Hielo, fuego y la magia amarilla:
el ferrocarril, la masacre bananera, la desilusión y la apatía
en Cien años de soledad
Blaine R. Winford
Colaborador
Óclesis
![]() |
Fuente de imagen: http://ellectorespectador.wordpress.com/2011/10/25/resena-sobre-cien-anos-de-soledad-de-gabriel-garcia-marquez-por-marta-zarza-2%C2%BA-de-bach-a/ |
Introducción
En Cien años de soledad, la novela más conocida
de Gabriel García Márquez, es común encontrar eventos maravillosos
a través de todo el texto. Por ejemplo, que esté un pedazo de hielo en un sitio
tropical sin tener como referente la refrigeración, es un momento mágico que vuelve
crítico al discurso. Sin embargo, la “magia” del milagro del hielo registrado
en la memoria de Aureliano Buendía viene acompañada de un suceso negativo, una
desilusión: la desdicha de su fusilamiento. Numerosos hechos, independientemente
de los progresos y las esperanzas que puedan reportar, terminan convirtiéndose
en un acontecimiento negativo. En particular me refiero a la llegada del tren a
Macondo, que a pesar de lo radiante del suceso, trae consigo el horror: la
masacre bananera. La decepción y la desilusión son muy palpables. Dicha masacre
es el acontecimiento más importante en la novela, porque ahí comienza la crisis
más grande para Macondo: deterioro de su ritmo socioeconómico y desesperanza
entre la mayoría de los pobladores. De hecho, aparecen numerosas tragedias a lo
largo de toda la novela, las cuales conducen continuamente hacia muchas decepciones
tanto a la familia protagonista, los Buendía, como a todos los habitantes del
pueblo entero de Macondo, con sus incesantes “guerras civiles, invenciones
tecnológicas, compañías extranjeras y tendencias venidas de la capital que
intervienen en las rebeliones locales”, poniendo en escena “una sociedad ficticia
que puede identificarse con la América Latina de los siglos XIX y XX” (Taylor,
1975: 99)
[1].
El tren armarillo: vector de
sueños y pesadillas
Aureliano Triste,
uno de los diecisiete hijos del Coronel Aureliano Buendía, tiene “los ímpetus y
el espíritu explorador del abuelo”[2]
(Cien, 254)[3]
y promete prosperidad a través de la introducción de nueva tecnología en
Macondo para producir hielo: nuevamente, se evoca la imagen del hielo. Sin
embargo, dicha imagen se vuelve menos mágica, cuando es descrito que “en poco
tiempo incrementó de tal modo la producción de hielo, que rebasó el mercado
local, y Aureliano Triste tuvo que pensar en la posibilidad de extender el
negocio a otras poblaciones de la ciénaga” (Cien,
254). A medida que Aureliano Triste provee los medios para fabricar hielo, se
disminuye el efecto maravilloso que causa el mismo, pues desde generaciones atrás,
había sido imposible producir dicho producto con facilidad, debido al clima y
la tecnología existente.
En aquellos tiempos, obviamente, el coronel Aureliano Buendía pensaba
imposible producir hielo y el único que lograba hacer aquel milagro era
Melquíades, uno de los gitanos que con frecuencia traía misteriosos dispositivos.
Sin embargo, los “secretos” que tienen estas máquinas y los nuevos
conocimientos no son comprendidos por la población. Por eso, Aureliano Triste
ofrece una idea que vaya más allá de la familia: la producción de hielo tiene
que ser un conocimiento común en vez de algo mágico. El hielo ya no es un
milagro, sino un producto comercial: es entonces cuando piensa dar el paso
decisivo no sólo para la modernización de su industria, sino para vincular a la
población con el resto del mundo: “¡Hay que traer el ferrocarril!”, dijo
Aureliano. “Fue la primera vez que se
oyó esa palabra en Macondo” (Cien, 255).
