miércoles, 13 de marzo de 2013



Hielo, fuego y la magia amarilla:
el ferrocarril, la masacre bananera, la desilusión y la apatía
en Cien años de soledad

Blaine R. Winford
Colaborador

Óclesis

Fuente de imagen:
http://ellectorespectador.wordpress.com/2011/10/25/resena-sobre-cien-anos-de-soledad-de-gabriel-garcia-marquez-por-marta-zarza-2%C2%BA-de-bach-a/












Introducción

En Cien años de soledad, la novela más conocida de Gabriel García Márquez, es común encontrar eventos maravillosos a través de todo el texto. Por ejemplo, que esté un pedazo de hielo en un sitio tropical sin tener como referente la refrigeración, es un momento mágico que vuelve crítico al discurso. Sin embargo, la “magia” del milagro del hielo registrado en la memoria de Aureliano Buendía viene acompañada de un suceso negativo, una desilusión: la desdicha de su fusilamiento. Numerosos hechos, independientemente de los progresos y las esperanzas que puedan reportar, terminan convirtiéndose en un acontecimiento negativo. En particular me refiero a la llegada del tren a Macondo, que a pesar de lo radiante del suceso, trae consigo el horror: la masacre bananera. La decepción y la desilusión son muy palpables. Dicha masacre es el acontecimiento más importante en la novela, porque ahí comienza la crisis más grande para Macondo: deterioro de su ritmo socioeconómico y desesperanza entre la mayoría de los pobladores. De hecho, aparecen numerosas tragedias a lo largo de toda la novela, las cuales conducen continuamente hacia muchas decepciones tanto a la familia protagonista, los Buendía, como a todos los habitantes del pueblo entero de Macondo, con sus incesantes “guerras civiles, invenciones tecnológicas, compañías extranjeras y tendencias venidas de la capital que intervienen en las rebeliones locales”, poniendo en escena “una sociedad ficticia que puede identificarse con la América Latina de los siglos XIX y XX” (Taylor, 1975: 99) [1].

El tren armarillo: vector de sueños y pesadillas

Aureliano Triste, uno de los diecisiete hijos del Coronel Aureliano Buendía, tiene “los ímpetus y el espíritu explorador del abuelo”[2] (Cien, 254)[3] y promete prosperidad a través de la introducción de nueva tecnología en Macondo para producir hielo: nuevamente, se evoca la imagen del hielo. Sin embargo, dicha imagen se vuelve menos mágica, cuando es descrito que “en poco tiempo incrementó de tal modo la producción de hielo, que rebasó el mercado local, y Aureliano Triste tuvo que pensar en la posibilidad de extender el negocio a otras poblaciones de la ciénaga” (Cien, 254). A medida que Aureliano Triste provee los medios para fabricar hielo, se disminuye el efecto maravilloso que causa el mismo, pues desde generaciones atrás, había sido imposible producir dicho producto con facilidad, debido al clima y la tecnología existente.
En aquellos tiempos, obviamente, el coronel Aureliano Buendía pensaba imposible producir hielo y el único que lograba hacer aquel milagro era Melquíades, uno de los gitanos que con frecuencia traía misteriosos dispositivos. Sin embargo, los “secretos” que tienen estas máquinas y los nuevos conocimientos no son comprendidos por la población. Por eso, Aureliano Triste ofrece una idea que vaya más allá de la familia: la producción de hielo tiene que ser un conocimiento común en vez de algo mágico. El hielo ya no es un milagro, sino un producto comercial: es entonces cuando piensa dar el paso decisivo no sólo para la modernización de su industria, sino para vincular a la población con el resto del mundo: “¡Hay que traer el ferrocarril!”, dijo Aureliano.  “Fue la primera vez que se oyó esa palabra en Macondo” (Cien, 255).
Esta máquina se convierte en una opción más de la maravilla, que ya por tradición, traían los gitanos que visitaban Macondo. El hecho de que este artefacto haya surgido de la imaginación de alguien diferente a Melquíades o los gitanos, despierta el interés de la población; ya no es un objeto de exposición, como en años pasados, sino un peligro potencial u objeto mágico.
Los macondianos esperan “al inocente tren amarillo[4] que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y tantos cambios, calamidades y nostalgias había de llevar a Macondo” (Cien, 256). Aquí podemos observar que hay un presentimiento, una advertencia de que esta cosa misteriosa es algo más que una novedad o maravilla. Cabe destacar que, después de llamar “inocente” al tren, el narrador describe la locomotora como algo que trae consecuencias, tanto positivas como negativas. La palabra “inocente”, por supuesto, tiene el efecto de evocar imágenes maravillosas y sugerir cuestiones positivas; además, ésta es la primera idea que se forma el pueblo. Los ciudadanos ya han visto muchas tecnologías misteriosas que los gitanos llevaban, y no había consecuencia negativa alguna producida por esos objetos. Por ello, para los macondianos, la llegada del tren no es causa de sospecha. Lo que provoca dudas es qué acarrea el tren.
Dicha sospecha negativa se confirma cuando llegan Mr. Herbert, quien destaca por ser de “esas criaturas de farándula, con pantalones de montar y polainas, sombrero de corcho, espejuelos con armaduras de acero, ojos de topacio y pellejo de gallo fino” (Cien, 259), y Jack Brown, el dueño de la compañía bananera. La vestimenta de Mr. Herbert evoca la imagen de lo exótico desde la perspectiva del narrador. De hecho, esta descripción sugiere intenciones sospechosas, ya que Mr. Herbert tiene la apariencia de no ser simplemente un explorador, sino un científico que piensa permanecer y explotar los recursos de la región. Este atuendo, llevado por un gringo, sugiere que, al explorar esta tierra, posiblemente traiga consecuencias negativas para los habitantes del pueblo. El problema para Macondo es que Mr. Herbert y los forasteros que vienen con él son gente con potencial para realizar cambios no solamente profundos, sino no deseados. Con la presencia de estos hombres comienzan las calamidades a través de todo el texto, específicamente, las desgracias sociales, personales y económicas que ocurren hasta culminar con la masacre bananera. La súbita instalación de la compañía bananera se produce cuando llegan estos hombres, y, al mismo tiempo, alimentan la sospecha entre los ciudadanos de Macondo:

