lunes, 6 de agosto de 2012

Mayo del 68 y el Segundo Sartre

Paco Echeverría
Óclesis


A partir del 2 de octubre pasado se iniciaron una serie de eventos conmemorativos que, como cada año, refrescan la memoria sobre los acontecimientos sucedidos en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en 1968, donde se presume extraoficialmente que centenares, o quizás miles de estudiantes, perdieron la vida bajo las balas de la ignominia gubernamental de aquella época. Cada año el sector académico principalmente se reúne en conferencias, charlas y foros a platicar los mismos testimonios, mistificando unos el movimiento, otros dejando ver ciertos claroscuros poco analizados en cuanto a la actividad de los líderes y ciertas “negociaciones” a trasmano con el mismo gobierno.

Tomada del sitio de imágenes de google

                Se dice que el movimiento estudiantil era una crisis generacional, o mejor dicho, una "toma de conciencia generacional", que ya se venía cocinando a fuego lento desde hacía tiempo contra el autoritarismo en todas sus variantes y en todos los niveles sociales. Pero en el caso mexicano dicho “despertar” era un derivado de aquel que había empezado el 3 de mayo de 1968 en la Universidad de Nanterre en Francia, el famoso “Mayo Francés”. Protesta estudiantil que pronto tomaría la forma de una revuelta sociocultural se propagaría por varios países: Alemania, Italia, Holanda, España, Gran Bretaña, Estados Unidos, incluso, como ya mencionamos, nuestro país, que a pesar de que muchos lo consideran como una coyuntura, no podemos negar que como fenómeno social trajo consigo colocar en la picota “la posibilidad de cambio”, levantar la voz contra la acción-represión de una sociedad desigualitaria, para nada solidaria, deshumanizada, enferma de estatismo y de costumbres religiosas, familiares, políticas o educativas castrantes (Aparatos Ideológicos del Estado según terminología de Louis Althusser).
                Sin embargo, la espontaneidad juvenil no sería la única protagonista de esta revolución derrotada, también grandes lumbreras intelectuales y académicas se unieron al grito contraconservador y tradicionalista. Sin duda, el contexto era idóneo, Europa estaba recobrándose plenamente de la Segunda Guerra Mundial facilitando una inédita época de prosperidad económica en su historia. La clase media postindustrial emergía con fuerza, y las generaciones jóvenes ya no habían vivido las privaciones de sus padres y abuelos. Gracias a esta atmósfera, nuevas corrientes filosóficas pulularon: el marxismo era reelaborado, se ejercitaba el consejismo, el situacionismo comenzaba a dar sus primeros pasos, la propuesta existencialista ganaba terreno; en fin, corrientes desde las que los estudiosos, dado el momento, tomaban distancia de la rígida y agotada centralización ideológica del comunismo soviético (Fernando Rodríguez Doval en www.yoinfluyo.com). Ahí tenemos a nuestro José Revueltas por ejemplo, quien durante la rebelión estudiantil no dudo un ápice en aprovechar la ocasión para discutir el papel del intelectual,  del político, del obrero y del estudiantado en los procesos revolucionarios, proponiendo una interesante reflexión sobre las formas de autogestión universitaria y su consecuente transformación académica.

