domingo, 9 de febrero de 2014

José Emilio Pacheco: cuando el principio del placer juega su última batalla

Por: Francisco Hernández Echeverría


Fuente de imagen:
http://educonedu-zaynes56.blogspot.mx/2011/05/las-batallas-en-el-desierto.html
Otro grande de las letras se va, dejando un enorme hueco difícil de llenar por la hondura de su trayectoria y el peso que su humana presencia ejerció durante su andar terrenal. Mi primer acercamiento a José Emilio Pacheco lo tuve a mediados de la década de 1980, en los años de secundaria, cuando una nueva generación de profesores, específicamente los que impartían la materia de “Lectura y Redacción”, incluyeron en la práctica de la asignatura a escritores que llamaban contemporáneos, y sobre todo “vivos”, destinados a convertirse en clásicos nos decían entusiastamente. Fue tal la influencia de aquellos profesores, que pasando el tiempo, estos escritores fueron anidando en nuestro interior como autores familiares, íntimos, indispensables para aprehender y comprender posteriormente nuestras propias transformaciones en el ámbito personal, nacional y mundial.
La Generación de los 50, también llamada Generación de medio siglo, estuvo integrada por un grupo de escritores que podríamos llamar “de coyuntura”, puesto que presenció el paso de un México añejo, que todavía mostraba frescas sus cicatrices que la había dejado la lucha revolucionaria, a una nación industrializada a marchas forzadas y empujada hacia esa modernidad “liberal” que se encargaría de dilatar y radicalizar posteriormente las desigualdades sociales, la corrupción y la oscura interrelación entre política y crimen organizado. Sin embargo, la cara México ya era otra, la de una nación en plena emergencia, con cambios e innovaciones que acercaba por primera vez, aunque tímidamente, a la clase media con la seductora posibilidad de los nuevos consumos.
            En este contexto nacería la excepcional visión de José Emilio Pacheco, cuyo papel ha sido central en la escena literaria mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Desde su juventud ya era considerado una figura central de su generación. En 1973 gana el Premio Xavier Villaurrutia por la novela El principio del placer. El 17 de junio de 1980 publica, bajo la forma de “cuento”, su magistral nouvelle Las batallas en el desierto en el suplemento “Sábado” de Unomásuno.
Colaboraría con Gabriel Zaid para editar la poesía de José Carlos Becerra. Una ocasión comentando sobre Carlos Monsiváis, dijo que: “[él] paseó en su derredor lo que en inglés llaman red herring, es decir, una pista falsa que desorienta a los rastreadores. Se hizo pasar por desorganizado y caótico y, todo lo contrario, es de una disciplina brutal y una capacidad de trabajo sobrehumana. De otra manera no se entiende lo mucho y lo bien que ha escrito”.
El viernes 24 de enero de 2014 había terminado de escribir su “Inventario” (columna semanal para la revista Proceso), dedicado a su amigo Juan Gelman, cuando un tropiezo con una hilera de libros en su estudio le dejó un golpe en la cabeza. Sin embargo ese accidente doméstico “menor” lo conduciría el sábado a ser internado en terapia intensiva del Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Desde ese momento su hija Laura Emilia, fue el único lazo con la prensa para informar paso a paso sobre su salud. El primer parte médico lo señalaba como “estable, pero delicado”. Murió el domingo 26 de enero de un paro cardiorrespiratorio, “tranquilo, en paz y en la raya, como él hubiera querido”, en palabras de su hija Laura Emilia.
La vasta obra de José Emilio Pacheco abarca los géneros más diversos de la actividad literaria: la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, la traducción, el periodismo cultural, la edición y el guionismo cinematográfico.
Pacheco consideraba el castellano como una fuente de riqueza única, esencial, directa, que invirtió del mejor modo posible en los dieciséis poemarios (entre ellos la antología del 2009 que reúne casi toda su obra), en sus dos novelas (Morirás lejos y Las batallas en el desierto) y en los seis volúmenes de esplendidos relatos, entre los que destacan, El principio del placer.
Ana Clavel nos comenta que  para Pacheco escribir era “el cuento de nunca acabar y la tarea de Sísifo. Paul Valéry acertó: No hay obras acabadas, sólo obras abandonadas”. Su inconfundible letra —simétrica y marcial, como un caligrama chino—, semeja los viejos tipos de imprenta. Una caligrafía para desafiar al tiempo, porque Pacheco era un obsesionado con el paso del tiempo, con la falta de memoria, con la devastación que el hombre inflige a la tierra, con la situación del país, la extrema violencia, la indiferencia ante la pobreza nacional y mundial, la angustia y soledad por la que está pasando la juventud, asuntos que le harían decir, durante su discurso de aceptación recibido el Premio Cervantes en 2009: “Por momentos me siento afín a Páladas, el poeta de Alejandría que vio derrumbarse su propio mundo y contempló el triunfo del cristianismo contra lo que había sido por mucho tiempo griego y romano”.
No obstante, esta especie de pesimismo que lo haría verse, según Carvallo, como un hombre “discreto, sabio y un poco triste”, jamás fue obstáculo para ejercer constante y sutilmente la ironía, así como la capacidad de interpretar, relacionar y comprender los cambios del país, tal como lo podemos apreciar de manera fehaciente en su icónica noveleta Las batallas en el desierto, verdadera piedra angular de la literatura mexicana.
Las batallas en el desierto es el retrato irónico, afectivo y temerario de una nación y una sociedad en rápida y turbulenta mutación a través del fino filtro que produce los ojos de un niño de doce años enamorado de la madre de uno de sus amigos. Un amor imposible que desata la desazón de los protagonistas al grado de convertirse en un terror cotidiano que preferirían creer como una fantasmagoría, un mal sueño. No obstante, la historia también recrea otros aspectos como la corrupción social y política, el ingreso de México a la modernidad y la desaparición de ese mundo tradicional y el rescate de la cultura popular manifestada en las memorias individuales y colectivas de una ciudad, testimoniando así, las transformaciones de nuestras vidas y nuestra historia sin nostalgia y como una implacable denuncia.
Para Ana Clavel, Las batallas en el desierto abre las puertas “a una literatura deslumbrante y perfecta”, capaz de asombrar por su aparente sencillez y por su estructura compleja, que tiende lazos para una variedad de lecturas múltiples y diferentes, y para una complicidad que hermana para siempre al lector con el autor. Ha sido reeditada unas 40 veces y ha inspirado la realización de un filme, Mariana, Mariana, un cómic, una canción del conjunto de rock alternativo Café Tacuba y una dramatización, ha siso también publicada en otras partes del mundo hispano y se ha traducido al inglés, francés, alemán, italiano, ruso, japonés y griego.
Estamos de acuerdo con Sergio Pitol cuando dice que “la obra de Pacheco se ha convertido en una fuerte columna de las literaturas de nuestra lengua. Su prestigio es internacional. Sus seguidores y sus estudiosos componen ejércitos. ¿Quién no se ha enriquecido con sus traducciones y variaciones de poemas procedentes de las más inesperadas latitudes?”.

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