Cuando llevaron a la mesa el atigrado racimo de banano que solían colgar en el comedor durante el almuerzo, arrancó [Mr. Herbert] la primera fruta sin mucho entusiasmo. Pero siguió comiendo mientras hablaba, saboreando, masticando, más bien con distracción de sabio que con deleite de buen comedor, y al terminar el primer racimo suplicó que le llevaran otro. Entonces sacó de la caja de herramientas que siempre llevaba consigo un pequeño estuche de aparatos ópticos. Con la incrédula atención de un comprador de diamantes[5] examinó meticulosamente un banano seccionando sus partes con un estilete especial […] Fue una ceremonia tan intrigante, que nadie comió tranquilo esperando que Mr. Herbert emitiera por fin algún juicio revelador, pero no dijo nada que permitiera vislumbrar sus intenciones” (Cien, 259-260).

Al saborear la fruta y sacar instrumentos de medición que los macondianos no han visto antes, Mr. Herbert parece experimentar su propio sentido de la magia, un encantamiento por los bananos De nuevo, la maravilla se vuelve patente cuando Mr. Herbert está tan concentrado en medir cada elemento del banano. Su reacción de maravilla y magia hacia la fruta trae al mismo tiempo otra de sospecha, porque al principio “arrancó la primera fruta sin mucho entusiasmo” y “al terminar el primer racimo suplicó que le llevaran otro” (Cien, 260). Más mágica es la llegada repentina de “un grupo de ingenieros, agrónomos, hidrólogos, topógrafos y agrimensores que durante varias semanas exploraron los mismos lugares donde Mr. Herbert cazaba mariposas” (Cien, 260). Este flujo de gente no sería posible sin la llegada de la ya mencionada maravilla amarilla: el tren.  Al mismo tiempo, esta maravilla traída por los gringos provoca reacciones negativas y sospechas en los habitantes de Macondo. Para los macondianos, era normal ver máquinas novedosas cuando los gitanos se las demostraban, porque eran irrelevantes y evocaban poca magia. Además, eran sólo muestras de estas “maravillas” y nada más. Cuando llega Aureliano Triste en el tren, por lo menos él es un lugareño, además de ser el hijo de un macondiano (del coronel Aureliano Buendía). Sin embargo, los recién llegados tienen toda la intención de poner a trabajar las herramientas que traen de otra parte.
Dentro de los drásticos cambios que están sucediendo en Macondo, quizá el más relevante es el establecimiento de la compañía bananera, que según Taylor (1975), es el “modelo económico que subyace y determina en última instancia el camino de la decadencia de Macondo”.[6] Con la llegada de los gringos, evidentemente desaparece el sentimiento maravilloso tan pronto como apareció. Los Buendía deciden hospedar a los forasteros con la intención de hacer negocios con ellos. Sin embargo, los visitantes muestran poco respeto hacia aristocrática familia de Macondo:

La casa se llenó de pronto de huéspedes desconocidos, de invencibles parranderos mundiales, y fue preciso agregar dormitorios en el patio, ensanchar el comedor y cambiar la antigua mesa por una de dieciséis puestos, con nuevas vajillas y servicios, y aun así hubo que establecer turnos para almorzar. [Los visitantes] embarraban con sus botas el corredor, se orinaban en el jardín, extendían sus petates en cualquier parte para hacer la siesta, y hablaban sin fijarse en susceptibilidades de damas ni remilgos de los caballeros (Cien, 262-263).

Se usa el término “invencibles parranderos mundiales”[7] como si los visitantes fueran casi dioses dispuestos siempre a tomar el mando en el pueblo. Así como el hielo de Aureliano Buendía era una cosa maravillosa en viejo Macondo, el jardín es reducido a una cosa sin relevancia ni magia, ya que los forasteros no son capaces de mostrarle respeto. De hecho, la primera persona que expresa un sentimiento de indignación es el mismo Aureliano Buendía, al decir “miren la vaina que hemos buscado, no más por invitar a un gringo a comer guineo” (Cien, 262).  Es la primera vez que se expresa cierta desilusión después de la llegada del tren.
Indirectamente, con la llegada del tren, ocurre una especie de acontecimiento negativo para la familia protagonista: los Buendía, la familia burguesa de Macondo, ven desaparecer su influencia al llegar los fuereños. La casa, la cual destaca entre las demás, es poca cosa para los forasteros. Al contrario de los gitanos que visitan el pueblo y se marchan, los gringos intentan apropiarse del pueblo. Lo sobresalientes es que esto no le ocurre a cualquier familia de Macondo, sino a los Buendía, y al ocurrirle a ellos, la mayoría de los problemas se extienden también a la burguesía local, y después al resto del pueblo.  Gracias a que hacen dinero aliados a los forasteros, los Buendía son reducidos a un nivel servicial, o peor, a un nivel de esclavitud del cual no pueden escapar. Esta desilusión es el resultado directo de la idea de producir hielo que tuvo Aureliano Triste. Dicha desilusión alcanza su punto máximo cuando Aureliano Buendía pronostica la muerte de sus hijos como hecho eventual de este desastre. “Aunque nunca lo identificó como un presagio, el coronel Aureliano Buendía había previsto en cierto modo el trágico final de sus hijos” (Cien, 272), porque “trató de disuadirlos”, de estar en Macondo, y fracasó. Inclusive sugiere que hoy es peligroso vivir en Macondo, debido los cambios acelerados, discrepancias y resultados negativos esparcidos por todo el pueblo.
Aureliano Buendía muestra una fuerte desilusión, que más bien parece una falta de esperanza. Pero antes de ver cumplidos sus pronósticos, ocurrirá otro evento trágico como resultado de la llegada del tren y el establecimiento de la compañía bananera.  Cuando durante la Guerra Civil[8] llega a Macondo el régimen conservador de la capital, por lo menos se trataba de un asunto político interno, entre ciudadanos del país; pero, “cuando llegó la compañía bananera, […] los funcionarios locales fueron sustituidos por forasteros autoritarios […] Los antiguos policías fueron reemplazados por sicarios con machetes” (Cien, 273). Esta sustitución de la ley local por una extranjera indica la pérdida de poder entre los habitantes originales de Macondo. La idea del ferrocarril ya no pertenece al pueblo, sino a la compañía bananera. Por eso, más que una promesa para la gente de Macondo, el resultado fue la falta de control hacia los asuntos del propio pueblo, quedando la compañía como una “muestra simbólica de su poder de un dios”[9] (Taylor, 1975: 106). Otro ejemplo de que el poder ha pasado a otras manos (de Macondo y los Buendía a la compañía bananera) es que los recién llegados se encuentran armados y preparados para matar a los habitantes con que solo lo ordene la compañía. Ya no hay autoridades que defiendan la ley local, y la corrupción y el desorden son ya cosa común para el pueblo, los oficiales locales y nacionales han perdido toda credibilidad. La falta de una ley estable y local, y el aumento de la influencia de una fuerza foránea —la compañía bananera— disminuye la sensación de seguridad de vivir sin que ocurran eventos terribles, como lo muestra el fragmento siguiente:

Por esos días, un hermano del olvidado coronel Magnífico Visbal llevó su nieto de siete años a tomar un refresco en los carritos de la plaza, y porque el niño tropezó por accidente con un cabo de la policía y le derramó el refresco en el uniforme, el bárbaro lo hizo picadillo a machetazos y decapitó de un trajo al abuelo que trató de impedirlo. Todo el pueblo vio pasar al decapitado cuando un grupo de hombres lo llevaban a su casa, y la cabeza arrastrada que una mujer llevaba cogida por el pelo, y el talego ensangrentado donde habían metido los pedazos del niño (Cien, 273-74).

El lamentable tropezón del “nieto de siete años”, provocó que las autoridades mataran al abuelo. La sustitución del poder es el anuncio de la última desilusión de Macondo —la masacre bananera; lo que suponía ser un momento de promesa, algo tan torpe, como el que todo en el pueblo pudieran tener acceso al hielo, como resultado de la iniciativa de Aureliano Triste, termina en convertirse un desastre, al que le sigue otro y otro.
Cabe hacer notar que aquel niño asesinado, llevado por su abuelo y con solo siete años, se asemeja mucho a un hecho ocurrido al coronel Aureliano Buendía durante su niñez: un adulto lleva a un niño a observar algo, que en su momento fue considerado por generaciones como imposible: lo frío en un área tropical; pero, más allá de este hecho, ambos niños observarán también una ejecución (pues, para Aureliano, fue casi una ejecución)[10] a manos de un extraño a Macondo, sin tener control de dicho suceso. En ambos casos, el simple placer de ser testigo de algo casi maravilloso se transforma en un desencanto mortal: ver una muerte violenta después de experimentar una cosa supuestamente mágica. No obstante, la diferencia aquí es que el nieto es testigo de tal horror a una edad mucho más joven que cuando le pasó a Buendía; éste por lo menos, tiene una buena oportunidad y tiempo suficiente para contemplar su maravilla, mientras que el nieto ni siquiera disfruta su momento mágico. El niño hecho “pedazos” es un acontecimiento que notifica absolutamente una maravilla inocente. En vez de un acto prometedor hay un espectáculo horripilante que, por diversas razones, no se puede olvidar. Esta imagen representa la culminación de la pérdida de esperanza en el tiempo, así como por un gran número de promesas no cumplidas y maravillas reducidas. La vertiginosa producción del objeto mágico del coronel Aureliano y Aureliano Triste (el hielo y el frío) resulta un desastre para otra gente.
Como podemos observar, este acontecimiento es resultado indirecto de la presencia de la compañía bananera traída por el famoso tren que llega a Macondo.[11] Igualmente, esta situación se puede comparar con las acciones y esperanza que el coronel Aureliano Buendía guardó en su momento, y que han acaecido en la reciente incorporación de guardias extranjeros a Macondo, quienes están muy ligados al asesinato de sus dieciséis hijos, más Aureliano Triste. Ya que en un arranque se le ocurre decir que: “¡Un día de éstos, voy a armar a mis muchachos para que acaben con estos gringos de mierda!” (Cien, 274). Este desafío a la autoridad que viene de fuera, provoca que su profecía se cumpla sobre el destino de sus hijos. En efecto, aunque tenga buenas intenciones de recobrar Macondo, las consecuencias catastróficas impiden su objetivo: la eliminación de su estirpe “en el curso de esa semana”[12] (Cien, 274). Después de la muerte de sus hijos y antes de morir, la única idea de esperanza que le queda al coronel Aureliano Buendía es la llegada del circo:

Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante. Vio un dromedario triste[13] […] y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre. Entonces fue al castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño (Cien, 305).

Desde la evocación de los recuerdos del hielo “mágico”, en que por vez primera Buendía experimenta un momento maravilloso a pesar de estar frente a un pelotón de fusilamiento, ahora, frente a todos los espectáculos y maravillas que se han convertido en una pesadilla, es finalmente testigo de una inocencia incapaz de destruir Macondo. Sin embargo, esta noción de magia se esfuma rápidamente cuando observa a los curiosos asomados al “precipicio de la incertidumbre”. Así, la cita anterior, contiene hasta cierto punto un aire cínico: pues a pesar de que han aparecido muchas tragedias, queda la posibilidad de que aparezca algo mágico (el circo). Ahora, Aureliano vive por un solo motivo: el recuerdo de su pasado que ofrece oportunidad e imaginación. No obstante, al tratar de mantener la imagen sublime del circo, pierde el recuerdo. En este caso su propia mente le causa la desilusión. Después de ver una de sus maravillas favoritas, el circo, una vez más el recuerdo muere finalmente.  Como resultado, “se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño”.[14] Sin la promesa ni la imagen de lo maravilloso, Aureliano Buendía se vuelve vacío y, al final, se muere. A pesar de la maravilla y la emoción que destila Aureliano, las consecuencias siguen siendo inversas, los Buendía siguen atravesando por momentos trágicos diariamente. Pero, antes de la masacre bananera, guardan cierta esperanza en José Arcadio Segundo.



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http://cocinaycultura.blogspot.mx/2012/02/cocina-en-soledad-cien-anos-de-soledad.html




































De hielo a fuego: la masacre bananera y la última decepción

José Arcadio Segundo “y otros dirigentes sindicales que habían permanecido hasta entonces en la clandestinididad”, aparecen para arengar “manifestaciones en los pueblos de la zona bananera” y para protestar contra “la insalubridad de las viviendas, el engaño de los servicios médicos y la iniquidad de las condiciones de trabajo” (Cien, 340-341). A pesar de los esfuerzos del coronel Aureliano para convencer al pueblo de defender sus derechos, hay una especie de desaliento, ya que los macondianos no cuentan con los mismos bríos, como antes los habían tenido para expulsar a los conservadores de la Guerra Civil, como para expulsar a los gringos de la compañía bananera. Pero antes de la aparición de José Arcadio Segundo, esta situación se presenta en los otros pueblos en la zona bananera. Como resultado de tanta desventura (la sustitución de las autoridades, la decapitación del abuelo, la mutilación de su nieto, los asesinatos de los Aurelianos, etc.), la pérdida de esperanza se hace más difícil resolver. José Arcadio Segundo, en este caso, intenta lograr el milagro de eliminar la apatía: “los obreros no se animan emplazar a huelga por su propio esfuerzo”[15] (Krapp, 2001: 404), porque hay tanto miedo y duda entre ellos que no pueden oponerse a la influencia de la compañía bananera, así como al régimen conservador.
Al principio, todo parece favorecer a José Arcadio y su facción de luchadores revolucionarios, hasta que Jack Brown engaña a los jueces y prueba “la inexistencia de los obreros”[16] (Cien, 343). La ineptitud demostrada por los jueces aumenta la desconfianza y la apatía hacia el Gobierno por parte del pueblo, pues la protección de sus garantías ya no depende de las leyes de su propio país. Al engañar a los que —supuestamente— imponen las leyes con tanta facilidad, es oro momento en que la potencial esperanza se extingue. De hecho, la lamentable acción de los jueces sugiere que los oficiales sienten segura apatía hacia el pueblo. Después de que los obreros de la compañía volvieron a sus labores, “la Calle de los Turcos reverberó en un sábado de muchos días, y en el salón de billares del Hotel de Jacob hubo que establecer turnos de veinticuatro horas” (Cien, 343). Los ciudadanos de Macondo siguen trabajando como si no pasara nada. Aunque las acciones de la compañía son enérgicamente opresoras, a los habitantes de Macondo parece no interesarles llevar a cabo una huelga, más que a José Arcadio Buendía y líderes rebeldes. Los negocios siguen su marcha a pesar de que Jack Brown ha engañado a los jueces y de que los obreros sean pagados todavía con jamones de Virginia. Los macondianos parecen estar satisfechos de no haber promovido una huelga, porque ya es tanta la desilusión que tienen por los sucesos ocurridos desde que la compañía comenzó a imponer sus leyes y reglamentos. Pero no será, hasta que José Arcadio Segundo promueva otra rebelión contra la compañía y el Gobierno conservador, que la gente se involucra en una lucha contra el establecimiento, el cual impone la ley marcial. Las intenciones de José Arcadio Segundo por quebrar el mando de la compañía bananera y del Gobierno federal, deviene en el último desencanto: la masacre bananera. En esta escena, José Arcadio lleva a un niño entre el caos de la muchedumbre. Este niño es testigo de una destrucción sin precedente, incluso de la muerte de su propia madre. La siguiente imagen es una versión perversa de la de Aureliano Buendía frente al pelotón:

Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea […] Muchos años después, el niño había de contar todavía, a pesar de que los vecinos seguían creyéndolo un viejo chiflado (Cien, 346-47).

Contrario a las sugestivas maravillas de Aureliano Buendía, este espectáculo que el niño vive se encuentra enlazado directamente a la muerte y las armas. La ametralladora no es la máquina de maravilla y magia que demostraron los gitanos, sino el avance de una tecnología violenta que evoca imágenes de un dragón (Véase Cien, 347). La maravilla que presencia el niño es la de la acelerada producción del fuego. Este evento increíble, una escena de catástrofe y calor asesino, es una imagen yuxtapuesta a la del hielo de Aureliano Buendía, de magia positiva y prometedora. Mientras la producción de hielo por Aureliano Triste disminuye la magia de la maravilla del coronel, la imagen en que José Arcadio lleva al niño en los hombros niega absolutamente la noción de lo positivo. Además, el hecho de que los vecinos del niño, muchos años después, siguieran “creyéndolo un viejo chiflado”, afirma la desilusión y la desesperanza que la masacre engendra. Ya que no hay fuentes históricas[17] de este desastre en Macondo, se aviva aún más la desilusión y la apatía, porque no hay imágenes visuales a las que los macondianos que experimentan la masacre se puedan referir. Por eso, los que sobreviven la masacre no tienen ninguna generación futura que crea en sus relatos. Sin una persona que crea estos relatos de tragedia, no hay ninguna memoria que prevenga que vuelva a ocurrir otra tragedia como esta.
Existen numerosos ejemplos de acontecimientos negativos a partir de algo que ofrece esperanza, promesa o magia en Cien años de Soledad, siendo la masacre bananera el cenit de las consecuencias negativas que suscita el deseo de lo maravilloso. Es el punto clave de la novela. Efectivamente, aunque no se trata de todo el texto, en evidente que cada vez que se pretende ganar esperanza, promesa y maravilla, como se muestra en las escenas en que Aureliano piensa en la fabricación del hielo o, la idea del ferrocarril de Aureliano Triste, los resultados son negativos (la llegada de la compañía bananera, la decapitación del abuelo, la masacre bananera). Lo mágico y lo maravilloso rápidamente se transmuta en lo negativo, es decir, a cada maravilla le corresponde apatía, tragedia o desilusión. La negatividad se asocia habitualmente con la idea de lo maravilloso.

Bibliografia

DÍAZ CABALLERO, Jesús (1987): “Los manuscritos de Melquiades: una interpretación hegeliano-marxista de Cien años de soledad”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, No. 13, pp. 201-07.
DEPETRIS, Jessica (2004): Recovered Memories: Reading Cien Años De Soledad in Times of Globalization. EEUU: Diss. Arkansas State University,.
ECHEVARRÍA GONZÁLEZ, Roberto (1967): “Cien años de soledad: The Novel as Myth and Archive”. MLN, No. 99, pp. 358-80.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1967): Cien años de soledad. Madrid: Real Academia Española.
KRAPP, John (2001): “Apathy and the Politics of Identity: García Márquez’s One Hundred Years of Solitude and Contemporary Cultural Criticism”. LIT, No. 11, pp. 403-427.
MÉNDEZ, José Luis (1989): Cómo leer a García Márquez: una interpretación sociológica. San Juan: Universidad de Puerto Rico.
TAYLOR, Anne Marie (1975): “Cien años de soledad: History and the Novel”. Latin American Perspectives Colombia: The Anti-Imperialist Struggle, No. 2, pp. 96-112.







