martes, 3 de octubre de 2017

“La filosofía ni salva ni serena”: Federico Riu

Paco Echeverría
Óclesis

Publicado en Momento Diario, Sección Cultura, en dos partes el 10 y 11 de febrero de 2010



Paul Gauguin

Breton Eve, 1889
En los últimos años de su vida, el filósofo y pedagogo Federico Riu Farré declararía que “La filosofía ni salva ni serena”. Una conclusión a la que no solamente él, sino la mayoría de los intelectuales, ha llegado por cualquier vía y coincidentemente a una edad madura. Será que realmente la erudición trae como estigma aquella maldición fáustica que Gœthe nos presentó magistralmente: que la elección voluntaria del camino del conocimiento más que un acto liberador es un acto de dolor, que al final nos hace aceptar a regañadientes aquella frase de José Alfredo Jiménez de que “la vida no vale nada”.
            Y qué decir, en estos tiempos de tiranía mercantil, donde a pesar de haber terminado una carrera en el área de Ciencias Sociales y Humanidades, tener varios años de experiencia en la investigación, actualizaciones profesionales y toda esa parafernalia para “mejorar el perfil profesional”, si cuando llega el momento de insertarse en el campo laboral la respuesta es simple: “por el momento, su perfil no es demandado por los indicadores que solicita el programa de estudio”. Una manera muy política de disfrazar la aversión por los profesionales salidos del mundo de la filosofía, las letras, la sociología y anexas, que con sus argumentos osan peligrosamente correr el velo de los factores reales del poder, y con ello, poner en jaque el grado de chabacanería telenovelera que el establishment requiere como verdadero perfil en los profesionistas: “no pienses, produce”.
            Sea una cosa u otra, esto no es cosa nueva, es de siempre. El lenguaje de las Humanidades llega a estorbar al idioma del dinero, la clientela y el compadrazgo, a tal grado que la clase dominante invierte todas sus energías por demorar el avance cultural de todo un pueblo. Sin embargo, la historia del progreso humano también se escribe en función de personajes y hechos que aparecen en determinado momento, y que van conformando verdaderas fisuras contra el statu quo existente.
            Tal es el caso de Federico Riu, quien ejerció a lo largo de su vida una importante labor profesional y pedagógica en la breve historia de la investigación filosófica de Venezuela. Y decimos breve porque la vida filosófica venezolana hubo de nacer y desarrollarse en condiciones desfavorables, y por tanto, muy parsimoniosas.
Primero, hemos de mencionar a fray Cristóbal de Quezada y Rafael de Escalona como distinguidos latinistas y gramáticos en el siglo XVII, así mismo al Seminario de Santa Rosa en Caracas, que enseñó filosofía y teología en latín. En estas coordenadas se inserta la obra de Briceño, llamado por sus contemporáneos el “segundo Escoto”, ya que sus argumentos giran en torno a las controversias entre escotistas y tomistas. Esta misma temática aparece en los escritos de fray Agustín de Quevedo Villegas, o en la “Theologia expositiva” de fray Tomás Valero. La filosofía estaba, de este modo, en manos de una minoría, y dado el carácter de la misma, su repercusión social era prácticamente nula. La tardía introducción de la imprenta fue otra de las causas determinantes del estancamiento filosófico venezolano.
            Fue, no obstante, esta minoría la que se hizo eco, con mayor fuerza, de las ideas revolucionarias procedentes de la Francia enciclopedista. Después de la Independencia, destacará la insigne figura de Andrés Bello, cuya obra humanística se dirigió a numerosos trabajos de filología, crítica, historia, sociología, jurisprudencia y gramática. Los momentos del Romanticismo, Costumbrismo y Modernismo fueron conformando con sus aportes parte del acervo de la cultura filosófica.
Ya en el siglo XX, surge, como en todas partes, las reacciones antimodernistas y las tendencias de vanguardia en el panorama cultural venezolano. Destacando por encima de todo la figura de Federico Riu Farré.
Muchas ocasiones hemos escuchado, ya sea en el ámbito académico o en la simple conversación cotidiana, que América Latina carece de cimientos sólidos en cuanto a los estudios filosóficos, y generalmente sale a colación la enorme trayectoria de Leopoldo Zea. No obstante, sabemos de sobra que, dadas nuestras condiciones socioculturales, los países hegemónicos siempre nos verán incapaces de generar ideas enfocadas hacia la disciplina filosófica, que nos falta ese sustrato de tradición, como por ejemplo orgullosamente lo ostentan los alemanes.
            Pese a todo, nosotros como latinoamericanos, que reconocemos nuestro tercermundismo, nuestra inclinada mentalidad colonizada y demás, sabemos que estas consideraciones vista “desde fuera”, sólo es un artificio del poder “desde arriba”, un montaje más del lenguaje; aunque cabe reconocer que el pensamiento llegado del exterior ha impactado de manera determinante en nuestras tierras, logrando catalizar propuestas de gran envergadura en la transfiguración filosófica en consonancia con los cuadros sociales e históricos latinoamericanos.
