Ikram
Antaki: una dama de academia
entre el desencanto de las utopías y neoartificios conceptuosos de una época en
que se nos precipitó el mundo*
Francisco
Hernández Echeverría
En algún punto perdido del Universo, cuyo resplandor se extiende a
innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales
inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquel el instante más mentiroso y
arrogante de la historia universal.
Ikram Antaki
1. Introducción.
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Tiene razón
Heriberto Yépez en decir que el gremio intelectual oficial ha forjado cierta
mitología, cuando afirma que la intelectualidad del país proviene
principalmente de la estética, es decir, de escritores, pintores y creadores. Y
aunque, ciertamente literatos o artistas como los Contemporáneos, Reyes, Rivera,
Paz, Fuentes o Monsiváis instalaron su preeminencia en las letras y el arte por
encima de otras disciplinas durante la primera mitad del siglo XX, fue la
inercia la que conservó su privilegio sobre las generaciones posteriores
(Yépez, 2011: 12).
Ciertamente, tal fue el ímpetu de dicha inercia que muchas disciplinas
fueron segregadas por los intelectuales literarios por considerarlas puramente
“académicas”, entre ellas, la Antropología, una disciplina que desde las
últimas décadas del siglo XX —según Yépez—
ha logrado superar en calidad, relevancia cultural e innovación a las
letras mexicanas y al arte, inclusive, tiene una tradición más antigua y fuerte
que la literaria, logrando posicionarse como “la rama intelectual primordial de
este país”.
Tal vez esta última consideración de Yépez se nos antoje exagerada, porque se
corre el riesgo, ahora, de postergar la literatura y no reconocer que también
ha formado parte de los procesos de configuración intelectual, artística y cultural
del país. Conviene más bien pensar que la influencia del contexto ha sido un
factor determinante, pues tanto el academicismo como la creación, han tenido
sus momentos históricos preclaros, aunque cabe reconocer que debido a la
coyuntura presente —que ya tendríamos que pensar en superarla— se ha
privilegiado más la orientación estética; pero volvemos a repetir, quizá se
deba al factor contexto.
Con base en estas razones, es necesario reconocer que dentro de los estudios
antropológicos y etnográficos han brillado con luz radiante legiones de
investigadores como Sahagún, Caso, López Austin, León Portilla, Johansson,
entre otros; y para el tema que hoy nos convoca nos ocuparemos de la inolvidable Ikram
Antaki, antropóloga, filósofa, lingüista y poetiza que supo compartir de la
manera más generosa el conocimiento recibido, utilizando como medios
magistrales la docencia,
el ensayo, el periodismo y programas de radio y televisión.
Su pensamiento y puntos de vista acérrimamente conservadores, clásicos,
llenos de particularidad —aunque muy bien sustentados en la mayoría de los
casos— dentro de un mundo denominado multipolar, relativista por estar desencantado
de las utopías y por lo tanto constructor de neoartificios conceptuosos,
terminarían por incomodar al sector oficialista de la intelectualidad del país,
tanto de derecha como de izquierda, cuya respuesta ha sido catalogarla como
simple divulgadora cultural, desatendiendo completamente que,
independientemente de estar o no de acuerdo con sus ideas, "defenderíamos
—como decía Voltaire— su sagrado derecho a expresarlas”.
2. Frente a una identidad que nos hace sentir que algo
falta.
La asombrosa capacidad de organización
y constante disciplina, hizo que Ikram Antaki configurara un selecto compendio de sabiduría
ancestral siria, alejandrina, grecolatina y occidental. Tal es la tesitura de su
obra, que una ocasión, antes de entrar al aire en alguno de sus programas de
radio, preguntó si era necesario bajar
el nivel del programa, supuestamente para ser entendido por más personas; la
respuesta fue un rotundo NO: “debería mantener su nivel y, de ser posible,
aumentarlo. Esto era posible por la capacidad de elaboración y presentación de
los materiales de la filósofa: siempre con afán de universalización, con idea
de cumplir su función de divulgación y con la mayor claridad posible. Siempre
pensando en sus diversos oyentes que van (en orden de
abajo hacia arriba) desde intelectuales hasta amas de casa” (en http://libreriavirtual.tripod.com/manual.htm).
Evidentemente el reto de
Antaki era la búsqueda persistente de un estilo claro en el lenguaje, capaz de exponer
impecables argumentaciones universalistas frente al enérgico cuestionamiento
que la postmodernidad o la tardomodernidad ejercía sobre los diversos saberes
heredados del espíritu humano.
En el campo de la filosofía la
escritora hace una tajante
acotación: “Cada quien escoge donde quiere ubicarse: en la tranquilidad del
borrego o en la madeja de preguntas de su dignidad de hombre”; quien han optado
por lo segundo recibe el nombre de filósofo o “profesional de
la inteligencia” cuya tarea vital es superar el divorcio entre la ciencia y las
humanidades —separación que surge en el Renacimiento, llega a su culmen en el
siglo XIX y últimamente es muy amparada en la escuela norteamericana—, de lo
contrario, su desarrollo profesional será muy pobre, pues tradicionalmente un
filósofo era también médico,, físico, astrónomo, jurista o ingeniero:
[…] si pensamos un poco más, nos damos cuenta que la gran filosofía no se
hace en los gabinetes filosóficos; hoy la gran filosofía se hace en los
laboratorios que trabajan genética, en los observatorios que estudian el cielo;
es decir, los astrofísicos. Los que estudian filosofía, si bien les va, se
transforman en maestros de filosofía, no más; no son filósofos. La gran
pregunta sobre el mundo no la hacen los filósofos, la hacen los científicos
(Antaki, 2001: 195).
Véase por ejemplo
el caso de Stephen Hawkings y Leonard Mlodinow, quienes ante preguntas como ¿de
dónde proviene todo? y ¿cómo es la realidad?, aseguran de manera contundente
que la filosofía ha muerto porque “no se ha mantenido al corriente de los
desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física” (Hawkings y
Mlodinow, 2010). Así que el filósofo debe retornar al origen, cuando tenían
conocimiento amplio de las cosas, tal como lo vemos en muchos nombres que
ilustran la historia.
Para Antaki, el ejercicio de la
Razón es una exigencia diaria, pero sin caer en una posición radical, ya que
también “la vida no se
hace por simple voluntad y decisiones. Se hace a menudo por azares”. En este
sentido, la doctora coincide con la perspectiva de Mauricio Beuchot (2010)
cuando afirma que “la razón y la intuición deben ir de la mano; ni recargarse
tanto a la razón dejando fuera al azar o a la intuición, ni tampoco apostar a
que todo es azar so pena de estar falto de argumentos razonables. Ambas
posiciones extremas no nos llevan a ninguna parte y no nos sirven de gran cosa”.
A
nivel epistemológico Antaki esboza algo revelador: “en algún punto perdido del
Universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una
vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento.
Fue aquel el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal” (en Hernández
Ceballos, 2007).
En efecto, es el instante donde a través de la palabra crea el artificio de
la episteme ceñida en un concepto
capaz de convertir al mismo hombre en víctima
de su propio discurso, en víctima de su propia palabra, de su propia episteme, en
ser lo que piensa que es (Óclesis, 2004), piedra angular desde donde la
humanidad construirá lo que entendemos como “cultura”: “todo aquello que no le
es dado al hombre por naturaleza, a saber, todo lo que tiene que implementar
para adaptarse a ese medio ambiente natural que lo rodea. Así, la cultura es el
ámbito de lo artificial, y es artificio desde los instrumentos más básicos
hasta las instituciones más complejas” (Mosterín, 1991): vivir en grupos, en
comunidades, el Estado, la razón, la religión, la política, la democracia, la
ciudadanía y la paz.
Pasando ahora al rubro de la historia, Antaki plantea que su motor
es la frivolidad, pero
una frivolidad con diferente sentido al
que generalmente pensamos. Así lo plantea en la entrevista que le hiciera Luis
Montes de Oca (1998):
La idea [de que el motor de la historia es la frivolidad] se me ocurrió de
una forma accidental. Estaba en París, veía la televisión; pasaban esa tarde
una serie que se llamaba “La mujer del diablo” y hablaban de Jenny Marx, la
esposa de Marx. En el capítulo que veía en ese momento, aparecía el período en
que estaban exiliados Jenny y Marx; se le muere el hijo recién nacido. Jenny,
que es de familia como Dios manda, rica; reducida a la miseria por la vida que
llevaba Marx está obligada a vender su platería o no sé qué para poder comprar
la caja para poner al bebé. Es decir, un momento de tragedia absoluta. Yo no
creo que haya en la vida de un ser humano peor tragedia que la muerte de un
hijo, peor que la muerte de uno es la muerte de un hijo. Se encuentran Marx y
Engels quien le empieza a decirle que qué terrible lo que pasó, que no sé qué,
y Marx le dice: sí, sí está muy mal y no sé qué; Engels le dice entonces: Y por
qué no buscas trabajo para ayudar a tu familia, y Marx le responde que acaba de
mandar una petición de trabajo a la Comisión de Luz, de trenes, de agua, pero
le contestaron que no, o lo que sea; pero dejemos estas cosas —replica Marx—,
escribí estas páginas anoche, déjame leértelas.
Es decir —continúa platicando Ikram Antaki— el que no
estaba haciendo relación con la tragedia, el que estaba haciendo prueba de la
más absoluta frivolidad, insensibilidad, alejamiento era Marx. Jenny estaba
hundida en la tragedia y, sin embargo, el que hizo obra fue Marx. ¿Cuándo se
hace obra?... Cuando se sale de la vida. En ese momento me di cuenta por qué
los hombres hacen obra y no las mujeres. Las mujeres se quedan hundidas en la
vida. Primero porque les dijeron que hay que estar hundidas en la vida.
Segundo... ¡no! Primero lo biológico, segundo les han dicho. Primero, lo
biológico. Tú puedes no ocuparte de tu hijo, yo no puedo no ocuparme de mi hijo
o, si tú no te ocupas de tu hijo, él puede sobrevivir. Yo, si no me ocupo de mi
hijo, no puede sobrevivir. Entonces hay una frivolidad biológica. Luego hay el
paso de la historia, la presión de la sociedad y... Todo lo que se agrega a la
biología y hace que los hombres sean los que hacen obra y no las mujeres. Es
decir, el cuento de que hubo grandes pintoras, grandes escritoras, grandes...
todo. Pero por qué no nos hablaron de ellas, es una mentira. Tomas una pareja
que estaba exactamente en el mismo nivel: dos filósofos, los mejores espíritus
de su tiempo, siglo XII, Abelardo y Eloísa. Los dos vivieron la tragedia, los
dos amaron, los dos fueron impedidos de amar, pero él siguió haciendo obra y
ella no.
– ¿Por qué Ikram cuando escribes esta parte de la vida de Marx en tu libro El Espíritu de Córdoba, no lo marcas
como Marx sino como...
– Como algo general —interrumpe Ikram.
– ¿Como un ser cualquiera?
– Lo que sea, lo que sea. Sí, por supuesto, estaba hablando de Maimónides y
Averroes y no puedo "enchufar" a Marx, del siglo XIX. Este es un
acomodo literario, perdonable, no es necesario que sea Marx más que en ese
sentido, te lo estoy contando para explicarte cómo llegué a esa idea, pero no
tiene la más mínima importancia porque puedes poner en lugar del nombre de Marx
cualquier otro nombre: André Malraux, Clara a su lado...
Clara fue una gran mujer, intelectual, culta... todo lo
que quieras. No hay obra por un lado, hay obra por el otro. Sistemáticamente,
el que logra zafarse de la vida (y la vida es tragedia), es el que hace obra. Y
digo en ese fragmento al cual tú te refieres: en plena guerra, entre los
muertos alrededor tuyo, te pones a escribir un poema. Bueno, qué tanta
insensibilidad debe tener uno para ponerse esos menesteres, cuando lo que la
ética dice es que dejes todo y auxilies o llores incluso, es válida la tragedia
aquí. Cuando te zafas, ya tomaste posición como ser frívolo. Como ves, no es el
asunto de la frivolidad en el sentido barato, es otra cosa; es otro nivel del
pensamiento.
–
¿Abstracción?
– Aún no termino, perdóname. No se trata solamente de hacer obra, se trata
de todo lo que “marca”, a nivel histórico. Toma el poder. El asunto del poder
no es ocuparse de cada quien, es administrar la generalidad. Un gran hombre de
Estado no es el bondadoso cura que dio su vida a todos los que tienen lepra o
peste, o están sin familia, o son pobres, y éste trata de resolver las
tragedias de cada quien día a día. No, el hombre de Estado no se ocupa de esto;
si se ocupara de ello no sería hombre de Estado, sería un santo y los hombres
de Estado no son santos. Los hombres de Estado se destacan de la realidad.
La larga cita
vale la pena porque nos conecta con las ideas que Antaki tenía con respecto al mundo
de la política, expuestas de manera sintética en su Manual del ciudadano contemporáneo. Aquí la doctora narra que la
humanidad después de decidir vivir en grupos, en comunidades, seguía teniendo
el problema de no ser capaz de dominar sus instintos, principalmente aquel de
dar muerte a hombres por otros hombres, por lo que tiene que inventar la razón,
la política, la democracia, la ciudadanía y la paz, en pocas palabras, vivir en Polis, para contrarrestar ese
estado natural, salvaje y caótico que siempre ha acompañado a la humanidad. De
ahí que la paz sea en cierto sentido una etapa social “rara”, fuera de lo
normal, pero tan deseada precisamente porque es efímera, como lo bello. Como
podemos observare, nuevamente creación de artificios.
Ahora bien pese a que la Polis se
toma como sinónimo de ciudad-estado, es decir un Estado autónomo constituido
por una ciudad y un pequeño territorio, técnicamente no son lo mismo. La
palabra “polis” también significa “comunidad” y —más específicamente— un “modo
de vida”, al cual están vinculados aspectos como la religión (cada polis tenía
sus propios dioses) y la educación (cada polis tenía su calendario, su moneda,
su gobierno y se cree que hasta su sistema de medida), es decir, un concepto
muy distinto que el de “ciudad-estado”, que sólo remite a una estructura de
orden político-económico. Las distingue la misma “diferencia” que existe, por
ejemplo, entre lo social y cultural (la polis) y lo institucional (la ciudad-estado). Así
que tomando el vocablo institucionalmente, nuestra autora considera que el Estado tiene miedo de aplicar la
ley porque teme ser un Estado represivo y al hacerlo nos enseña que las
acciones no tienen consecuencias, que los derechos no vienen con
responsabilidades, que no existe ningún contrato social, que impera la ley de
la selva.
Esta
será la razón por la cual “se acabo el Estado-padre y solo quedan
estados-madres que no amenazan a nadie, sino que seducen y amamantan; un
sistema de matriarcado en política, ejercido por hombres que se comportan como
nanas, que han sido escogidos por sus capacidades lecheras, sus pechos simbólicos”
(Antaki, 2000). Dicha deformación he hecho que civilizaciones bien apuntaladas
se hayan derrumbado: “El envejecimiento no es más que el triunfo parasitario
del tejido conjuntivo y de los fagocitos, sobre todos los demás; es decir: el
triunfo de los bárbaros. Esta es la historia de las civilizaciones que mueren
para dejar lugar a los bárbaros creadores de otras civilizaciones. El problema
es que, mientras se pulen y las crean, pasa un tiempo inmenso, que acumula los
crímenes, las destrucciones y los sufrimientos” (Ibíd.).
En el plano religioso, Antaki
más que creyente, se consideraba “dudante”, pues es cualidad racional poner
todo bajo la luz del escepticismo y la razón. Sin embargo como “la ciencia no
basta porque hay más angustia en esta tierra que todo lo que pueden contener
sus leyes y sus matemáticas, ahí es donde cabe el sentimiento religioso”
(Antaki en programa de radio El Ágora).
En relación con los
problemas del espíritu todo se acepta. Aventúrense cuanto puedan. Pero no se
aventuren en experiencias de los hombres porque los harán sufrir […] Somos el
único animal que no soporta la idea de la senectud. A los animales no humanos
les duele la muerte de los suyos, lo hemos visto con los perros, los elefantes,
con todos los animales. Pero ellos no inventaron religiones, es decir, la idea
de una vida después, la esperanza de una vida eterna. Los humanos no aguantamos
la senectud, es por eso que inventamos las religiones, los dioses y el mundo
después de la muerte. Somos un animal trágico que no soporta su situación (Antaki,
2001: 203).
No obstante, “en la necesidad de la
trascendencia, los no creyentes no estamos obligados a la fe, pero si a la
comprensión y a la composición, esta es una obligación para ambos, creyentes y
no creyentes, depende de la moral no depende de la religión, un científico sin comprensión y sin compasión
sería un monstruo” (Antaki en programa de radio El Ágora).
