Sobre
los artificios de la lengua
Por:
Hugo I. López Coronel
Óclesis
Una palabra: Óclesis. Una definición: la
enfermedad causada por la aglomeración de la gente. Somos lo que pensamos que
somos, un artificio, víctimas mismas del artificio de nuestro propio discurso,
construidos y reconstruidos cuantas veces el artificio que nuestra conciencia
histórica nos allana. ¿Cómo pensarnos sino es a través de artificios de un
lenguaje, también artificio?
El sentido de una
palabra cambia porque se da deliberadamente un nombre a un concepto con fines
cognitivos o expresivos: se nombran las cosas. El sentido cambia porque una de
las asociaciones secundarias (sentido contextual, valor social, valor
expresivo) se desliza progresivamente hacia el sentido de base y lo reemplaza,
es decir el sentido evoluciona. En el primer caso tenemos un cambio individual,
consciente y discontinuo; en el segundo, uno colectivo, inconsciente y
progresivo. En ambos es consecuencia de una modificación de la estructura de
las asociaciones psíquicas que constituyen el sentido y los valores de la
palabra. Mediante la nominación, la lengua asegura su doble función: la
cognitiva -cuando una cosa recibe un nombre, sea porque el que tiene no cumple
satisfactoriamente su función, o porque no existe una palabra que la designe;
la expresiva -cuando se crea un nombre con la finalidad de designar a la cosa
bajo cierto aspecto.
Por otra parte, se
crean palabras a fin de asegurar un mejor rendimiento de la comunicación, que
será más económica cuando se omita parte de las palabras o se las trunque, y
más clara cuando se eliminan o se reemplazan palabras que pudieran crear
confusiones. En la nominación cognitiva, la metáfora constituye uno de los
modos de la nominación cognitiva, también llamada popular, en tanto la
nominación expresiva, designa una cosa en relación con el que habla y expresa un
valor afectivo, desiderativo, moral, que el locutor atribuye. La valoración
estética o moral es la fuente principal de este tipo de nominación: ya por
metáfora, ya por formación de diminutivos y aumentativos de valor afectivo. El
proceso es siempre psicoasociativo. Una palabra es un complejo de asociaciones.
La palabra óclesis no sólo evoca cierta enfermedad, sino el conjunto de
circunstancias en que generalmente es contraída y los juicios peyorativos y
despreciativos de la opinión pública. La decencia nos prohíbe toda imagen
obscena o repugnante; la cortesía nos impide hacer evocaciones desagradables.
Estos sustitutos, llamados eufemismos, se basan siempre en un proceso psicoasociativo,
pero de naturaleza peculiar, pues lejos de motivar, lo que buscan es romper la
asociación. Distinto es el origen de los tabúes. No se trata ya de una simple
asociación, sino de una identificación del nombre con la cosa: el nombre del
diablo es al diablo; por esto en las lenguas primitivas los tabúes lingüísticos
prohíben los nombres de toda cosa sagrada o peligrosa.
En el concepto de
economía de la palabra, la elipsis es la forma más frecuente de este proceso.
La ciudad capital de México se vuelve la capital de México y finalmente la
capital. La economía puede modificar las palabras mismas mediante el
truncamiento: de vehículo automóvil pasa a automóvil y luego a auto. El
desarrollo de las lenguas técnicas ha favorecido también abreviaturas como
UNESCO, ONU, y que llegan a tener el valor de nombres verdaderos. Hemos visto
que en la lengua un mismo concepto puede tener varios nombres (sinónimos) y un
nombre significar varios conceptos (homónimos); la comunicación se acomoda a
esta polisemia porque en el discurso se coloca casi siempre la palabra en
determinado contexto que precisa su sentido.
A lo largo de los
siglos, los escritores y pensadores han criticado los efectos del lenguaje.
Pareciera que la vaguedad de nuestras palabras es un obstáculo en algunas
situaciones y una ventaja en otras. Si se mira más esta vaguedad, pronto se
descubre que el término mismo es bastante vago y ambiguo: la condición a que se
refiere no es un rasgo uniforme, sino que tiene muchos aspectos y puede
resultar de una variedad de causas. Algunos de éstos son inherentes a la
naturaleza misma del lenguaje, mientras que otras entran en juego sólo en
circunstancias especiales.
El carácter genético
de nuestras palabras a excepción de los nombres propios y de un pequeño número
de nombres comunes que se refieren a objetos únicos, en este sentido, las
palabras denotan, no entidades singulares, sino clases de cosas o de
acontecimientos ligados por algún elemento común. Nuestras palabras nunca son
completamente homogéneas: hasta las lenguas monolíticas tienen cierto número de
facetas diferentes que dependen de un contexto y de la situación en que se
usan, y también la personalidad del que las usa. Esta multiplicidad de aspectos
es otra fuente importante de vaguedad. Incluso los nombres propios, las más
concretas de todas las palabras, están sujetos a tales cambios de aplicación:
sólo el contexto especificará qué aspecto de una persona, qué fase de sus
actividades tenemos en la mente.
Otro factor más que
coopera a la vaguedad es la falta de fronteras bien delimitadas en el mundo no
lingüístico. Aquí es necesario una vez más distinguir entre las experiencias
concretas y las abstractas. Hasta en nuestro medio físico nos enfrentamos a
fenómenos que se funden unos con otros y que tenemos que dividir, lo mejor que
podamos, en unidades discretas. Todavía, otra fuente de vaguedad en las
palabras es la falta de familiaridad con las cosas que representan. En este
proceso, se encuentra involucrado un factor altamente variable, dependiente del
conocimiento general y de los intereses especiales de cada individuo. Se ha
admitido durante mucho tiempo, y se ha recalcado con fuerza en los últimos
años, que la lengua no es meramente un vehículo de comunicación: es también un
medio de expresar emociones y despertarlas en otros.
La estructura
fonética de una palabra puede dar origen a efectos emotivos de dos maneras
diferentes. La primera de ellas es la onomatopeya. Cuando hay armonía
intrínseca entre el sonido y el sentido, esto puede acercarse a lo anterior, en
contextos adecuados, y contribuir a la expresividad y al poder sugestivo de la
palabra. Como ya se ha mencionado, cualquier palabra, hasta la más ordinaria y
prosaica, puede, en ciertos contextos, estar circundada de un aura emotiva. Un
nombre concreto, por ejemplo, se usará en incontables situaciones de una manera
perfecta, neutra y positiva; pero es susceptible de adquirir poderosas
tonalidades. Además de estos factores, existen en toda lengua artificios que
coadyuvan a reforzar la significación emotiva de las palabras. Algunos de estos
artificios son universales; otros son peculiares de un idioma dado. Todos los
sectores de un sistema lingüístico pueden estar envueltos en el proceso, de
suerte que los artificios se incluyen en tres grupos: fonéticos, léxicos y
sintácticos.
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