Valle de la Muerte
I
La condición; como resultado del pasado.
No
brotan, la inercia los empuja...
El cabello cubre parte de las cicatrices,
agitado, frente al péndulo derecho de la sonrisa desde su boca, aún con el
esbelto trueque y el seno, con la fragancia casi pura, deshilado, enjuto, con
el panorama de las cejas escasas y el coqueteo del cristal escurrido desde el
brillo de los ojos.
Memorizas
- las distancias escritas -
y
preguntas por los rumbos
que
habría tomado el agua
tras la
configuración,
un grito
ausente de nubes,
y la
lengua envuelta sobre los hombros llenos de polvo
y
frágiles,
transparentes,
todavía
del paso
de los años,
partícipes
hacen ansias algunas postales, el flujo cayere el goteo de la lluvia granulada,
unísonos
vientos de verso,
andenes asimétricos repletos de rostros
sonrojados,
capuchones,
baratijas sin vehículo propio y propensas al
primer olvido; luengo bajo la granizada los sones nunca perdonados desde el
juicio, tan reales como los abetos que exploran el cielo donde quizá otro
distancia; vertida la intención,
palabra
de honor, con sus cascabeleos de olvidos.
II
Salió
de la garganta: y no habrá retorno...
Vemos partir los
primeros chubascos de niebla, las olas se desvanecen sobre el telar y blanden
el gusto, el arenal se entrega y el recuerdo de las primeras batallas aún sobre
el lecho: “mecimiento alocado que escupes deseos”, y nunca calla a los inquilinos
de viejo aliento.
El acceso es el objetivo primero,
despereza, y occisa, un llanto
en el fondo que despierta amaneceres,
raudos, sosos de instinto,
inherentes al
miedo único tras el trago, pero callas con lemas externos nocivos a mi dueño y
el valle se sacude los restos de la noche y emancipa las torrenciales marejadas
de desprecio sobre la pradera quebrantada de viento, seco y pasmoso
en la huella del dedo,
del canto verdugo del agotamiento,
una rama en el firmamento y
el anochecer
embarca a la madrugada con el sueño amparado a la cobija de seguir rumbo.
Primer paso: se flexiona el arco del talón con un brinco sobre la pequeña
grieta; pesares por la tierra primigenia. Zoc, zoc... el gigante corre sobre su
reino.
III
Buscas
tu alimento con el dolor del tacto.
Y vino
la lluvia...
La vista vuelve al temprano aleteo, guiñado
por la transparencia, el púlpito fresco, un aliento tan siempre prematuro
cuando el agua viaja etérea; el incendio templario derrocó cada uno de los
reinos, colocó las llamas entre los muros y facilitó la llegada al cielo.
Iniciaron bimotores siglos hasta tapizar la cumbre con defectos; y hambrientos
almanaques devoran líneas entre pastas granuladas. El giro se extiende formando
huracanes sobre las bandejas, el espejo brota la necesidad, charlotea la
brigada y el remolino se hunde, crespo, misacantano, entonces yace en otra
parte.
No
hay fuego, apenas está la fricción de las maderas en la distancia del arco,
ajenas las manos, de anillos, de seda, que prolonguen jirones en el talle,
cercenadas, y tan lejos la vida de la muerte, de la gota desparramada en el
vientre tibio, de la madrugada en espera del astro, del cause, del hierro.
Infringe a lo lejos, sin punto de
referencia,
sin el atosigo
almidonado,
vertical,
abandonado
a la suerte,
abandonado
al tiempo,
al
instante previo con los incendios agitados bajo la corona alta; y desboca al
silencio de la eterna calma.
Y otra vez puesto, el meteoro abriga la
sustancia revuelta con la tierra, el clamor de las rocas copuladas por el fuego
derrama sus vacíos y la lluvia siembra los campos dormidos.
Paso segundo, deletreando el panorama de una
piel sin la mía; otra vez tan lejana la voz que clama el retorno indisoluble al
principio. La bestia sujeta la carnada y devora las vísceras replegadas,
deshechas en mi puño.
Quedan
voces en el oído
al
trago del último beso.
Quedan
flores apiñadas,
huecas,
amputadas desde el tallo
y
el aliento varado.
Vuelve la luz con el viento sobre el rostro.
Tercer paso y el cañón a los pies apuntando. No hay más motivos; queda el
rostro frente a la caída de agua y desde las plantas de la torre la conciencia
migrando por el resto del cuerpo.
Hugo Coronel
Valle de la Cuextlacuapan, 2005.
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