Preocupada
por las actitudes y conductas del ser humano, la Antaki antropóloga sigue las
huellas foucaultianas del papel constructivo que ha desempeñado la identidad en
el saber de la cultura occidental (Véase Foucault, 2008), para interpolarlo al caso
del mexicano y lo mexicano, no para mostrarnos la aséptica cara de ese México multiétnico,
multilingüe, multiprotocolar, multipatrimonial, sino para exponernos la
tragedia de una identidad dañada, producto de aquel violento “integracionismo”
que intentaron las élites pasadas (y presentes,
aunque en menor medida ahora). Esto explica la enorme cantidad de hijos “despadrados”
o con paternajes sumamente precarios (por ausencia), con madres que no podían
asumirse plenamente como concubinas (a diferencia de, por ejemplo, las amantes
europeas) dejando un déficit crónico en la formación de códigos morales e
intelectuales que consintieron por largo tiempo la formación de una cultura
“anti-aristotélica” en nuestro país: Aristóteles fue desterrado de México
(Antaki, 1996). Tal vez aquí se encuentre la explicación a nuestra habitual
lógica tercermundista, cuartomundista y atrasada en todos los sentidos, nuestro
desamor por la verdad y el conocimiento, preferir el “cantifleo” a la exactitud
y el rigor en la argumentación.
A la larga estas meditaciones le acarrearían a la
estudiosa el calificativo de severa, exagerada y obsesiva mujer “que
rebaja al mexicano a un subtipo en el límite de lo humano, con una incapacidad
congénita para el pensamiento aristotélico”. Sin embargo la intención de Antaki
será tener un punto de apoyo para comprender y combatir el equivoco e infértil “mito redentor” de mexicanos luchadores incomprendidos, por
medio del cual queremos explicar o justificar todos nuestros fenómenos por
medio de las derrotas, sin saber que los fenómenos eran anteriores a las mismas
derrotas (Antaki en Montes de Oca, 1998). Por eso debemos echar marcha atrás,
no para refugiarnos sino para buscar en la tumba antigua, el mito, pues “cada
civilización encuentra su identidad cuando un gran poeta compone su mito
fundador; y cuando en una sociedad, una censura borra una parte de la memoria,
hay crisis” (Antaki, 2001: 196).
Yo creo que por ahí debemos buscar porque
tenemos algunos códigos, cánones que todo el mundo sigue, pero que ya empiezan
a ser movidos. Se supone que el momento fundamental, el acto fundador es la
conquista: los buenos, los malos, los derrotados, los vencedores y... No es
exactamente así, no funcionan las cosas así. Apenas están empezando a decir que
algo en esta creencia canónica no es cierto. Hace unos meses escuché a Luis
González de Alba, decir: “no era posible que algunos pocos cientos de
españoles, incluso con caballos y cañones, les ganaran a varias decenas de
miles de indígenas. No es posible, lógicamente. A menos de que la mayoría de
los pueblos indígenas o gran parte de ellos, se aliaran con los españoles y no
solamente los tlaxcaltecas, sino la mayoría de ellos se aliaran con los
españoles en contra del pueblo que los sojuzgaba, que eran los aztecas”.
Es decir, la famosa derrota no ha sido la
derrota, era la victoria de indígenas y españoles en contra de los aztecas detestados,
y la Malinche no era ninguna Malinche, sino una pobre chica esclava que se alió
y agradeció y colaboró con su libertador, en contra de aquel que la había
esclavizado.
Es decir, nuestro acto fundador, como historia,
es una mentira. Es parte de la historia paralela. Quizá fue este el acto
fundador, no de la historia, sino de la realidad paralela. Empezamos con actos
fundadores mentirosos y sobre esto se construyeron cinco siglos ¡Qué bonito! Y
esto es lo que le enseñamos a la gente y seguimos enseñándole (Antaki en Montes
de Oca, 1998).
Esta cita es reveladora, pues
efectivamente a partir de un simplísimo y poderosísimo mito, todos los
mexicanos guardamos la esperanza de que volveremos a la libertad original, a
nuestra primitiva pureza, a una edad de oro de la que fuimos arrancados y a la
que anhelamos volver el Día de días (Véase Paz, 1992). Pero esto es exagerar es
hacer de México un país-mito y no un país real, capaz de aceptar que su
verdadera identidad “es el resultado de la mezcla de nuestra historia con
otras; por un lado lo que recibimos y por otro nuestra propia obra” (Celorio,
2010).
