lunes, 18 de marzo de 2013


Aura y sus implicaciones fantásticas
Por: Jorge Luis Gallegos Vargas
Óclesis

Fuente de imagen:
http://arielurquiza.blogspot.com/2012/10/aura-carlos-fuentes.html
Hablar de Aura (1962) es hablar de una de las obras más representativas del escritor mexicano Carlos Fuentes. Ésta es una novela corta y se encuentra situada en el año 1961 en la Ciudad de México. Asimismo, está considerada junto con La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz como uno de los trabajos más importantes de este escritor.
Aunque el tema de lo fantástico y sombrío nunca ha dejado de estar en la obra de Fuentes, es cierto que la parte histórico-política, la reflexión sobre la identidad del mexicano, sus crisis y deseos, es la que ha tenido mayor presencia. (…) Aura es un emblema en la producción literaria de su autor.

Esta novela breve ha sido motivo de muchos estudios y recientemente de algunas polémicas en México sobre su contenido sacrílego y sexual. Sin embargo, más allá de todo cometario a primera lectura, podemos asegurar, que esta novela breve,  contiene una cantidad de elementos que permiten desde diferentes perspectivas de análisis un mosaico muy amplio de lecturas y significaciones.

Aura nos cuenta la historia de Felipe Montero, un joven historiador que atraído por un buen sueldo llega a una antigua casa del viejo centro histórico de la ciudad de México, ubicada en Donceles 815. El historiador es requerido para organizar, transcribir y traducir las memorias de un viejo coronel francés quien participara en la intervención francesa en la década de los sesenta del siglo antepasado.
La viuda del Coronel: Consuelo y su sobrina Aura viven en la casa a la que Felipe llegó en busca del trabajo. Al descubrir la belleza de Aura decide quedarse en la antigua residencia en donde comienzan a suceder cosas extrañas que oscilan entre la fantasía y la realidad. Felipe se enamora de Aura; está convencido de que ese no es el lugar en donde ella debe permanecer, puesto que la anciana parece dominarla. Finalmente, la transición entre lo real y lo ficticio logra vencerse cuando el joven historiador se da cuenta de que en realidad él es el Coronel y que Aura no es más que una proyección de Consuelo.
Cecilia Eudave en Simbolismo y ritualidad en la novela Aura (2001) explica:
La novela no es sólo un reflejo de una sociedad tradicional que ubica a la mujer en los roles de siempre, sino que existe una intención progresista y de ruptura al presentar a una mujer que desea ser el ideal del macho, pero que transgrede algunas normas y costumbres al presentarse activa y sexual en la búsqueda del otro.
Esta novela podría insertarse dentro del género fantástico, puesto que encontramos personajes de carne y hueso (característica de lo extraño) y además existe una presencia de lo sobrenatural, misma que no corresponde a las leyes de la ciencia y la naturaleza. Según Todorov en el libro Introducción a la literatura fantástica (2001) lo fantástico
Se basa esencialmente en una vacilación del lector – de un lector que se identifica con el personaje principal – referida a la naturaleza de un acontecimiento extraño. Esta vacilación puede resolverse ya sea admitiendo que el acontecimiento pertenece a la realidad, ya sea diciendo que éste es producto de la imaginación o el resultad de una ilusión; en otras palabras, se puede decir que el acontecimiento pertenece a la realidad, ya sea diciendo que éste es producto de la imaginación o el resultado de una ilusión (…) (125)
Y es precisamente este uno de los móviles principales de la obra, ya que la historia nos ofrece dos lecturas: por un lado, un sentido alegórico nos llevaría a pensar en la posibilidad de la esquizofrenia de Felipe Montero y, por otro lado, también se nos ofrece la posibilidad de que el personaje principal haya vivido todo.