Esta máquina se convierte en una opción más de la maravilla, que ya por
tradición, traían los gitanos que visitaban Macondo. El hecho de que este artefacto
haya surgido de la imaginación de alguien diferente a Melquíades o los gitanos,
despierta el interés de la población; ya no es un objeto de exposición, como en
años pasados, sino un peligro potencial u objeto mágico.
Los macondianos esperan “al inocente tren amarillo[4]
que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y
tantos cambios, calamidades y nostalgias había de llevar a Macondo” (Cien, 256). Aquí podemos observar que hay
un presentimiento, una advertencia de que esta cosa misteriosa es algo más que
una novedad o maravilla. Cabe destacar que, después de llamar “inocente” al
tren, el narrador describe la locomotora como algo que trae consecuencias,
tanto positivas como negativas. La palabra “inocente”, por supuesto, tiene el
efecto de evocar imágenes maravillosas y sugerir cuestiones positivas; además,
ésta es la primera idea que se forma el pueblo. Los ciudadanos ya han visto
muchas tecnologías misteriosas que los gitanos llevaban, y no había
consecuencia negativa alguna producida por esos objetos. Por ello, para los
macondianos, la llegada del tren no es causa de sospecha. Lo que provoca dudas
es qué acarrea el tren.
Dicha sospecha negativa se confirma cuando llegan Mr. Herbert, quien destaca
por ser de “esas criaturas de farándula, con pantalones de montar y polainas,
sombrero de corcho, espejuelos con armaduras de acero, ojos de topacio y
pellejo de gallo fino” (Cien, 259), y
Jack Brown, el dueño de la compañía bananera. La vestimenta de Mr. Herbert
evoca la imagen de lo exótico desde la perspectiva del narrador. De hecho, esta
descripción sugiere intenciones sospechosas, ya que Mr. Herbert tiene la
apariencia de no ser simplemente un explorador, sino un científico que piensa
permanecer y explotar los recursos de la región. Este atuendo, llevado por un gringo,
sugiere que, al explorar esta tierra, posiblemente traiga consecuencias
negativas para los habitantes del pueblo. El problema para Macondo es que Mr.
Herbert y los forasteros que vienen con él son gente con potencial para realizar
cambios no solamente profundos, sino no deseados. Con la presencia de estos
hombres comienzan las calamidades a través de todo el texto, específicamente,
las desgracias sociales, personales y económicas que ocurren hasta culminar con
la masacre bananera. La súbita instalación de la compañía bananera se produce cuando
llegan estos hombres, y, al mismo tiempo, alimentan la sospecha entre los
ciudadanos de Macondo:
Cuando llevaron a la mesa el
atigrado racimo de banano que solían colgar en el comedor durante el almuerzo,
arrancó [Mr. Herbert] la primera fruta sin mucho entusiasmo. Pero siguió
comiendo mientras hablaba, saboreando, masticando, más bien con distracción de
sabio que con deleite de buen comedor, y al terminar el primer racimo suplicó
que le llevaran otro. Entonces sacó de la caja de herramientas que siempre
llevaba consigo un pequeño estuche de aparatos ópticos. Con la incrédula
atención de un comprador de diamantes[5]
examinó meticulosamente un banano seccionando sus partes con un estilete
especial […] Fue una ceremonia tan intrigante, que nadie comió tranquilo
esperando que Mr. Herbert emitiera por fin algún juicio revelador, pero no dijo
nada que permitiera vislumbrar sus intenciones” (Cien, 259-260).
Al saborear la fruta y sacar instrumentos de medición que los
macondianos no han visto antes, Mr. Herbert parece experimentar su propio
sentido de la magia, un encantamiento por los bananos De nuevo, la maravilla se
vuelve patente cuando Mr. Herbert está tan concentrado en medir cada elemento
del banano. Su reacción de maravilla y magia hacia la fruta trae al mismo
tiempo otra de sospecha, porque al principio “arrancó la primera fruta sin
mucho entusiasmo” y “al terminar el primer racimo suplicó que le llevaran otro”
(Cien, 260). Más mágica es la llegada
repentina de “un grupo de ingenieros, agrónomos, hidrólogos, topógrafos y
agrimensores que durante varias semanas exploraron los mismos lugares donde Mr.
