viernes, 14 de julio de 2017

El mercado como interlocutor de la misión de la Universidad *

Francisco Hernández Echeverría [1]


¿Qué capacidad tiene un niño / chico para decidir qué debe aprender? Si el alumno es el cliente, entonces lo que se debe buscar es la satisfacción del alumno, o lo que es lo mismo, más patio, más juegos, menos obligaciones… La formación está inscrita en la educación (Jorge Pereiro, 2005).

La cultura de la mercancía va modificando nuestros valores, la conciencia de lo que somos y aun la memoria de lo que fuimos, así como los límites de lo que definimos como posible y deseable. Hemos perdido aquel antiguo sentido de lo trágico que nos había legado Grecia, con sus mitos, dioses y pasiones. Y ya no sabemos disfrutar de las puestas del sol porque son, todavía, gratuitas (Latapí, 2007).





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https://davidpavoncuellar.wordpress.com/
Buenas tardes compañeros profesores, alumnos, público en general y colegas con comparten conmigo la mesa en este hermoso Paraninfo de nuestra máxima casa de estudios del Estado. Quiero comenzar con un agradecimiento, tanto personal como por parte del colectivo “Óclesis. Víctimas del Artificio”, a la Dirección General de Difusión Cultural por su atenta invitación a participar en este trascendental foro. Mencionando de manera especial al Mtro. Daniel Alcántara por el ahínco que siempre le ha caracterizado para promover el debate académico y la necesaria expresión plural enmarcada bajo el sello del pensamiento crítico.

El modesto trabajo que aquí presentamos tiene la intención de examinar cómo la misión de la Universidad Pública, otrora autónoma, con un animoso propósito popular y de ejercicio de la crítica, un buen día amaneció arrojada a los brazos de la lógica de mercado, ahogando la capacidad ideológica e intelectual de los estudiantes, y en el peor de los casos, de los mismos docentes. Asimismo nos apoyaremos para el análisis en algunas tesis sociológicas de teórico marxista italiano Antonio Gramsci, para comprender más o menos esta dramática mutación.

Es común en nuestros días, a nivel nacional como mundial, la tendencia a discutir y analizar en diferentes espacios académicos la necesidad que tiene la universidad, tanto pública como privada, de incorporar más activamente su misión a las exigencias laborales de la empresa, so pena de anquilosarse peligrosamente, de carecer de rentabilidad y por tanto, de perder recursos económicos por falta de proyectos “productivos”. Por desgracia, esta línea ha difundido la idea de que así se garantiza que la educación tenga “valor”, es decir, que los estudiantes reciban una educación conforme a las exigencias del mercado.

La lógica de este razonamiento ha provocado que muchas universidades, sobre todo privadas, concentren sus esfuerzos en “elevar” su calidad educativa incorporando en sus planes de estudio la mirada de empresa sobre la valoración del conocimiento. Es aquí donde surge un primer problema, dado que la empresa responde a sus intereses, intereses que pueden ser cambiantes, pues bailan al son que les toque los requerimientos del mercado,             que no es otra cosa que la caprichosa oferta y demanda de los clientes. Esta es la razón por la que la mayoría de bibliografía empresarial actual se encuentra muy enfocada hacia la “administración del cambio”, pues con la apertura de los mercados internacionales hacia nuestros productos y servicios —no sólo privados— mediante tratados de libre comercio, nos ha sumergido cada vez más en una competencia comercial con el exterior, sin dejar de tener en cuenta el mercado doméstico.

Se ha puesto a la enseñanza superior fuera del control del Estado y a merced de las leyes del mercado global, por lo cual, encarrilados en una época de cambio rápido y acelerado que tiene lugar en muchas áreas, la adaptación es la impronta. La misión de las Instituciones de Educación Superior más que preocuparse por generar un pensamiento crítico en los estudiantes, ahora su apremio es generar un pensamiento de “adaptación” ante el torbellino de cambio tras cambio que un mercado voluble exige.

Es posible que si nos adaptamos demasiado tengamos en lugar de ingenieros en computación, haya ingenieros en Google […] Las universidades no entienden que educar para el mercado las deja fuera de la lógica educativa. ¿Si mis planes de estudio responden a las exigencias de Microsoft, entonces para que voy a la universidad y no me capacito directamente en la empresa? Por eso, hay que tener en mente que la escuela no debe ser una agencia de capacitación para las empresas (como hoy muchas un universidades tienen la obsesión para convertirse en ello), y por lógica, la educación que se imparte no debe ser vista preponderantemente para ese fin, uno de los problemas de la educación actual es que cada vez responde más a la empresa en detrimento de las necesidades sociales e individuales (Juárez Castillo, 2010: 14).

