martes, 25 de febrero de 2014

El Estado frente al Terrorismo Cultural
Por: Fernando Méndez Sánchez.


Obra gráfica realizada para revista Óclesis número 5.
Gustavo Mora
Para hablar de Terrorismo Cultural, es indispensable, antes que nada, el aclarar dicho concepto, el darle forma y sentido.  El término terrorismo, desde la base jurídica, se interpreta como una acción humana intencional, destinada a producir temor o terror en una persona o grupo de ellas, usando medios ilegítimos, casi siempre  violentos y con fines políticos[1].
El terrorismo se clasifica en cuatro formas: el terrorismo de Estado (quizá el más brutal, ya que el Estado lo usa para mantener su posición política),  terrorismo entre Estados (usado por los países desarrollados para mantener sumisos a los más débiles), terrorismo entre particulares (que al carecer del interés político, se convierte simplemente en criminalidad) y terrorismo de particular contra el Estado (el más común de todos y contra el que se dirigen obviamente los principales efectos legales)[2].
Lo anterior, coloca nuestro primer cuestionamiento, ¿en cuál de estas categorías colocamos el Terrorismo cultural? Si analizamos algunos de los conceptos que al respecto se han realizado , nuestro cuestionamiento se torna más complejo, ya que su conceptualización puede variar entre todas las clasificaciones.
Heat Bunting, lo define como una lucha contra sistemas de valores dominantes y cómo se deja que esos sistemas de valores definan la realidad[3].  Pero esta idea se puede aplicar igualmente al Terrorismo de estado, que al terrorismo entre Estados, que al terrorismo de particular contra el estado, o si nos permitimos jugar un poco con esta categoría, del terrorismo entre particulares.
Explicando un poco más lo anterior, desde la categoría del terrorismo de estado, bien podemos afirmar que el Terrorismo cultural se encuentra dentro de dicha categoría, en la manera en la que varios gobiernos utilizan la propaganda y los medios de comunicación para forzar la aceptación de la sociedad a medidas que en otras circunstancias jamás hubieran aceptado. Un ejemplo claro de lo anterior, lo encontramos en los regímenes fascistas de mediados del siglo XX, en donde la propaganda era un método idóneo para que la población tomara como indispensable la existencia del Estado mismo, y de manera preponderante, el absoluto control de este sobre la vida de los particulares.
Un ejemplo actual, lo encontramos en México, donde los gobiernos de los años 2000 al 2010, han puesto en marcha una intensa propaganda en nombre de lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico, en un afán de que la sociedad legitime medidas cuasi tiránicas y totalmente marciales[4]. Por ende es indiscutible, el pensar que varias acciones de los gobiernos de los estados pueden ser considerados como Terrorismo cultural.
En lo que se refiere al terrorismo entre estados, se torna necesario analizar un poco la actual política internacional, en la que los Estados Unidos de Norteamérica, al invadir países que en la realidad no representaban ninguna amenaza para él o el resto del mundo y calificar en noticias internacionales, la defensa de dichos pueblos como actos terroristas, caen por sí mismos en la categoría de terrorismo cultural.
En otras palabras, los Estados Unidos claman al mundo “¡nosotros somos los buenos! Somos aquellos que con tecnología bélica de punta, nos tenemos que defender de los malévolos pueblerinos, que tratan de mantener una pizca de su soberanía, mediante actos “terroristas””.
Pero al momento de analizar el terrorismo cultural desde la visión del particular contra el Estado, se debe hacer una pregunta: cuándo un particular critica las instituciones del Estado ¿puede clasificarse como terrorismo?
Trabajos tales como los del gran Maese Rius, los caricaturistas Helguera,  Patricio y los llamados “hijos del averno” en distintos medios impresos, ¿podríamos calificarle como terrorismo?
El gran problema que trae aparejado la idea de terrorismo, es la enorme carga política que dicho termino arrastra. Desde sus inicios en la Revolución Francesa, se ha calificado de terrorismo a casi todo acto que vaya en contra del status quo político; y lo que ello representa, es la necesidad de las minorías o de los grupos más débiles de hacerse oír, en muchas ocasiones, haciendo uso de medios ilícitos o incluso moralmente sancionables.
Pero es en estos términos donde el problema se expande, ya que el Derecho, de acuerdo a la visión Marxista, no es otra cosa que un instrumento de dominación de los elementos más poderosos contra los más débiles, estableciendo ese ya mencionado status quo, que estos últimos se ven forzados a seguir; al hablar de esta situación, ¿no estaríamos hablando por sí mismo, de un verdadero “terrorismo cultural”?
Incluso la misma moralidad de un acto, es algo completa y totalmente subjetivo, ya que si analizamos que la moral es la distinción de lo bueno y de lo malo, ¿quién puede calificar cualquier acto de totalmente bueno o totalmente malo?
En estas ideas corresponde ir con la visión probablemente más compleja de todas: la del terrorismo cultural dentro de la categoría de terrorismo de particular a particular.
Esto es especialmente significativo, si consideramos a los comerciantes como particulares, ¿por qué los comerciantes? Por la fácil y sencilla razón de que son ellos los que han creado al nuevo Leviatán: El Mercado. Incluso es importante mencionar que han mutado al mismo a través de la figura del capitalismo salvaje.
El Mercado se ha convertido en un nuevo Leviatán, ya que de acuerdo, incluso a las teorías desarrolladas por Bobbio, Arellanes, Borón y Negri, podemos observar como ya no son tan sólo los países y estados los que dominan a otros estados, sino que él mismo se encuentra sujeto ahora a los deseos de las grandes empresas transnacionales y a los organismos económicos internacionales que han adquirido una fuerza propia, independiente de cualquier nacionalidad o credo estatal.
Cuando un ser humano realiza actos en contra de estos enormes gigantes de la industria y el comercio, que no lesionan la propiedad privada, pero sí la visión que la mercadotecnia ha creado de estas entidades, tratando de hacer crecer una conciencia social respecto a la realidad circundante de la sociedad como rehén del mercado, el terrorismo cultural se convierte entonces en un adalid de la verdad y proteccionista de los restos de nuestra humanidad: inconforme, incompleta, no uniforme y sustancialmente diversa.
No todos los actos terroristas pueden ser calificados uniformemente como válidos o aceptables, eso es cierto, pero el terrorismo cultural es posiblemente un baluarte de la libertad del pensamiento humano, y la calificación de esa libertad de expresión, como terrorismo, es posiblemente, el verdadero acto terrorista.


