domingo, 3 de marzo de 2013


Soneto V

Por: Hugo I. López C.
Óclesis

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Es casi probable que no podríamos decidir sobre un sentimiento, porque aunque desde una perspectiva científica los sentimientos suelen ser vistos como afectos evidentes de suyo, tan naturales como la planta que crece en un jardín, no creo que los sentimientos sean un destino que sólo pueden padecerse. La reflexión y el desarrollo de los hábitos producen variaciones en la forma en que sentimos las cosas. Las emociones emergen de un contexto cultural y también se construyen socialmente. Cambiar una idea -y el hábito que se sigue de esa idea- puede producir variaciones en la forma en que sentimos y en que actuamos.
El Renacimiento español es conocido como "Siglo de Oro" por la cantidad y calidad de poetas que aparecen en este período. Coincidiendo con el reinado de Carlos V se acoge en España la nueva poesía italiana de manos de poetas como Garcilaso de la Vega (1503-1536) de corta vida y obra breve. Este poeta rompió formalmente con la estilística de la Edad Media porque introdujo estrofas y metros italianos sobre temas petrarquistas. La aparición definitiva de Garcilaso consistió en haber fijado dentro de la literatura española el soneto italiano como composición eminentemente lírica y amatoria, dotado de armonía, suavidad e intenso sentimiento. A partir de este poeta se puede apreciar una notable tendencia en la poesía española desde el siglo XV a transvasar términos habituales del imaginario petrarquista amoroso a poemas de sentimiento en lírica.
Durante muchos siglos la idea y práctica del amor habían estado regidas por la libido; el amor, hasta entonces, era un impulso de carácter sensual y perfectivo que aspiraba al goce material y al logro definitivo y absoluto; pero la vida cortesana de los castillos occitánicos en el siglo XII adoptó una nueva y extraña inteligencia erótica en la que predomina la idea de servicio permanente y desinteresado. Éste es el llamado amor cortés. Aquí, el amante no se propondrá un objetivo o una meta como la de cobrar la pieza de caza y satisfacer en ella un afán de victoria, sino que se mantendrá en un estado de amor que no aspira a ninguna recompensa o galardón; es un imperfectivo amar por amar que se mantiene perennemente, a través de múltiples matices como servidor humilde y fiel en homenaje sin esperanza a la mujer amada. Lo característico del amor cortés, es la sumisión del amante ante la soberanía de la dama, la señora, de la que nada espera y a la que dedicará toda su vida en actitud de delicuescente melancolía “por vos nací y por vos tengo la vida”. De ella va a provenir el tono doliente y gemebundo del poeta amante que llora no su desventura ante un fracaso, que sería una solución, sino el paradójico dulce mal de amor con las agravantes de consentimiento y perduración “de tanto bien lo que no entiendo creo”. No hay un grito de pasión triunfal o de rabia ante la derrota, ni una solución definitiva en el juego del amor; no hay pugna mutua de contrarios en la que se vence o se es vencido “En esto estoy y estaré siempre puesto”. La batalla se libra de continuo sin resultado en el interior mismo del poeta-amante que padece y se deleita a la vez en ese estado de amor sin ulteriores consecuencias “Yo no nací sino para quereros.
El amor cortés, afirma Alda Tezán “es un código de comportamiento que definía las relaciones entre enamorados pertenecientes a la nobleza en Europa occidental durante la edad media”. Influido por las ideas coetáneas de la caballería y del feudalismo, el amor cortés requería la adhesión a ciertas reglas elaboradas en la canciones de los trovadores, entre finales del siglo XI y los últimos años del siglo XIII.. De acuerdo con esas convenciones, un noble, por lo general un caballero, enamorado de una mujer casada de igual o a veces más elevada alcurnia, tenía que demostrar su devoción mediante gestas heroicas y escritos amorosos, presentados de forma anónima a su amada. Una vez que los amantes se habían comprometido uno al otro y consumado su pasión, tenía que mantenerse en completo secreto. Puesto que, en la Edad Media, la mayor parte de los matrimonios entre la nobleza no eran más que meros contratos de negocios, “el amor cortés era una forma de adulterio aprobado; esto era así porque no suponía una amenaza ni al contrato matrimonial ni al sacramento religioso”. El amor cortés ensalza la humildad, pues siempre el enamorado se siente inferior a la amada “que aunque no cabe en mi lo que en vos veo”, porque sus formas no son groseras sino refinadas y llenas de delicadeza “cuanto yo escribir de vos deseo, vos sola los escribiste, yo lo leo”.
El amor cortés es la utopía, porque no aspira a conseguir el favor de la amada, sólo le basta con expresarle su admiración y su devoción, sin esperar ninguna recompensa a cambio “cuanto tengo confieso yo deberos”, el desinterés, porque el poeta no pretende el matrimonio, sino que canta a una dama excelsa y elevada con la que no puede aspirar al casamiento “tan sólo, que aún de vos me guardo en esto”; la frustración, por la imposibilidad de consumar el amor o porque el desastre sigue inmediatamente a la consumación “por vos he de morir y por vos muero”.
En definitiva, los sentimientos y sus acciones modifican nuestro pensamiento, ya que una parte significativa de nuestro bienestar se juega en las relaciones amorosas. Cabe preguntarse entonces, por qué habremos de utilizar la razón para otras decisiones importantes de la vida y preferir en cambio la sinrazón a la hora del amor.


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