¿Pero cómo hemos llegado a este azaroso giro en cuanto a la misión de la Universidad?

El argumento más socorrido es aquel que habla de la inevitabilidad de estar inmersos en un mundo globalizado que nos exige considerar como parámetros fomentar y aplicar en la educación, la especialización y la competitividad. La especialización como instrumento de conocimiento profundo en temas específicos de una determinada rama del saber y la competitividad como sinónimo de saber hacer bien las cosas en los términos de economía minimizados, rentabilidad.

Según los exégetas de esta corriente, “las comunidades internacionales que poseen ciudadanos con estas características son los que hoy en día generan la tecnología y transforman su medio. La competencia global constituye un desafío para aquellas naciones que no han sido capaces de generar la ciencia y tecnología propias a sus necesidades de desarrollo económico y social. Ciencia y tecnología, dos grandes conceptos que forman la base del progreso mundial. Se debe generar ciencia y tecnología al servicio de la humanidad, y la fuente de su nacimiento se encuentra en las instituciones académicas” (Rojas Jiménez, 2007).

La especialización y la competitividad entonces deben girar alrededor de la calidad educativa de excelencia, y por ende, el nuevo sentido de las Instituciones de Educación Superior debe orientarse hacia la generación de estrategias de la administración de la calidad más adecuadas, con tal de lograr que se construya la competencia y la competitividad de las personas y la productividad de las empresas, “todo lo cual obligará a asumir los hábitos, los procedimientos y los modelos organizativos, culturales y sociales que la tecnología proporciona en un mundo global intercomunicado, competitivo y muy desequilibrado tanto desde el punto de vista de recursos como de costos y de posibilidades futuras” (Ibíd.).

Ante dicho panorama, las universidades han direccionado sus objetivos hacia la acreditación de “elevados estándares de desempeño en las actividades humanas”, la calidad de la educación superior debe dimensionarse bajo criterios —impuestos por organismos internacionales— que garanticen la pertinencia de los programas de estudio que se imparten, haciendo un impacto en el entorno, pero en forma sustentable y generadora de riqueza, el objetivo esencial de la educación es capacitar al ciudadano para la vida cotidiana y contribuir al desarrollo de las personas y de la sociedad” (Ibíd). Así, la calidad es ahora la nueva filosofía que rige la forma de vida de todos los integrantes de la Universidad, y si “la calidad es la adecuación al uso” retomando a los clásicos de la administración de la gestión de calidad, ésta vendría siendo “un valor percibido y juzgado por el cliente” (Duran en Rojas Jiménez, 2007). Entonces, la universidad hoy por hoy es clientelista y, a decir de Gary Becker, Premio Nóbel de Economía en 2001 (en Rojas Jiménez, 2007), “la educación de calidad es aquella que es capaz de elevar al máximo el capital humano, es el factor esencial para el desarrollo económico y social de cualquier país, muy por encima de los recursos naturales y el capital físico representado por la maquinaria y recursos financieros”.

Esta miope visión tiene su punto de partida en la tan mentada transición de una sociedad de la información a un sociedad del conocimiento, categorías que esconden una nueva forma de capitalismo y un cruel mecanismo de retroalimentación: el ser humano es exhortado a mantenerse flexible ante la serie de cambios y exigencias mercantiles y, lo peor de todo, a responsabilizarse de su empleabilidad (trabajo flexible), legitimando de este modo el rol que ha estado delineando la Universidad tanto por las clases dominantes a través del Estado, como por los intereses del Mercado, cuya puja entre ellos por ejercer su hegemonía sobre la sociedad, ha terminado por desdibujar la verdadera misión de las Instituciones de Educación Superior.

Pero esto no nos debe sonar ajeno, pues ya Antonio Gramsci, fuente inagotable de inspiración y reflexión que articula pedagogía, educación y un proyecto histórico, había propuesto a los sistemas educativos como los instrumentos privilegiados para la socialización de una cultura hegemónica. Esta idea se refiere que si bien la sociedad se estructura en clases, una de ellas tenderá a distinguirse de las demás para constituirse como hegemonía. Para ello deberá actuar como clase dirigente, como motor que guía, como sujeto histórico que encarna a la sociedad en su integridad, basando su dominio no sólo bajo el poder físico o político-económico, sino también en su propia ideología, en su propia organización y en su propia superioridad moral e intelectual.

