domingo, 18 de agosto de 2013

El marxismo ante el tema de la muerte

Francisco Hernández Echeverría[1]
Óclesis



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Con la delación de los “errores del período stalinista” durante el XX Congreso del PCUS de febrero de 1956, una URSS muy fortalecida económica y militarmente, entró en un debate abierto bajo la consigna: “Todo para el hombre, respeto a la legalidad y a la dignidad de la persona”. Dejando de lado la cuestión de la lucha de clases se comenzó a hablar de resolver los problemas del socialismo y del hombre. Por un lado, “fue el principio de una reacción de explosiones en cadena que estremecieron al mundo comunista. Las más sobresalientes […] fueron la revolución polaca y la húngara” (1); por otro lado, más pacífico, se trataba de plantear un humanismo socialista, que bajo la égida de los intelectuales marxistas, escudriñaba sus garantías teóricas en Das Kapital, pero mucho más en las obras de la juventud de Marx.
            Sin embargo, este optimista “deshielo” comenzaría a declinar para principios de la década de 1960, el proceso de desestalinización había fracasado, y por ende, la clarificación a muchas cuestiones sobre los problemas de la construcción del socialismo se abandonó para retomar las restricciones dogmaticas. Pero ya era inevitable la inercia crítica hacia el énfasis en la producción material, hacia la lectura economicista y evolucionista del pensamiento marxista, y diversas corrientes comenzaron a impregnar la teoría. Tal fue el caso del existencialismo y del personalismo, tendencias que experimentarían un punto de quiebre radical en sus categorías fundamentales para reacomodar sus bases en función del “compromiso” político. Bajo este esquema comenzaría a desarrollarse una línea interpretativa moralista-humanista dentro del marxismo, la cual llegó a ocupar inclusive, un sitio central en la historia del movimiento obrero europeo.
            Con todo, no faltaron aquellos que se opusieron al entendimiento de estos dos grandes horizontes: el marxismo y el humanismo. Lo admirable fue que los frecuentes opositores no se circunscribían exclusivamente a los adversarios del marxismo, sino también a los mismos marxistas, que rasgaban sus vestiduras al considerar que el humanismo estaba siendo aprovechado como arma ideológica —directa o indirectamente— por los revisionistas para colocar en situación vacilante el carácter científico del comunismo.
No obstante, por encima de la controversia, muchos pensadores socialistas lograrían sensibilizarse frente a las contradicciones de la vida humana, sobre todo frente a las que podríamos llamar de carácter esencial, no coyunturales (2). Adam Schaff, por ejemplo, narra cómo una noche, en el curso de una conferencia pronunciada ante estudiantes, uno de ellos le lanzó la pregunta siguiente: “Y para usted, ¿qué sentido tiene la vida?” La pregunta constituyó para el pensador un acontecimiento auténtico. Su primera reacción —nos cuenta— fue de indignación. Era una imbecilidad atreverse a formular tal cuestión. Pero, prosigue, “cuando vi que cientos de ojos se fijaban en mí, esperando una respuesta mía, comprendí que la pregunta era importante” (3).
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El asombro de Schaff no era gratuito, “precisamente porque la lógica del sistema obligaba a descartar este problema como insignificante. Y esto por dos razones. En primer lugar, el estatuto teórico del marxismo impondría considerar como falsa o puramente ideológica toda cuestión no científica y, por consiguiente, toda cuestión que se refiera al sentido de la vida, de la historia, de la muerte” (4).
Esta falta de respuestas a la precariedad de la vida humana y las inevitables preguntas sobre su significado eran presentadas comúnmente por los adversarios de la URSS como una de las mayores debilidades del régimen, una “señal de impotencia”. A principios de la década de 1960 Ernst Bloch, Roger Garaudy, Vítězslav Gardavský, Leszek Kołakowski, Salvatore di Marco, Adam Schaff, entre otros, iniciarían una corriente filosófica marxista (llamada comúnmente neomarxismo) enfocada hacia la superación de las limitaciones del sistema con respecto a las preocupaciones de las personas ordinarias, tales como la libertad, la democracia, sus condiciones de felicidad personal, y aún más, pusieron sobre la mesa temas como la piedad, el perdón, la misericordia, el pecado, el amor y aquello que pone radicamente en cuestión el tema del sentido de la vida humana, cual es la muerte.
Pese a la visión materialista y atea por principio de estos pensadores, el tema de la muerte tomó nueva densidad ya que se le añadieron elementos filosóficos, psicológicos, culturales, e incluso teologicos, acercándose a los trabajos de grandes pensadores cristianos como Maritain, Mounier o Teilhard de Chardin, abriendo así una nueva época y un nuevo diálogo entre marxistas y cristianos.
El alemán Ernst Bloch sería un precursor en este sentido. No solamente un precursor —dice Gollwitzer (5)—, sino el autor marxista que aborda en concreto el tema de la muerte con mayor amplitud, honradez y profundidad.
Según Tamayo, Bloch toma muy en cuenta que la muerte del hombre se encuentra rodeada de diversos condicionamientos y circunstancias: “Condicionamientos históricos que la hacen, por ejemplo, enormemente temida en épocas como la del ocaso de la edad antigua […] Condicionamientos socioeconómicos provenientes, por ejemplo, de una sociedad de clases en la que la angustia letal se acrecienta en el hombre perteneciente a la clase dominante […] ‘Ante todo, la sociedad americana tiene necesidad de alejar la muerte de sus ojos, la misma necesidad que le impulsa a tener que reprimir en sí cualquier mirar hacia el futuro. Pues su perspectiva es su muerte como clase’ [dice Bloch]. Condicionamientos socioreligiosos también que orientan prospectivamente la mirada del moribundo en una sociedad agraria y religiosa hacia un angustioso post mortem, al revés de lo que sucede en una sociedad técnica y secularizada en la que la vista del agonizante se dirige más bien hacia atrás, hacia lo que tiene que dejar, hacia los objetivos que no ha podido alcanzar” (6).
Bloch es consciente de que la muerte es completamente antiutópica; en su obra Das Prinzip Hoffnung (El principio esperanza) la llama fortísima no-utopía, y lo reafirma en Experimentum Mundi (1975): “[…] En esta tierra difícil está al final de cada vida como única certeza plena la muerte, la antiutopía más fuerte” (7). Pero a pesar de tal anti-utopía de la muerte, Bloch trata de superarla con la conciencia de clase, la conciencia solidaria o socialista o del “héroe rojo” convertido en un Novum contra la muerte: “Todos llevan flores de antaño al sepulcro, flores ajadas o que resultan ya irreconocibles. Tan sólo una clase de hombres es capaz de marchar casi sin el consuelo tradicional por el camino que conduce a la muerte: el héroe rojo. Dando testimonio de la causa para la cual ha vivido hasta el momento de su muerte, camina hacia la nada sereno, frío, consciente, hacia esa nada en la que se le ha enseñado a creer como espíritu libre. Por eso su muerte sacrificial es distinta de la de los antiguos mártires; pues estos murieron casi sin excepción con una oración en los labios y creyeron haber conseguido el cielo […] Por el contrario, el héroe comunista […] se inmola sin esperanza ninguna de resurrección” (8).
En esta cita, Bloch exalta a los hombres y mujeres adheridos a organizaciones revolucionarias que se enfrentaron al absolutismo zarista y al fascismo hitleriano, cuyo precio a pagar fue el encarcelamiento, la tortura y la ejecución, sin que fuera posible que traicionaran la causa revolucionaria. De ahí la comparación que hace con el mártir creyente, el cual sirve como punto de referencia para identificar las semejanzas y diferencias, y poder así realzar la personalidad de su mártir ateo, el héroe rojo como testigo de la fe socialista hasta la sangre. Por ello su conciencia residirá en que sale al encuentro de la muerte más allá de la ilusión religiosa de ganarse el cielo a partir del tormento, sino con serenidad, lucidez y perfecto dominio de sí mismo. “La causa de esta actitud radica en que el héroe es materialista en el sentido filosófico, es decir, no cree en una trascendencia, no cree en un futuro juicio y sanción” (9).
Cabe mencionar también que Bloch no se interesó demasiado en esclarecer sus sugestiones teóricas, pues sabía con precisión que dentro de nosotros existe un núcleo oscuro imposible de disipar, pero no por ello se dejaba llevar por la trampa del enigma por el enigma, sino más bien intenta pasar de lo oscuro a lo claro sin discriminar aquellos elementos sombríos, grises. Esta actitud también la aplicaría al asunto de la muerte. Para Bloch, la muerte no es desconocida para el hombre, diariamente el ser humano experimenta la muerte mientras está vivo, y precisamente son estos momentos, los de densa opacidad, de intermitente oscuridad, lo que llena su vida misma. Así, al vivir el hombre la muerte como en una especie de velo, vive lo eterno en cada instante en que escucha y aprende a trabajar por la liberación de los hombres, de los otros, en pos de la otredad. En la esperanza blochiana, en la esperanza socialista, una nueva humanidad radica la plenitud humana, esperanza de que en cada hombre hay un militante que a semejanza de Prometeo “supera todos los límites establecidos, cuestiona todos los privilegios otorgados a los dioses y coloca al hombre como artífice responsable y esperanza última del universo” (10).

