miércoles, 20 de septiembre de 2017


Los sanates

Por: Noé Vázquez


Fuente de imagen:

http://sanatevergueador-dalekos.blogspot.mx

Antes todo era más difícil, bien lo recuerdo. Ustedes no me dejarán mentir: las calles eran más grises y más anchas. Atravesando cierta oscuridad que trae aparejada la memoria, es posible ver la ciudad tal y como era en aquel entonces. Desde luego, yo era más joven. Entonces conocí a Rebeca. Me veo en aquella época como un «lumpen»: mucha vagancia y poco arraigo en los trabajos.
Por las tardes, mientras Rebeca y yo caminábamos por la calle veíamos a los sanates afanosos y llevando su oscuridad arrebatada como un equipaje, juntos, eso pájaros formaban una oleada que se esforzaba para llegar a esos polvosos árboles que eran como sus casas de interés social. Creo que de alguna forma, Rebeca pensaba que yo era como ellos: arribistas, encontradizos, oportunistas, indecentes, pícaros en general; la pura astucia callejera convertida en pájaro. Como los sanates, llevaba y traía mis pequeñas potencias del alma, las comunes y vulgares, hechas para la peladez desempleada.
En aquella casa donde vivía con Rebeca teníamos un patio. En los días soleados salíamos a tender la ropa. Entonces veíamos descender a los sanates de los árboles, nos observaban con curiosidad como haciendo mediciones, no tienen visión binocular así que tienen que acomodar la cabeza de un lado hacia el otro para ver mejor, nos barrían con la mirada, hacían secretos paralajes; otras veces, se dedicaban «bullear» a otras aves que terminaban huyendo de aquel lugar y seguro que con la promesa de no regresar jamás a ese patio.
Pienso que Rebeca veía a los sanates como un concepto presente que me simbolizaba. Un día ella se fue. No podría culparla. Pasaron algunos años. Los sanates, en épocas de abundancia o escasez, persistieron como los dignos personajes faulknerianos que son, lo siguen haciendo. Pasaron algunas cosas importantes, como debe ser, el universo se deslizó sólo un poco.
Con frecuencia me pregunto si ella, en ese lugar de México donde vive ahora lejos de mí, tiene una casa con un patio, o si hay árboles, o si abundan los días soleados, o si sale a tender la ropa, o si hay oscuros sanates que la visitan y la barren con la mirada haciendo algunos cálculos. O tal vez es adinerada y usa secadora automática. Quién sabe. Tal vez piensa todavía en el concepto ausente que hay detrás de esa oleada de pájaros que por las tardes se afanan. No lo sé. Pero no, lo más seguro es que no se acuerda de nada.


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