Imagen tomada del sitio de imágenes de google

En la misma sintonía se encontraban numerosos intelectuales europeos y americanos, quienes también se sumaron a las acciones de la revuelta juvenil estudiantil —Herbert Marcuse, Andre Gorz, Ernest Mandel, Noam Chomsky, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Alí de Gortari, entre otros— mediante renovadas formas de pensamiento con sus escritos. Una de ellas sería, como ya lo dijimos, el existencialismo sartreano.
En efecto, la participación intelectual del filósofo y escritor Jean-Paul Sartre sería determinante en el Movimiento Estudiantil de Mayo del 68 francés, puesto que este personaje estaba pasando por una evolución de filósofo existencialista pasivo a filósofo activista y militante: el Segundo Sartre como se le conoce comúnmente.
Cabe recordar que después de la Segunda Guerra Mundial el existencialismo logró posicionarse como una filosofía de moda, gracias a los trabajos de Martin Heidegger y de Karl Jaspers, pero, lograría un lugar señero en la escena intelectual mundial bajo el sistema propuesto por Sartre, ya que representaba su vertiente más influyente: el existencialismo materialista, pesimista, frío y ateo; que a pesar de las diferencias con el de Søren Kieekeggard también goza de semejanzas esenciales.
En el caso sartreano, la primera etapa de este filósofo se caracterizó por la influencia recibida de Raymond Aron, Edmund Husserl y Heidegger, la cual se fundiría en trabajos que le dieron celebridad: “La nausée” (La náusea, 1938) y “L’Être et le Néant” (El ser y la nada, 1943). No obstante poco a poco Sartre irá abandonando la comodidad del pensamiento teórico especulativo por el compromiso político. Criticó la actitud de los escritores de antes de la guerra, su indiferencia ante la política, que ocultaba cierta complicidad. Atacó, en nombre de una moral de compromiso, la derecha tradicional, las fracciones moderadas salidas de la Resistencia, las concepciones del general De Gaulle y los rasgos fascistas de Norteamérica. A la vez, también ponía en el tamiz de la crítica al materialismo dialéctico, las falsificaciones del stalinismo y el “oportunismo” del Partido Comunista Francés. Esto trajo consigo que Sartre fuera acusado tanto por los comunistas, como por la Derecha, de ser “un pornográfico, un sepulturero y un falso profeta”.
                Pero ya en este camino, desde la dirección del diario “Libération”, Sartre recogió el espíritu de los ideales revolucionarios estudiantiles durante los hechos registrados en el célebre Mayo francés de 1968, convirtiéndose en prototipo del “intelectual comprometido” y rebelde en sentido amplio de la palabra, piedra de escándalo al rechazar tajantemente el codiciado Premio Nobel de Literatura que le había concedido la Academia Real de Suecia.
Imagen tomada del sitio de google imágenes
                Durante la rebelión Sartre dirige discursos, conferencias, anima mítines, manifestaciones, delegaciones, firma peticiones, distribuye panfletos y entabla diálogos —el más famoso fue el que sostuvo con Daniel Cohn-Bendit— respecto a la vanguardia política, sobre la toma de consciencia de la realidad y el análisis de los medios para cambiarla. En el escenario literario protestó contra los partidario de una literatura no “comprometida”, desconfiando de la inclinación literaria que atrae a los escritores, evidentemente amantes del lenguaje y enamorados de las palabras, hacia el hermetismo o las fórmulas brillantes que deslumbran sin alumbrar (como nos dice Bernard Gros).
En el campo educativo, Sartre manda al diablo a todo el cuerpo profesoral y sus arcaicas costumbres, que como bien sabemos, generalmente terminan por frenar la espontaneidad y la creatividad del estudiantado. Sartre actuaba como el hijo de esa clase y podía darse el lujo de rebelarse contra ella. Y lo hizo a través de la narrativa como medio de expresar su desagrado, su náusea, por quienes concebían la vida como algo serio, lleno de obligaciones, normas y valores.
Después del fracaso del movimiento estudiantil y la invasión de Checoslovaquia por los soviéticos, Sartre aboga por una política que, a diferencia de los partidos comunistas, no quede asfixiada por el centralismo democrático. Así, Sartre emprende una nueva militancia política, alineándose con los grupos contestatarios de la nueva extrema izquierda, desde donde levanta la voz contra los campos de concentración en la URSS, la intervención militar francesa, la carrera armamentista y la pena de muerte.
En 1970, se convirtió en director de “La cause du peuple” (La causa del pueblo), órgano maoísta perseguido muchas veces por el ministerio francés del interior. Más comprometido que nunca, Sartre dedica todo su tiempo a los debates y a su militancia que a la literatura. Sartre quiso conseguir con los maoístas lo que no consiguió con el Partido Comunista Francés.
Podemos concluir que con toda una vida de combates y de literatura a través de la lucidez, la impotencia a veces, la cólera y la fuerza, Sartre reflejó las rupturas y las generosidades de intelectuales y de estudiantes. Con respecto a ese gran movimiento estudiantil, en aquel también, gran año de 1968, concordamos con Sartre cuando dice: “Lo importante es que se haya producido cuando todo el mundo lo creía impensable y, si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir”. Lo que si es innegable que a partir de entonces, como muchos grupos filosófico-literarios poblanos lo afirman hoy, entre ellos “Óclesis”, que “el becerro de oro postmoderno había llegado para quedarse”. De ahí que otros tantos grupos se hayan mantenido a raya de mencionar, o de realizar un evento conmemorativo, sobre la matanza de estudiantes el octubre de 68, quizás pronto abandonen esa actitud pasiva y de complicidad contemplativa místico-tradicional. Pero todo llega en su momento.

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