Herbert cazaba mariposas” (Cien, 260).
Este flujo de gente no sería posible sin la llegada de la ya mencionada maravilla
amarilla: el tren. Al mismo tiempo, esta
maravilla traída por los gringos provoca reacciones negativas y sospechas en
los habitantes de Macondo. Para los macondianos, era normal ver máquinas novedosas
cuando los gitanos se las demostraban, porque eran irrelevantes y evocaban poca
magia. Además, eran sólo muestras de estas “maravillas” y nada más. Cuando
llega Aureliano Triste en el tren, por lo menos él es un lugareño, además de
ser el hijo de un macondiano (del coronel Aureliano Buendía). Sin embargo, los recién
llegados tienen toda la intención de poner a trabajar las herramientas que
traen de otra parte.
Dentro de los drásticos cambios que están sucediendo en Macondo, quizá
el más relevante es el establecimiento de la compañía bananera, que según
Taylor (1975), es el “modelo económico que subyace y determina en última
instancia el camino de la decadencia de Macondo”.[6]
Con la llegada de los gringos, evidentemente desaparece el sentimiento maravilloso
tan pronto como apareció. Los Buendía deciden hospedar a los forasteros con la
intención de hacer negocios con ellos. Sin embargo, los visitantes muestran
poco respeto hacia aristocrática familia de Macondo:
La casa se llenó de pronto de
huéspedes desconocidos, de invencibles parranderos mundiales, y fue preciso
agregar dormitorios en el patio, ensanchar el comedor y cambiar la antigua mesa
por una de dieciséis puestos, con nuevas vajillas y servicios, y aun así hubo
que establecer turnos para almorzar. [Los visitantes] embarraban con sus botas
el corredor, se orinaban en el jardín, extendían sus petates en cualquier parte
para hacer la siesta, y hablaban sin fijarse en susceptibilidades de damas ni
remilgos de los caballeros (Cien, 262-263).
Se usa el término “invencibles parranderos mundiales”[7]
como si los visitantes fueran casi dioses dispuestos siempre a tomar el mando
en el pueblo. Así como el hielo de Aureliano Buendía era una cosa maravillosa
en viejo Macondo, el jardín es reducido a una cosa sin relevancia ni magia, ya
que los forasteros no son capaces de mostrarle respeto. De hecho, la primera
persona que expresa un sentimiento de indignación es el mismo Aureliano Buendía,
al decir “miren la vaina que hemos buscado, no más por invitar a un gringo a
comer guineo” (Cien, 262). Es la primera vez que se expresa cierta desilusión
después de la llegada del tren.
Indirectamente, con la llegada del tren, ocurre una especie de acontecimiento
negativo para la familia protagonista: los Buendía, la familia burguesa de
Macondo, ven desaparecer su influencia al llegar los fuereños. La casa, la cual
destaca entre las demás, es poca cosa para los forasteros. Al contrario de los
gitanos que visitan el pueblo y se marchan, los gringos intentan apropiarse del
pueblo. Lo sobresalientes es que esto no le ocurre a cualquier familia de
Macondo, sino a los Buendía, y al ocurrirle a ellos, la mayoría de los
problemas se extienden también a la burguesía local, y después al resto del
pueblo. Gracias a que hacen dinero
aliados a los forasteros, los Buendía son reducidos a un nivel servicial, o
peor, a un nivel de esclavitud del cual no pueden escapar. Esta desilusión es
el resultado directo de la idea de producir hielo que tuvo Aureliano Triste.
Dicha desilusión alcanza su punto máximo cuando Aureliano Buendía pronostica la
muerte de sus hijos como hecho eventual de este desastre. “Aunque nunca lo
identificó como un presagio, el coronel Aureliano Buendía había previsto en
cierto modo el trágico final de sus hijos” (Cien,
272), porque “trató de disuadirlos”, de estar en Macondo, y fracasó. Inclusive
sugiere que hoy es peligroso vivir en Macondo, debido los cambios acelerados, discrepancias
y resultados negativos esparcidos por todo el pueblo.
