Un
breve repaso a la narrativa homosexual en México
Por: Jorge Luis Gallegos Vargas[1]
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Fuente de imagen: https://velezpelligrini.org |
Los
primeros vestigios de la homosexualidad en la literatura mexicana se encuentran
en cartas y diarios de los misioneros. No obstante, es en el siglo xx, Los
41 (1906) de Eduardo A. Castrejón toma como punto de partida el arresto de
1901; la aparición de este libro fue reflejo de la homofobia imperante en el
porfiriato. La escritora Guadalupe Marín en Un
día patrio (1941) ficcionaliza a uno de los Contemporáneos y, en el 59,
Pita Amor cuenta la historia de un homosexual en el cuento El casado. Por su parte José Revueltas presenta en Los muros de agua a La Morena, y los
“remontados”; también, Fabrizio Lupo (1952)
de Carlo Cóccioli y El norte (1958)
de Emilio Carballido fueron los primeros intentos de integrar al homosexual a
las líneas de la narrativa.
Fue
El diario de José Toledo, de Miguel
Barbachano Ponce, la primera historia en presentar, de manera explícita, personajes
abiertamente homosexuales. A éste, se
le suman 41 o el muchacho que soñaba con
fantasmas (1964), libro firmado con
el pseudónimo de Paolo Po; Los inestables
(1968) presentada bajo el pseudónimo de Alberto X. Teruel. José Ceballos
Maldonado publica Después de todo (1969)
y el libro de cuentos Del amor y otras
intoxicaciones (1974); Cielo
Tormentoso (1972) de Carlos Valdemar, posible pseudónimo de un ex
seminarista o sacerdote, puso en evidencia la homosexualidad dentro de la vida
eclesiástica; también, de los setenta y los ochenta fueron La máscara de cristal (1973) de Genaro Solís, otra historia
presentada bajo la sombra del pseudónimo, Hasta en las mejores familias (1975) de
Luis Zapata, Mocambo (1976) y Todo el hilo (1986) de Alberto Dallal,
Raúl Rodríguez Cetina introduce a la literatura homosexual el personaje del chichifo en El desconocido (1977). La aparición, en 1979, de El vampiro de la colonia Roma de Zapata,
significó un hito: abrió el campo de las letras a la homosexualidad; a partir
de ésta, las voces acalladas retomaron la literatura como foro de expresión.
Destacan
también Omnicrón (1980) de Eduardo
Luis Feher, novela que relata la vida en la corte y la sexualidad en el período
del rey Luis xii; Octavio (1982) de Jorge Arturo Ojeda, El desconocido (1977) y Flashback (1982) de Raúl Rodríguez
Cetina, Sobre esta piedra (1981) de
Carlos Eduardo Turón, Las púberes
canéforas (1983) de José Joaquín Blanco, Melodrama (1983) de Luis Zapata; Xeröndnny: Donde el gran sueño se enraíza (1983) de Arturo César
Rojas firmada bajo el pseudónimo de Kalar Sailendra, Parte del horizonte (1982) y Utopía
gay (1983) de José Rafael Calva.
Otras
obras homoeróticas son: La morada en el
tiempo (1981) de Esther Seligson, Letargo
de Bahía (1992) de Alberto Castillo, la cual obtuvo el primer premio en el
concurso de la revista Punto de partida, Agapi
mu (amor mío) (1993) de Luis González de Alba, A tu intocable persona (1995) de Gonzalo Valdés, Mátame y verás (1990) de José Joaquín
Blanco, Tonada de un viejo amor (1996)
de Mónica Lavín y Primero las damas (1988)
de Guadalupe Loaeza. Para el nuevo milenio se publican Fruta verde (2006) de
Enrique Serna, Jacinto de Jesús (2001)
de Hugo Villalobos, Por debajo del agua (2002)
y Triangulo de amor y de muerte (2004)
de Fernando Zamora, El clóset y el sillón
(2000) de Manuel Levinsky, Toda esa
gran verdad (2008) de Eduardo Montagner. Para el 2007 aparece Quimera
Ediciones, editorial que promueve literatura lesbo y homoerótica; dentro de su
catálogo se encuentran textos de poesía, ensayo y narrativa como El sol de la tarde (2009) de Luis
González de Alba o Paso del macho (2011)
de Juan Carlos Bautista.
El común denominador de estas obras
es que han denunciado la heteronormatividad, obligando a la sociedad a mirar
sin prejuicios y de manera abierta a los disidentes sexuales. Lo cierto es que
la homosexualidad, vista como un fenómeno social y cultural, ha transformado la
cotidianeidad, resignificado el ser y el deber ser; ha roto esquemas,
modificado paradigmas; el clóset ya no es una forma de expresión. Las letras han
encontrado en la perspectiva de género el medio idóneo para contar las
experiencias del homosexual, darle nombre a sus vivencias; hacer una
desvinculación de lo biológico con lo afeminado, ofrece una ventana en la que el
otro pueda encontrar un espacio de transición.
[1] Acerca del autor: Jorge
Luis Gallegos Vargas es Maestro en Literatura Mexicana por la FFyL de la BUAP y
miembro activo en Óclesis, Víctimas del Artificio.
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