viernes, 3 de noviembre de 2017

Teoría y Crítica Literaria Feminista. Un acercamiento teórico

Por: Jorge Luis Gallegos Vargas

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http://aprende.liceus.com/teoria-la-literatura
Según Iris Zavala, “analizar la literatura desde el punto de vista del género no significa homologar la identidad sexual con el sexo biológico y un determinismo genético.” (cit. pos. Gutiérrez, 2004:29) Sabiendo que no es necesario remitirnos a la concepción biológica. En este trabajo, estableceremos una diferenciación entre teoría literaria feminista y  crítica literaria feminista. No es nuestra intención, abordarlo desde la ginocrítica.[1]
Las discrepancias planteadas entre ambas son evidentes. Le corresponde a la crítica literaria hacer una reconstrucción, una evaluación, emitir un juicio de valor acerca de una obra determinada; mientras que a la teoría literaria le compete encontrar los principios literarios, estableciendo criterios y categorías de análisis.
Para René Wellek y Austin Warren
Lo más indicado parece ser llamar la atención sobre estas distinciones calificando de “teoría literaria” al estudio de los principios de la literatura, de sus categorías, criterios, etc., diferenciando los estudios de obras concretas de arte con el término de “crítica literaria.” (Wellek 2002:48)

Esta diferenciación también ha llegado al estudio de la mujer dentro de la literatura, logrando que exista una distinción entre teoría literaria feminista y crítica literaria feminista.

1. Crítica literaria feminista[2]
La crítica literaria feminista es reciente, surge con la publicación de Un cuarto propio de Virginia Woolf.[3] El Segundo sexo de Simone de Beauvoir significó su consolidación. (cfr. Gutiérrez, 2004:69)
Son cinco los libros que marcaron las pautas para el desarrollo de la crítica literaria: los ya mencionados de Woolf y de Beauvoir; Hermandad es fuerza de Robin Morgan, en donde se hacen referencias a obras escritas por mujeres con una problemática netamente feminista; La ayudante molesta (1966) de Katherine M. Rogers; Pensando en las mujeres (1968) de Mary Ellman; y Política sexual (1969), de Kate Millet.
La crítica literaria feminista se encuentra orientada hacia el establecimiento de juicios de valor acerca de una obra, apoyándose, según María del Carmen García Aguilar, en:
  1. La des/construcción del lenguaje patriarcal: Se intenta encontrar expresiones que nos acerquen a la apreciación de los hechos sin recurrir a conceptos y categorías propias del patriarcado.
  2. La creación de un nuevo paradigma cultural: Este paradigma se basa en la no existencia de diferencias genéricas, en donde se erradique la idea de inferioridad de las mujeres.
  3. El desarrollo de la historia y la promoción de la cultura femenina: La cultura femenina parte de la base de la igualdad entre hombres y mujeres, en donde los textos producidos por ellas encuentren una adecuación a una cultura femenina; es decir, los personajes escritos en los textos femeninos se permean de esta cultura femenina.
Para el estudio de la crítica feminista debemos de tomar en cuenta:
Primero, que todo acto de producción y recepción cultural se da en el marco de un contexto social, histórico y económico. Segundo, que en dichos contextos, los grupos dominantes marcados por sexo, clase y raza tienen mayor control sobre sus vidas que los grupos dominados. Y tercero, ya que los actos críticos se dan en el contexto de la diferencia de poderes, éstos nunca pueden ser desinteresados. Por ello, partimos de una postura eminentemente feminista para intentar la comprensión de los sistemas sexo/género como categoría de análisis. (García, 2002:43)

