jueves, 13 de diciembre de 2012


Mascada

Por: Hugo I. López Coronel.

Fuente de imagen:
http://lsgtestimonios.wordpress.com/verdadera-historia-de-un-falso-nagual/
Convinieron el precio, caminaron, casi sin mirarse. Un pasillo largo después del pago, un cuarto apenas iluminado. Ella da vuelta al seguro de la puerta, él mira al rededor. Ella se recuesta y empieza a desnudarse, abre las piernas y lo llama. Él mira, un sabor común en la boca. Lentamente se quita los pantalones, la camisa y descubre una mascada amarrada al cuello. Ella se acomoda sobre la cama, él sobre ella. La erección y la penetra. Todo normal en ella: sensaciones, sentimientos, gustos… Le ha inquietado la mascada en el cuello de él. Las penetraciones se vuelven aceleradas. Ella mira la mascada, algo le atrae, una inquietud extraña, nunca pone atención a detalles en los clientes. Él empieza a jadear, cada vez son más bruscos los movimientos, intenta introducir el cuerpo completo, jadea, extasiado. Ella, por momentos siente esa fuerza, pero su mirada sigue en la mascada, su color, las figuras en ella, ¿qué cubre?, piensa. Una cicatriz, alguna deformidad, ¿cuántas cosas se pueden esconder bajo un trozo de tela? Él ya arremete con una intensidad descontrolada hasta que, en un grito, deja venir el líquido seminal, respira aceleradamente, se desprende y se acomoda al lado. Ella toma papel y se limpia repetidamente la vagina, arroja el papel, desamarra las pantaletas de la pierna y se cubre. De reojo lo mira, la mascada amarrada a su cuello. Un instante en silencio, él se pone en pie, se viste hasta la cintura, apenas la mira. Ella se sienta y empieza a vestirse. ¿Por qué la mascada?, pregunta, se pone en pie. Él sonríe, ella siente esa sonrisa, percibe miedo. Él va hasta el rincón de la habitación donde una silla, se pone los zapatos. ¿Sabes qué es un amocuale? Dirige la mirada hacia ella, sus ojos son oscuros, rojizos. Ella camina hacia la puerta, siente la necesidad de salir. No, la verdad no, su tono nervioso. Él se pone en pie y empieza a desamarrar la mascada. ¿Morena, quieres que te enseñe un truco? Se quita del cuello la mascada y la enreda entre sus manos. En la semioscuridad de la habitación, ella ve crecer tras él una sombra que llega hasta el techo, ya en la puerta quita el seguro. Ven, la voz se ha vuelto ronca, no te pasará nada, la sombra casi abarca la habitación completa. Ella abre la puerta…             

No lo entiendes, solo dormías, tu semblante envuelto en la pasividad desde mis ojos. Tu breve boca, tu breve aliento sobre la almohada de mi tiempo, tú, breve, breve como el hilo de agua sobre el arrollo, creatura, expuesta a mis brazos, a la fuerza de mis puños sosteniendo el mundo, girones y mi mirada contemplando tu cuerpo extendido sobre mi sombra.
Ah. Conciencia, buscas mi tacto para merecer la noche,
cuando la serpiente adormece al salvaje.
¡Qué artificio evapora a las palabras si al volver la distancia
 aún queda el rastro de los pasos. ¿Te dije de la isla que habita en el centro, de la montaña esbelta y sus cumbres, de los aclarados vientos del tiempo? No hace falta mentir, porque no lo entiendes. La lleva semiinconsciente hasta la cama, la deja caer. Va hasta la puerta, la cierra y pone seguro. Llega hasta ella y se acomoda a su lado. Voy a contarte desde el principio por qué la mascada.


Tehuacán, Puebla.
10 de mayo de 2009

6 comentarios:

  1. Hola Hugo, gracias por compartir!:) un abrazo y saludos.

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  2. No, al contrario, gracias por leernos, y gracias por hacer posible este espacio literario.

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  3. Muy bueno Hugo! que herramienta más sutíl que una mascada? en horabuena!

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  4. Mi estimado Eduardo, gracias por el comentarios. Un abrazo.

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  5. Y de repente, la respuesta galvánica de la piel....

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