Como podemos observar, Gramsci es otro de los escritores marxistas preocupado por los problemas de la ideología en el sentido más amplio del término, aunque su postura presenta algunas vacilaciones. Gramsci ha percibido que la obra filosófica de Marx es sustancialmente crítica de las ideologías. Pero, por otra parte, Gramsci piensa que todo pensamiento relacionado con la práctica, como es el marxismo, ha de incluir construcciones más o menos ideológicas, “mitos”, como había escrito en sus artículos juveniles. En la edad madura, Gramsci no se decide ya a emplear esa palabra, pero tampoco a desideologizar completamente su concepción del marxismo. En vez de eso, recurre a distinguir entre ideologías históricamente orgánicas, esto es, necesarias para cierta estructura, e ideologías arbitrarias, racionalistas, “queridas”.

Las ideologías orgánicas son históricamente necesaria porque la clase social que pretende convertirse en dirigente, no basta con que acumule energías y capacidades necesarias de coerción —de los aparatos represivos del Estado— para que asuma el derecho de dirigir toda la sociedad en su conjunto —como hegemonía—, sino que es preciso que logre organizar y persuadir “psicológicamente” a las clases subordinadas para que por consenso o consentimiento acepten los valores y creencias  de la clase dominante (dirección ideológica intelectual y moral), fundando así un Bloque Histórico dominante: un sistema articulado y orgánico de alianzas sociales vinculadas por ideología común y por una cultura compartida: “la clase burguesa se pone a sí misma como organismo en movimiento continuo, capaz de absorber toda la sociedad, asimilándola a su nivel cultural y económico: toda la función del Estado se transforma; el Estado se hace ‘educador’” (Gramsci, 1974: 316). Mouffé (1980) añadiría que se trata de “la capacidad que tiene una clase dominante de articular a sus intereses los de otros grupos, convirtiéndose así, en el elemento director de la voluntad colectiva desde el punto de vista político y desde el punto de vista ideológico”.

Como es bien sabido, Gramsci afirma que dicha superioridad intelectual y moral de la clase dirigente explica y determina las actitudes de la cultura, entre ellas la de la educación. Por ello es fundamental la función de los intelectuales (en este caso de los profesores) quienes hoy se han visto obligados a disolver el gran templo laico de la cultura que era la Universidad, pues resulta incompatible con la función tecnológico-burocrática que el modelo de reproducción social le atribuye en el capitalismo avanzado. La Universidad y su lenguaje han sido sustituidos por el lenguaje empresarial-cultural de gran difusión. El nuevo saber tiene otras vías y otros lugares en los cuales se reproduce y se desempeña su propia función social y su propia credibilidad científica. Ahora los nuevos profesores son los “columnistas de los grandes diarios, los ensayistas de éxito, los científicos cuya fama está avalada y consolidada por la autoridad que le es atribuida por los sistemas normativos impuestos por el poder productivo, las certificadoras, los criterios específicos de evaluación interna y externa, metaevaluaciones, etc.”.

Debe precisarse que para Gramsci, el hombre, que es el resultado de unas condiciones de vida, es también el sujeto de una transformación determinada, ya por un cambio del conjunto de las relaciones sociales, ya por la toma de consciencia de estas situaciones objetivas y por la voluntad de querer servirse de ellas. Por ello, para que la función de la educación se concretice debe enlazarse estructuralmente una reforma moral cuyo fin será disolver las diferencias entre intelectuales y masa, entre teoría y práctica. De esta manera, al elevarse la consciencia crítica de las clases populares, los individuos que la constituyen llegarán a generar una cohesión sociocultural, que imperiosamente promoverá el desmantelamiento de una interacción de estilo tecnocrático o estrechamente corporativo, sin olvidar, la acción de un pensamiento economicista en la política en la política educativa mediante análisis y recomendaciones erróneas de influyentes organismos financieros.

Por lo tanto es necesaria la transformación del modelo educativo y cultural. El modelo educativo es mucho más que un instituto al servicio de la empresa, es un acto educativo social, de desintoxicación hacia el conjunto de medidas gubernamentales que muestran, como nos dice Marcela Mollis, ser eficientes a la luz de los intereses de la bolsa de valores, o a las aspiraciones del Banco Mundial de convertirse en una agencia experta en sistemas de conocimiento. Más claro es Latapí (2007):

¿Hay que vincularse con las demandas de la economía? Por supuesto. ¿Hay que formar profesionistas competitivos ante los retos de la globalización? Totalmente de acuerdo. ¿Hay que desarrollar investigación aplicada, vinculada a los requerimientos de la empresa? Nadie lo duda, con tal de definir sus condiciones. Pero al enfrentar estas demandas, no hay que olvidar que la Universidad es algo más: no es un apéndice de la empresa, sino una institución responsable de generar, proteger y difundir todo los tipos de conocimiento que requiere el país, también los aparentemente improductivos […]
  La Universidad actual debería ser un baluarte contra el devastador proceso de comercialización total al que está llevando la entronización del mercado.

