domingo, 3 de septiembre de 2017

Cristóbal de Villalpando entre el Barroco y el Manierismo
Por: Lucía Delcompare Narváez.



Fuente de imagen:

http://artistas-malditos.blogspot.mx
Aunque Cristóbal de Villalpando fue uno de los pintores más afamados de la Nueva España, hoy en día su nombre sólo se escucha entre pequeños círculos dedicados a su estudio. Por tal motivo vale la pena recordarlo, no sólo por el legado artístico que nos dejó, sino por la importancia que tuvo en su época para traducir los textos religiosos en imagen y así lograr una mayor identificación entre el pueblo y la fe cristiana.
Durante la colonia, Villalpando se convirtió en uno de los pintores novohispanos más solicitados por el clero para plasmar la fe cristiana, esto, por su capacidad para interpretar las ideas teológicas, religiosas y políticas del momento, de manera que su vida se relacionó tanto con el clero secular como con las órdenes regulares: jesuitas, franciscanos, carmelitas, oratorianos y dominicos.
Cristóbal de Villalpando nació en 1669 en la ciudad de México, la lista de sus obras consta de cuatro etapas, y por lo extenso de éstas se mencionarán algunas de las más importantes dentro de la ciudad de Puebla: La Virgen de la soledad, ubicado en el Teatro Principal; La transfiguración, El diluvio, La Sagrada Familia, Adán y Eva en el paraíso y El martirio de santa Catalina  en la catedral;  Purísima Concepción en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, La mujer del Apocalipsis en el museo José Luis Bello y González; Jesús y la Samaritana en la Iglesia Nazareno Tlatempan en Cholula, Puebla; El lavatorio  y La Santísima Trinidad en el Templo del Carmen. Igual de basta es su obra en la ciudad de México, Estado de México, Guadalajara y Zacatecas.   
Para hablar un poco de su estilo, ubicado en el barroco bajo la influencia de la pintura española barroca, es primordial tener presente los antecedentes de este estilo tan característico de nuestra ciudad. Recordemos que desde la Edad Media hasta finales del siglo XVI en Europa, los temas a representar eran de índole religioso, elaborados bajo un guión basado en citas bíblicas. En el mundo novohispano, esta tradición continuó hasta finales del siglo XVIII cuando las colonias inician sus movimientos de independencia. Justo en el siglo XV inicia el Renacimiento Italiano, etapa que marca un cambio drástico respecto a la Edad Media; el Renacimiento camina hacia el humanismo, la ciencia y las artes. Muchos filósofos consideran que es la “edad de la razón” o la antítesis de la Edad Media. Gombrich por ejemplo, considera que “el Renacimiento es una época de progreso artístico que afecta no solo al arte sino a los artistas quienes ahora se comprometerían con una misión: acrecentar la gloria de la época a través del progreso del arte”.[1] Entendida la idea de progreso como el desarrollo máximo de las potencialidades del artista.
            En el Renacimiento empieza la renovación de las letras y las artes al mismo tiempo que se empieza a vivir un nuevo aire de libertad en las ciudades italianas, junto con el uso de la imprenta, se facilita la publicación y difusión de textos literarios, y con ello avanza un nuevo pensamiento y una nueva transmisión de conocimientos que alimenta el espíritu. El Renacimiento hereda la tradición mitológica y los moldes clásicos.
            En las artes se retoma a la Grecia clásica, Aristóteles es fuente de inspiración de poetas y de la emancipación de las normas medievales. En Florencia (cuna del Renacimiento), surge un término “poligenesia” que quiere decir retorno a los orígenes arcaicos. Así, el Renacimiento intentó no sólo el retorno sino reencontrar los textos antiguos. Conforme el tiempo avanzó, la evolución en las artes y la literatura se hizo evidente; las formas equilibradas, estructuradas y perfectas del Renacimiento pasaron a las formas adornadas y exageradas del Barroco y a las deformaciones del Manierismo.
            El Manierismo se distingue por dar a la literatura un nuevo campo a la formación de la personalidad psicológica: aguda ansiedad, agitación del espíritu y ambigüedad emocional. Los cambios apresurados en la vida y en la nueva forma de ver el mundo creaba un  sentimiento de inestabilidad de todas las cosas y una visión angustiosa del hombre y fragilidad de la vida humana, no obstante, hay un particular gusto por la sorpresa y por lo abrupto. En la literatura sobresale la prosa en períodos cortos y frases asimétricas con una carga de sentencias, por el contrario, en la poesía la simetría es rasgo característico. Los temas presentan un artificio dramático que esconde los problemas o crisis de los personajes a través de una acción sensacional. Existe asimismo,  el gusto por el contraste, la paradoja, lo monstruoso, lo ambiguo, la utilización de metáforas raras y un peculiar preciosismo estilístico, un ejemplo de ello lo podemos ver en Polifemo y Galatea de Góngora.
            El auge del Manierismo se da entre 1520 y 1590, es de origen italiano y lleva el nombre de Renacimiento tardío. El término deriva de maneira (manera) que indica reproducir o imitar un modelo magistral.[2] De ahí que algunos críticos e historiadores consideran que el Manierismo representa la falta de espontaneidad. No obstante, lo que experimenta el artista, es una búsqueda desenfrenada de identidad, diferenciarse a través del desarrollo de su personalidad; los artistas escribían o pintaban a la manera de alguien, esto es, “buscaban un maestro y escribían o pintaban a la manera de éste, por ejemplo Séneca, Miguel Ángel, Rembrandt, etc., hasta que finalmente se encontraban a sí mismos. “Se trata, por lo tanto, del estilo de un artista o bien, un estilo que consiste en ver la mano del artista que amanera la materia, ya sean palabras, colores o mármol”.[3] En la plástica por ejemplo, las formas son exageradas y de poca verosimilitud, con frecuencia no hay efecto de profundidad, las figuras son planas y más bien hay yuxtaposición de diversos planos sucesivos, amontonados los unos tras los otros y ligeramente dislocados en el sentido de la altura. No es fácil establecer una unidad porque la composición está fragmentada, entre las formas sólo hay correspondencia con el color y la postura. También hay un apego a las formas alargadas, dislocaciones, distorsiones, tensiones disimetrías, desequilibrios. Eran los riesgos que tomaban los artistas manieristas: crear algo nuevo e inesperado a costa de la belleza natural establecida por los grandes maestros, el Greco es uno de los mayores exponentes del manierismo en Europa.
            Años más tarde y siguiendo de frente al Manierismo, se hace presente el Barroco que significa grotesco[4] como respuesta a lo frío e intelectualizante del Manierismo, el Barroco contribuye a lo sensual, sentimental, accesible a la comprensión de “todos.” Es la reacción de una concepción artística esencialmente popular aunque se mantenía en la clase culta dominante. Toma en cuenta a las masas populares. Aquí se marca una diferencia entre arte sagrado y arte profano. El arte eclesiástico adquiere carácter oficial y pierde sus rasgos espontáneos y su objetivo está cada vez más determinado por el culto y cada vez menos por la fe inmediata. El Barroco significa un importante cambio en la relación entre arte y público. Convence y conquista con un lenguaje escogido y elevado.
            A la iglesia por su parte, le interesa más la expresión de la fe (por medio del arte) que la profundización de ella, pero en la medida en que mundaniza sus propósitos, se debilita el sentimiento religioso de los fieles. El espíritu religioso se altera y los poetas a pesar de mostrar menor simpatía al sentimiento místico-religioso, alimentan un espíritu más apegado al arte, a la estética y a la belleza[5].
            Es posible que ante la rebeldía de poetas, artistas y filósofos, la iglesia se haya visto obligada a ser más flexible y tolerante, a ser más abierta a los intereses y alegrías de la vida profana. Sus fines espirituales están subordinados a los fines del Estado, por lo tanto, el barroco puede seguir una dirección más libre en el desarrollo de los sentidos.