           



[1] Instituto de Investigaciones Jurídicas de la U.N.A.M. Diccionario Jurídico Mexicano, Edit. Porrúa, México, t. P-Z, 2005, pp. 3081.
[2] Ídem.
[3]  Schibli, Martín,  “Terrorismo Cultural”, en Heterogénesis, revista cultural,  en http://www.heterogenesis.com/Heterogenesis-5/H-42/Cas/terror.htm, consultado el 1 de Octubre de 2011.
[4] Vicente Fox, comenzó este terrorismo al iniciar una gran campaña de miedo, en donde los secuestros, eran mencionados de manera diaria en los noticieros, posteriormente , Felipe Calderón, continuo esta política, lanzando su “guerra contra el narcotráfico”, y posteriormente, queriendo legitimar la misma, a través de su iniciativa de para reformar la Ley de seguridad nacional, que en si es violatoria de la Constitución Mexicana.

domingo, 9 de febrero de 2014

José Emilio Pacheco: cuando el principio del placer juega su última batalla

Por: Francisco Hernández Echeverría


Fuente de imagen:
http://educonedu-zaynes56.blogspot.mx/2011/05/las-batallas-en-el-desierto.html
Otro grande de las letras se va, dejando un enorme hueco difícil de llenar por la hondura de su trayectoria y el peso que su humana presencia ejerció durante su andar terrenal. Mi primer acercamiento a José Emilio Pacheco lo tuve a mediados de la década de 1980, en los años de secundaria, cuando una nueva generación de profesores, específicamente los que impartían la materia de “Lectura y Redacción”, incluyeron en la práctica de la asignatura a escritores que llamaban contemporáneos, y sobre todo “vivos”, destinados a convertirse en clásicos nos decían entusiastamente. Fue tal la influencia de aquellos profesores, que pasando el tiempo, estos escritores fueron anidando en nuestro interior como autores familiares, íntimos, indispensables para aprehender y comprender posteriormente nuestras propias transformaciones en el ámbito personal, nacional y mundial.
La Generación de los 50, también llamada Generación de medio siglo, estuvo integrada por un grupo de escritores que podríamos llamar “de coyuntura”, puesto que presenció el paso de un México añejo, que todavía mostraba frescas sus cicatrices que la había dejado la lucha revolucionaria, a una nación industrializada a marchas forzadas y empujada hacia esa modernidad “liberal” que se encargaría de dilatar y radicalizar posteriormente las desigualdades sociales, la corrupción y la oscura interrelación entre política y crimen organizado. Sin embargo, la cara México ya era otra, la de una nación en plena emergencia, con cambios e innovaciones que acercaba por primera vez, aunque tímidamente, a la clase media con la seductora posibilidad de los nuevos consumos.
            En este contexto nacería la excepcional visión de José Emilio Pacheco, cuyo papel ha sido central en la escena literaria mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Desde su juventud ya era considerado una figura central de su generación. En 1973 gana el Premio Xavier Villaurrutia por la novela El principio del placer. El 17 de junio de 1980 publica, bajo la forma de “cuento”, su magistral nouvelle Las batallas en el desierto en el suplemento “Sábado” de Unomásuno.
Colaboraría con Gabriel Zaid para editar la poesía de José Carlos Becerra. Una ocasión comentando sobre Carlos Monsiváis, dijo que: “[él] paseó en su derredor lo que en inglés llaman red herring, es decir, una pista falsa que desorienta a los rastreadores. Se hizo pasar por desorganizado y caótico y, todo lo contrario, es de una disciplina brutal y una capacidad de trabajo sobrehumana. De otra manera no se entiende lo mucho y lo bien que ha escrito”.
El viernes 24 de enero de 2014 había terminado de escribir su “Inventario” (columna semanal para la revista Proceso), dedicado a su amigo Juan Gelman, cuando un tropiezo con una hilera de libros en su estudio le dejó un golpe en la cabeza. Sin embargo ese accidente doméstico “menor” lo conduciría el sábado a ser internado en terapia intensiva del Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Desde ese momento su hija Laura Emilia, fue el único lazo con la prensa para informar paso a paso sobre su salud. El primer parte médico lo señalaba como “estable, pero delicado”. Murió el domingo 26 de enero de un paro cardiorrespiratorio, “tranquilo, en paz y en la raya, como él hubiera querido”, en palabras de su hija Laura Emilia.
