Por: Isis Samaniego.
En menos de lo que
dura la vigilia perpetrada por las pasiones, el vino o el amor, los fantasmas
empiezan a materializarse. Se esconden en la orilla de un libro, pululan sobre
el barro, amainan en un puñado de bocetos, se rigen en tonos multicolores, se
vacían en plastilina; éstos son los sueños moldeados de Juan Soriano.
Animales fabulosos,
aves de rapiña; las piezas de su último pero productivo periodo, se resuelven
bajo esquemas aparentemente simples, mas, esta fauna pasaría desapercibida en
un mundo de gigantes, no entre nosotros.
En soriano se
aprecia la capacidad de llevar acabo sin cuestionamientos filosóficos, una
jungla poblada de anhelos representados en aves, pájaros de buen o de mal
agüero, que son en si la descripción fina de un momento. El moldeo de la utopía.
La reacción del
público frente a la obra monumental de Juan Soriano, en ciudades sin un perfil
cultural, hacen que el transeúnte no aprecie la obra en su majestuosidad,
viéndola como un elemento más de ornato en las plazas públicas. En este aspecto
el capital cultural de los peatones se ve reducido por el impulso arrebatado de
no ver más allá de las formas.
En realidad,
comprender el arte depende del lenguaje crítico que el artista haya hecho de su
realidad, del examen de su entorno o en su caso del contexto que le tocó vivir,
tal vez de la pluma que le criticó o del ágora donde se hizo pública la
fascinación que de la obra y del autor se haya hecho, de los envites materiales
o simbólicos que en la obra se engendran, empero, no es; plegarse al placer de
reducir o de destruir (como lo sugiere W.H. Genstein en su conferencia sobre
ética, el empeño en comprender es sin duda en parte tributaria del placer de
destruir los prejuicios y de la “seducción irresistible que ejercen las
explicaciones del tipo”, “esto no es más que aquello” sobre todo a título de
antídoto contra las complacencias fariseas del culto al arte. [1]
Es sencillamente
mirar las cosas de frente y verlas como son. La obra monumental de Soriano es
una extensión más de sus autorretratos, de lo gigante de sus pensamiento, de la
libertad de su lenguaje; desarrollado en materiales que devienen para la
posteridad: el bronce, la piedra, la arcilla que son la mezcla de sus
artificios en el amor; esa obsesión de
todos y cada uno de los seres humanos.
En Soriano los
sueños se prolongan hasta convertirlos en materia, la mezcla exacta de su
visión del mundo, con la perspectiva como entorno y la habilidad de sus manos.
Voluntad férrea que al final de sus días se apropia de sus sueños inasequibles
para convertirlos en seres vivientes de su jungla personalísima. “Sin embargo,
no es la voluntad el elemento capital de toda empresa, puesto que con ella se
triunfa”[2]
En el trabajo de
Juan Soriano se materializa la inocencia, cuestiona al transeúnte con obras de
una neutralidad tal vez adversa, otras aceptables y deja al descubierto la
intemporalidad de su arte. Los anhelos de definir su persona, la potencia de su
trabajo como escultor: La materialidad es un camino que el arte contemporáneo
no ha agotado.[3]
Soriano el niño,
sostiene un monólogo en medio del matriarcado que le tocó vivir, dibuja y
moldea en plastilina desde
temprana edad; corre tras
la silueta Martha, su
hermana favorita
para dibujar las manos, el rostro y se pinta así mismo niño, joven, eterno.
Soriano pinta a
Lupe Marín una y otra vez, hasta llegar a diecisiete y quedar complacido con
los tonos y las formas, pinta desnudos de hombres que son censurados en las
revistas de su tiempo, aunque su tiempo hoy también sea el suyo.
En lugares como
Puebla y Tlaxcala donde se ha exhibido la obra monumental de Soriano, debería
de haber un programa permanente de generación de público, a través de una
agenda cultural apropiada al contexto de cada Estado, donde se incluya, por lo
menos, una reseña de la vida del autor y charlas no tan académicas para los
niños y los adolescentes, por personal capacitado en Historia del arte.
El arte debiera ser
uno más de nuestros patrimonios más queridos, en el caso de Soriano, sus obras
están a la vista de todos para admiración de pequeños y no tan pequeños, la
obra de un artista se debería, por decreto, mostrar al público en general. El
arte no debe ser sólo para admirarse en un museo, ni tampoco mostrarse sólo
ante una élite y con una cuota, me permito diferir.
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