Aura funge como el personaje principal de la historia. Es la sobrina de la viuda de Llorente; es silenciosa y aparentemente abnegada ante la figura de Consuelo, su tía. Se presenta como un ente fantasmagórico y misterioso: aparece y desaparece pasando desapercibida, su mirada es vacía y tiene los mismos movimientos que la anciana, tal y como se describe en el siguiente fragmento:
Y cuando te estés secado, recordarás a la vieja y a la joven que te sonrieron, abrazadas, antes de salir juntas, hacen exactamente lo mismo: se abrazan, sonríen, comen, hablan, entran, salen al mismo tiempo, como si una imitara a la otra, como si la voluntad de una dependiese la existencia de la otra. (Fuentes, 52)
Consuelo es una anciana que oscila entre la lucidez y la pérdida del sentido de la realidad. Vive obsesionada con el recuerdo de su finado marido. Busca un alivio a la pena de no poder haber tenido un hijo con su esposo y por la pérdida de la belleza y la juventud.
Aura-Consuelo, más que actantes en la novela se convierten en entes simbólicos cuyas cargas connotativas y los elementos que las circundan dan especial interés a nuestro acercamiento a la novela. En primera instancia resaltemos que ambas figuras femeninas representan por un lado la juventud encarnada por Aura, y su contraparte la vejez, Doña Consuelo. Dos partes opuestas y complementarias que en el trascurso de la narración una no puede estar sin la otra, creándose así un vínculo simbólico de vida. La anciana representa lo que persiste, lo durable, lo que participa de lo eterno.
            Esa resistencia a abandonar lo que se fue lleva a la Señora Consuelo Llorente a desdoblarse en Aura. Aura no es sino una proyección de los deseos de la anciana. Tal es la fuerza vital y la necesidad de perpetuarse en Doña Consuelo que puede engendrar a Aura.
Felipe Montero es un joven historiador quien encuentra en el periódico una atractiva oferta de trabajo. Es inteligente y solitario, escrupuloso, francoparlante. Se enamora de Aura y de su belleza física.
Fuente de imagen:
http://blogdemissmartha.blogspot.mx
La descripción de las acciones se llevan a cabo en un ambiente lúgubre, húmedo, oscuro, frío, tal y como se describe en el siguiente fragmento: “Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar en la oscuridad de ese callejón techado – patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso –. Buscas en vano una luz que te guíe.” (Fuentes, 14) Esa misma ambientación será la que dote de un sentido de suspenso al encuentro entre Consuelo y Aura con Felipe.
El desmembramiento corporal se encuentra personificado por Consuelo, ya que esta se manifestará en otra forma: Aura. “- Volverá Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la haré regresar… “. (Fuentes, 62) Consuelo metamorfoseada será el medio idóneo, a través del cual, podrá recuperar el amor de su extinto marido. Felipe, es la rencarnación del general Llorente.
La regresión es, entonces el medio en el que el general se convirtiese en Felipe Montero.
Verás, en la tercera foto, a Aura en compañía del viejo, ahora vestido de paisano, sentados ambos en una banca, en un jardín. La foto se ha borrado un poco: Aura no se verá tan joven como en la primera fotografía, pero es ella, es él, es… eres tú.
Es entonces cuando la historia toma sentido: la atracción de Felipe hacia Aura se trata de un asunto meramente nostálgico. Aura y Felipe se encontraron ligados años antes de manera sentimental, ella no es más que Consuelo y él es general Llorente.
Aura y Consuelo son la misma persona: la segunda dota de vida a la primera. Ambas se presentan como entes dicotómicos, una no puede existir sin la presencia de la otra.
La encuentras en la cocina, sí, en el momento en el que degüella un macho cabrío: (…) detrás de esa imagen, se pierde la de una Aura mal vestida, con el pelo revuelto, manchada de sangre, que te mira sin reconocerte, que continúa con su labor de carnicero.
Le das la espalda: esta vez hablarás con la anciana, le echarás en cara su codicia, su tiranía abominable (…) la ves con las manos en movimiento, extendidas en el aire (…) En seguida, la vieja se restregará las manos contra el pecho, suspirará, volverá a cortar en el aire, como si – si lo verás claramente: como si despellejara una bestia… –
Corres al vestíbulo, la sala, el comedor, la cocina, donde Aura despelleja al chivo lentamente, absorta en su trabajo (…). (Fuentes, 42, 43)
En Aura, Fuentes hace una recreación del carácter fantasmal de la experiencia amorosa a través de la pérdida del objeto del deseo; la muerte del ser amado genera un estado de melancolía en la anciana lo que hace que el mismo personaje se desdoble, logrando que lo real pierda la categoría de realidad para indagar en los terrenos de lo sobrenatural.