La vasta obra de José Emilio Pacheco abarca los géneros más diversos de la actividad literaria: la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, la traducción, el periodismo cultural, la edición y el guionismo cinematográfico.
Pacheco consideraba el castellano como una fuente de riqueza única, esencial, directa, que invirtió del mejor modo posible en los dieciséis poemarios (entre ellos la antología del 2009 que reúne casi toda su obra), en sus dos novelas (Morirás lejos y Las batallas en el desierto) y en los seis volúmenes de esplendidos relatos, entre los que destacan, El principio del placer.
Ana Clavel nos comenta que  para Pacheco escribir era “el cuento de nunca acabar y la tarea de Sísifo. Paul Valéry acertó: No hay obras acabadas, sólo obras abandonadas”. Su inconfundible letra —simétrica y marcial, como un caligrama chino—, semeja los viejos tipos de imprenta. Una caligrafía para desafiar al tiempo, porque Pacheco era un obsesionado con el paso del tiempo, con la falta de memoria, con la devastación que el hombre inflige a la tierra, con la situación del país, la extrema violencia, la indiferencia ante la pobreza nacional y mundial, la angustia y soledad por la que está pasando la juventud, asuntos que le harían decir, durante su discurso de aceptación recibido el Premio Cervantes en 2009: “Por momentos me siento afín a Páladas, el poeta de Alejandría que vio derrumbarse su propio mundo y contempló el triunfo del cristianismo contra lo que había sido por mucho tiempo griego y romano”.
No obstante, esta especie de pesimismo que lo haría verse, según Carvallo, como un hombre “discreto, sabio y un poco triste”, jamás fue obstáculo para ejercer constante y sutilmente la ironía, así como la capacidad de interpretar, relacionar y comprender los cambios del país, tal como lo podemos apreciar de manera fehaciente en su icónica noveleta Las batallas en el desierto, verdadera piedra angular de la literatura mexicana.
Las batallas en el desierto es el retrato irónico, afectivo y temerario de una nación y una sociedad en rápida y turbulenta mutación a través del fino filtro que produce los ojos de un niño de doce años enamorado de la madre de uno de sus amigos. Un amor imposible que desata la desazón de los protagonistas al grado de convertirse en un terror cotidiano que preferirían creer como una fantasmagoría, un mal sueño. No obstante, la historia también recrea otros aspectos como la corrupción social y política, el ingreso de México a la modernidad y la desaparición de ese mundo tradicional y el rescate de la cultura popular manifestada en las memorias individuales y colectivas de una ciudad, testimoniando así, las transformaciones de nuestras vidas y nuestra historia sin nostalgia y como una implacable denuncia.
Para Ana Clavel, Las batallas en el desierto abre las puertas “a una literatura deslumbrante y perfecta”, capaz de asombrar por su aparente sencillez y por su estructura compleja, que tiende lazos para una variedad de lecturas múltiples y diferentes, y para una complicidad que hermana para siempre al lector con el autor. Ha sido reeditada unas 40 veces y ha inspirado la realización de un filme, Mariana, Mariana, un cómic, una canción del conjunto de rock alternativo Café Tacuba y una dramatización, ha siso también publicada en otras partes del mundo hispano y se ha traducido al inglés, francés, alemán, italiano, ruso, japonés y griego.
Estamos de acuerdo con Sergio Pitol cuando dice que “la obra de Pacheco se ha convertido en una fuerte columna de las literaturas de nuestra lengua. Su prestigio es internacional. Sus seguidores y sus estudiosos componen ejércitos. ¿Quién no se ha enriquecido con sus traducciones y variaciones de poemas procedentes de las más inesperadas latitudes?”.