Aureliano Buendía muestra una fuerte desilusión, que más bien parece una
falta de esperanza. Pero antes de ver cumplidos sus pronósticos, ocurrirá otro
evento trágico como resultado de la llegada del tren y el establecimiento de la
compañía bananera. Cuando durante la
Guerra Civil[8]
llega a Macondo el régimen conservador de la capital, por lo menos se trataba
de un asunto político interno, entre ciudadanos del país; pero, “cuando llegó
la compañía bananera, […] los funcionarios locales fueron sustituidos por
forasteros autoritarios […] Los antiguos policías fueron reemplazados por
sicarios con machetes” (Cien, 273). Esta
sustitución de la ley local por una extranjera indica la pérdida de poder entre
los habitantes originales de Macondo. La idea del ferrocarril ya no pertenece
al pueblo, sino a la compañía bananera. Por eso, más que una promesa para la
gente de Macondo, el resultado fue la falta de control hacia los asuntos del propio
pueblo, quedando la compañía como una “muestra simbólica de su poder de un dios”[9]
(Taylor, 1975: 106). Otro ejemplo de que el poder ha pasado a otras manos (de
Macondo y los Buendía a la compañía bananera) es que los recién llegados se
encuentran armados y preparados para matar a los habitantes con que solo lo
ordene la compañía. Ya no hay autoridades que defiendan la ley local, y la corrupción
y el desorden son ya cosa común para el pueblo, los oficiales locales y
nacionales han perdido toda credibilidad. La falta de una ley estable y local,
y el aumento de la influencia de una fuerza foránea —la compañía bananera—
disminuye la sensación de seguridad de vivir sin que ocurran eventos terribles,
como lo muestra el fragmento siguiente:
Por esos días, un hermano del
olvidado coronel Magnífico Visbal llevó su nieto de siete años a tomar un
refresco en los carritos de la plaza, y porque el niño tropezó por accidente
con un cabo de la policía y le derramó el refresco en el uniforme, el bárbaro
lo hizo picadillo a machetazos y decapitó de un trajo al abuelo que trató de
impedirlo. Todo el pueblo vio pasar al decapitado cuando un grupo de hombres lo
llevaban a su casa, y la cabeza arrastrada que una mujer llevaba cogida por el
pelo, y el talego ensangrentado donde habían metido los pedazos del niño (Cien, 273-74).
El lamentable tropezón del “nieto de siete años”, provocó que las
autoridades mataran al abuelo. La sustitución del poder es el anuncio de la
última desilusión de Macondo —la masacre bananera; lo que suponía ser un
momento de promesa, algo tan torpe, como el que todo en el pueblo pudieran
tener acceso al hielo, como resultado de la iniciativa de Aureliano Triste, termina
en convertirse un desastre, al que le sigue otro y otro.
Cabe hacer notar que aquel niño asesinado, llevado por su abuelo y con
solo siete años, se asemeja mucho a un hecho ocurrido al coronel Aureliano
Buendía durante su niñez: un adulto lleva a un niño a observar algo, que en su
momento fue considerado por generaciones como imposible: lo frío en un área
tropical; pero, más allá de este hecho, ambos niños observarán también una
ejecución (pues, para Aureliano, fue casi una ejecución)[10]
a manos de un extraño a Macondo, sin tener control de dicho suceso. En ambos
casos, el simple placer de ser testigo de algo casi maravilloso se transforma
en un desencanto mortal: ver una muerte violenta después de experimentar una
cosa supuestamente mágica. No obstante, la diferencia aquí es que el nieto es
testigo de tal horror a una edad mucho más joven que cuando le pasó a Buendía;
éste por lo menos, tiene una buena oportunidad y tiempo suficiente para contemplar
su maravilla, mientras que el nieto ni siquiera disfruta su momento mágico. El
niño hecho “pedazos” es un acontecimiento que notifica absolutamente una
maravilla inocente. En vez de un acto prometedor hay un espectáculo
horripilante que, por diversas razones, no se puede olvidar. Esta imagen
representa la culminación de la pérdida de esperanza en el tiempo, así como por
un gran número de promesas no cumplidas y maravillas reducidas. La vertiginosa producción
del objeto mágico del coronel Aureliano y Aureliano Triste (el hielo y el frío)
resulta un desastre para otra gente.
Como podemos observar, este acontecimiento es resultado indirecto de la presencia
de la compañía bananera traída por el famoso tren que llega a Macondo.[11]
Igualmente, esta situación se puede comparar con las acciones y esperanza que
el coronel Aureliano Buendía guardó en su momento, y que han acaecido en la
reciente incorporación de guardias extranjeros a Macondo, quienes están muy
ligados al asesinato de sus dieciséis hijos, más Aureliano Triste. Ya que en un
arranque se le ocurre decir que: “¡Un día de éstos, voy a armar a mis muchachos
para que acaben con estos gringos de mierda!” (Cien, 274). Este desafío a la autoridad que viene de fuera, provoca
que su profecía se cumpla sobre el destino de sus hijos. En efecto, aunque
tenga buenas intenciones de recobrar Macondo, las consecuencias catastróficas
impiden su objetivo: la eliminación de su estirpe “en el curso de esa semana”[12]
(Cien, 274). Después de la muerte de
sus hijos y antes de morir, la única idea de esperanza que le queda al coronel
Aureliano Buendía es la llegada del circo:
Vio una mujer vestida de oro en
el cogote de un elefante. Vio un dromedario triste[13]
[…] y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de
pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle y el aire lleno de
hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la
incertidumbre. Entonces fue al castaño, pensando en el circo, y mientras
orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió
la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente
apoyada en el tronco del castaño (Cien,
305).
Desde la evocación de los recuerdos del hielo “mágico”, en que por vez
primera Buendía experimenta un momento maravilloso a pesar de estar frente a un
pelotón de fusilamiento, ahora, frente a todos los espectáculos y maravillas
que se han convertido en una pesadilla, es finalmente testigo de una inocencia incapaz
de destruir Macondo. Sin embargo, esta noción de magia se esfuma rápidamente cuando
observa a los curiosos asomados al “precipicio de la incertidumbre”. Así, la
cita anterior, contiene hasta cierto punto un aire cínico: pues a pesar de que
han aparecido muchas tragedias, queda la posibilidad de que aparezca algo
mágico (el circo). Ahora, Aureliano vive por un solo motivo: el recuerdo de su
pasado que ofrece oportunidad e imaginación. No obstante, al tratar de mantener
la imagen sublime del circo, pierde el recuerdo. En este caso su propia mente
le causa la desilusión. Después de ver una de sus maravillas favoritas, el
circo, una vez más el recuerdo muere finalmente. Como resultado, “se quedó inmóvil con la
frente apoyada en el tronco del castaño”.[14]
Sin la promesa ni la imagen de lo maravilloso, Aureliano Buendía se vuelve
vacío y, al final, se muere. A pesar de la maravilla y la emoción que destila
Aureliano, las consecuencias siguen siendo inversas, los Buendía siguen
atravesando por momentos trágicos diariamente. Pero, antes de la masacre
bananera, guardan cierta esperanza en José Arcadio Segundo.