Asimismo, la ciudad supone para la historia el medio idóneo para traspasar los límites de la realidad. Al traspasar el umbral de la vieja casona de Consuelo, el espacio interior se transforma en la vacilación entre el ser y el deber ser. Esta transformación, del tiempo y del espacio se ven alterados, puesto que al vivir dentro de la casa, Felipe Montero pierde la conciencia de si mismo: él es el general Llorente:
verás bajo la luz de la luna el cuerpo desnudo de la vieja, de la señora Consuelo, flojo, rasgado, pequeño y antiguo, temblando ligeramente porque tú la tocas, tú lo amas, tú has regresado también…
Esto supone, entonces, el regreso del general Llorente encarnado en el historiador. Él ha regresado para estar de nuevo con Consuelo.
No obstante, el primer encuentro visual con Aura supondrá la forma en la que se alimentará el deseo sexual desmedido de Montero hacia el personaje principal.
Te moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue. La muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre un muslo: no te mira. Abre los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recámara. Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tu puedes adivinar y desear. (Fuentes, 20)
La idealización del amor se da gracias una relación casi hipnótica, a través de la mirada: Aura seduce a Felipe a través de los ojos verdes. La idealización, finalmente, se ve alcanzada, una vez que se da el primer acercamiento sexual entre ambos:
Alargas tus propias manos para encontrar el otro cuerpo, desnudo, que entonces agitará levemente el llavín que tú reconoces, y con él a la mujer que se recuesta encima de ti, te besa, te recorre el cuerpo entero con besos. No puedes verla en la oscuridad de la noche sin estrellas, pero hueles en su pelo el perfume de las plantas del patio, sientes en sus brazos la piel más suave y ansiosa, tocas en sus senos la flor entrelazada de las venas sensibles, vuelves a besarla y no le pides palabras (…) antes de caer dormido, aliviado, ligero, vaciado de placer, reteniendo las yemas de los dedos el cuerpo de Aura, su temblor, su entrega: la niña Aura.
Esta primera escena amorosa, de las tres que se presentan a lo largo de la historia, coinciden con los tres folios de los escritos del general Llorente, así como con el ciclo de la mujer-fantasma: niña, mujer madura, anciana.
El segundo encuentro sexual, entre Aura y Felipe, se da cuando los amantes convergen entre lo sagrado y lo profano.
caes sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo negro que cuelga del muro con su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se abrirá como un altar.
Entonces, este acto funciona como un evento eucarístico, en donde Consuelo se metamorfosea en el cuerpo y la sangre de Cristo. El vino y el pan es Aura, quien se convierte en la redención de Montero.
Narrada en segunda persona, Carlos Fuentes involucra, desde el inicio de la obra, haciéndolo partícipe y protagonista de la historia. “LEES ESE ANUNCIO (…) Sólo falta tu nombre.” (Fuentes, 11) La segunda persona, Tú, funciona, entonces, como una forma para que el lector se desdoble de su función lectora y participe como un personaje más.
El que esté narrada desde la segunda persona del singular, un punto de vista poco frecuentado por los escritores pero que, en este caso, comunica cierto tono de inmediatez e intimidad que va muy bien con el carácter y las intenciones del libro.
El propio Fuentes recuerda que la historia surgió como una obsesión cuando  “tenía 7 años y después de visitar el castillo de Chapultepec y ver el cuadro de la joven Carlota de Bélgica, encontré en el archivo Casasola la fotografía de esa misma mujer, ahora vieja, muerta, recostada dentro de un féretro acojinado, adornada con una cofia de niña, la Carlota que murió loca en un castillo. Son las dos Carlotas: Aura y Consuelo´" (http://www.conaculta.gob.mx).
Considero que es una de las mejores narraciones de Carlos Fuentes. Una historia bien escrita. En Aura se pierde la línea divisoria entre la realidad y la ficción; va más allá de ser una historia de apariciones y supercherías sino que explora en las obsesiones más profundas de los seres humanos y el amor.
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario