jueves, 16 de agosto de 2012

Las pasiones


Por: Isis Samaniego.

En menos de lo que dura la vigilia perpetrada por las pasiones, el vino o el amor, los fantasmas empiezan a materializarse. Se esconden en la orilla de un libro, pululan sobre el barro, amainan en un puñado de bocetos, se rigen en tonos multicolores, se vacían en plastilina; éstos son los sueños moldeados de Juan Soriano.
Animales fabulosos, aves de rapiña; las piezas de su último pero productivo periodo, se resuelven bajo esquemas aparentemente simples, mas, esta fauna pasaría desapercibida en un mundo de gigantes, no entre nosotros.
En soriano se aprecia la capacidad de llevar acabo sin cuestionamientos filosóficos, una jungla poblada de anhelos representados en aves, pájaros de buen o de mal agüero, que son en si la descripción fina de un momento. El moldeo de la utopía.
La singularidad y la sencillez de Juan Soriano y de su obra no es difícil de apreciar; los niños asoman la nariz sobre una cabeza de toro, las familias se sacan la foto para la posteridad del árbol genealógico.
La reacción del público frente a la obra monumental de Juan Soriano, en ciudades sin un perfil cultural, hacen que el transeúnte no aprecie la obra en su majestuosidad, viéndola como un elemento más de ornato en las plazas públicas. En este aspecto el capital cultural de los peatones se ve reducido por el impulso arrebatado de no ver más allá de las formas.
En realidad, comprender el arte depende del lenguaje crítico que el artista haya hecho de su realidad, del examen de su entorno o en su caso del contexto que le tocó vivir, tal vez de la pluma que le criticó o del ágora donde se hizo pública la fascinación que de la obra y del autor se haya hecho, de los envites materiales o simbólicos que en la obra se engendran, empero, no es; plegarse al placer de reducir o de destruir (como lo sugiere W.H. Genstein en su conferencia sobre ética, el empeño en comprender es sin duda en parte tributaria del placer de destruir los prejuicios y de la “seducción irresistible que ejercen las explicaciones del tipo”, “esto no es más que aquello” sobre todo a título de antídoto contra las complacencias fariseas del culto al arte. [1]
Es sencillamente mirar las cosas de frente y verlas como son. La obra monumental de Soriano es una extensión más de sus autorretratos, de lo gigante de sus pensamiento, de la libertad de su lenguaje; desarrollado en materiales que devienen para la posteridad: el bronce, la piedra, la arcilla que son la mezcla de sus artificios en el amor; esa obsesión  de todos y cada uno de los seres humanos.
En Soriano los sueños se prolongan hasta convertirlos en materia, la mezcla exacta de su visión del mundo, con la perspectiva como entorno y la habilidad de sus manos. Voluntad férrea que al final de sus días se apropia de sus sueños inasequibles para convertirlos en seres vivientes de su jungla personalísima. “Sin embargo, no es la voluntad el elemento capital de toda empresa, puesto que con ella se triunfa”[2]

En el trabajo de Juan Soriano se materializa la inocencia, cuestiona al transeúnte con obras de una neutralidad tal vez adversa, otras aceptables y deja al descubierto la intemporalidad de su arte. Los anhelos de definir su persona, la potencia de su trabajo como escultor: La materialidad es un camino que el arte contemporáneo no ha agotado.[3]
Soriano el niño, sostiene un monólogo en medio del matriarcado que le tocó vivir, dibuja  y  moldea  en plastilina  desde  temprana  edad; corre  tras  la  silueta  Martha, su
hermana favorita para dibujar las manos, el rostro y se pinta así mismo niño, joven, eterno.
Soriano pinta a Lupe Marín una y otra vez, hasta llegar a diecisiete y quedar complacido con los tonos y las formas, pinta desnudos de hombres que son censurados en las revistas de su tiempo, aunque su tiempo hoy también sea el suyo.
En lugares como Puebla y Tlaxcala donde se ha exhibido la obra monumental de Soriano, debería de haber un programa permanente de generación de público, a través de una agenda cultural apropiada al contexto de cada Estado, donde se incluya, por lo menos, una reseña de la vida del autor y charlas no tan académicas para los niños y los adolescentes, por personal capacitado en Historia del arte.
El arte debiera ser uno más de nuestros patrimonios más queridos, en el caso de Soriano, sus obras están a la vista de todos para admiración de pequeños y no tan pequeños, la obra de un artista se debería, por decreto, mostrar al público en general. El arte no debe ser sólo para admirarse en un museo, ni tampoco mostrarse sólo ante una élite y con una cuota, me permito diferir.



[1] Las Reglas del arte, Pierre Bourdie.
[2] L’ Educatión Sentimental, Paris, Gallimard.
[3] La tempestad, A decade of Sculture,Nicolas Cabral.

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