Una opción sensata es rescatar la función de los intelectuales ligados a la práctica social y política, en la medida en que sociedades como las nuestras, buscan elaborar alternativas al capitalismo neoliberal. Hay que crear las condiciones necesarias para que hombres y mujeres acceden a la praxis filosófica, porque todos los hombres son filósofos; es decir, “todos los hombres son intelectuales, aunque no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales” (Gramsci, 1969). Y si bien una sociedad en la que todos cumplamos este rol es quizá una nueva utopía, no lo es la necesaria recuperación del conocimiento como valor inalienable para crear una Nueva Cultura que vea a la educación como un problema esencial en el proceso de elevación cultural del pueblo. Por tanto, hacer política no es sólo educar a una vanguardia sino tratar de elevar a las masas al nivel de una cultura integral. Y así lo subraya con la siguiente matización de Gramsci:

Crear una nueva cultura no significa hacer sólo individualmente descubrimientos originales, sino también, y específicamente, difundir críticamente verdades ya descubiertas, socializarlas, por así decirlo, y por lo tanto convertirlas en base de acciones vitales, elementos de coordinación y de orden intelectual y social. Que una masa de hombres sea conducida a considerar unitariamente el presente real es un hecho filosóficamente mucho más importante y original que el hallazgo por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se conserve como patrimonio de pequeños grupos intelectuales.

Entonces la nueva cultura es la obtención de una consciencia superior por la cual se llega a comprender el propio valor histórico; el de la propia existencia, en definitiva para propiciar cambios políticos que redunden en liberación.
            En este sentido, y siguiendo a Alain Touraine (en Juárez Castillo, 2010: 14):

[…] cuando el individuo deja de definirse en principio como miembro o ciudadano de una sociedad política, cuando se le percibe en primer lugar como trabajador, la educación pierde su importancia, por lo que debe subordinarse a la actividad productiva y al desarrollo de la ciencia, las técnicas y el bienestar. Algunos la consideran como una preparación para la vida que se denomina activa, y por lo tanto manejarla desde abajo, es decir, a partir de las demandas y las capacidades del mercado de trabajo, pero en este caso. ¿Puede hablarse todavía de ideas sobre la educación? Seguramente no, porque dicha actitud significa no tener en cuenta en absoluto las demandas de los educandos, que se preocupan por su personalidad, su vida y sus proyectos personales, por las relaciones de sus padres y sus compañeros.

¿Qué significa esto? Que el acto educativo debería ser independiente, trazar sus propios objetivos, y sobre todo pensar a largo plazo donde las demandas laborales de un momento son distintas a otro, añade Touraine:

[…] el porvenir profesional es poco previsible y para la mayor parte de quienes están hoy en la escuela implicará discontinuidades tan grandes que a esta hay que pedirle ante todo que los prepare a atender y cambiar y no que se les permita adquirir competencias específicas que corren el riesgo de quedar superadas o resultarles muy pronto inútiles. Incluso se podría agregar, de manera más negativa, que es peligroso querer adaptar a los jóvenes a una situación de la sociedad económica que implica para ellos grandes posibilidades de desocupación o de pasar años en la precariedad (Ibíd.).

Estas interesantes citas reflejan perfectamente tanto la disyuntiva de la educación como su alternativa más importante. En este sentido, educar para el mercado implica no solamente perder autonomía en la acción educativa, sino sobre todo obstaculizar la educación universitaria al servicio del proletariado, por considerarlo bajo y deplorable a la imagen y asepsia que las instituciones extraordinariamente están requiriendo en la actualidad. Toda una concepción de alejamiento entre la Universidad y el pueblo, pero en forma más radical porque desentiende la pobreza y el desempleo que caracterizan a la sociedad moderna.

Quede lo anterior como evidencia de que la práctica educativa debe contemplar los procesos socioeconómicos donde se encuentra inmersa, para poder insertarse de tal manera que brinde oportunidades y opciones de vida, jamás para encadenar a un supuesto que defina al individuo desde antes de empezar su instrucción.

De lo dicho hasta este momento, se puede deducir que la educación para el mercado no puede brindar los parámetros para los cuales educar, porque en términos económicos, está demostradísimo que el mercado, y todo lo que en él confluye, viven en una constante manipulación. En este sentido, la propuesta gramsciana sobre la educación puede resultar un hecho esperanzador para volver la mirada hasta donde sea necesario, en aras de encontrar las vías de posibles soluciones para la debacle universitaria actual, pues como bien se dice por ahí “no hay teoría sin pueblo que la construya”.



