miércoles, 22 de agosto de 2012


FILOSOFÍA-HISTORIA, PUNTO DE APOYO

ENTRE LA VERDAD Y EL ALMACÉN DE ERRORES

 
Por: Noé Cano Vargas

Óclesis

La metafísica y la gnoseología elaborada por José Ortega y Gasset no es un corpus sistemático, más bien se trata de un trabajo fragmentario divulgado principalmente en revistas y diarios de la época. En una primera etapa, en la que el pensador español se encontraba imbuido de neokantismo marburgiano, defendió una tendencia objetivista que llegaba a colocar por encima de la personas a las cosas mismas. Sin embargo, ya para 1914, su pensamiento daría un interesante giro hacia una dimensión más propia cuando afirma que la realidad radical es el encuentro del yo y las cosas. De ahí su tesis: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. El yo es inseparable de las cosas y sólo lo conocemos en su integridad, cuando lo descubrimos en relación con las cosas que nos rodean. Por ello, “la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre” (en Colomer, 1982, vol. XXX: 9444).

                Partiendo de lo anterior, la vida involucra cosas que hay que tomar en cuenta, el hombre y sus circunstancias son diferentes en cada caso; partiendo de lo factico, es decir, de un hecho cualquiera, las cosas que convergen en cada individuo lo encasillan a comportarse de cierta manera, es esa la actitud vital que proyecta en el mundo, sin embargo, cuando observamos el comportamiento del hombre, ¿cuál es el punto de apoyo que le permite actuar ante una situación determinada?
Imagen extríada de Google imégenes
En tiempos pasados, el punto de apoyo se encontraba en la filosofía y en la historia; la filosofía al estudiar los problemas fundamentales del hombre, lo hacía con el fin de establecer principios racionales que orientaran el conocimiento de la realidad y la forma de actuar con el mundo, pero este saber en el que convergen las cosas y el pensamiento humano, necesita, al evocar el pasado, de la historia, “Esa colaboración de meditaciones precedentes le sirven, cuando menos, para evitar todo error ya cometido, y da [a] la sucesión de los sistemas un carácter progresivo” (Ortega, 2002: 5).
Entonces para Ortega, la historia del hombre es también la historia de los errores que hemos cometido, pero eso no es lo relevante, sino la forma en que, por medio de la razón —aunque hoy la moda es hacerlo sin ayuda de ésta—, creamos estratégicamente artificios o “discursos para justificarlos”. En cierto sentido esto se refleja en la frase de Sófocles “Nada acontece en la vida de los mortales exento de desgracia” (en Shlain, 2000: 15); las desgracias son encubiertas mediante justificaciones elaboradas a través de discursos hechos por el individuo en afanoso anhelo de no volver a cometerlos, discursos para transformar nuevamente su realidad, para lanzarse hacia adelante, hacia el progreso; por eso la historia es reinterpretada por cada generación.

La historia, el discurso y su justificación será verídica y tratará de ser comprendida si se basa en razones de peso universal y no solo en motivos personales, las razones fundamentadas sin duda alguna se encuentra en el pasado, en la historia misma; por tomar una expresión popular, se dirá que “el que no oye consejos, no llega a viejo”; visto de otro modo, el que no contempla y aplica el amplio repertorio de conocimientos expresados en un lenguaje, ya sea oral o escrito, dejado por los ancestros que vivieron en espacio y tiempo antes que nosotros, se asemeja a la silueta de un barco a la deriva sin anclas ni astros que lo guíen a un puerto paradigmático, solo dejándose arrastrar por las velas en medio de los afanosos y volubles vientos de su propia época.

En estos tiempos —y en los que el mismo Ortega vive—, todo parece apuntar a que hemos perdido el punto de apoyo que coadyuva al hombre ha comprender su realidad, ya que “este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, [se entrega] dócil a todas las disciplinas llamadas ‘internacionales’” (Ortega, 2002b: 94); como borregos que necesitan ser llevados por algún camino, muchas personas viven sin cuestionar ni objetar, no hablan, no critican, no debaten, no discuten, al menos por las razones lógicas y supuestas, solo ven motivos, excusas y la justificación distorsiona los hechos a conveniencia, ese es el juego.
 
Imagen extraída de Google imágenes
El hastío, las presiones, los problemas, enmarcan la vitalidad humana hacia dos extremos: éxtasis o estado de frustración, siendo más acentuado el segundo debido a que en la actualidad sólo se percibe una actitud de estancamiento provocado por la bárbara exterioridad del mundo (post)moderno; sin historia y su vuelta al pasado, el individuo “[…] más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idola fori; carece de un ‘dentro’, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa [víctima de su propio discurso, Óclesis dixit]” por haber perdido su ancla con el pasado, por dejar de ver razones y exponer solo motivos, por dejar de ver en la historia su punto de apoyo (Ortega y Gasset, 2002: 94).

Podemos concluir diciendo que hacer filosofía es un regreso al origen de su tradición. Por eso el filósofo busca sumergirse en el origen de la filosofía, a fin de volver desde allí al presente. Cada sistema no es distinto del anterior, sino que en cierto modo es el anterior, porque lo conserva en la forma por los menos para evitar sus errores. De esta manera comienza la filosofía acumulando el pasado e integrándolo en cada innovación. La historia se revela a sí misma como progreso y no como mero cambio. Hasta el siglo XVIII, la historia de la filosofía no es la del pensamiento en progresión; el pasado se presenta como un almacén de errores, frente a los cuales la filosofía vigente entonces se levanta y contrapone como la verdad.

Aunque se diga que Ortega es un ingenuo que se empeñó en encarnar una alternativa moderada, civil y reformista, en momentos en que ésta no tenía la menor posibilidad de concretarse en la realidad española, no cabe la menor duda de que es uno de los más grandes filósofos españoles. Nació en 1883 y murió en 1955 en Madrid. Durante su niñez se crió en un ambiente literario y político. Estudio en el Colegio de los Jesuitas en Miraflores del Palo (Málaga), después en Deusto y luego en la Universidad de Madrid; se licenció en Filosofía y Letras en 1902 y se doctoró en 1904 con una tesis sobre Los terrores del año mil. De 1905 a 1907 estudió en Alemania, en las universidades de Leipzig, Berlín y sobre todo en Marburgo, donde fue discípulo de los neokantianos Cohen y Natorp.

Fue gran maestro de varias generaciones españolas e hispanoamericanas, sus tesis intelectuales aparecieron en un momento en que existía en España una inmensa preocupación por reconstruir su cultura y por abrirse a Europa.

 

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COLOMER, Eusebi (1982): “Ortega y Gasset (José)”, Gran Larousse Universal, vol. XXX, pp 9444-9446. Madrid: Plaza & Janés.

ORTEGA Y GASSET, José (2002): El tema de nuestro tiempo. México: Porrua.

____ Ortega y Gasset, J. (2002b): La rebelión de las masas . México: Porrúa.

SHLAIN, L. (2000). El alfabeto contra la diosa: El conflicto entre la palabra y la imagen, el poder masculino y el poder femenino. Madrid: Debate.

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