            Como se mencionó anteriormente la pintura novohispana continúa la tradición de la pintura barroca española. El estilo, los colores, los temas y en muchas ocasiones la forma y distribución de los personajes están establecidos por los grandes maestros del Renacimiento. Cristóbal de Villalpando sigue la escuela de Zurbarán, Esteban Murillo, José de Ribera (el Españoleto), Echave Rioja y Pedro Ramírez, pero sobretodo, su estilo aunque logró una peculiar originalidad de atmósfera, espacio, colorido y transparencia, quedó impregnado de la escuela de Rubens  en sus composiciones dinámicas y sus colores vivos. Se apoyó en ciertos grabados de la serie de Rubens para el convento de las Descalzas Reales en Madrid, para no caer en la copia y la falta de originalidad, Villalpando tuvo que hacer un esfuerzo para encontrar su propia identidad y en este intento para lograr algo distinto podemos ver rasgos manieristas tales como rostros deformados que se alejan del modelo de belleza establecido en el arte clásico y renacentista; rostros con ojeras pronunciadas, ojos caídos que dan a algunos personajes apariencia de melancolía y tristeza, y palidez extrema; por otro lado formas vaporosas y exageradas, figuras fantasmales, sensación atmosférica y lumínica, y expresiones de angustia propias del estilo manierista. 
Villalpando no sólo logra el manejo de las transparencias y colores centelleantes se convierte en una especie de mago que fácilmente convierte la palabra en imagen, pues sabe interpretar bien los temas religiosos a través de una representación de exagerado dramatismo, de ambientes estremecedores, oscuros, lúgubres y fríos, en contraste con el color y la luz, despierta la sensación de melancolía y desolación dentro de un ambiente de fuerzas naturales donde el bien y el mal ponen en juego el destino de los humanos, ambientes que podemos apreciar en la Transfiguración de la catedral de Puebla (1683), y en El Diluvio,[6] en estas dos obras el artista logra la expresividad del fiero mar y la voz de dolor interno de los personajes que casi se podrían escuchar; juega caprichosamente con el espacio, con las formas, los colores y expresa con libertad y soltura la angustia típica del Manierismo, así, combina magistralmente lo monstruoso, lo bello y el horror, con la saturación de figuras en cada lienzo revive el horror al vacío del barroco y el contraste con lo deformado y fantasmagórico del Manierismo.
Villalpando es el pintor y el poeta de la pintura novohispana porque logra reunir palabra e imagen, angustia y éxtasis, horror y belleza, Manierismo y Barroco. Es barroco por su lenguaje pictórico rebuscado, excesivo, adornado, contrastante. Es manierista por su construcción psicológica del personaje que despierta espanto, dolor y pánico; porque su lenguaje sensual e inclemente provoca un deleitoso estremecimiento, porque permite la coexistencia del ambiente colorido y de luz con el ambiente fúnebre, oscuro y melancólico, porque ahí convive la belleza y el esperpento, porque finalmente logra unir lo humano y lo divino.




Bibliogrtafía:
ALONSO, Dámaso. Poesía española. “Monstruosidad y belleza en el Polifemo de Góngora”. Editorial Gredos. Madrid, 1993.
DUBIS, Claude-Gilbert. El maniersimo. Ediciones península. Barcelona, 1980.

GOMBRICH, Ernest. Historia del arte. Ed. Debate. Madrid, 1997.

GOMBRICH, Ernest. La concepción renacentista del progreso artístico Ed. Debate.
            Madrid, 1997.

GUTIÉRREZ Haces, Juana y Pedro Ángeles. Cristóbal de Villalpando. Fomento Cultural
            Banamex. México 1997.




[1] Gombrich, Ernest. La concepción renacentista del progreso artístico. P. 14

[2] Dubis, Claude-Gilbert. El maniersimo. Ediciones península. P. 11
[3] Op. Cit. P 13
[4] Gombrich, Ernest. Historia del arte. P. 387
[5] Podemos ver estos rasgos estilísticos en Góngora y Sor Juana Inés de la Cruz.
[6] Detalle de El Diluvio ubicado en la catedral de Puebla

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