Bibliografía
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GRAMSCI, Antonio (1974): Antología. Madrid: Siglo XXI.
____ (1969): La formación de los intelectuales. México: Grijalbo.
JUÁREZ CASTILLO, David (2010): “¿Educar para las necesidades del mercado laboral? Diálogos (Puebla, México), Año IV, No. 49, octubre, pp.13-15.
LATAPÍ SARRE, Pablo (2007): “Conferencia magistral al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma Metropolitana”. Boletín de la Red de Círculos de Estudio y Participación Ciudadana “Ing. Luis Rivera Terrazas” A.C. (Puebla, México), No. 13, pp. 3-20.
MOUFFÉ, Chantal (1980): Hegemony and Ideology. Londres: The City University.
ROJAS JIMÉNEZ, Pablo (2007): La Norma ISO 9001:2000 en la acreditación de programas Ingeniería en la Educación Superior Tecnológica. Universidad Veracruzana. Trabajo recepcional (T       esis).
PEREIRO, Jorge (2005): “El alumno cliente, una cuestión de enfoque”, en  http://www.portalcalidad.com/articulos/35-el_alumno_cliente_una_cuestion_enfoque






* Conferencia presentada el 24 de noviembre de 2010 durante el Foro “Misión de la Universidad”, organizado por  la Dirección General de Difusión Cultural de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en el Paraninfo del Edificio Carolino.
[1] Francisco Hernández Echeverría es Maestro en Educación Superior por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, desde 1996 ha sido docente en diversas Instituciones de Educación Superior, Coordinador Académico del grupo literario “Óclesis. Víctimas del Artificio”, articulista en Momento Diario y otros medios impresos, Coordinador del programa radiofónico por internet “Óclesis Radio” y fue Director General del programa radiofónico “Los que vigilan desde el Tiempo” que se transmite por Radio-BUAP.

martes, 4 de julio de 2017

Éter
Por: Leo Zepeda


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http://infosphere.cenart.gob.mx/artistas/32
Tengo  87 minutos en el pasto del parque que está a 5 calles de mi casa, tengo 8 años, y me gusta estar sentado en el pasto, más en este parque, y a esta hora; son las 9 am, no hay un sol que me queme y el aire sopla fuerte pero no es frío. No tengo una madre que se preocupe por mí ni un padre que me dé ordenes que no entiendo y realmente no quiero cumplir, nadie me impone nada ni nadie me enseña nada que yo no quiera, o que realmente necesite aprender, podría asegurar que todo lo que soy lo soy por mí mismo, sé que no todos pueden decir eso y mucho menos a esta edad.
Últimamente he pensado muchas cosas, como lo hago siempre; he pensado en qué hacer para comer mañana, también en que necesito otros zapatos, lo que más me inquieta es qué hacer para seguir siendo yo mismo en unos años, no todo va a ser tan cómodo siempre, no quiero llegar a una edad en la que me sienta cansado y abrumado por la vida, no quiero seguir órdenes ni trabajar para ganar un poco de dinero y poder darme algunos lujos que esencialmente no necesito.
No creo en la cultura de mi país, ni en las fechas extranjeras que celebramos como navidad, o el día del amor y la amistad, o la llamada noche de brujas, no creo que las fechas nacionalistas como el día de muertos ni el día de la independencia ni la revolución, no creo en vestirme de charro ni glorificar la imagen del hombre colonizado, estoy consciente de que culturalmente mi país es muy vacío, su gente es muy tonta y por eso mismo hace ya tres vidas que no celebro nada de eso, lo que me tiene un poco consternado es que  no sé por qué siempre vuelvo a nacer en este país, tampoco sé porque soy el único que parece recordar sus anteriores vidas.
Este parque en el que tanto me gusta estar está lleno de árboles grandes con ramas delgadas y flores color lila, en esta época del año llenan el piso de sus flores y todo se ve color lila y muy hermoso, creo que se llaman jacarandas, no estoy seguro, recuerdo que en otra vida eran los árboles favoritos de una mujer que amé, me la volví a encontrar en otras vidas, algunas veces bien y otras mal, el problema es que yo no he podido olvidar nada.
No sé exactamente cuántos años tengo, sé que he vivido muchas vidas, no sé cuantas, una vez alguien me dijo que se podía saber cuántas vidas tenía un alma según las líneas que tiene la mano justo junto al dedo pulgar, yo tengo muchas, no las recuerdo todas pero si tengo imágenes borrosas de algunas, igual no creo que eso sea importante hoy, soy muy feliz, soy un niño, no sé si sea inteligente o superior a los demás pero algo he aprendido.