Así pues, la crítica abarca teorías sociales en las que los textos, ya sea escritos por hombres o por mujeres, se relacionan con ideologías, mismas que hacen que los análisis se encuentren empapados de la cultura falocéntrica. [4]
Dos de las funciones principales, marcadas por Marcia Holly, “consisten, por una parte, en contribuir al establecimiento de los límites del significado de una obra, y por lo tanto de su respuesta potencial; y por otra, en repudiar formulaciones estereotipadas con respecto a las mujeres.” (cit. pos. Gutiérrez, 2004:70) Busca establecer una pugna entre el ámbito público y el cultural, en donde la mayoría de las mujeres no sólo se dediquen a las labores domésticas, sino también al ámbito académico, tratando de aplicar esta cosmovisión a los objetivos principales de la crítica literaria.
Para Toril Moil, “la crítica literaria feminista puede ser interpretada como producto de la lucha orientada prioritariamente hacia un cambio político y social; su cometido específico dentro de ella se convierte en un intento de entender dicha acción política general al dominio de la cultura.” (cit. pos. García, 2002:45) Asimismo, se identifica como una lectura con base en las perspectivas feministas, rescatando los conceptos y estereotipos que aparecen en las obras literarias. (cfr. García, 2002:45)
Los análisis de las mujeres giran entorno a dos cuestiones: aquella que se dedica al estudio de las mujeres en obras escritas por hombres, enfocada hacia los estereotipos, conocida como lectura feminista; y aquella que se dedica a analizar las obras escritas por mujeres, acreditada como crítica literaria feminista.
La lectura feminista evidencia el mundo marginal al que ha sido sometida la mujer, intentando hacer un cambio radical de su condición a través de la crítica. Lo que interesa a la lectura feminista es hacer un análisis de los estereotipos de las imágenes de la mujer en la literatura, tratando de reivindicar el retrato erróneo que se tiene de ella, así como la emisión de juicios y opiniones de obras literarias.[5]
La crítica literaria feminista gira en torno a dos grandes escuelas: la crítica feminista norteamericana y la francesa.
La escuela norteamericana se basa en el estudio de los estereotipos de la mujer; esta forma de estudiarla surge en los años sesenta, con la publicación de dos libros: Pensar en las mujeres (1968) de Mary Ellmann y Política sexual (1970) de Kate Millet.
Por su parte, la crítica feminista francesa parte de la escritura del cuerpo.
Los primeros grupos feministas franceses se formaron en un ambiente intelectual politizado, dominado por varios tipos de marxismo. Al igual que muchos países los movimientos del 68 repercutieron también en el feminismo y empezaron a formarse exclusivamente grupos de mujeres (García, 2002:55)

En Francia, los estudios de la mujer giran en torno a problemas semióticos: cómo es representada la figura de la mujer­, lingüísticos: cómo se comunica y psicoanalíticos: cómo piensa; destacan; Hélène Cixous, Julia Kristeva y Luce Irigaray.
Cixous propone el término écriture femenine para la escritura producida por la mujer, incluyendo teorías revolucionarias sobre la opresión de la mujer[6] a partir del psicoanálisis freudiano. Asimismo, parte de la premisa de un mundo dividido en oposiciones, en donde a lo femenino le corresponde el lado izquierdo, el lado siniestro.[7] Además, compara a la mujer con África, por ser un lugar desconocido, poco explorado:
En cuanto empieza a hablar, se le puede enseñar, al mismo tiempo que su nombre, que su región es negra: eres África y, por tanto, eres negra Tu continente es negro. El negro es peligroso. En el negro no ves nada, tienes miedo. No te muevas, pues corres el riesgo de caer. Sobre todo, no vayas al bosque. Y hemos interiorizado el horror a lo oscuro. No han tenido ojos para ellas mismas. No han ido a explorar su casa. Su sexo les asusta aún ahora. Les han colonizado el cuerpo del que no se atreven a gozar. La mujer tiene miedo y asco de ser mujer. (Cixous, 1995:20-21)

La crítica literaria feminista, entonces, busca poner al descubierto la nula producción literaria por parte de la mujer, así como la desidia de que dichas obras han sido objeto por parte de la historia de la literatura, al no considerar las creaciones de éstas.
Asimismo, aboga por una escritura andrógina, es decir, que los trabajos literarios de los hombres reflejen, escriban y describan a la mujer con sus cualidades innatas, en donde manifiesten sus emociones a través de la inclusión de “temas propios de la mujer”[8] en sus letras.
Así pues, la crítica literaria feminista únicamente defiende la inclusión y la reivindicación de las producciones de las mujeres, intentando que éstas sean incluidas en la Historia de la literatura.[9]