            Viéndolo de este modo, estaríamos hablando de un fenómeno cultural —algunos autores prefieren denominarlo “exilio filosófico”, otros, “profesionalización de humanistas transterrados”— que benefició el progreso de la Filosofía, la Literatura, las Ciencias Sociales y la Antropología de esta América de habla hispana.
            En el caso de Venezuela, la filosofía es un asunto novedoso, actualmente y gracias al empuje de la Revolución Bolivariana una nueva generación de investigadores se perfila. La filosofía contemporánea venezolana se instaura con la fundación en 1946 de la Escuela de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV, en adelante) por Juan David García Bacca, en cuyas aulas, se formaría Federico Riu Farré, un “exiliado” que echará las semillas de esa filosofía de Occidente en suelo venezolano, pero de una manera tan explícita y sistemática que alcanzaría una señaladísima posición en el liderazgo intelectual del país.
Federico Riu Farré nació el 14 de mayo de 1925 en Lerida (España). Después de terminar sus estudios elementales en su tierra natal estudio el Magisterio. Tras una breve estancia en Francia, emigra en 1947 hacia Venezuela donde se matricula en la UCV. Para 1953 ya se había nacionalizado venezolano y año siguiente gana una beca para realizar estudios de postgrado en Europa. Visita primero La Sorbona de París y después Friburgo de Brisgovia (Alemania), establecimientos educativos donde tiene oportunidad de asistir a las conferencias de Martin Heidegger y Eugene Fink.
Al volver a Venezuela se incorpora como profesor en la UCV. Entre las labores docentes ha desempeñar tiene las cátedras de Historia de la Filosofía Medieval, Filosofía de la Historia, Introducción al Pensamiento Filosófico, etc. Después profesor de Metafísica y dirigió un seminario sobre Immanuel Kant. Un ataque cerebral le arrebata la vida un lunes 9 de diciembre de 1985 en Caracas.
Dedicado al estudio de la fenomenología y el marxismo, los aportes de Riu son de corte antropológico-existencial, con un enfoque de tendencia ontológica.
Su libro “Ontología del siglo XX” es una recopilación de un curso de ontología contemporánea que Riu dictó en la UCV durante el año académico 1963-64, destacando los cuatro modelos fundamentales para encarar los planteamientos de la ontología contemporánea: Husserl, Heidegger, Hartmann y Sartre.
En “Tres fundamentaciones del marxismo”, Riu aborda las tres grandes matrices interpretativas del marxismo contemporáneo: Althusser, Lukács y Sartre. Lo cual le lleva a distanciarse de las posiciones ortodoxas de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y proponer una visión fresca, abierta y heterodoxa de las categorías de alineación, existencia, historia y dialéctica.
Para Riu la filosofía es un quehacer de reflexión, análisis y sobre todo, de crítica. La filosofía debe versar sobre la realidad fenoménica en general, empeñarse en el estudio de principios y causas que sean de utilidad a otras disciplinas o ciencias particulares. Por tanto, hay que rechazar la erudición y dejarse llevar por la pasión del argumento que genera textos breves “poco preocupados de la exhaustividad bibliográfica, la carpintería profusa y las contextualizaciones panorámicas”. Es mejor sumergirse en el texto, oír sus razones esenciales y contraponer las nuestras.
Según Riu, la filosofía debía cumplir con la promesa que enuncia en su milenaria definición: hacer más llevadera la vida de los hombres. Pero, pese a esta concepción optimista, Riu era un espíritu trágico, un animal metafísico, una de esas sensibilidades que no pueden olvidar por mucho tiempo las últimas, eternas, irresolubles preguntas. Por ello al final de su vida afirmará que “la filosofía ni salva ni serena”.
Quizás por su mente se paseaban ya aquellos nubarrones que anunciaban la crisis del bloque soviético, las intenciones globalizadoras del mercado, y toda esa cultura de capitalismo salvaje que todo lo devora. De ahí tal vez estas palabras suyas que dejan mucho a la reflexión: “En las sociedades industriales avanzadas se ha producido una integración de la cultura superior al dominio de la realidad establecida. Como en el caso de las formas políticas, esta integración significa que el nuevo orden debilita o liquida el carácter oposicional que en el pasado caracterizó a la cultura superior y, en particular, a la gran literatura. Se trata, empero, de una liquidación que no se cumple bajo formas terroristas de la prohibición o la censura, sino por intermedio de una incorporación masificada de sus productos ejemplares a las formas dominantes de la vida cotidiana”.







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