miércoles, 27 de marzo de 2013


Guillermo Ceniceros y el misterio de la pintura

Luz García Martínez

Publicado en El Búho. Año 10, No. 109, 6 de Julio 2009, pp. 5-14

Por: Francisco H. Echeverría
Óclesis


Miscelánea Oclética 2




Toco tres veces el timbre de una casa estilo colonial en la calle de Pomona, en la colonia Roma, al sur de la ciudad de México. Son las siete de la noche y una pertinaz lluvia me moja junto con libros y revistas que llevo. Empiezo a inquietarme pensando en que quizá el maestro Guillermo Ceniceros olvidó la cita. Ansío verlo y de pronto abre la puerta el pintor, viste un pantalón de mezclilla y una camisa de algodón a cuadros color azul, le doy un gran abrazo y comienzo a admirar los enormes óleos que van descubriendo su casa-estudio, mientras sus pequeños perros en la planta baja, donde tiene su taller de grabado, con tórculos y máquinas que emplean para la impresión de imágenes en diversos materiales, emiten ladridos que inundan el silencio de la noche.

         Me ayuda a cargar mi portafolios mientras me pregunta cómo está el tráfico citadino y le cuento que tardé más de 40 minutos para poder estacionarme. Observo que trae varios pinceles en la mano izquierda y al subir las escaleras para cruzar un gran patio y pasar a la sala, una imagen seduce mi mirada, el impresionante mural Historia de la medicina que está realizando para el Hospital Juárez, en la ciudad de México, que versa sobre la historia de la medicina desde los griegos hasta la época actual.
         Un imponente andamio donde reposan botes de acrílicos, brochas, espátulas y pinceles es el telón que enmarca esta obra mural del maestro Guillermo Ceniceros, que se detiene también frente a la obra en proceso y comienza a explicar la composición, los personajes, los colores y las formas. La pido me deje sacar mi libreta de apuntes y mi grabadora, estoy ansiosa por captar la voz de este gran artista que el próximo miércoles 22 de julio recibirá un homenaje nacional en el Palacio de Bellas Artes, por sus 70 años de vida y 55 de trayectoria artística, junto con la presentación del catálogo Guillermo Ceniceros: 70 años, editado por los gobiernos de los Estados de Nuevo León y de Durango.
         Pasamos a una pequeña estancia poblada de espejos y cuadros del pintor y de su esposa, la también artista plástica Esther González, así como de las primeras obras de sus adorables nietas, las pequeñas Elenita y “Tiz”, además de libros, fotografías y esculturas. Enciendo la grabadora y comienzo a hacer diversas preguntas, pero el maestro inmediatamente me dice: “¡Calma Luz!... quiero que veas el libro y después platicamos lo que quieras”.
         Le pido disculpas por ser tan ansiosa e irreverente y agradeciendo la paciencia que me ha tenido desde mis primeras visitas a su estudio en 1999, no dejo de asombrarme ante cada cuadro, dibujo o gráfica que habita su casa-estudio. Obras con un inquietante juego de composición, formas, geometría y texturas y una característica esencial: el misterio de la pintura, un misterio que transforma su arte en poesía y silencios…
         Observo la espléndida fotografía de portada realizada por la querida Margitta Schöler, que muestra al artista pensativo, sentado de espaldas a su mural intitulado Breve historia de la neurología, 2007 que se encuentra en el Instituto Nacional de Neurología, quizá reflexionando sobre estos 70 años de vida que cumplió el pasado 7 de mayo.
         Vemos detenidamente el catálogo de 320 páginas que muestra el itinerario de su trayectoria artística con murales, acuarelas, dibujos y pintura de caballete; con poemas y textos de José Ángel Leyva y otros autores, enmarcado en apartados donde se destacan: Apuntes y cuadernos de viaje, Pintura de caballete, Museo de Arte Contemporáneo Guillermo Ceniceros, Muralismo, Escultura, juguetes y gráfica y un Anexo fotográfico.
         Libro que seduce al lector, porque a momentos pareciera que se transforma en un flash back cinematográfico, una biografía hecha con trazos de un óleo vivencial: Guillermo Ceniceros, quien emotivo expresa: “Este catálogo consigna varias referencias en mi trayectoria como es el grabado, la estructura, técnicas como la punta de plata, esculturas, dibujos, maquetas, bocetos y juguetes como son las bandas o rollos son fin…”