![]() |
Fuente de imagen: http://cocinaycultura.blogspot.mx/2012/02/cocina-en-soledad-cien-anos-de-soledad.html |
De hielo a fuego: la masacre bananera y la última
decepción
José Arcadio
Segundo “y otros dirigentes sindicales que habían permanecido hasta entonces en
la clandestinididad”, aparecen para arengar “manifestaciones en los pueblos de
la zona bananera” y para protestar contra “la insalubridad de las viviendas, el
engaño de los servicios médicos y la iniquidad de las condiciones de trabajo” (Cien, 340-341). A pesar de los esfuerzos
del coronel Aureliano para convencer al pueblo de defender sus derechos, hay
una especie de desaliento, ya que los macondianos no cuentan con los mismos
bríos, como antes los habían tenido para expulsar a los conservadores de la
Guerra Civil, como para expulsar a los gringos de la compañía bananera. Pero
antes de la aparición de José Arcadio Segundo, esta situación se presenta en
los otros pueblos en la zona bananera. Como resultado de tanta desventura (la
sustitución de las autoridades, la decapitación del abuelo, la mutilación de su
nieto, los asesinatos de los Aurelianos, etc.), la pérdida de esperanza se hace
más difícil resolver. José Arcadio Segundo, en este caso, intenta lograr el milagro
de eliminar la apatía: “los obreros no se animan emplazar a huelga por su
propio esfuerzo”[15]
(Krapp, 2001: 404), porque hay tanto miedo y duda entre ellos que no pueden
oponerse a la influencia de la compañía bananera, así como al régimen
conservador.
Al principio, todo parece favorecer a José Arcadio y su facción de
luchadores revolucionarios, hasta que Jack Brown engaña a los jueces y prueba “la
inexistencia de los obreros”[16]
(Cien, 343). La ineptitud demostrada
por los jueces aumenta la desconfianza y la apatía hacia el Gobierno por parte
del pueblo, pues la protección de sus garantías ya no depende de las leyes de
su propio país. Al engañar a los que —supuestamente— imponen las leyes con
tanta facilidad, es oro momento en que la potencial esperanza se extingue. De
hecho, la lamentable acción de los jueces sugiere que los oficiales sienten segura
apatía hacia el pueblo. Después de que los obreros de la compañía volvieron a sus
labores, “la Calle de los Turcos reverberó en un sábado de muchos días, y en el
salón de billares del Hotel de Jacob hubo que establecer turnos de veinticuatro
horas” (Cien, 343). Los ciudadanos de
Macondo siguen trabajando como si no pasara nada. Aunque las acciones de la
compañía son enérgicamente opresoras, a los habitantes de Macondo parece no
interesarles llevar a cabo una huelga, más que a José Arcadio Buendía y líderes
rebeldes. Los negocios siguen su marcha a pesar de que Jack Brown ha engañado a
los jueces y de que los obreros sean pagados todavía con jamones de Virginia. Los
macondianos parecen estar satisfechos de no haber promovido una huelga, porque
ya es tanta la desilusión que tienen por los sucesos ocurridos desde que la compañía
comenzó a imponer sus leyes y reglamentos. Pero no será, hasta que José Arcadio
Segundo promueva otra rebelión contra la compañía y el Gobierno conservador,
que la gente se involucra en una lucha contra el establecimiento, el cual impone
la ley marcial. Las intenciones de José Arcadio Segundo por quebrar el mando de
la compañía bananera y del Gobierno federal, deviene en el último desencanto:
la masacre bananera. En esta escena, José Arcadio lleva a un niño entre el caos
de la muchedumbre. Este niño es testigo de una destrucción sin precedente,
incluso de la muerte de su propia madre. La siguiente imagen es una versión
perversa de la de Aureliano Buendía frente al pelotón:
Era como si las ametralladoras
hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su
anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se
percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la
muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad
instantánea […] Muchos años después, el niño había de contar todavía, a pesar
de que los vecinos seguían creyéndolo un viejo chiflado (Cien, 346-47).