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(1) George Paloczi Horvath, Kruschev. Su camino hacia el poder, Plaza & Janés, Madrid, 1963, p. 176.
(2) Pfr. Alfredo Tamayo, La muerte en el marxismo, Felmar, Madrid, 1979, p. 21.
(3) Alfredo Tamayo, Op. cit., p. 19.
(4) Giulio Girardi, “El marxismo frente al problema de la muerte”, Concilium, No. 94, Madrid, 1974.
(5) En Alfredo Tamayo, Op. cit., p. 49.
(6) Helmut Gollwitzer, Krummes Holz-aufrechter Gang, Munich, 1971, p. 111.
(7) Ernst Bloch, Experimentum Mundi, Madrid, 1975, p. 1279.
(8) Ernst Bloch, Principio Esperanza, Aguilar, Madrid, 2004.
(9) Alfredo Tamayo, Op. cit., p. 104.
(10) Jan Milic Lochmann, “Platz für Prometheus”, en Evangelische Kommentare, No. 5, Berlín, 1972, p. 137.






[1] El autor es Maestro en Educación Superior por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Coordinador Académico de Óclesis. Víctimas del Artificio, Cofundador de los programas radiofónicos Los que vigilan desde el tiempo (Radio-BUAP) y Óclesis en la Radio (UVP). 

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