         José Ángel Leyva subraya en el ensayo intitulado “Guillermo Ceniceros: 70 años o el reposo de la luz”, que el libro se concibió como una retrospectiva enmarcada en salas imaginarias en las “que el artista expone un lenguaje propio, un estilo personal que lo identifica y pone en comunicación con el espectador específico o el público casual, en tránsito, en la que él mismo se nos presenta como un viajero que anota la gestualidad de los entornos, las atmósferas y los personajes, las circunstancias y hasta las ideas”.
         ¿Quién es Guillermo Ceniceros? ¿Quién es este artista que aparece de frente en una fotografía del libro, trabajando en el taller de Siqueiros, en Cuernavaca, Morelos en 1966, cuando contaba con 27 años? El 13 de octubre de 1967, David Alfaro Siqueiros escribió en el texto intitulado El colega Ceniceros lo siguiente: “Se trata de un creador que no juega con la pintura como lo hace la inmensa mayoría de sus contemporáneos, sino que va agregando valores, hasta alcanzar una expresión de méritos incuestionables en el conjunto actual, y no sólo en México sino para el mundo entero… Un creador que sabe dar a luz con los dolores de los partos valiosos en la marcha de la creación artística”.
         El 7 de mayo de 1939, en El Salto, municipio de Pueblo Nuevo, Durango, nació Guillermo Ceniceros. Hijo de José Ceniceros Páez, de oficio carpintero y de Petra Reyes Briseño, ama de casa. “Tengo recuerdos de la infancia, en la sierra, en El Salto, recuerdo esa atmósfera del norte con los pinos, la vegetación; también los juegos: nos subíamos a los árboles, hacíamos columpios y llanas, jugábamos a tirarnos con una cuerda, en dar vueltas. Son recuerdos de los juegos y del paisaje que tengo presentes y que quizá se reflejan en la pintura…
         Siendo el menor de seis hermanos, cuando era pequeño, su padre hacía juguetes y muebles de madera, oficio que aprenden los hijos quienes elaboraban sus propios juguetes como camiones de carga, ferrocarriles y casas, algunos de los cuales todavía conserva. De su padre heredó esa influencia artesanal como es la fabricación de máquinas rudimentarias para hacer juguetes. “Las elaboraba con desperdicio de fierro encontrado en los tiraderos, le ponía bandas e inventaba aparatos con los cuales fabricaba ejes, palitos redondeados, ruedas, etc.”
         Recuerda que también en la carpintería de su padre había máquinas fantásticas que se parecían a lo que después ve en uno de sus viajes: las esculturas de Jean Tingely (Friburgo 1925-Berna 1991), escultor suizo quien concibió máquinas lúdicas de espíritu dadaísta. “Tingely fabricó unas máquinas que al accionarlas eléctricamente, empiezan a trabajar y algunas veces, avientan pelotas. Eso me recuerda un poco las máquinas que hacia mi padre para fabricar las rueditas y los juguetes”.
         También de niño, le gustaba mucho dibujar e ir con sus compañeros de la escuela a pescar a un río cercano y anécdota de la cual emocionado narra: “¡Cierto día, hallamos un bagre!...”
         En 1950, su familia se traslada a Monterrey, Nuevo León, cuando Guillermo contaba con 11 años de edad y al mismo tiempo que cursa la primaria, trabaja en fábricas donde hacia espejos, estufas y camas de metal.
         En 1954, Ceniceros solicita su ingreso en la escuela fábrica FAMA, donde se impartían las carreras de técnico-mecánico, fundidor y dibujante mecánico, entre otras. Escuela donde Guillermo trabajó como dibujante industrial. En 1955 empieza a frecuentar el taller de Artes Plásticas de la Universidad de Nuevo León, atraído por los debates en torno a la pintura, que ahí se suscitaban.
         Cierro el catálogo y enseguida Guillermo Ceniceros saca espléndidos bocetos a tinta que ha elaborado para El Búho, me pregunta cuál me gusta más y me comenta que hará la obra final a color para la portada , mientras comienza a verter vino tinto derramado en dos copas que unifican nuestro reencuentro que se vierte en una charla exclusiva para El Búho, en la cual el pintor, muralista, escultor y dibujante al cuestionarlo sobre el significado del arte en su vida, empieza a escribir en forma circular sobre mi cuaderno: “El papel del arte en la vida es tan inmenso que hasta podría contener la punta de la madeja del universo…”


