viernes, 29 de abril de 2016


Esto es México: de por qué estamos como estamos

Por: Jorge Cabrera Piña[1]


Participar del día a día y sus revelaciones es una invitación que no podemos darnos el lujo de rechazar… tal cual, no podemos. Sería tanto como pensar en escapar a un lugar que no se encuentre bajo el cielo. No, esta extraña danza de lo cotidiano la encarnamos todos puntualmente, con nuestra participación de testigos silenciosos las más de las veces.
Porque no todo consiste en quedarse ahí, construidos a cada momento por la inescapable condición que es el ser social manifiesto en los espacios del día a día. Hace falta en cada caso alguien que esté mirando el rebaño de gente para que se sepa que está ahí, llamándose rebaño, y éste corresponde estando ahí, mutando lentamente sin dejar de ser.
El hecho de asomarse al ritmo diario de la interacción humana equivale a ver en el núcleo de cualquier célula del cuerpo; sin importar su tipo, se hallarán en todo momento –y en el mismo lugar- los cromosomas que contienen la información que lo rige y lo fundamenta todo en el organismo al que pertenecen. Así, mirar en el fenómeno social es comprender el fundamento de la situación en lo inmediato; por qué estamos como estamos.
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http://yobailopogo.blogspot.mx
Para acudir al ejercicio y observar el fenómeno social es necesario profundizar en la interacción entre las personas justo en esos espacios de recreo para los derroteros de la cultura, ahí donde la colectividad se manifiesta a través de la transparente lógica individual. Sólo participando de lo que ocurre en los sitios propicios para la convivencia forzada, es posible apreciar los tristes trazos que fundamentan nuestra idiosincrasia y nuestra identidad.
Los más sencillos hábitos de cada persona, y a través de ellos las creencias propias, se manifiestan de una forma u otra en la interacción social de cada día, independientemente del nivel y forma de comunicarse. El entendido del mundo que tiene cada quien está presente en el modo de abordar la circunstancia. Y en ello se reproducen los modelos que fundamentan los grandes problemas sociales de ayer, hoy y siempre.
En principio hay que aproximarse al comportamiento de las personas en los espacios públicos compartidos a fuerza de perseguir los mismos objetivos, como son los sitios de trabajo, recreación y entretenimiento, lo cual hace posible asomarse a su forma de pensar –a la perspectiva de valor que se tiene sobre el mundo-, que fragmentada en condiciones individuales, conjuga en un solo legado aspectos comunes sobre aquellas cuestiones presentes en las vidas de todos.
Enseguida es que se vislumbran las causas de los grandes problemas de la sociedad mexicana, de las quejas de todos los días que conforman una sola letanía recitada en millones de voces como un coro discorde sonando a un tiempo. Basta observar como abordan mujeres y hombres, sin importar edad y condición, los eventos lógicos de cada contexto, como afrontan las variables extrañas, la sonrisa malévola de lo fortuito, para entender cómo piensan, desde dónde ven el mundo, y a partir de ahí, por qué la sociedad es como es y los motivos de su queja.
Pienso en la fauna del transporte público, sitio donde los habitantes de esta ciudad pasan casi tanto tiempo como el que se dedica a los hábitos de supervivencia –como el sueño o la alimentación-; en ese joven en el autobús que escucha música estridente sin usar audífonos, reclamando su espacio vital y defendiendo su individualidad con el área que alcanzan a cubrir las ondas sonoras cargadas de letras furiosas desde un teléfono que él no compró. Transgrede el espacio de la colectividad pero nadie protesta por ello.
Pienso en la necedad de algunas personas de ocupar los asientos en los autobuses, donde el valor que cada quien le da a su cansancio, es el único criterio para definir quién tiene y quién no el derecho a sentarse en algo que ya no son ni roles ni estereotipos, sino las difusas y discutidas figuras de quién merece qué en la sociedad, dado que la premisa es que nada alcanza para nadie. La señora ni pregunta ni pide permiso, busca el asiento como el polo negativo se entrega al polo positivo, asumiendo que es el lugar que su herencia le ha reservado y que todos lo entienden.
Pienso incluso en que ya no es uno, sino dos vendedores de cualquier chatarra, golosina o artificio inútil al mismo tiempo pasando entre la gente que va de pie en el transporte, en que el aporte nutricional o práctico de sus productos es inversamente proporcional al interés que les ponen los infantes que sólo tienen que extender un grito insistente, para que sus padres –de las cada vez más blandas generaciones- accedan a estirar una de pocas monedas cada vez más delgadas; en que es el único trabajo que deja a algunos la incertidumbre.
