lunes, 2 de marzo de 2020


El buen samaritano | Ensayo sobre la ceguera

Luz Tania Álvarez Palomares

Distancia, tiempo, distancia, tiempo. La vida del humano es un invento. Camina a paso lento, un pie tras otro, su mente hace tiempo que dejó este momento. Distancia, tiempo, distancia, tiempo. Un chico llega al borde de la cebra. No una cebra animal, no un peluche barato, no; una cebra de blancas rayas sobre un suelo que es negro.

            Rojo, amarillo, verde. Verde, amarillo, rojo. Saltar o no, vivir o morir, pregunta elemental en la mente de un chico al borde de la calle. Verde, coches van. Rojo, personas van. Pero él sigue ahí viendo el tiempo pasar. Verde, coches van, y si él avanza igual, la vida se le va. Rojo, personas van, y si él avanza, otro día de miseria ha de pasar.

Acelerar, frenar, claxon. Un chico sin propósito en una banqueta.

            Acelerar, frenar, claxon, claxon… un coche no avanza, se ha quedado estático. El chico suicida levanta la mirada, observa entre la multitud que se junta, un hombre desesperado. Grita que no ve, que se ha quedado ciego, que por favor alguien lo ayude. Y todos opinan, hablan… esa gente molesta, chismosa, cómo la odia el chico suicida. Pero antes de que se dé cuenta, está entre esa gente, se impregna de su odiosa actitud; pero no puede ver al hombre sufrir, porque él cree saber que tiene, no, él lo sabe, está seguro. Fue como con su madre, primero dejó de ver, luego de caminar, luego de respirar. Y en su tumba no sólo enterraron su cuerpo, si no, el alma de una familia que ahora estaba en pedazos. En la casa del chico ya no había dinero, y mucho menos amor. Algo tenía que hacer por el hombre y su familia, tenía que salvarlos.

— Yo lo llevo a casa, yo manejo — sus palabras eran claras, su mente no.

Sentó al hombre en el asiento del copiloto, lo oyó llorar y murmurar su dolor. Pero él lo iba a salvar, nadie sufriría lo que él sufrió. Le preguntó al hombre su dirección, prendió el coche y puso una velocidad. Rojo, la gente va, pero los coches no avanzan. Verde, los coches van, la gente se queda atrás.

El chico aceleró, cambió la velocidad, volvió a acelerar, y de nuevo la velocidad. Tenía que salvar al hombre y su familia. Esa era su única misión. Rojo, verde, amarillo, eso ya no le importaba al chico. Dio una vuelta, el coche casi se voltea, dio otra vuelta, y el coche acelera. 

Distancia, tiempo, distancia. La vida del humano es un invento.
Rojo, blanco, azul, el sonido de una sirena a lo lejos suena.
Rojo, blanco, azul, hay dos muertos en la calle sur.
Rojo, blanco, azul, un coche estrellado contra un muro azul.

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