2. Teoría literaria feminista
La teoría literaria feminista nos ayuda a tener un acercamiento a la literatura escrita por mujeres, u hombres, marcando un énfasis en que las experiencias vividas van formando sus modos de expresión; evitando que la comparación entre ambas literaturas: la escrita por mujeres con la literatura oficial –la masculina– sea contraproducente, ya que solemos darle mayor atribución a la literatura de ellos.
Por ello, la teoría literaria feminista busca hacer un avance prudente en el área, quitarse los prejuicios que trae consigo la producción literaria oficial, para ubicar única y exclusivamente el cómo son producidas las mujeres, ya sea por una mente femenina o por una mente masculina. De ahí que Biruté Ciplijauskaité se cuestione cómo es que algunas heroínas de ficción,[10] como Emma Bovary o Ana Karenina, hubieran sido concebidas desde una mirada femenina.
La teoría literaria erradica subjetividades, al representar un peligro y al ser una construcción personal, no puede tener un punto de partida exacto para el estudio. Así pues, se debe tener en consideración que lo que hay que estudiar es el carácter social de la mujer, arrancando de la premisa que lo sexual determina el género y, por tanto, la forma de actuar de la mujer.[11]
Además, hay que recalcar que la teoría tiene, simplemente, un perfil especulativo y es totalmente independiente de la práctica; es decir, puede existir un fundamento teórico sin necesidad de que éste se aplique, del todo, en un fenómeno. Así, tenemos que la teoría literaria feminista tiene bases que pueden, o no, aplicarse a un fenómeno en especial, en este caso a la literatura.[12]
Para María del Carmen García Aguilar, existen tres formas de referirse al cómo se habla de la mujer y la literatura: La primera gira en torno al cómo es que la mujer es contada, representada; la segunda se basa en cómo es que la mujer se cuenta a sí misma; mientras que la tercera se basa en la Teoría de la Recepción, la cual trae consigo tres cuestionamientos base: cómo escribe la mujer, qué leen y cómo interactúa la literatura con la mujer. (cfr. García, 2002:67)
A nosotros nos interesa conocer cómo es esta primera posibilidad, es decir, cómo la mujer es contada a través de una mirada de hombre, el cómo es que un personaje femenino, es concebido por una mente masculina; además, nos ofrece el ángulo de cómo es visualizada la mujer como personaje y como tema; sin embargo, esta posibilidad ofrece una laguna, ya que a la mujer no se le ha dado la oportunidad de ser tratada desde su realidad, esto porque la literatura popular “describe a la mujer como se desea que sea.” (García, 2002:67)
Para el análisis de los textos en donde aparecen las mujeres, Raquel Gutiérrez propone el énfasis en el contexto sociocultural,[13] basándose en los preceptos teóricos de Rita Felski. Ella expone que “la ficción feminista solo puede entenderse como producto de las condiciones sociales existentes y como forma de oposición crítica ante las mismas.” (Gutiérrez, 2004:116) Asimismo, insiste en la posibilidad de agrupar a hombres y mujeres tomando como base la función social que éstos desempeñen y la relación que las mujeres tienen con el contexto histórico en el cual se desarrollen.
Al mismo tiempo, Pierre Bourdieu “asume que mujeres y hombres constituyen grupos sociales y analiza sus relaciones en los mismos términos que cualquier otra relación entre clase dominante y clase dominada.” (Gutiérrez, 2004:117)
Es indispensable, también, tener en cuenta las diferencias culturales que existen entre hombres y mujeres, cómo es que éstas han sido adheridas al sistema de producción y el cómo es que biológicamente se diferencian.
El análisis del sociotexto debe suponer una relación entre la escritura como producto social y el cómo aparece la mujer, los roles que desempeñan y el discurso social. Myriam Díaz-Docaretz propone que
cada suposición hecha sobre la escritura –incluyendo la escritura femenina– es simultáneamente una suposición acerca del discurso social en general. Recomienda no olvidar la relación entre la escritura y el discurso social, interacción que no ha sido recíproca, sino dominada en gran parte por el patriarcado. (Gutiérrez, 2004:120)

La literatura es una manifestación de una realidad social subjetiva, misma que se va forjando a partir de la época en la que vive el autor. No obstante, la literatura no es un reflejo del proceso de la sociedad, sino es la suma de la historia. La relación que se establece entre lo literario y la sociedad se da a partir de que los textos se vean como documentos sociales, como supuestas representaciones de la realidad social.
Cada autor expone su mundo y el papel desempeñado dentro de la sociedad: manifiesta sus experiencias, vivencias, relaciones interpersonales. Es por ello que en la obra de Pedro Almodóvar encontraremos rasgos característicos de su vida, siendo el personaje de la madre uno de los principales dentro de su producción literaria.[14]

