La ausencia del presente.
Una perspectiva sobre la economía actual y el cambio social
Oscar O. Chávez Rodríguez*
Para Silvia Berenice: Alma, inspiración y escritura.
“¿Qué sabes tú de la vida, siempre encerrado, oculto?
Así es fácil ser sensato. Adentro, nadie incomoda.
La calle es otra cosa: te dan empellones, te sonríen, te roban.”
Octavio Paz. ¿Águila o sol?
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Fuente de imagen: http://www.decrecimiento.info/2012_11_01_archive.html |
La complejidad de la situación económica que vivimos ha de abrir la
puerta a nuevas ideas y formas de análisis, ya que las soluciones económicas
que hasta el momento se han implementado parecen no dar soluciones
consistentes. Situación que plantea la urgencia de acelerar la integración del saber
que la ciencia económica ha alcanzado hasta el momento con el de otras ciencias
sociales para, con ello, lograr una visión amplia que permita comprender más
cabalmente la multiplicidad de elementos que hoy están en juego y a partir de
esto integrar una alternativa viable. Proyecto sustentado en una economía de
agentes económicos nuevos, de hombres nuevos en la cual el humanismo sea un eje
central y no solamente las previsiones sobre tendencias de crecimiento, control
de la inflación o la promoción de la inversión extranjera.
A
propósito de lo anterior, adquiere gran validez la advertencia de Arendt acerca
de que corríamos “el riesgo de olvidar incluso qué es lo que ha cambiado”, me
imagino que en su interior nos estaba advirtiendo sobre la perdida de puntos de
referencia o sobre una creciente incapacidad de observar algo más que
epifenómenos, situación que hace del presente simple instantaneidad, cosa grave
sin duda aunque no tanto como la que germina en esto que pudiera denominarse
como un ímpetu de mirar: el nublarse del horizonte debido a una sucesión paranoica
de discursos cuya mirada busca la comprensión y explicación de la realidad,
pero como ésta es reacia al simple mirar entonces lo que resulta es una simple
discursividad incapaz de encontrar qué es lo que realmente está cambiando y,
por lo mismo, sin atinar a responder de manera adecuada a los problemas tanto
económicos como sociales que actualmente vivimos. Paranoia que debido a la
aceleración de los tiempos, quiero decir a esta época carente de silencio, nos
ha llevado a un escribir desbocado que estaría soslayando la superficialidad de
muchos estudios sobre la realidad, ya que lo importante, en esta perversión de
la escritura y el pensar, es ir al par de los cambios, sin atender a la
exigencia de establecer las características de esta curva histórica, una más de
las tantas y más complejas que la humanidad ha vivido.
Habría
que considerar también la persistencia, en la medida que es posible distinguir
una realidad dada a la receptividad y otra dada a la significación que ésta
reviste, de perspectivas ideológicas e incluso ideologizantes, montadas en
apologías de medio término que, tras un chabacano, ausente y estéril
enfrentamiento, prescriben recetas para salir de la crisis, concibiéndola unos como
un simple desajuste en las variables, como un pasajero desequilibrio que en el
largo plazo será eliminado por las “bondades” del mercado, por lo cual no
habría que preocuparse; otros asumiendo que la presente crisis no es otra cosa
que la más clara muestra de que el sistema está al punto del colapso, o al
menos de su actual modalidad de acumulación, crisis sistémica, como algunos
otros la han conceptualizado, que en su emergencia y desarrollo plantea un
conjunto de interrogantes sobre la posibilidad de elevar el nivel de vida, la
eliminación de la pobreza o la generación de opciones laborales para la población
joven.
Debates,
discursos, posturas y demás que tienden, a contracorriente del tiempo y
transformación socio–política, a generar
grupos cuya visión se enfoca a la crítica de la intervención estatal,
presentada –una vez más– como la culpable de las distorsiones y desequilibrios;
o al desarrollo de una perspectiva que señala que la actual crisis no es otra
cosa “que el resultado natural del funcionamiento del sistema financiero”, por
lo cual bastaría con replantear los esquemas de regulación para escapar de la
maldición de los ciclos. En uno y en otro caso lo que se postula es una
explicación que elude la participación humana en la gestación y profundización
de la crisis, y al decir “humana” habría que matizar tal palabra, ya que
difícilmente puede uno imaginarse a cualquier individuo como agente económico, político
o financiero cuyo actuar aislado pudiera incidir en las variables económicas,
políticas o sociales. Asimismo, resulta a todas luces necesario circunscribir
el espacio en el cual se da el despliegue de un conjunto de mecanismos,
conductas y prácticas que contribuyen, y lo seguirán haciendo hasta en tanto no
se las limite, a la generación de situaciones tan alarmantes como la actual. Baste
recordar esos fraudes espectaculares llevados a cabo por expertos financieros
como Madoff o Stanford, que muestran el alto grado de irresponsabilidad por
parte de no pocos agentes de las altas finanzas, al tiempo de indicar la
incapacidad de los organismos regulatorios y la facilidad con la que se puede
engañar, en esta era de la tecnología de la información, a inversionistas de
todas nacionalidades.
