lunes, 27 de agosto de 2012


Niña camba
 Por. Flor García.

¿Qué le falta a este barco?...
 
Obra de Ulisis Bernal
Cecilia se despertó a las diez de la mañana mordiendo el olor a sudor de sus sábanas. Quiso descorrer las cortinas para mirar esos buques náufragos de la bahía de al lado, pero su intuición poderosa la empujó frente al espejo: en el lugar donde había estado su rostro, se encontraba un hombre devastado que la torturaba con preguntas insidiosas. ¿De dónde te fui a sacar Raúl, Francisco, Alfonso, o como te llames? Ya ni siquiera tenía la libertad de asomarse a la puerta para sentir la brisa de la resaca vespertina.
Con una mano mezclaba el café y con la otra orquestaba una sinfonía de mujer perfecta. Recordaba el sabor de la arena en sus pies descalzos. Fue sirena y ahora era ninfa por voluntad propia (¿pero qué voluntad podía tener en el momento de su decisión cataclísmica, si estaba narcotizada por el sueño profundo de la desesperación?).
Quitó el velo de sus ojos con el mandil de cocina… si tan sólo pudiera salir un momento para contemplar a la gente que se iba…
Él volvería a las seis y la golpearía en el rostro con su risa de amante. Parecía tener ojos por todos lados, pero más que nada, su mirada escrutadora se le había metido en el entrecejo.
Ellas lo vieron venir y se lo advirtieron, no lo creyó posible entonces. Después se convirtió en la realidad de todos los días iguales entre cuatro paredes.
Echó hacia atrás la cabeza y levantó los hombros soltando un suspiro de resignación.
La cerradura giró una, dos, tres veces. Era hora de la pasarela. Se puso los zapatos altos y la sonrisa habitual mientras se asía de aquel brazo de pecho orgulloso. El ritmo de su taconeo resucitó la acera y se sintió caballo de ojos vendados aprendiendo (re-corriendo) la ruta del amo.
Tras la cena él se marchó. Un, dos, tres la cerradura. Y la arena se quedó esperándola una vez más cuando la sonora voz del barco anunció otra partida.
Para el cuarto día del tercer mes del séptimo año la resaca ya no era tan detestable. Tuvo que salir por la ventana cuando la Verena le avisó del accidente. Una vez cerca del cuerpo, no pudo contener las lágrimas; él la tomó por el cuello ‘no lo harás’, dijo.
Ella acarició la mano demandante y la apartó con dulzura antes de que pudiera asfixiarla. Colocó a un lado las zapatillas y se abrió camino entre la multitud para alejarse del alboroto.
Al principio fue un paso lento, luego zancadas de alegría hasta el embarcadero.
-         ¿Vienes, morena?
-         Voy – crepitó la respuesta.
Cecilia se perdió en la marea montada en aquel artificio que la llevaba de vuelta hacia ningún lugar. Las cortinas de su casa le dijeron adiós desde la orilla.
 
Texto publicado en la Revista Óclesis número 3. 
 
 

3 comentarios:

  1. ¿Cómo es que se dio la creación de este texto? ¿tiene algún contexto claro para hacerse escribir? ¿de dónde viene la idea?

    ResponderEliminar
  2. Quizà las respuestas a dicho proceso estén donde tus preguntas se generan, pues de igual forma te pregunto ¿dónde nacen tus preguntas?

    ResponderEliminar