lunes, 2 de enero de 2017

Sólo una charla trivial
Por: Noé Cano Vargas.[1]



Imagen.
Óclesis: Hotel México. Tehuacán, Puebla.
Tomando como base el principio de que todo lo que rodea al hombre es cultura, sentaría bien exponer las características que rigen el sistema que conecta a los individuos en la interacción cotidiana, irrelevante situación inicia con el lenguaje, punto de partida para el desarrollo del bagaje tangible e intangible de un individuo, de igual forma es el medio principal para la comunicación de ese cúmulo de conocimiento denominados por el sujeto que los emite como verdades.
En un día como hoy hay miles y miles conversaciones, casi tantas como sujetos en el planeta, pero cada una de esas interacciones recae en las perspectivas de dos sujetos para dar pauta a un dialogo, la cuestión es ¿con quién?, ¿quiénes son esos dos sujetos?, si tú eres uno de ellos, ¿quién es el otro?; pasando al dialogo, ¿Qué hace relevante ese momento?, se dirá acaso que ¿dialogar de algo con alguien es suficiente para el desarrollo del individuo y a la vez de la sociedad? o ¿crees que dependiendo el sujeto es la conversación?
Volvamos a la charla interpersonal, tomando como base el grado de avance y sofisticación de nuestra cultura, las instituciones, el impacto de la globalización y el desarrollo de los medios masivos en el proceso civilizatorio del hombre, preguntémonos, la conversación de dos académicos vale más que la conversación que sostienen dos mayordomos para realizar la fiesta dedicado al santo patronal, pongamos otros casos, entre ellos: la conversación entre padre e hijo con el objeto de obtener permiso de salir al antro con los amigos, el contrato sentimental de una pareja acordando las cláusulas del arte amatorio, la discusión de la ama de casa con el marido por el hecho de que se acabó el gas antes de la hora de la comida, el dialogo del doctor diagnosticando al paciente obesidad, cual recibe el mayor peso si al final de cuentas todos y cada uno de ellos están contendiendo para resolver sus propios problemas y están utilizando el dialogo en mayor o menor grado para lograr sus fines, es decir, cada quien toma sus circunstancias como algo primordial, pero, acaso no todos hacemos lo mismo, el hombre tiene que estar haciendo algo para sostenerse en esta existencia y lo hace conviviendo, lo que lo lleva a conversar con el prójimo, más en esta etapa que se tilda de posmoderna donde todos tiene cabida mientras sean buenos consumidores lo que los convierte en buenos ciudadanos y en donde sigue existiendo el dialogo, el punto es que tal vez estamos en una época sobresaturada de cultura donde la ciencia ha ocupado el peldaño más alto y las leyes que la rigen se han convertido en los nuevos santos que resuelven los problemas, irónico desplazamiento de la religión en la edad media, para sobreponer a la era tecnológica revestida “…con el refinamiento de una cultura anquilosada que, prisionera de los límites y de las formas, disfraza todas las cosas…” (Cioran, 2010, pág. 17) dando cabida a la patética ilusión de sentirse libre y en la cúspide de las especies, a final de cuentas la cultura tiene todo resuelto para la gran diversidad de problemas que se le presentan al ciudadano promedio pero a la vez prisionero por la casi nula imposibilidad de crear algo nuevo, entonces surge de nuevo la pregunta, ¿dialogar de algo con alguien es suficiente para el desarrollo del individuo y a su vez de la sociedad?, tal vez no, tal vez sólo es la charla trivial que surge por la necesidad de comunicarse, de expresarse, de sentirse parte de algo, del grupo, del sistema; tal vez es una manera muy anquilosada de resolver las necesidades que se nos presentan sin talento alguno; pero, tal vez, sólo tal vez, en algunos momentos de la historia en un momento tan trivial puede surgir algo en un sujeto que le puede permitir buscar una alternativa diferente para resolver algún problema de alguna forma que inimaginablemente se le haya ocurrido a otro sujeto para cubrir una necesidad, un nuevo camino se abre entre la maleza o jungla urbana recubierta de cultura, puede ser un concepto nuevo que permita expresar eso que a nadie se le podía haber ocurrido expresar de otro modo, un nuevo medio de comunicación, una nueva cura para una enfermedad, metafóricamente surge una nueva especie de flor nunca antes vista que forma parte del paisaje y lo embellece, la cultura surge de la necesidad vital, ¿de cuál?, regresemos a los ejemplos anteriores, de la necesidad de encontrar la solución utilizando la ciencia, de agradecer al santo, del salir con los amigos, de complacer a la amada, de cubrir las deudas, de encontrar una cura para el padecimiento, entendamos como dice Ortega y Gasset que “toda necesidad, si se le potencia, llega a convertirse en un nuevo ámbito de la cultura” (Meditaciones del Quijote, 1999, pág. 23), y si esa necesidad que surgió de la idea de un sujeto con talento - ya se el zapatero, el barrendero, el herrero, el científico, el amante – impregna en el entramado social, la historia y la escritura volverá objetiva esa necesidad, la historia la hará parte de la cultura.
Entonces, el uso cotidiano del lenguaje puede hacer dos cosas, una, seguir repitiendo pautas culturales anquilosadas, otra, seguir dialogando y en ese camino recrear ideas, crear artificios, que nos queda, seguir intentándolo,  “Nos reconocemos entes envenenados, que se arriesgan a caminar entre los residuos que ha dejado la acicateada multitud dispersa de nuestro propio ser que la trágica condición de la convivencia humana se ha visto obligada a darle pleno sentido bajo un orden utópico” sin bandera de pedantería o pose alguna, “No poetas, no escritores, no artistas. Entes envenenados de nuestra propia existencia. Simplemente víctimas de nuestro propio discurso” (Óclesis), a fin de cuentas “La creación es una preservación temporal de las garras de la muerte” (Cioran, 2010, pág. 20), la creación es cultura, solo una charla trivial.

Referencias bibliográficas
Cioran, E. M. (2010). En las cimas de la desesperación. México: Tusquets Editores.
Ortega y Gasset, J. (1999). Meditaciones del Quijote. Madrid: Revista de Occidente en Alianza Editorial.




[1] El autor es maestra en Historia por el Instituto Vélez Pliego de la BUAP y miembro activo en Óclesis

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