Es
en este sentido que reflexionar, entre otros temas, sobre el papel que el
Estado pueda –o deba– desempeñar en la economía adquiere sentido, sobre todo
cuando los mismos organismos, otrora defensores del mercado y el librecambio,
se muestran preocupados ante las posibilidades de solución a la actual crisis
mundial, planteando lo que apenas hace unas décadas sonaba inapropiado. Lo
cierto es que tras poco más de 20 años de una economía basada en el laissez–faire, e incluso de lo que bien
puede considerarse como un fundamentalismo de mercado, los resultados obtenidos
son poco menos que inhumanos. Por una parte, la desregulación de los flujos financieros
contribuyó a la generación de un escenario de riesgo e irresponsabilidad
veladamente criticado pero firmemente aceptado por gran número de hombres de
negocios y no pocos intelectuales que bien puede considerarse como una
confianza ciega producto del “auge económico y la creencia en los mecanismos
automáticos de regulación”, confianza emergida y defendida por el aumento de
las ganancias que estimuló la ilusión de una prosperidad sin fin, de “un largo
periodo de crecimiento estable en las economías del centro; movimiento [que] se describió como la Gran
Moderación. Un término que sugería la ausencia de ciclos económicos con fases
marcadas, en especial en Estados Unidos y Europa,”[1] pero
que en largo plazo se revelo como un espejismo de gigantescas burbujas
financieras. Fenómeno que además de hacer evidente la ausencia o ineficacia de
instrumentos institucionales que, al menos, contribuyeran a reducir la vorágine
especulativa que caracterizó a esos hombres en la última década, se expandió al
conjunto de la sociedad como una atmósfera especulativa que, con la promesa de
altos rendimientos, logro seducir también a gran número de ciudadanos que de
manera desbocada colocaron sus magros ingresos en cajas de ahorro o mal
llamadas sociedades de inversión que, finalmente, terminaron por defraudarlos.[2] Precisamente esto último
constituye un foco de atención en la actual crisis en la medida que a partir de
su comprensión podrían evitarse escenarios similares en el futuro.
Aunado
a esto, es necesario reconocer que la carencia de mecanismo de participación
ciudadana, o su distorsión, tan necesarios y fundamentales para la formación de
las decisiones nacionales y la vigilancia–control de los cuadros gobernantes,
tanto los elegidos por medio del voto como de aquellos designados por los
gobernantes en funciones, ha conducido a una sociedad secuestrada por una
burocracia cómplice del saqueo, la pauperización y concentración de la riqueza
en unas cuantas manos. En esta línea se
hace perentorio que en los análisis económicos, las valoraciones políticas y
las estrategias sociales además de la referencia a la desigualdad de ingresos o de
oportunidades, se incorpore también lo relacionado con la “desigualdad de opiniones o de
percepciones” que permitirían hacerse una idea del estado de ánimo de la sociedad,[3]
lo que sin duda arrojaría luz sobre las reformas indispensables y que en lo
inmediato deberían implementarse.
Es
por lo anterior que, aunque lo parezca, no es la riqueza, en sentido estricto,
la que ha de llamar nuestra atención, sino la incapacidad –natural,
involuntaria o plenamente voluntaria– de nuestros hacedores de política y su
grupo de asesores de “mirar tras el
dato” al ser humano, tras la variable las implicaciones surgidas por la forma
en la cual fue construida, ya que si bien es cierto que “sólo lo que se idea es
lo que se ve”, no debe olvidarse que aquello “que se idea es lo que se inventa”,
con lo cual viene a resultar ese cúmulo de posturas que terminan por disolver entre
análisis coyunturales la urgencia de implementar mecanismos que logren
revertir, entre otros, la perdida de poder adquisitivo, una oferta laboral
indignante que sólo contribuye a la ampliación de la brecha entre ricos y pobres
o, lo que constituye un tema medular, replantear el conjunto de reformas
económicas implementadas, hace más de dos décadas, en la región y cuyos
resultados son francamente miserables.[4] (Anexo,
cuadro 1).