Y cuando pienso en la urgencia del chofer malhumorado por hacer entender a la gente impertinente que todos los espacios físicos y resquicios al interior del camión tienen un precio desesperado que finca una ilusión trágica, pienso con una sonrisa triste que esto es México; éste y todos los momentos donde es posible ver a la sociedad quejándose sin poder saber que en realidad se queja de sí misma, de la necedad y de lo que cada quien no es capaz de hacer, o bien continúa haciendo a sabiendas de su negligencia. 
Ese conglomerado de fantasmas y rencores que son los comportamientos individuales y las creencias que lo sustentan, manifestándose en los espacios habitados por la colectividad, son evidencia y materia esencial de los estigmas culturales del país. Los conceptos sobre cada cosa que nos importe y nos gobierne en esta vida nos definen como personas y como sociedad; acerca de los roles de género, las expectativas culturales, los modelos estéticos y morales y tantos otros artificios idealizados. Hay algo aún desconocido que está presente en las tendencias idiosincráticas de la sociedad mexicana que hace que el país no funcione
Y si la osadía se hace hoy evidente al declarar que el país no funciona, es porque la evidencia de lo cotidiano indica que no lo hace para todos en el sentido de que sí marcha para unos como no marcha para otros. Como sea, lo interesante del ejercicio de profundizar en el fenómeno social, está en discernir dicha cuestión aún ensombrecida, sobre qué es eso omnipotente y omnipresente en la realidad de todo aquel que se sabe mexicano (cualquier cosa que ello signifique), que salta de generación en generación alejándonos a casi todos (ahí el problema) de ese tiempo inalcanzable que sea por fin terreno infértil para la queja.    
Y, si bien es cierto que cada guijarro que compone la playa del mundo lo ve cada quien desde donde está parado, la diferencia de puntos de vista por sí sola no es el problema, como tampoco lo es en singular la manifestación del pensamiento egocentrista –la individualidad defendiéndose de la feroz marea que es la colectividad-. Lo que ocurre es que en dichos puntos de vista, en esas concepciones del mundo se reproducen con ciega negligencia los modelos que sustentan el carácter disfuncional de nuestra sociedad. Hay en la perspectiva individual y cultural cuestiones incongruentes, desactualizadas, negligentes, neuróticas, y en consecuencia, erróneas.
Si la realidad termina por ser lo que creemos de ella, lo que enunciamos que es, y ésta funciona en modos que no satisfacen a la mayoría, cabe sugerir que lo que no funciona está en nuestro modo de pensar, en eso que tendemos a creer del panorama, en lo que nos han enseñado nuestras instituciones históricas a través de nuestras familias, tal vez incluso dentro de ello, en lo que pensamos que somos. Si estamos como estamos es porque creemos lo que creemos y pensamos como pensamos, de nosotros mismos y de los otros (convenientemente negligentes en un locus de control selectivo que es como un mal autoinmune), en fin, de todo lo que está presente en nuestro diario acontecer.
Ahora bien, independientemente de cuáles sean las perspectivas que no funcionan o que interfieren unas con otras, o cómo es que no funcionen, lo que salta a la evidencia es que es ahí donde ha de comenzar el cambio, ése del que tanto se habla y hasta de que se ha abusado hasta el extremo de inflarlo en el panfleto. Saber que algo no funciona es el principio, que aquello está en la perspectiva y la idiosincrasia es la continuación, igual que la necesidad de ubicar ahí la acción y el principio de cambio es la consecuencia lógica que es urgente observar.
Para dirigir al país a un sitio distinto del que tiene hoy es necesario modificar nuestra manera de pensar, movernos del lugar desde el que vemos el mundo, y para esto es necesario comenzar por asomarse al día a día y detectar, ahora sí, las ideas y los ideales, los paradigmas y los estigmas, los dogmas y los ritos, y todo aquello con lo que definimos el mundo y que en sí no funciona.
El trazo desde los ojos a través de las palabras de una crónica urbana, es el plano que permite comenzar a comprender la construcción de la realidad, y entonces replantearla. Para ver hay que abrir los ojos, y como todo acto, la consciencia requiere voluntad tanto para ser como para convertirse en acción, y esto para consumarse; solo entonces la negligencia se aterra y la ignorancia se repliega, cuando decidimos darnos cuenta de que hay algo que cambiar y nos acercamos al sitio donde se esconde.



[1] Acerca del autor: Es licenciado en Psicología y músico profeta.

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