Reflexiones sobre Cézanne y Diego Rivera
“Los pintores siempre han tenido una gran necesidad de transformar y dicen que son más modernos que los anteriores. Cézanne estaba preocupado por un aspecto de la geometría y un aspecto del análisis de los objetos, los quería ver geométricamente tanto de frente, como de arriba y de perfil e hizo un gran análisis de la geometría combinada para que los objetos se vieran de todos lados hasta transformarlos, sin perder el objeto pero geometrizándolo y creó el lenguaje del cubismo sin darse cuenta”.
         “Es muy importante la presencia de Diego Rivera porque independientemente de que ya el germen de la transformación existía en Cézanne, cuando llega mucho después, Diego Rivera con todas las mentirillas, sus cuentos y sus cosas, imaginó que hubiera sido capaz de imbuirles, si hubiera conocido él lo que descubrieron en México acerca de la Coyoxaustli, les hubiera dicho que el cubismo se inventó en México”.
         “Diego no conoció a la Coyolxauhqui, la descubrieron años después pero Diego tenía ese tipo de desplantes diciendo que los códices mexicanos (tanto los códices aztecas, los mayas y algunos que eran desconocidos para los pintores de aquel momento contemporáneos de Diego Rivera y mucho de los actuales ni siquiera los conocen) ya tenían el germen del cubismo, es decir, de la corriente más importante de pintura en Europa; Diego Rivera les diría que el cubismo lo habíamos inventado en México desde hace muchos siglos”.
         “No se puede decir que unas corrientes son más revolucionarias, oras más importantes, otras más preponderantes y otras más chingonas, porque de pronto la pintura rupestre de Baja California que tiene 7,500 años, la más antigua en la Sierra de San Francisco en México, resulta muy parecida a lo que hizo Tamayo en su pintura: el concepto de síntesis que tuvo en sus cuadros, es lo mismo que encontramos en las pinturas rupestres de Baja California”.
         “¿Qué vamos a hacer los actuales pintores? Aquellos, los de las pinturas rupestres se nos adelantaron, por eso cuando le propuse a Roberto Velásquez que era director de la Galería de la UAM, que invitara a Tamayo a que visitara las pinturas rupestres y fue acompañado por el crítico de arte Antonio Rodríguez, poco después le pregunté a Roberto qué había sucedido y me dijo que Tamayo se plantó delante de las pinturas rupestres y expresó: “Estos se me adelantaron”.
         “No es precisamente la síntesis con relación a una figura en especial, sino la síntesis de la geometría para llevar la forma de los cuerpos a ser plasmadas con líneas más elementales pero sin descuidar la armonía, el equilibrio, el color en toda su dimensión”.
         “Son colores planos, algunas texturas y el diseño, eso es lo que hicieron muchos de los pueblos primitivos con gran maestría. Síntesis y diseño, un lenguaje maravilloso, así se ha hecho toda la historia de la humanidad, con esos tres elementos. Así se ha hecho el lenguaje, así se han construido las palabras escritas que al pronunciarse son los fonemas y así está hecho todo, de tal manera que cada quién le imprime su propia personalidad en grupos o individualmente”.


Las modas en el arte
“Algunos conceptos refieren que la pintura ha muerto y que ahora vive la instalación, pero la pintura no puede morir porque tendría que morir la historia, del arte y las muestras de cómo fue cambiando, yo no diría que evolucionando el arte que aunque puede ser que tenga algún tipo de evolución, sí acaso existiera esta evolución tendría que ser una evolución parecida al movimiento de una espiral que gira y sube en cada vuelta…” “En cada vuelta se tocan temas que se tocaron en otro tiempo pero con un conocimiento superior y ese avance podría consistir en que se le quitan cuestiones al concepto y se le agregan otras. La pintura rupestre, nos ha dado grandes lecciones al mostrarse en la actualidad como uno de los lenguajes evolucionados, porque los pintores e las cavernas sin tener los conocimientos de los pintores que ahora ven a las academias, tenían el concepto de lo que ahora llamamos la modernidad”.
         “Hay grandes semejanzas de la pintura primitiva de Altamira y la de México que está ubicada en Baja California Sur (que están en perfecto estado), con la pintura de Tamayo porque ambas utilizan el mismo esquema de expresión: no detalles, grandes espacios, mucha textura y colorido, gran síntesis y llegamos a la conclusión de que ambas tienen el mismo concepto de lo moderno…”


Recuerdos de Pedro Garfias
Del poeta español perteneciente a la generación del 27, Pedro Garfias, autor del “poema bucólico con intermedios de llanto”, “Primavera en Eaton Hasting”, publicado en 1939, cuando los Ceniceros recién se casaron en Monterrey, el poeta que llegó al puerto de Veracruz en 1940, como parte del primer contingente de 1620 republicanos expulsados de su patria, les dedicó ese libro que cierta vez prestaron y ya no se los devolvieron, el pintor dice: “Por ese tiempo conviví con el poeta Pedro Garfias, con quien desde Monterrey en las varias etapas que él estuvo, varios estudiantes tuvimos cierta amistad con él.
         “La primera vez que lo vi fue en la ciudad de México, en el restaurante español “El hórreo”, que está frente a La Alameda. Yo trabaja con Siqueiros en la ex aduana de Santo Domingo y solíamos buscar Fernando Sánchez y yo dónde comer y luego Abelardo Treviño quien trabajaba en la Secretaría de Educación, me invitó a “El hórreo”. Estábamos en una mesa Abelardo Treviño, Fernando Sánchez y yo, y desde ahí vimos a un hombre que estaba solo en la barra de la cantina y Abelardo me dijo: ‘¿Dime Guillermo, si aquel señor es Pedro Garfias?’. Me levanté, fui e inmediatamente descubrí que si era

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