3. De la mujer y la literatura
La mujer, hasta antes de la aparición de la crítica y la teoría literaria feminista, había sido tratada como un objeto de ornamentación más en las páginas de la Historia literaria; había sido producto de la marginación de la cultura patriarcal. Eran pocas las mujeres productoras de letras y casi todas ellas pelearon en  contra de las ideas falocéntricas de la época, presentándose como “Secuestradora secuestrada a sí misma.” (Cixous, 1995:20)
Aquí, cabe hacer una diferenciación entre discurso femenino y discurso feminista. El femenino[15] es aquel hecho por la mujer, es decir, lo que ella plasma, describe, escribe; por su parte, el discurso feminista[16] asume una política, defiende, reifica, describe, escribe a las mujeres, pero no necesariamente tiene que estar escrito por ellas.
Elaine Showalter, propone una división de la literatura en tres etapas: “1) femenina, que se adapta a la tradición y acepta el papel de la mujer tal como existe; 2) feminista, se declara en rebeldía y polemiza; 3) de mujer, que se concentra en el auto-descubrimiento.” (Ciplijauskaité, 1988:15) En el transcurso de esta investigación nos remitiremos a la literatura feminista –y por ende al discurso feminista–.
Es importante resaltar que una constante literaria en las producciones del siglo xix y del siglo xx es que la mayor parte de las protagonistas de las obras son mujeres: Emma Bovary,[17] Ana Karenina, Ana Ozores,[18] Carmen, María, Clemencia, Marianela, Santa, la señora Dolloway. Los personajes de ficción femeninos fueron forjando su carácter, mismo que todavía no logran, del todo, expresar libremente.[19]
Durante el siglo xviii y principios del siglo xix,[20] la producción literaria de la mujer se limitaba a cartas y memorias; estas creaciones, según Ciplijauskaité, dejaron como legado el uso de una narración menos rebuscada, alejada de la tradición literaria –en donde el orden, la disciplina y la razón predominaban– y apartada de la pretensión de crear un estilo nuevo.
Las creaciones literarias del siglo pasado, el xx, trasgredieron la costumbre de antaño. Los personajes femeninos fueron capaces de vivir grandes pasiones, pasar por diferentes estados anímicos, ser objetos de representaciones psíquicas; ya no sólo son un medio para el desarrollo de la historia, ahora también son partícipes de la misma.[21]
Resulta contradictorio, pues, que las obras más representativas del siglo xix le correspondan a la mujer: Jane Austen, Emily Brontë, Georges Eliot, entre muchas otras. Al hablar de estas novelistas, Woolf hace mención del cómo se sometían ante sus propios fantasmas, ante la construcción de su conciencia como escritora, de su identidad femenina: “(...) pienso que estamos en la pista de (...) una Jane Austen muda y sin gloria, de una Emily Brontë rompiéndose los sesos en el páramo o recorriendo con desolación los caminos, trastornada por la tortura de su genio.” (Woolf, 2004:45)
Se debe a estas escritoras que la mujer de clase media comenzara a escribir; poco a poco las letras dejaron ser propias de las aristócratas, para ser parte de aquellas que se encontraban olvidadas. La mujer de clase media encontró en la novela el medio perfecto para desarrollar sus historias.[22]
La literatura, al ser un producto cultural, se encuentra permeada por la ideología patriarcal. Así, las manifestaciones artísticas de la mujer se encuentran restringidas a las actividades que éstas realizan dentro de la sociedad.[23] Virginia Woolf en Tres guineas y Un cuarto propio expresa que la literatura fue la primera profesión masculina que la mujer ejerció. (cfr. Castellanos, 2003:107)
Sin intentáramos definir a la literatura femenina, debemos partir de que ésta “debe abarcar todos aquellos textos que revelan una toma de conciencia crítica por parte de las mujeres, de su posición subordinada y del género como categoría problemática, de cualquier forma que se exprese.” (cit. pos. Gutiérrez, 2004:65)
La literatura producida por la mujer y las actividades cotidianas se manifestaron de forma inmediata dentro de las letras; la temática giró en torno a las labores domésticas, vivencias de la infancia, amores frustrados, a la vida del claustro; dichas obras, muestran una narración más íntima, una representación de la mujer más verosímil, personajes femeninos palpables. El acercamiento de la mujer a la literatura dio como resultado que:
las escritoras suelan verse como sujeto objeto, y al escribir retornen a la infancia, que siempre hace volver hacia una misma, para luego dirigir la mirada al entorno, que suele ser por lo regular el ámbito doméstico. Por eso el mundo femenino suele considerarse interior, casero, pues casi nunca hay una desvinculación entre la escritora y la mujer. (García, 2002:55)

Se ha identificado que la mujer escribe de una forma consciente, lo cual no implica que la obra tenga un enfoque feminista. Es decir, el hecho de que una producción literaria hable de mujeres no implica un vínculo con el feminismo.[24] Esta forma de hacer notar su voz se hace evidente ya que las mujeres dedicadas a las letras “no escriben libros sobre los hombres.” (Woolf, 2004:27)
Hacia el siglo xviii y el xix, la actitud de la mujer hacia la producción de literatura era muy marcada: creaban, narraban historias, pero lo hacían bajo su propio escondite, bajo una máscara masculina. La constante fue la utilización de seudónimos, mismos que representaban las escasas oportunidades para contar historias.[25]
En los años cuarenta, del siglo pasado, un grupo de mujeres pertenecientes a la clase social media alta se ligaron al ámbito cultural por medio de la enseñanza, la crítica, el periodismo y otras actividades ligadas a las letras; las obras de éstas abogan por la “búsqueda de su identidad como mujeres a través de la literatura al intentar escribir desde su feminidad, como es el caso de Ana María Matute, María Zambrano, Esther Tusquets, Rosario Castellanos, Luisa Valenzuela, Cristina Peri Rossi, Griselda Gábaro, Elena Garro, entre muchas más.”[26] (García, 2002:72)
Para Virginia Woolf, los elementos que varían de una obra escrita por una mujer y la de un hombre son: la descripción de los lugares y espacios en donde se desarrollan las acciones; la puesta en juego de las sensaciones en los personajes protagónicos, mismos que, en la mayoría de los casos, son mujeres; la narración hecha en primera persona, lo que hace que sea más íntima; y la conjunción del corazón, cuerpo y cerebro para contar sus historias.
Hélène Cixous apunta que: “la mujer debe escribir su self: debe escribir sobre mujeres y hacer escribir a las mujeres, de lo cual han sido alejadas tan violentamente como de sus cuerpos” (cit. pos. Gutiérrez, 2003:15); es decir, debe hacer valer su voz; darse la oportunidad de ser mujer, de ser objeto de literatura; hacer que se represente y se hable de sí misma tal y como es; ir trazando y delineando sus estructuras corpóreas, psicológicas; plasmar su erotismo e incluso su homoerotismo; inventarse y reinventarse como mujer.
Es a través de la escritura femenina en donde la mujer puede hacer valer esa voz, en donde puede plasmar, mostrar y expresar su conciencia femenina ante una conciencia masculina predominante. Esta escritura pretende ser un espejo en donde pueda observar su propio yo.[27] “El Narciso masculino se mira en el agua y se admira: tiene ya su discurso hecho. La mujer se mira buscando; el agua que la refleja es movida. Esto dicta, como se verá, muchos de los procedimientos usados en la narrativa femenina de hoy.” (Ciplijauskaité, 1988:206)
Biruté Ciplijauskaité considera que las innovaciones estilísticas hechas por la mujer se dan porque
se transforma la sintaxis. Se incorpora con facilidad el lenguaje casi incoherente de los sueños. Es notable la orientación hacia el símbolo, pero no por eso se renuncia a la expresión oral. Aumentan las epifanías. Se procede a quitar el ropaje exterior, con sus expresiones lingüísticas tradicionales. Se quiere ahondar cada vez más en la raíz misma de las acciones. (Ciplijauskaité, 1988:25)

El mayor acercamiento que ha tenido la mujer con la literatura es a través de la creación de cartas, diarios, poesía lírica y novela. Con la poesía, pudo autojustificarse, hacer uso de la reinterpretación de símbolos e imágenes arquetípicas propias de las mujeres: el vaso, la copa, el agua, la naturaleza, la tierra, el acto de tejer, la sirena, la bruja, las mujeres bíblicas: Eva, Lilith, María. “Las poetas vivirán un constante conflicto entre el talento y los límites impuestos a la feminidad. Actitudes típicas del romanticismo tales como: egoísmo, rebeldía, deseo sexual, sarcasmo, mal du siècle… no tienen cabida en la poesía escrita por mujeres.” (Freixas, 2000:153)
La novela, fue un género despreciado por la crítica literaria al ser considerado como un género en donde la capacidad intelectual requerida es menor, motivo por el cual se le adjudicó a la mujer; esta, estuvo estrechamente ligada al diario y a la autobiografía, géneros considerados como los del yo.
Las heroínas de ficción, concebidas por las mentes femeninas, son un reflejo de la necesidad que ella tiene al escribir: eliminar la subversión, pretendiendo hacer un cambio a esa mirada objetiva para construir una nueva: una mirada en donde quepa la subjetividad que permita penetrar y conocer más sobre la conciencia del personaje; una mirada hecha desde las emociones y el cuerpo.[28]
Por su parte, las pensadas por las mentes masculinas, son reflejo de la estereotipación e idealización que el hombre hace de ellas. Pareciera ser que la mujer pensada por el hombre es ingenua; si es inteligente: es castigada con un trágico desenlace. Esto porque, según Michelle Montrelay, la mujer al escribir suele hacer una extensión de ella misma, mientras que el hombre recubre el lenguaje mediante el intento de objetivar el mundo.
La tradición de las heroínas de la última mitad del siglo xix y la primera del siglo xx, lucha en contra de los estatutos establecidos por la literatura tradicional; sin embargo, la preocupación debería apuntar sobre si existe o no buena o mala literatura, si la mujer y el hombre están representados, de manera simbólica, de forma coherente, si se aboga por la dignificación de la humanidad.
La literatura concebida por mentes masculinas ha permeado –y hasta cierto punto contaminado– la escritura, logrando establecer dentro de las letras que los personajes, a través de su relación con los demás, cumplan con los códigos de normas y valores impuestos de manera simbólica y que los arquetipos se acepten como válidos.
La imagen arquetípica se conforma a partir de cómo es vista la mujer desde fuera y se enfrenta a las subjetividades a partir de los roles, que por tradición, ha desempeñado la mujer en la sociedad: madre, esposa, monja.
Sin embargo, bajo usanza de que la mujer ha sido producto de los arquetipos, se ha comenzado con la transformación de la idea de los personajes femeninos, logrando que algunos hombres busquen indaguen en la forma de escribir: a través de la escritura andrógina.

Bibliografía
Castellanos, Rosario (2003). Mujer que sabe latín… México, FCE, Col. Letras mexicanas.
Ciplijauskaité, Biruté (1988). La novela femenina contemporánea (1970-1985) Hacia una tipología de la narración en primera persona. Barcelona, Antrophos.
Cixous, Hélène (1995). La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura.
Barcelona, Dirección General de la Mujer, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, Antrophos, Col. Pensamiento crítico / pensamiento utópico.
Freixas, Laura (2000). Literatura y mujeres. Barcelona, Destino, Col. Áncora y Delfín, Volumen 898.
García Aguilar, Ma. del Carmen (2002). Un discurso de la ausencia: teoría y crítica literaria feminista. Puebla, Secretaría de Cultura, Gobierno del Estado de Puebla. Colección Los nuestros, Serie Cuadrivio.

Gutiérrez Estupiñán, Raquel (2004). Una introducción a la teoría literaria feminista. México, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Hernández Enríquez, Virginia (2003). “¿Podemos hablar de un feminismo posmoderno? (relación feminismo posmodernidad)”, en Mujeres. Acercamientos para su estudio. Graffylia.   Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, FFYL.
Moix, Ana María (1999).        “«Monsieur» Bovary”, en Monteys, Mónica <ed.>: Heroínas de ficción. Barcelona, Ediciones del Bronce
Monteys, Mónica (1999). “Epílogo”, en Monteys, Mónica <ed.>: Heroínas de ficción. Barcelona, Ediciones del Bronce.
Lagarde, Marcela (1997). Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. México, UNAM, Col. Posgrado.
Wellek, René; Warren, Austin (2002). Teoría literaria. Madrid, Gredos. México, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Woolf, Virginia (2004). Un cuarto propio. México, Colofón.







[1] La ginocrítica es una interpretación discursiva crítico-feminista que gira en torno a la literatura, la cual pretende la “inclusión de puntos de vista de los grupos oprimidos, que indaga la mitología establecida sobre las mujeres y otros grupos minoritarios (como pueden ser el de los negros, homosexuales e indígenas) que prevalecen en los estereotipos y actitudes de la cultura y en las normas que rigen la conciencia social.” (García, 2002:98)
[2] La crítica literaria feminista alcanza su máximo apogeo en los años sesenta: década significativa por las rupturas que se dan con el sistema patriarcal establecido.
[3] Se considera a Virginia Woolf como la precursora de la crítica literaria feminista. A partir de la aparición de Un cuarto propio, la lectura que dio la escritora inglesa de la literatura permitió explicar no sólo cuál ha sido la visión de la mujer en la historia literaria, sino el papel de ésta como productora de literatura, es decir, el cómo y el por qué las mujeres escriben y se describen a sí mismas. Woolf hace hincapié en que la mujer, y las realizaciones artísticas de ésta, tienen que ser analizadas desde una perspectiva diferente, ya que “la crítica literaria tradicional es parcial, usa categorías y estereotipos que hacen aparecer la escritura de las mujeres cuando llegan a hacer mención de ella, como dulce y encantadora.” (García, 2002:62)

[4] “El objetivo básico de la crítica literaria feminista en la literatura consistirá en no aceptar la imagen tradicional de las mujeres, en resistir, en poner al descubierto las trampas de la literatura por las que se ha invisibilizado y estereotipado a las mujeres.” (García, 2002:45)
[5] La lectura feminista ofrece una lectura con un ojo crítico a las obras clásicas de la literatura universal: –Shakespeare, Hemingway, Joyce–, en donde los escritores han delineado las características de la mujer como una imagen simbólica, mismas que han colaborado a su sumisión.
[6] La opresión de las mujeres para Marcela Lagarde es “un conjunto articulado de características enmarcadas en la situación de subordinación, dependencia vital y discriminación de las mujeres en sus relaciones con los hombres, en el conjunto de la sociedad y en el Estado.” (Lagarde, 1997:97)
[7] Estas oposiciones son: “Actividad / pasividad, Sol / Luna, Cultura / Naturaleza, Día / Noche, Padre / Madre, Razón / sentimiento, Inteligible / sensible, Logos / Pathos.” (Cixous, 1995:13)
[8] Estos temas son la descripción de las actividades domésticas, la descripción de comida, de habitaciones, de la vida de claustro. Virginia Woolf en Un cuarto propio asegura que la literatura escrita por hombres no habla de estos temas, que para ellos son característicos de la mujer: “Forma parte de la convención novelística no hablar de sopa ni de salmón ni de patos, como si la sopa y el salmón y los patos carecieran de toda importancia; como si nadie hubiera fumado un cigarro o bebido un vaso de vino” (Woolf, 2004:13)
[9] Esta Historia de la literatura también es denominado como canon. Son pocas las mujeres que son reconocidas por éste; entre ellas Virginia Woolf. En las letras hispánicas resaltan escritoras como Rosario Castellanos, Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, entre otras.
[10] Término acuñado para el ciclo de conferencias realizadas bajo el mismo nombre en el Instituto Francés de Barcelona en 1988, en donde se discutió cuáles son las características propias de algunas de las más importantes de los personajes femeninos de la literatura universal. Algunos de los personajes expuestos son: Ana Azores, Emma Bovary, Casandra, Carmen y la señora Dolloway.
[11] “La experiencia, en la teoría feminista, debe tomar en cuenta que la sexualidad es central, en tanto que determina, a través de la identificación de género, la dimensión social de la subjetividad femenina, es decir, la experiencia personal de lo femenino.” (cit. pos. Gutiérrez, 2004:63)
[12] Es por eso que “Rita Selden identifica la teoría con lo institucional, representante de lo difícil, lo intelectual, lo vanguardista de los estudios literarios.” (cit. pos. Gutiérrez, 2004:67)
[13] La misma autora propone otras teorías para el análisis de textos entre ellas la Bajtiniana, la narratología, la teoría de la recepción y la que utilizaremos para este trabajo: el énfasis en el contexto sociocultural.
[14] En Toma 3 hablaremos acerca de cómo se han forjando los personajes de Pedro Almodóvar, encontrando en la mujer el medio idóneo para contar sus historias. Dentro de su biografía, la madre representa un papel muy importante, motivo por el cual en su guión número trece: Todo sobre mi madre, le ofrece un homenaje.
[15] El discurso femenino es aquel que no necesariamente tiene que estar escrito por una mujer y es aquel “que se describe desde un cuerpo de mujer, al margen de la identidad, del género, la ideóloga o la conciencia, y que por lo mismo no muestra ninguna característica particularizada que la identifique (...)" (García, 2003:31)
[16] El discurso feminista para Aralia López es “la posibilidad de un «filosofar» de las mujeres: posibilidad que se transforma en hecho consistente con la aparición del discurso feminista-contradiscurso o contrarrazón en el marco referencial del discurso y la razón patriarcales (...)” (cit. pos. Hernández, 2003:13)
[17] Emma pareciera ser un espejo de la misoginia del autor, de la discrepancia que sentía tanto por los hombres como por las mujeres. Esos rasgos misóginos los muestra en el desenlace de la novela, ya que “la novela no termina con la muerte de Emma Bovary, sino con la del marido (...), en el mismo banco donde la desquiciada esposa leía cartas de amor a su amante.” (Moix, 1999:19) Madame Bovary no es más que un reflejo de la hostilidad de la época, de las restricciones, en el ámbito privado, de las que la mujer era objeto.
[18] Ana Ozores, personaje de la Regenta escrita por Leopoldo Alas «Clarín» retoma las características de Emma Bovary, consiguiendo confundir el cuerpo y alma a través de la locura; dejándonos ver que con ella quería indagar en los terrenos del dolor, la frustración, la imposibilidad del desarrollo de la mujer dentro del matrimonio e, incluso, en la divinidad heredada por el misticismo.
[19] “Pocas son las alternativas que han tenido estas criaturas literarias, fuera de la de acabar sus días abocadas a la desilusión y al fracaso, ya sea a través de la inevitable pasión amorosa, la agonía del exilio o la muerte.” (Monteys, 1999:230)
[20] “La escritura significa para la mujer del siglo xix una liberación que compensa el encarcelamiento del cuerpo.” (Ciplijauskaité, 1988:14)
[21] “Lo verdaderamente heroico de estos personajes femeninos no ha sido alcanzar el desencanto del mundo, sino resistir a él.” (Monteys, 1999:232)
[22] Virginia Woolf describe que las mujeres que escriben novelas no lo hacen como los hombres: “las mujeres novelistas deben sólo aspirar a descollar por el valiente conocimiento de las limitaciones de su sexo.” (Woolf, 2004:67)
[23] Para Woolf la literatura “debe atenerse a los hechos, y cuanto más reales los hechos mejor la literatura – según nos dicen.” (Woolf, 2004:18)
[24] “Algunas novelas feministas hacen explícito su acuerdo con el movimiento de liberación de las mujeres, pero otras no; incluso, hay autoras cuyas obras se consideran a título honorífico, como las novelas de Doris Lessing, Fay Welden y Alison Luire (para el ámbito angloamericano) (cit.pos. Gutiérrez, 2004:76)
[25] Rosario Castellanos expresa que “el instrumento de expresión de los géneros literarios es el lenguaje. Y desde muy temprana edad las mujeres aprenden, por lo menos, a hablarlo. (...) Pero cuando la alfabetización dejó de ser un privilegio de ciertas clases y de ciertos grupos (…) las mujeres aprovecharon esta ventaja y, en el caso de los países de religión protestante, otra: la frecuente lectura de la Biblia que les proporcionó una enorme riqueza de vocabulario y de imágenes, una colección de historias y anécdotas heroicas, tiernas, atrevidas, llenas de vicisitudes y coronadas siempre por el triunfo de la justicia. Ahí estaba el dechado y por la otra parte el deseo incoercible de imitar, de reproducir, instinto femenino si los hay.” (Castellanos, 2003:107)
[26] Estas escritoras, han hecho de la literatura un medio de expresión mediante el cual son capaces de transmitir y contar sus historias, dándose el “lujo de escribir por sí mismas sin renunciar a su identidad, pero sin estar por ello siempre y constantemente en las barricadas de la lucha.” (García, 2002:72)
[27] Para Biruté Ciplijauskaité el uso del yo permite varios enfoques establecidos en tres grandes grupos: “1) el «yo» actúa extradiegéticamente; es el autor o narrador quien toma la palabra; 2) el «yo» aparece en un diálogo entre dos personajes; 3) el «yo» se oye en un soliloquio.” (Ciplijauskaité, 1988:19)
[28] Nos referimos a “objetiva” cuando estamos hablando del discurso hegemónico, en donde los significados son impuestos por el hombre; mientras que la mirada “subjetiva” se refiere al discurso de la mujer, en donde pretende reivindicarse y forjar una idea más verosímil acerca de ella: esa mirada también es la feminista.