Se
trata, asimismo, de ir más allá de la histórica pugna entre Estado y Mercado,
entre liberales y keynesianos, para
hacerse consciente de que la doctrina económica debe superar rivalidades y
dejarse llevar por el sentido común, en donde la economía real que afecta
“realmente” a las personas se sustente en otros postulados distintos del
paradigma de los mercados siempre eficientes, o de los que a partir de “los
años 90´s y principios del siglo XXI, característicos del llamado
neoliberalismo o de la nueva globalización financiera, [que consideran como]
virtudes la desregulación financiera, la libre flotación de monedas, la
autonomía absoluta de los bancos centrales y una convicción de que los mercados
bancarios e hipotecarios […] no podrían sufrir grandes descalabros”[5]
han estado vigentes y se busca seguir implementándolos. Se trata de salir de
esta especie de ideología de la época resultado del consenso entre economistas
que hasta hace poco tiempo no admitía interpretaciones alternativas y
preguntarse hasta qué punto sería probable un desplazamiento de nuestras
economías hacia un modelo de intervención gubernamental con controles de
capital, tipo de cambio fuertemente intervenido y una política financiera
enfocada o subordinada a objetivos de crecimiento y desarrollo.[6]
Ante
esta situación surge la pregunta acerca de a quién regresar, en estos momentos
de crisis, la mirada… ya que pareciera que la economía dejo de mirar al
hambriento, al desempleado, al vapuleado, al explotado para mirar, en su lugar,
la imagen que entra en el modelo y puede ser medida, cuantificada y colocada en
un gráfico o una tabla dinámica.
Es,
por ello, imperativo delinear una reforma verdaderamente normativa que conduzca
a suprimir la artificial línea entre economía real y especulativa con la
finalidad de que las innovaciones financieras, lo mismo que las políticas
económicas, conduzcan a beneficios sociales y no sólo a garantizar la libre
movilidad del capital, el control de la inflación o finanzas sanas, buscando,
asimismo, no únicamente una mejor distribución de la riqueza sino ante todo
acabar con el enriquecimiento, a costa del conjunto de la sociedad, de unos
cuantos. Es de vital importancia colocar en la mesa de debate nuevos caminos
que atiendan a los reclamos de la inmensa población de bajos ingresos, lo cual,
si bien ha sido estipulado en los denominados Objetivos del Milenio, dista
mucho de ser posible en tanto se siga priorizando únicamente el logro de cierto
equilibrio en los mercados financieros sin atender también a variables sociales
fundamentales como la salud, la educación, la alimentación y erradicación de la
pobreza.
Cambio
en la percepción de lo que ha de implementarse y que tendría en el humanismo
una base valiosa; aunque sería necesario, por principio de cuentas y ante la
emergencia del denominado Humanismo
económico, generar espacios de discusión que contribuyan a establecer en
qué radica ese humanismo con el calificativo “económico” o cuáles serían las
características del humanismo que hoy requerimos.
Pareciera
que hoy “humanismo” ha quedado reducido a una elaborada teoría o profundísima
reflexión sobre la importancia del ser humano, sobre el lugar que debe ocupar
en nuestras grandes propuestas teóricas, o quizás sólo constituye una especie
de cargo de conciencia que para acallarlo o calmarlo le damos un espacio en
nuestros debates. Una especie de credencial de identificación –como sucedió,
como sucede aún con la izquierda– que nos hace sentir mejor que los demás,
arrogancia de término medio que nos aleja de lo que realmente importa:
establecer que los hechos que nos suceden, que nos afectan gravemente y llevan
al hambre, la exclusión y el exterminio, lo mismo que a la felicidad, la
libertad y la vida no son producto de fuerzas ocultas, nouménicas o de cualquier otra índole, que no son el resultado de
un juego –perverso como lo demuestra la historia si la interrogamos con
sinceridad– entre oferta o demanda, sino resultado de nuestras propias
acciones. Cabe aclarar, de las acciones de unos cuantos que se han apoderado
del ser y el hacer de la gran mayoría.
Planteado
así, el humanismo suena entonces de manera distinta a como se la oye en los
grandes encuentros, en esas charlas vacías y ansiosas de diplomas. Palabra que
de tanto escucharse pierde su sentido, aquilatándose a partir de su enunciación
en una charla de café o en un congreso internacional, palabra que se nos diluye
entre las manos, quedando un sabor a rancio que desanima y hace pensar que “el
ser humano no ha sido otra cosa más que un pliegue en el saber”, el cual se va
desvaneciendo poco a poco para ceder su lugar a quién sabe que figura o
categoría.
No
bastaría hacer un recuento del ser humano, ir a la historia para ubicar esas
épocas –memorables, insuperables, únicas– en las que se nos ha dicho que el
humanismo fue eje de reflexión, centro de gravedad y quien sabe que otras
tantas cosas, para saber valorarlo; lo más que alcanzaríamos sería una especie
de nostalgia, gratuita e inútil, que de poco nos ayudaría a valorar no a la
palabra, sino lo que ella debe significar en nuestra actualidad [7]
en la cual la economía, la búsqueda de la ganancia y los equilibrios la han ido
desplazando, reencuadrándola, encerrándola en unas cuantas fórmulas cuya
intención es hacerla manejable. Así como el desplazamiento de la democracia por
la economía –en su doble acepción–, o de la libertad por la seguridad no
debería de preocuparnos tanto, sino lo que detrás de tales desplazamientos se
oculta –el ensombrecimiento del ser humano, su reducción a simple variable
económica o sujeto de derechos–, en el caso del humanismo económico, o de la
economía con un pretencioso ingrediente humanista, habría que afinar la
atención para ubicar lo que tras la moda intelectual del momento parecen ser no
otra cosa que discursos apasionados, poses intelectualoides –apelo a la buena
voluntad del lector para disculpar este neologismo– en busca del aplauso fácil
y el reconocimiento oficial y documental por habernos hecho conscientes de algo
obvio: que la economía, al igual que las demás ciencias, deben estar al
servicio del ser humano.
¿Acaso
no lo sabíamos? ¿O debemos despabilar los sentidos para comprender que nos
encontrábamos en una especie de aletargamiento del cual el Humanismo económico
nos ha venido a sacar con la novedosa sentencia de que el ser humano es el
centro de una realidad que se empecinaba en no mostrarse?
La
posibilidad de recomposición, de encontrar una salida a esta fase de nuestra historia
exige replantear la forma misma en la cual se concibe la realidad, atendiendo a
la centralidad que el ser humano tiene en ella; hacer a un lado esa perspectiva
que desestima la vida individual reduciéndola a un simple instante,
concibiéndola como un resplandor tan tenue que al combinarse con la velocidad
del cambio se hace casi imperceptible o insignificante, justificando de
antemano su desplazamiento, al menos en términos individuales, para centrar la
atención en lo concebido como esencial: los “grandes agregados”, las
trayectorias largas o las curvas históricas de más amplia cobertura, quiero
decir, las crisis, los despliegues y repliegues del capital o los procesos
civilizatorios en franca decadencia o estancamiento. De no ser así, entonces
quedara al nivel de lo posible, pero fuera del campo de lo probable.
Bibliografía:
Borón, Atilio
A. Socialismo siglo XXI: ¿Hay vida
después del neoliberalismo?, Buenos Aires: Luxemburg, 2008.
Beinstein, Jorge. “De la decadencia de
los Estados Unidos a la desintegración del sistema global. Dinámica de la
crisis”. Disponible en:
http://suaed.politicas.unam.mx/noticias/beinstein_mexico2009.pdf
Feres, Juan Carlos, Marta Lagos et al. (2010). América Latina frente al espejo. Dimensiones objetivas y subjetivas de
la inequidad social y el bienestar en la región, s/l, CEPAL–AECID.
Machinea, José Luis. “La crisis financiera internacional: su
naturaleza y los desafíos de política económica”. Disponible en:
http://www.cepal.org/publicaciones/xml/7/35847/RVE97Machinea.pdf
Marichal, Carlos. Nueva historia de las crisis financieras. Una perspectiva global,
1873–2008, México, Debate.
Stiglitz
Joseph. “El rumbo de las reformas. Hacia una nueva agenda para América Latina”
en Revista de la CEPAL No.
80.
http://www.eclac.cl/publicaciones/SecretariaEjecutiva/4/LCG2204PE/lcge2204eStiglitz.pdf
Valenzuela Feijóo José C. “Un mundo más ancho y ajeno: neoliberalismo y
desigualdades regionales”, Rebela, vol. 1, núm. 1, junio de 2011.
Anexo
Cuadro 1
|
América Latina: Crecimiento medio
anual
|
|
||
1960–1970
|
1970–1980
|
1980–1990
|
1990–2001
|
|
PIB
|
5,
32
|
5,
86
|
1,
18
|
3,
05
|
PIB per cápita
|
2,
54
|
3,
36
|
–0,
80
|
1,
39
|
Fuente: Indicadores de desarrollo mundial, Banco
Mundial, varios años.
|
Cuadro 2
|
América Latina y el Caribe (ALyC):
desempleo urbano
|
|
|||||||
1990
|
1991
|
1992
|
1993
|
1994
|
1995
|
1996
|
1997
|
1998
|
|
ALyC
|
5.8
|
5.7
|
6.5
|
6.5
|
6.6
|
7.5
|
7.9
|
7.5
|
8.1
|
México
|
2.7
|
2.7
|
2.8
|
3.4
|
3.7
|
6.2
|
5.5
|
3.7
|
3.2
|
Fuente: CEPAL. Una década de desarrollo social en
América Latina, 1990–1999.
|
* Sobre el autor: Oscar O. Chávez
Rodríguez, es licenciado en Filosofía y Economía, Maestro en Ciencias Políticas.
Estudios realizados en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
institución en la cual se desempeña como Profesor–investigador adscrito a la
Facultad de Economía, Coordinador del Área de Historia y Sociedad.
[1] Marichal, Carlos. Nueva historia de las crisis financieras. Una perspectiva global,
1873–2008, México, Debate, p. 330
[2] Con cargo a los contribuyentes quienes,
sin tener alguna responsabilidad en esa situación, tendrán que
responsabilizarse, vía sus impuestos, de regresar a esos ahorradores –“¡¿inversionistas?!”–
lo depositado en esas cajas… gente que, por cierto, mediante la presión le
exige al gobierno que le reintegre el 100% de sus ahorros.
[3]
Esta línea de reflexión ha sido retomada en la actualidad por algunos
intelectuales vinculados a la CEPAL, línea de investigación que tiene en Almond
y Verba a sus iniciadores con sus libros: The
Civic Culture y The Civic Culture
Revisited, textos de hace poco más de cuatro décadas. Puede revisarse lo
más reciente sobre esta temática para el caso latinoamericano en Feres, Juan
Carlos, Marta Lagos et al. (2010). América Latina frente al espejo. Dimensiones
objetivas y subjetivas de la inequidad social y el bienestar en la región,
s/l, CEPAL–AECID.
[4] Para
el conjunto de América Latina, región por excelencia para la implementación de
la reforma neoliberal, los indicadores señalan un comportamiento favorable
durante el periodo 2003–2008 que se expresa en una recuperación promedio del
PIB per cápita para la región de
3,5%. Si bien esto constituye, como no dejan de señalarlo organismos
internacionales, algo inédito para América Latina en los últimos cuarenta años,
no debe que olvidar que en los veinte
años anteriores a ese periodo el mismo indicador tuvo una tendencia a la baja
llegando, incluso, a presentar comportamientos negativos; además de estar
caracterizado por continuas inestabilidades económicas y políticas producto del
continuo ataque al empleo, la seguridad social y la educación. Al hacer un
comparativo con el periodo inmediato anterior: 1993–1998 en términos de PIB y
desempleo encontramos que ambos indicadores se comportan a la baja y a la alza
respectivamente (cuadro 2). Asimismo, si ampliamos la perspectiva,
encontraremos que los niveles de desempleo entre las décadas de los 90´s y la
de los 80´s no son muy distintos, incluso podemos constatar que para el año
1998 esa tasa es mayor que la del año 1984 (Anexo, gráfico 1). La pregunta
inmediata que surge es sobre el tipo de éxito generado o la pertinencia de las
reformas, y sobre la necesidad de replantearlas o intentar una senda distinta
que contribuya a la generación de opciones laborales para la población y la
recuperación de una sociedad que, en las condiciones anímicas, psicológicas y
culturales actuales, está muy lejos de responder a programas económicos o
propuestas de reforma económica. Nos hemos convertido en una sociedad
acostumbrada a vivir por encima de nuestras posibilidades, más allá de nuestra
economía real, lo cual es en parte causante de la crisis.
[5] Marichal, Carlos. (2010). Nueva historia de las crisis financieras.
Una perspectiva global, 1873–2008, México, Debate, p. 329
[6] Actualmente se habla de un neomercantilismo que plantea, debido a
las crisis financieras más recientes, que los gobiernos se enfoquen a, por una
parte, impulsar sus exportaciones como instrumento para asegurar superávits
comerciales y, por otra, con las ganancias obtenidas de esta forma acumular
divisas fuertes que permitan hacer frente a ataques especulativos contra sus
monedas. Se plantea, de este modo, evitar esquemas de endeudamiento cuyos
recursos “se van a la basura”.
[7] “De un modo, en efecto, se
piensa una cosa cuando se piensa su significado, y de otro cuando se entiende
aquello mismo que la cosa es”.
San
Anselmo, Proslogion.