miércoles, 11 de junio de 2014

Clank Clank dijo la Bambi

Sergei Ramírez



Título: Gato
Obra gráfica de Esmeralda Ruiz
Me quiero casar dijo la Bambi, quiero hacerme rica con mi esposo, saltarme los condimentos sociales y largarme muy lejos hacia el caribe u otro lugar en común con las modas neoyorquinas. Quiero verte desde arriba, papá, pero desde lejos, desde algún punto en donde no me alcance el aire, ni siquiera para respirar. Don Juan  tirando balazos como palabras no le reprochó el intento, le quedaba un cuartito del Morro, tequila blanco. Bambi, cásate! Pero pronto, deja esta maldita casa para después de la merienda, vuela y vive como rica en los congales franchutes, dignifica a tu familia, sáltate y pisotea porque  tengo dinero para pagarte la boda, hasta el último rechiflido que echen los de la banda. Pero Bambi, como era apoyada en revés y en derecho, decidió por rebeldía pagar su casorio, con vino de honor, una banda enorme de veintiún integrantes, platillos gurmet y demás escamoles cogidos en las cercanías.
Mija, si quieres yo canto en la boda -dijo Don Juan-, si quieres yo te pongo el billete de más valor en tu velo de novia, pero en cuanto a ese degenerado ruco y panzón de Don jacinto Putramente le dejo mis condolientes saludos y garantías de que aquí, en esta casa, no tendrá ningún dote ni relevancia. Y mientras que en Don Juan se acumulaban los recelos y una larga letanía a su madre, la Bambi posaba en los periódicos, justo al lado de la clínica hosmeoplatica en construcción.  Se casaba, era inevitable. Cuando la fiesta se prolongó tres horas más de lo previsto, Don Juan fue a su casa, hizo sumas entorpecidas por el Morro y cayó en seco sentón sobre una silla de la sala. Murmuraba perplejo, viendo cuatro manecillas en un solo reloj. -Es hora-, dijo. El regalo para el matrimonio se desmodorró de un sueño atenazgado, cascabeleó su cencerro y se puso en pie; Don Juan, con los ojos entre las manos, lluviosos, pensaba ya en las palabras que diría trepado en la tarima de los músicos cansados por el vals de media hora. Clank! Un chiflido y la risa. Clank! Clank! La vaca y el pueblo enardecidos. Mijaaa!! Aquí tiene su regalo mija, con ubres de plomo, de transito pesado, para que si a usté se le acaba, acá tenga de dónde sacar más leche para el mocoso que trae ya entre las tripas. El micrófono chisporroteó sin sentido. El universo parecía reírse en las narices de la humanidad, la vaca mugiendo se sentía fuera de lugar. La bambi desconsolada lloraba entre la panza  de su ahora marido Jacinto Putramente. Pero mija, mira qué buen talante y hasta le puse un moño. Clank! el cencerro. Don Juan subió a la tarima para tratar de calmar a la jerga bailante en risas y murmullos. Mija! Yo a usté la quiero mucho, la vaca es el legado que nuestra familia le da con agrado y benevolencia. Mija no sea usté ciega, esa vaca la va a sacar de pobre, sienta sus carnes, son limpias, blancas, es un símbolo de nuestra familia, de nuestro país y hasta de la virgencita santa que está en las serranías. El acto y las palabras de Don Juan ya casi no tenían gracia, la banda revolvió sus narices y comenzó a tocar. Don Juan, sin ningún ojo que lo viera, camuflado por el sonido del trombón, sacó su billetera analizando cada una de sus tarjetas y se sintió calumniado, él tenía un regalo envidiable para cualquiera que se jactara de estrambótico liberal, pero lástima que era sólo un ranchero. La vaca prestoza, sonaba con su cascabel en la garganta y la música pasaba a través de los clarines. Se fueron al monte, muy lejos de la fiesta la música de la banda no lograba ahogar los mugidos quejosos del animal. Llegaron hasta lo más alto, hasta donde él, hacia veintitantos años había puesto una cruz de cemento, símbolo del progreso y la comunidad del pueblo, la vaca mugió terriblemente y al parecer cayó dormida. Se recostó sobre las ubres del animal. Pero no despertó. No hubo necesidad de que el médico rural se hiciera presente para comparecer que la cabeza le había explotado debido a una fuerte exhalación de leche caliente a presión, el cuerpo de Don Juan tampoco tenía quemaduras severas, mientras que las ubres de la vaca estuvieron donde mismo y no distendidas por todas partes, sin disecarse para avivar  el crecimiento de los maíces sembrados junto al monolito de cemento, regalo que Don Juan  había hecho al pueblo con sus propias manos, ahora despegantes hacia  la aurora.



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