Contrario a las sugestivas maravillas de Aureliano Buendía, este
espectáculo que el niño vive se encuentra enlazado directamente a la muerte y
las armas. La ametralladora no es la máquina de maravilla y magia que demostraron
los gitanos, sino el avance de una tecnología violenta que evoca imágenes de un
dragón (Véase Cien, 347). La maravilla
que presencia el niño es la de la acelerada producción del fuego. Este evento
increíble, una escena de catástrofe y calor asesino, es una imagen yuxtapuesta
a la del hielo de Aureliano Buendía, de magia positiva y prometedora. Mientras
la producción de hielo por Aureliano Triste disminuye la magia de la maravilla
del coronel, la imagen en que José Arcadio lleva al niño en los hombros niega absolutamente
la noción de lo positivo. Además, el hecho de que los vecinos del niño, muchos
años después, siguieran “creyéndolo un viejo chiflado”, afirma la desilusión y
la desesperanza que la masacre engendra. Ya que no hay fuentes históricas[17]
de este desastre en Macondo, se aviva aún más la desilusión y la apatía, porque
no hay imágenes visuales a las que los macondianos que experimentan la masacre se
puedan referir. Por eso, los que sobreviven la masacre no tienen ninguna
generación futura que crea en sus relatos. Sin una persona que crea estos relatos
de tragedia, no hay ninguna memoria que prevenga que vuelva a ocurrir otra tragedia
como esta.
Existen numerosos ejemplos de acontecimientos negativos a partir de algo
que ofrece esperanza, promesa o magia en Cien
años de Soledad, siendo la masacre bananera el cenit de las consecuencias
negativas que suscita el deseo de lo maravilloso. Es el punto clave de la
novela. Efectivamente, aunque no se trata de todo el texto, en evidente que cada
vez que se pretende ganar esperanza, promesa y maravilla, como se muestra en
las escenas en que Aureliano piensa en la fabricación del hielo o, la idea del
ferrocarril de Aureliano Triste, los resultados son negativos (la llegada de la
compañía bananera, la decapitación del abuelo, la masacre bananera). Lo mágico
y lo maravilloso rápidamente se transmuta en lo negativo, es decir, a cada
maravilla le corresponde apatía, tragedia o desilusión. La negatividad se
asocia habitualmente con la idea de lo maravilloso.
Bibliografia
DÍAZ CABALLERO, Jesús (1987): “Los
manuscritos de Melquiades: una interpretación hegeliano-marxista de Cien años de soledad”. Revista de
Crítica Literaria Latinoamericana, No. 13, pp. 201-07.
DEPETRIS, Jessica (2004): Recovered Memories:
Reading Cien Años De Soledad in Times of Globalization. EEUU: Diss.
Arkansas State University,.
ECHEVARRÍA GONZÁLEZ, Roberto (1967): “Cien años de soledad: The Novel as Myth
and Archive”. MLN, No. 99, pp. 358-80.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1967): Cien años de soledad.
Madrid: Real
Academia Española.
KRAPP,
John (2001): “Apathy and the Politics of Identity: García Márquez’s One Hundred
Years of Solitude and Contemporary Cultural Criticism”. LIT, No. 11,
pp. 403-427.
MÉNDEZ, José Luis (1989): Cómo leer a García
Márquez: una interpretación sociológica. San Juan: Universidad de Puerto
Rico.
TAYLOR, Anne Marie (1975): “Cien
años de soledad: History and the Novel”. Latin American Perspectives Colombia: The Anti-Imperialist Struggle, No. 2, pp. 96-112.
[1] Cita
original en inglés: “...civil wars,
technical inventions, foreign companies, and tropos from the capital who
interven in local rebellions» y “represent
a fictional society identifiable as nineteenth and twentieth-century Latin
America”. Además, es frecuente notar que las obras de García
Márquez están escritas sobre numerosos contextos históricos y, algunas veces,
autobiográficos.
[2] Aureliano Triste tiene varias características de su
abuelo José Arcadio que son claves para comprender los eventos que
describiéremos, destacando la habilidad y conocimiento para utilizar las nuevas
tecnologías que llegan al pueblo.
[4] El color amarillo del tren es una referencia frecuente
en el resto de la novela. Se asocia este color con las consecuencias negativas
que acarreará el establecimiento de la compañía bananera (el tren amarillo, los
bananos mismos, las mariposas amarillas que aparecen alrededor de Meme y su
amante Mauricio Babilonia, un mecánico de la compañía bananera, etc.).