[1] Cita original en inglés: “...civil wars, technical inventions, foreign companies, and tropos from the capital who interven in local rebellions» y “represent a fictional society identifiable as nineteenth and twentieth-century Latin America”. Además, es frecuente notar que las obras de García Márquez están escritas sobre numerosos contextos históricos y, algunas veces, autobiográficos.
[2] Aureliano Triste tiene varias características de su abuelo José Arcadio que son claves para comprender los eventos que describiéremos, destacando la habilidad y conocimiento para utilizar las nuevas tecnologías que llegan al pueblo.
[3] Cien se refiere a la novela Cien años de soledad, y será citada así en todo el trabajo.
[4] El color amarillo del tren es una referencia frecuente en el resto de la novela. Se asocia este color con las consecuencias negativas que acarreará el establecimiento de la compañía bananera (el tren amarillo, los bananos mismos, las mariposas amarillas que aparecen alrededor de Meme y su amante Mauricio Babilonia, un mecánico de la compañía bananera, etc.).
[5] Evoca la imagen de un explorador de África que explota la industria de diamantes y que participa simultáneamente en el neocolonialismo norteamericano. La vestimenta de Mr. Herbert  no es solamente el estereotipo de los exploradores norteamericanos de las selvas de Latinoamérica, sino europeos en las tierras de África. Tanto los bananos como los diamantes eran los productos más explotados en Latinoamérica y África.
[6] Cita original: “…the economic model which underlies and ultimately determines the course of decline of Macondo”.
[7] Hay un sentido de ironía en la frase “invencibles parranderos”. Los Buendía, la estirpe burguesa, es el único grupo —fuera de los gitanos— que entiende, e intentan hacer uso de la nueva tecnología para su propio interés. Aureliano Triste, quien hace inversiones en un ferrocarril y tiene la sangre de un Buendía, se puede considerar bajo la categoría ya arriba mencionada.
[8] Hago referencia a la Guerra Civil que Aureliano Buendía emprende contra el régimen conservador de Apolinar Moscote, su suegro.  En total, hay 32 guerras en las que Aureliano participa y, al mismo tiempo, en las que llega a perder.
[9] Cita original: “gesture symbolic of its god-like power”. La compañía bananera parece invencible en varias ocasiones. Más tarde haré la reflexión sobre la escena en que Jack Brown, el presidente de la compañía, engaña a los jueces federales para salvar su negocio.
[10] Aureliano, frente al pelotón mientras piensa de nuevo sobre el hielo, evita su ejecución y sigue viviendo hasta tener 50 años.
[11] Hay una cita en la novela que ocurre durante la descripción de la sustitución de las autoridades locales.  Se describe la condición de Macondo después de imponer las leyes de, efectivamente, los forasteros y la compañía bananera: “Y no padecieran el calor y los mosquitos y las incontables incomodidades y privaciones del pueblo” (Cien, 273). Se puede decir que el tren tiene la acción de un mosquito, ya que es un insecto que daña al huésped (particularmente, la fiebre amarilla). Por eso, es adecuado que se enfaticen los mosquitos en la cita ya mencionada.
[12] Se menciona que “sus diecisiete hijos [de Aureliano Buendía] fueron cazados como conejos por criminales invisibles que apuntaron al centro de sus cruces de ceniza” (Cien, 274). Lo irónico es que Úrsula pensaba que las cruces protegerían a sus nietos de una situación horrible, sin embargo, con ello los marca para la muerte. Sugiere que este evento representa una desilusión de algunas ceremonias religiosas, o lo religioso en general.
[13] Destaca “el dromedario triste”, porque, como este tipo de animal, parece que Aureliano Buendía puede soportar las condiciones más hostiles hasta envejecer.  El dromedario tiene un paralelismo con Aureliano: solo y sin esperanza.
[14] El castaño, donde José Arcadio y Aureliano Buendía se mueren, es un símbolo de decepción, desilusión y autonegación. Al volverse loco, después de descubrir que su estirpe desaparecerá, José Arcadio es amarrado por su familia. Aureliano constantemente se niega a reconocer a su padre. Después de treinta y dos guerras civiles y los asesinatos de sus hijos, intenta mantener su último recuerdo sin éxito.
[15] Cita original: “the workers do not bring themselves to strike on their own”.
[16] Jack Brown, increíblemente, engaña a los jueces federales y los convence de que ni la compañía bananera ni los obreros existen.
[17] Hay tres fuentes escritas en Macondo: Los manuscritos de Melquiades, “en los cuales se relata la verdad histórica de la ciudad y su clase dominante” (Díaz Caballero, 1987: 203), la Enciclopedia de los Buendía, la cual está escrita en inglés y la librería del hombre catalán. Los manuscritos están escritos en sánscrito.

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