domingo, 16 de febrero de 2020

La ofrenda de Córpez

Por: Alfredo Torres Saldaña[1]


Fuente de imagen:
https://www.ead.pucv.cl
Pasó durante la ofrenda de Córpez, aquella fiesta patria del pueblo de Balacúm en el mes de Octubre. Dicha celebración se auspiciaba en honor a Kamilum Córpez, fundador del pueblo y el primero en poner el primer bloque de la muralla que rodea al pueblo.
Usualmente los bailes típicos abren el evento; mujeres de largos vestidos y peinados extravagantes bailan al son del soplo de la flauta y los acordes de guitarra, el ritmo de la música abre un ambiente un tanto jocoso para el público. Sin embargo, aquella vez decidieron montar un castillo, colocarle cohetes, pequeñas bengalas y encenderlas.
La noche anaranjada de las luces festivas quedó difusa por el enorme resplandor blanco de aquella estructura envuelta en explosivos. El estruendo que producía era amplio, llegó hasta la muralla y los guardias que la custodiaban llegaron a pensar que podía despertar a cualquiera a varios kilómetros de distancia. Seguido de la quema de este castillo la fiesta dio su inicio. Los músicos tocaban, en la plaza los hombres con cierta timidez sacaban a las mujeres a bailar. Algunos disfrutaban la gastronomía y otros participaban en pequeños eventos y juegos.
Más entrada la noche, el licor y el ambiente habían causado gran efecto en las personas. Algunos estaban ebrios, inconscientes, otros no y la gran mayoría fueron a sus casas, pero esta mayoría eran niños. Los guardias dejaron su puesto y bajaron para unirse a la celebración. Decían que, desde que levantaron el muro, no había pasado nada que fuera lo suficientemente peligroso como para que sea menester cuidar esa noche, incluso se corrían rumores de querer derribar el gran muro circular.
La fiesta continuó. De entre tantas pláticas surgió el tema de encender otro castillo, la gente se excitó al recordar el primero que encendieron y aquellos hermosos colores que desprendió. Montaron otro, que, a diferencia del primero, era más alto y con mayor cantidad de explosivos. La estructura era colosal, se le caían los cohetes de la cantidad que tenía y cuando se encendió por un instante la noche se volvió día y el estruendo era tal que los habitantes quedaron sordos por unos momentos. Muchos que ya habían conciliado el sueño despertaron. En el medio del espectáculo de luces, en la columna se escuchó un chillido diferente al que hacían los cohetes. La gente, sin darle importancia, siguió celebrando.
Fue entonces cuando cayó el castillo sobre una tarima, el golpe hizo que los cohetes adquirieran una nueva dirección y salieran disparados a diestra y siniestra, ya sea sobre las casas, puestos de comida o sobre la gente. Lentamente la explanada comenzó a incendiarse, de las casas salía humo y llamas se comían las decoraciones festivas. Tenían que evacuar a la gente, pero los guardias estaban ahí y no había nadie a lo lejos que efectuara el largo proceso de abrir la puerta de la gran muralla.
 No pudieron salir y el fuego se propagó por todo el lugar, lo que inició en la plaza siguió ardiendo con tal intensidad que pudo alcanzar la altura de la muralla y para cuando salió el sol sólo quedaba humo negro.
De Balacúm sólo queda una gran muralla circular que protege un montón de cenizas de lo alguna vez fueron bailes, canciones y su gente, víctimas del artificio.



[1] Soy Alfredo Torres, joven tijuanense actualmente estudiante de la AUBC en el área de ingeniería. Tengo 23 años y a los 14 inicié a escribir, pero a los 16 me enamoré de este bello arte. Como menciono al principio soy y nací en Tijuana Baja California, y constantemente busco mejorar y aprender más en ámbitos literarios.

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