[5] Evoca la imagen de un explorador de África que explota
la industria de diamantes y que participa simultáneamente en el neocolonialismo
norteamericano. La vestimenta de Mr. Herbert
no es solamente el estereotipo de los exploradores norteamericanos de
las selvas de Latinoamérica, sino europeos en las tierras de África. Tanto los bananos
como los diamantes eran los productos más explotados en Latinoamérica y África.
[6] Cita
original: “…the economic model which
underlies and ultimately determines the course of decline of Macondo”.
[7] Hay un sentido de ironía en la frase “invencibles
parranderos”. Los Buendía, la estirpe burguesa, es el único grupo —fuera de los
gitanos— que entiende, e intentan hacer uso de la nueva tecnología para su
propio interés. Aureliano Triste, quien hace inversiones en un ferrocarril y
tiene la sangre de un Buendía, se puede considerar bajo la categoría ya arriba mencionada.
[8] Hago referencia a la Guerra Civil que Aureliano Buendía emprende contra
el régimen conservador de Apolinar Moscote, su suegro. En total, hay 32 guerras en las que Aureliano
participa y, al mismo tiempo, en las que llega a perder.
[9] Cita
original: “gesture symbolic of its
god-like power”. La compañía bananera parece
invencible en varias ocasiones. Más tarde haré la reflexión sobre la escena en
que Jack Brown, el presidente de la compañía, engaña a los jueces federales
para salvar su negocio.
[10] Aureliano, frente al pelotón mientras piensa de nuevo
sobre el hielo, evita su ejecución y sigue viviendo hasta tener 50 años.
[11] Hay una cita en la novela que ocurre durante la
descripción de la sustitución de las autoridades locales. Se describe la condición de Macondo después
de imponer las leyes de, efectivamente, los forasteros y la compañía bananera:
“Y no padecieran el calor y los mosquitos y las incontables incomodidades y
privaciones del pueblo” (Cien, 273). Se
puede decir que el tren tiene la acción de un mosquito, ya que es un insecto
que daña al huésped (particularmente, la fiebre amarilla). Por eso, es adecuado
que se enfaticen los mosquitos en la cita ya mencionada.
[12] Se menciona que “sus diecisiete hijos [de Aureliano Buendía] fueron
cazados como conejos por criminales invisibles que apuntaron al centro de sus
cruces de ceniza” (Cien, 274). Lo
irónico es que Úrsula pensaba que las cruces protegerían a sus nietos de una situación
horrible, sin embargo, con ello los marca para la muerte. Sugiere que este
evento representa una desilusión de algunas ceremonias religiosas, o lo
religioso en general.
[13] Destaca “el dromedario triste”, porque, como este tipo de animal, parece
que Aureliano Buendía puede soportar las condiciones más hostiles hasta
envejecer. El dromedario tiene un
paralelismo con Aureliano: solo y sin esperanza.
[14] El castaño, donde José Arcadio y Aureliano Buendía se
mueren, es un símbolo de decepción, desilusión y autonegación. Al volverse
loco, después de descubrir que su estirpe desaparecerá, José Arcadio es
amarrado por su familia. Aureliano constantemente se niega a reconocer a su
padre. Después de treinta y dos guerras civiles y los asesinatos de sus hijos,
intenta mantener su último recuerdo sin éxito.
[15] Cita
original: “the workers do not bring
themselves to strike on their own”.
[16] Jack Brown, increíblemente, engaña a los jueces
federales y los convence de que ni la compañía bananera ni los obreros existen.
[17] Hay tres fuentes escritas en Macondo: Los manuscritos de Melquiades, “en los cuales se relata la verdad
histórica de la ciudad y su clase dominante” (Díaz Caballero, 1987: 203), la Enciclopedia de los Buendía, la cual
está escrita en inglés y la librería del hombre catalán. Los manuscritos están
escritos en sánscrito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario