martes, 2 de julio de 2013

Carlos Monsiváis como estrella








Carlos Monsiváis como estrella

Ramón Cota Meza


Publicado en Milenio, sábado 17 de Julio de 2010


Por: Paco Echeverría

La obra y personalidad de Carlos Monsiváis han sido enaltecidas con razón y suficiencia. No es impropio hablar de sus fallas, así sea para emparejar el score. Dejé de leerlo hace más de veinte años, después de estar expuesto a su influencia un largo periodo. Para ser sincero, me cansó. Por gratitud y en busca de estímulo intelectual volvía a él de vez en cuando pero lo encontraba críptico, estancado, intransitable.
            Ahora busco la causa de su estancamiento, pero la tarea me rebasa. Releerlo me es humanamente imposible, y la crítica disponible es escasa y encomiástica. La exigua crítica extranjera es más críptica que su propia obra. Traducciones cadi no hay, lo cual es sintomático. Hace tiempo intenté traducir un texto suyo al inglés y me derrotó. Para traducirlo hay que descifrarlo, y una vez descifrado queda poco por traducir.
            Monsiváis buscó representar el espíritu de su tiempo, pero vivió dividido en dos épocas. De los años cincuenta absorbió el compromiso comunista; de los sesenta protagonizó el gesto libertario. Su trayectoria es un intento para conjugar ambos espíritus: exaltación de los ídolos y expresiones populares de antaño como si pertenecieran a la sociedad de masas aflorada en los sesenta. Trasladó su motivo político (búsqueda del “sujeto revolucionario”) a la caótica eclosión social de los sesenta.
            Su obra escrita y su actuación pública están impregnadas de esta disparidad. Su modelo es el New Journalism, especie de paraperiodismo “que explota la autoridad factual del periodismo y las licencias de atmósfera de ficción” (Dwight MacDonald). El New Journalism murió con el Rock & Roll a principios de los setenta, pero Monsiváis siguió explotándolo. Era lo conveniente para representar los supuestos anhelos de las masas personificadas en la voz del escritor.
            Los protagonistas del New Journalism iniciaron su trayectoria intelectual en la postguerra. De los años cincuenta heredaron el aura del star system, el cual proyectaron con fuerza a la situación enteramente nueva de los setenta. Sus temas eran los fenómenos de masas y las experiencias marginales, pero a diferencia del periodismo tradicional, aparecían como personajes de sus propias narraciones. Así se volvieron celebridades.
            Igual Monsiváis. “Me he convertido en feature” (artículo principal), me dijo la primera vez que intenté conversar con él. Pero al parecer gozaba esa posición. Era más afín a las estrellas del espectáculo que a los escritores. Dialogar con él no era fácil. Asumía que los escritores iban a verlo para recibir su bendición. Cuando escuchaba algo que no le parecía, arrebataba la palabra y apabullaba con un comentario sarcástico. Esto es obvio incluso en sus entrevistas en televisión.
            Otro anacronismo suyo es la forma de su crítica al poder, totalmente de los cincuenta, la burla de los personajes principales, como es un espectáculo de carpa, aunque son fuerza literaria. Hacer escarnio de los políticos no era digno de los intelectuales novatos de los setenta. Lo importante era comprender el mundo en que vivíamos, así que los dislates de políticos no importaban. Queríamos saber los intereses que representaban, no advertimos con su lenguaje inane.
            Monsiváis se alimentaba de declaraciones de políticos, clérigos y demás. Fue cruel con ellos, pero evadió el debate con intelectuales de su calibre. “Monsiváis no es un hombre de ideas sino de ocurrencias […] pepenador periodístico […] por ejemplo, en la revista Notitas Musicales, una declaración ridiculizable de una joven cantante, que él adereza con burlas y sarcasmos baratos, naturalmente sin firma”, dijo Octavio Paz a fines de 1977.
            En esta polémica Monsiváis adujo ideas sectarias que nunca corrigió. Por ejemplo, que para criticar al socialismo había que tener la autoridad moral que sólo la lucha por construirlo puede dar. Su apoyo a la movilización del candidato perdedor en la elección presidencial de 2006 fue irresponsable y dañó al proceso democrático. No presentó ninguna prueba del fraude proclamado. Su aparición junto al presidente legítimo fue un espectáculo patético, digno de una crónica sarcástica suya.
            Para la posteridad se justifica publicar una selección de sus crónicas y ensayos, pero hace falta un examen crítico de toda su obra. Se verá entonces que tiene más paja que grano, si bien el grano es valioso.



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