el lenguaje (…) es escritura y, como tal, va a mantenerse en el tiempo y a mantener lo que dice en el tiempo. La superficie cubierta de signos no es, en el fondo, sino la astucia espacial de la duración.[7]

            Entonces, si todo lo anterior podemos obtenerlo de la literatura ¿cómo lograr que los medios de comunicación incluido el Internet, puedan interactuar con ella? El valor de la literatura y el lenguaje es inconmensurable, así como la lectura por ser una actividad inherente a la primera. Por ello, es imprescindible buscar nuevos caminos donde los seres humanos y la literatura puedan estar en contacto y entre ellos exista una comunicación de ideas, historias, reflexiones y sentimientos como acertadamente afirma M.A.K. Halliday:

(…) debemos estar preparados para volver a apreciar el significado de la lectura y la escritura en un mundo de televisión, cintas grabadas y de resurgimiento de la literatura oral. Pero nada de eso destruye la necesidad de leer y escribir, crear nuevos contextos para la lectura y la escritura, con nuevas dimensiones de significación.[8]

            Esta cita refuerza nuestra postura al considerar que los medios de comunicación pueden ser recursos que se utilicen de modo positivo para difundir la tradición literaria de autores tanto clásicos como modernos, en sus diferentes géneros.

Cultura literaria y medios de comunicación.
           
La humanidad evoluciona. Tiempos y espacios cambian, así como las ideas, y formas de vivir. En nuestros días, algunos estudiosos afirman que somos la sociedad de la información. Los avances tecnológicos y la cantidad de información que percibimos, generalmente de manera audiovisual, son indicios de que nosotros como sociedad formamos parte de otro momento histórico, por lo que nuestras prácticas y hábitos, incluido la práctica de la lectura, también se han ido transformando y adaptando al contexto que vivimos. Así lo manifiesta Michéle Petit en Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura:

Hoy en día resulta cada vez más difícil estar aislado de la comunicación escrita, y cada vez más imprescindible tener la posibilidad a lo largo de la vida de iniciarse en nuevas técnicas y ámbitos.
Además el saber, no lo olvidemos, no es tan sólo una cosa que se adquiere con la finalidad de darle un uso inmediato, práctico. Puede ser un medio para no sentirse “tonto”, para no estar al margen de su tiempo.[9]

            Si bien, los  medios de comunicación nos han permitido acceder a diversas fuentes de información y estar al tanto de lo que acontece a nuestro alrededor, actividad importante para cumplir con su responsabilidad social, también se debe complementar esta obligación abriendo espacios a la cultura en sus diversas manifestaciones, y dentro de éstos divulgar la tradición y la creación literaria, ya sea en televisión, radio, prensa (revistas y periódicos) y páginas electrónicas a través de Internet.
            Hasta aquí, el lector de estas líneas quizá se pregunte cómo pueden relacionarse la literatura y los medios de comunicación. Actualmente, ya no es posible imaginar la práctica de la lectura de obras literarias sólo de modo tradicional es decir; autor(a), lector(a) y libro. Esta actividad está cambiando con el uso de la tecnología de los medios de comunicación; tanto radio, televisión, periódicos, revistas e Internet con sus recursos, han llevado a la sociedad la cultura literaria en formatos diversos.
            Comenzaremos a hablar brevemente de los espacios que los medios de comunicación han abierto a la literatura.
            Hay infinidad de opiniones afirmando que la televisión es un medio dañino para la sociedad, ya que la poca calidad de los programas transmitidos no dan la oportunidad al público de que vea en este medio una opción para cultivar su conocimiento, pues la mayoría lo considera un medio de mero  entretenimiento, y no ve en él otro provecho.
            Pero no todo lo que puede ofrecer la televisión debe ser negativo. Actualmente ésta también puede contribuir a la construcción del conocimiento y a enriquecer la cultura de los individuos, como acertadamente afirma la Dra. Margaret Meek:

Es posible que empecemos a hablar de una “cultura audiovisual televisiva” para que la televisión pueda ser considerada del mismo modo que la cultura escrita impresa, como un medio cultural serio e interpretativo que la gente pueda usar para analizar el mundo en el que vive y no solamente para evadirse de él.[10]

            Es un hecho que la mayoría de los programas de televisión carecen de un contenido positivo para los espectadores, pero creemos y compartimos la opinión de la Dra. Meek porque en nuestros días no dudamos que existan productores dedicados a llevar a la pantalla adaptaciones literarias o bien, que haya programas culturales que dediquen un espacio a la literatura.
            Lo anterior es lo que el investigador Guillermo Orozco Gómez denomina Educación para la Recepción, que consiste en la implementación de estrategias o programas de calidad para los espectadores:
La Educación para la Recepción tiene que mantenerse siempre como un medio para preparar a la sociedad, a la audiencia, a disfrutar más de la televisión, aprovechar sus posibilidades para la vida cotidiana y a la vez, a participar más informada y organizadamente en el rescate cultural de la pantalla. Rescate, que finalmente tiene por objeto la recuperación de formas emancipatorias de comunicación, de expresión y reconocimiento de sus identidades culturales cambiantes y de su consumo simbólico.[11]

            La creación de programas con este enfoque, es lenta y escasa debido al poco interés que muestran los empresarios, ya que sus decisiones siempre han ido en función del bienestar económico que puedan obtener. Sin embargo, debemos reconocer que hay espacios televisivos que apuestan y están comprometidos con la formación cultural de la sociedad, y por ello existen medios como Canal Once del Instituto Politécnico Nacional, Canal 22, Sicom, etc éstos ofrecen programas culturales y de opinión, que no es muy común encontrarlos en monopolios como Televisa y Tv. Azteca. Las televisoras culturales en nuestro país muestran un compromiso serio con la audiencia que los sintoniza reflejándolo en el tipo de programas que transmiten.
            La radio también ha dedicado espacios para la difusión de obras literarias; realizando adaptaciones que apoyándose con sonidos, efectos y voces, logran que los radioescuchas imaginen los contextos en los cuales se va desarrollando la historia.
            En nuestro país, en la década de los 30´s este medio conquistó el interés de la población gracias a la producción de radionovelas. A través de ellas se pudo captar la atención de los radioescuchas, debido a la calidad de los actores, actrices, y productores reflejada en la solidez de  las historias  adaptadas.
            En la actualidad, las producciones de radionovelas son escasas, sin embargo hay ejemplos como el de la estación juvenil Radioactivo 98.5, en la capital del país, donde el director José Álvarez apuesta por recuperar este género radiofónico basado en las necesidades del radioescucha, señalando que: “es imprescindible rescatar a las radionovelas pero no desde una perspectiva añeja, pensando en un posible público mayor de edad, sino abriendo el espectro a personas de todas las edades y situaciones económicas”[12].
            Tomando en cuenta los intereses de nuevos públicos y la diversidad de historias que pueden contarse por las ondas radiales, el rescate de las radionovelas sigue siendo una buena opción para propagar el legado de la tradición literaria y con ello lograr otros objetivos como subraya Octavio Isaac Rojas Orduña[13]:

Así las cosas, entre permitir que la radionovela siga su camino hacia el olvido o se le busquen bifurcaciones que la dirijan a su resurgimiento, se encuentran el gusto comprobado del público hacia estas series, las indiscutibles posibilidades pedagógicas del género, la opción de alcanzar a poblaciones apartadas en las que ningún otro medio tiene acceso, la oportunidad de servir como teatro para ciegos, para enfermos e imposibilitados y en sí para toda la gente que añora ejercitar su imaginación con el pretexto de una buena historia.[14]     

            Cuando se combina la imaginación, con los efectos, voces, fondos musicales y la calidad de una obra literaria; el poder del lenguaje se transforma, conquistando auditivamente la atención de los radioescuchas, pues la unión de estos componentes permiten construir escenarios, personajes y épocas en la imaginación de quien decide distraerse y conocer la riqueza de la literatura a través de la radio.
            Por último, la invención y el uso del Internet han modificado los hábitos y la presentación no solo de los textos literarios, sino de todo tipo, ampliando la difusión de éstos. En el caso de la literatura, la publicación de sus diversos géneros en formato digital ha permitido que los individuos podamos acceder a ellos con sólo teclear palabras claves de obras significativas y autores reconocidos. Las ventajas que ofrece este medio son infinitas, porque no sólo disfrutamos del contenido de obras clásicas, sino que tenemos la posibilidad de escuchar los versos en la propia voz de los poetas, los autores pueden crear sus propios espacios para dar a conocer sus producciones, etc. Esto nos da a entender que el lenguaje escrito está adaptándose a la realidad tecnológica.
            Con base en lo antes mencionado, Roger Chartier enfoca su pensamiento en el presente, sobre las nuevas formas de publicar la cultura escrita y sostiene que ésta se ha “caracterizado por una nueva técnica y forma de inscripción, difusión y apropiación de los textos, ya que las pantallas del presente no ignoran la cultura escrita, sino que la transmiten y multiplican.”[15]
            El desarrollo de la Internet ha cambiado la forma de acercarnos a la literatura, no solo por tener un acceso instantáneo a ella, sino porque ha creado una nueva forma de practicar la lectura, con el uso del e-book, o libro electrónico. El uso de éste, es una muestra de cómo la tecnología puede utilizarse positivamente. Aunque la lectura de obras literarias a través de este medio está desarrollándose, es una estrategia interesante del Internet para promocionarla y practicarla, ya que tenemos la posibilidad de descargar las obras a texto completo, almacenarlas en la computadora y darles lectura cada vez que lo deseemos.

Derechos culturales a través de la literatura y medios de comunicación.

Las opciones que nos ofrece tanto la Internet como los otros medios son variadas para incrementar nuestro acervo cultural, el cual incluye el derecho al conocimiento, incluso el derecho a imaginar y fantasear. Lo anterior parafraseando a Michéle Pétit:

...cada uno de nosotros tiene derechos culturales: el derecho al saber, pero también el derecho al imaginario, el derecho a apropiarse de bienes culturales que contribuyen, en cada edad de la vida, a la construcción o al descubrimiento de sí mismo, a la apertura hacia el otro, al ejercicio de la fantasía (…) a la elaboración del espíritu crítico. Cada hombre y cada mujer tienen derecho a pertenecer a una sociedad, a un mundo, a través de lo que han producido quienes lo componen: textos, imágenes, donde escritores y artistas han tratado de transcribir lo más profundo de la experiencia humana.[16]

            Los individuos tenemos la posibilidad de acceder a los bienes culturales, incluso lo hemos hecho a lo largo de nuestra vida: leyendo el periódico, viendo algún programa cultural por televisión, escuchando diversos géneros musicales, leyendo algún libro (académico, literario, informativo), visitando algún museo o exposición. Consideramos que todas ellas son valiosas y enriquecedoras cuando contribuyen a ampliar nuestro criterio.
            La cultura entendida en este texto como el desarrollo de las facultades intelectuales reflejadas en el conocimiento, tiene un fin práctico, una utilidad. Puede conducirnos a una mejor convivencia con lo que nos rodea, a una socialización más tolerante con los otros. Nuestra forma de habitar el lugar donde nos desarrollamos se transforma en la medida en que incrementamos nuestro conocimiento. La lectura de los diversos géneros literarios forma parte de este derecho cultural.
            La literatura ha sabido superar los cambios temporales y espaciales. Ha traspasado las fronteras. Con el tiempo ha logrado la permanencia y transmisión de grandes obras, por lo que bien cabe citar lo dicho por Foucault: “La literatura, en realidad, sólo existe en la medida en que no ha dejado de hablar, en la medida en que no deja de hacer que circulen signos.”[17]. Ese hablar y circular de signos en la literatura aparecen tanto en páginas impresas de papel, en imágenes proyectadas en televisión, en sonidos emitidos por la radio,  como en espacios electrónicos de Internet reflejados en las pantallas de computadora.
            Una parte de la  riqueza cultural que ha creado y heredado la humanidad se encuentra en la literatura. En nuestros días, los medios de comunicación pueden llegar a convertirse en útiles herramientas para difundir la producción de obras literarias.
            Cualquier manifestación de la cultura escrita, es enriquecedora y cumple su responsabilidad cuando los individuos se ven nutridos de ella, cuando reflejan en su forma de vivir un comportamiento distinto y favorable al que mostraban antes.
            A través de este trabajo hemos manifestado que la literatura se ha convertido en un buen elemento para difundir la cultura. Así como ella, los medios de comunicación también juegan un papel fundamental para incrementar el acervo cultural en los individuos. Su responsabilidad social debe complementarse con la creación de programas de calidad, capaces de captar la atención de los receptores para que no sólo se consideren medios de distracción o enajenación. La literatura es cultura en sí misma, y los medios de comunicación pueden ser piezas claves para transmitirla, contribuyendo a que los individuos puedan formarse un criterio propio ampliándoles las posibilidades para mirar con otros ojos la realidad.
           
BIBLIOGRAFÍA

Argüelles, Juan Domingo, ¿Qué leen los que no leen? El poder inmaterial de la literatura, la tradición literaria y el hábito de leer, México, Croma Paidós, 2004.

Chartier, Roger, El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito, México, Universidad Iberoamericana. Departamento de Historia, 2005.

Foucault, Michel, De lenguaje y literatura, España, Paidós-I.C.E-U.A.B, 1996.
García Canclini, Néstor “Leer ya no es lo que era” en Goldin, Daniel (Ed.), Encuesta nacional de lectura. Informes y evaluaciones, México, UNAM-CONACULTA, 2006.

Halliday, M.A.K., El lenguaje como semiótica social. La interpretación social del lenguaje y del significado, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.

Instituto de Investigaciones Jurídicas, Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano, t.2, México, Porrúa-UNAM, 2000.

Marina, José Antonio y De la Válgona, María, La magia de leer, España, Plaza y Janés, 2005.

Meek, Margaret, En torno a la cultura escrita, México, FCE, 2004.

Orozco Gómez, Guillermo, Televisión pública y participación social: al rescate cultural de la pantalla, Reporte ocasional 2, México, Universidad Iberoamericana, 1992.

Petit, Michéle, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público, México, FCE, 2001.

Petit, Michéle, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, México, FCE, 2003.

Rojas Orduña, Octavio Isaac, “El drama de la radionovela” en: http://www.etcetera.com.mx/rad43.asp (11 de octubre de 2008).



[1] “Son los que aseguran a todo individuo su acceso a la educación y su libre participación a la vida cultural, el goce de las creaciones artísticas y el disfrute de los beneficios de los progresos científicos e intelectuales, así como a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan como autor de inventos científicos o de obras literarias y artísticas.” Instituto de Investigaciones Jurídicas, Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano, t.2, México, Porrúa-UNAM, 2000, p. 1246.
[2] García Canclini, Néstor “Leer ya no es lo que era” en Goldin, Daniel (Ed.), Encuesta nacional de lectura. Informes y evaluaciones, México, UNAM-CONACULTA, 2006, p. 31.

[3] Marina, José Antonio y De la Válgona, María, La magia de leer, España, Plaza y Janés, 2005, p. 42.

[4] Ibíd.
[5] Argüelles, Juan Domingo, ¿Qué leen los que no leen? El poder inmaterial de la literatura, la tradición literaria y el hábito de leer, México, Croma Paidós, 2004. P.22.

[6] Marina, José Antonio y De la Válgona, María, La magia de leer, España, Plaza y Janés, 2005, p. 44

[7] Foucault, Michel, De lenguaje y literatura, España, Paidós-I.C.E-U.A.B, 1996, p. 95.
[8] Halliday, M.A.K., El lenguaje como semiótica social. La interpretación social del lenguaje y del significado, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, Págs. 268-269.

[9] Petit, Michéle, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, México, FCE, 2003, p. 67.

[10] Meek, Margaret, En torno a la cultura escrita, México, FCE, 2004, p. 311.

[11] Orozco Gómez, Guillermo, Televisión pública y participación social: al rescate cultural de la pantalla, Reporte ocasional 2, México, Universidad Iberoamericana, 1992, p. 10.

[12] Rojas Orduña, Octavio Isaac, “El drama de la radionovela” en: http://www.etcetera.com.mx/rad43.asp (11 de octubre de 2008).
[13] Octavio Isaac Rojas Orduña es guionista de radio. Obtuvo mención honorífica en el concurso de radioteatro convocado por la Deutsche Welle y la Feria Internacional del Libro en Frankfurt. Ibíd.
[14] Ibídem.
[15] Chartier, Roger, El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito, México, Universidad Iberoamericana. Departamento de Historia, 2005, p.216.

[16] Petit, Michéle, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público, México, FCE, 2001, págs 23-24.

[17] Foucault, Michel, De lenguaje y literatura, España, Paidós-I.C.E-U.A.B, 1996, p. 94.