sábado, 1 de febrero de 2014

Mundo Plástico


Por: Gilberto González Morán
Texto publicado en la revista Óclesis número 1.


Fuente de imagen:
http://pecesfueradelagua.blogspot.mx/2010/09/10-consejos-para-un-artista-plastico.html

Escucha, ¿te acuerdas?, ¡violeta!, debe ser violeta con azul. Líneas, líneas que dibujan alas de colibríes, líneas esparcidas, líneas creadoras de formas, de cerros perdidos bajo verdes árboles que gimen porque el viento los penetra. Todo se compacta en líneas.
Primero se traza un cabello, después tu frente, tus manos de olas, tu cuerpo se va trazando poco a poco.
Caes, te haces añicos, notas crean un nuevo mundo, Dvorak asesina serpientes de flores. El amarillo se hincha y revienta. Llegan tus ojos a tragarse la noche, pájaros mojan el cielo ahogando estrellas panegíricas, el mundo comienza a ser nombrado, las palabras se me queman, tu nombre se me quema.
Líneas, líneas curvas, comienza el monólogo de la línea recta, el canto de la mandrágora toca mis labios, apareces completa, dibujada, esculpida, cantada.
Rimski te sueña en escalas de violín 1… 2… 3… Salto, rompes el viento y ahora el viento es el que gime 1… 2… 3… eres la sílfide. Van dibujando, tus pies, trazos en el piso. Me nombras, imagino que me nombras. Se siembran alebrijes en el tiempo.
¡Para!
Luis, Alberto, Rosendo, ¡no!, ya no. ¡Qué nada se nombre! A la chingada las palabras, las historias que ya se contaron, los poetas fermentados en melancólicas tintas, a la chingada.
Sentado en alguna banca de algún país,  alguien se levanta y camina. Ya han pasado dos horas, ¿cuánto tiempo guarda cada palabra?, ¿acaso el tiempo ha mojado estas palabras? He caminado como treinta mil calles y hallo nada.
¿En dónde están?
¿Por qué?, por qué siento que me asfixias, ahora quiero contar nada y tú como siempre esperando la historia. Roberto, José, María, nadie, nadie quiere hablar. Tú tampoco.
Alguien quiere saber de los dos, tuesta nuestros nombres y se los traga. ¡Que pare!, dile que se detenga, lo único que deseamos es estar solos.
¡No quiero existir!
¿Por qué? M-a-r-i-n-a, calla, no eres tú, déjalo; quiero tocarte. ¡Basta!
M-a-r-i-n-a.
Shs…........
Todo se redujo, regresaron los colores, las líneas que marcan la nostalgia de todo, dije a la chingada y el olvido me trago. Quedan palabras, alguien canta:
Je suis la vie…Je suis la son et lumière…
Je suis la chair des hommes
Je suis la substance sacro-sainte qui sert
La panes d`où jaillit l`art, l`amour qui console

El mar se tiñe de tinta, vientos orquestales diseminan, sobre la hoja de papel, el canto atonal de la pluma fuente del poeta y del científico.
La palabra se abre,
Se abre como un fruto,
Como una piedra,
Como el sol que renace,
Como un violín en adagio,
Como el pincel de Monet que quiere cantar como los pájaros.
Las palabras tejen islas.