Entonces
se necesita de la mesura, del equilibrio, de la prudencia, tal como a
continuación lo plantea la filósofa:
Toda la historia de los hombres ha sido de esto, una búsqueda de las
medidas y los equilibrios, en el momento en que ceden ocurren grandes rupturas
en la historia. No puedes negar la capa arcaica. Todos los pueblos tienen su
capa arcaica, ni siquiera es deseable que se niegue. Los mitos cuando se
niegan, vuelven a surgir con una fuerza insospechada. Todo lo que es arcaico en
nosotros está aquí por debajo de nuestra modernidad. En el mismo hombre que
maneja una computadora, vive en Polanco, viaja dos veces al año; en este mismo
hombre está la capa arcaica, no sólo entre el país del siglo XII y el del siglo
XXI. En uno mismo caben los dos: el siglo XXI y el siglo XII. No es ni siquiera
deseable, repito, que se resuelva esta paradoja... la mesura se establece
finalmente por la necesidad. Las épocas en las que se hace historia normal, es
decir la secuencia diaria de la vida, son épocas de mesura. En el momento en
que gana uno de los dos, sea la capa absolutamente arcaica, sea la capa de
arriba, la que rechaza el arcaísmo, hay grandes rupturas de la historia.
Ejemplo: 1935 Alemania, el pueblo más culto, el más científico, el más artista
de Europa. Gana la capa arcaica (con pretensiones de modernidad). Resultado: el
racismo triunfa; resultado: la segunda guerra mundial. Sí, estas son las
grandes épocas de ruptura. Es decir, tragedias terribles. Algo de eso hay en el
aire. La actitud ética de un hombre que ama a su país, es tratar de establecer
la mesura. La gente ya lincha gente. Esas son rupturas que se generalizan, yo
no sé quien las va a parar ¿Qué haces con eso? Cuando vuelves a lo más animal
en nosotros, cuando la reacción es nada más que grandes iras (en Montes de Oca,
1998).
Según
Antaki, si nos comparamos con los educados en el Viejo
Mundo que hablan más de civilización,
aquí hablamos más de cultura.
Civilización es lo que
queda cuando se hace la evaluación entre pasado, presente y opción al futuro…
se le quitan los aprendizajes a un niño, se le agrega el sentimiento de
responsabilidad hacia el futuro, es decir, la generación, la actitud generacional
y se dice: “ésta es mi construcción” y eso es lo que se convierte en
Civilización [el sentido de la historia]. Las razas, lo que estudian los
antropólogos, los diferentes tipos de vestimentas de las tribus mexicanas, sus
costumbres, su música, sus tradiciones [las diferentes comidas regionales y las
fiestas], eso es Cultura […] El sentido de la historia es Civilización, la
finura humana es Civilización [lo demás] es Cultura. Hoy está ganando el lado
del mundo de las culturas, no el lado que habla de civilización; por eso la
frivolidad conceptual de los que hablan y confunden los dos conceptos. Dudo
mucho que los profesores de “humanidad” le vayan a enseñar [tanto a los alumnos
de humanidades como de otras profesiones] cómo ser hombres más completos, si no
saben manejar estos conceptos […] Lo único que van a lograr es aburrir [a los
alumnos] si no aprenden a ubicarse en el pensamiento (Antaki, 2001: 204).
Ante este panorama, es necesario
regresar a la civilidad, retomar nuevamente los hábitos de la urbanidad y el
civismo, pues es el colmo que llevamos años repitiendo como loros la famosa
frase de Juárez “El respeto al derecho ajeno es la paz”, pero no la hemos
entendido. Nos seguimos parando en doble fila, nos pasamos el semáforo en
amarillo, repetimos chismes sin fundamento por divertirnos y los medios de
comunicación aprovechan muy bien estas tendencias para enajenar a todo un
pueblo (véase como ejemplo los programas “Ventaneando”, “La Oreja”, o los
Talking Shows). Y será gracias a estos equívocos que tenemos la impresión de
estar viviendo nuevos tiempos de mentira: “en México
vivimos en un universo donde nada garantiza la primacía de la verdad en
relación con la mentira. Mentimos sin cesar. Esta pérdida de noción entre lo
verdadero y lo falso la encontramos no sólo en los cuadros, en los alebrijes,
sino en la vida real, en la prensa, en la política y en la justicia […]
El pueblo de México es un país que vive dentro de una relación con la realidad
que no es absolutamente verídica” (Antaki, 2001); quizá
sea esta la razón por la que nuestra literatura se ha regocijado en el campo de
“lo real fantástico” o “lo real maravilloso”.
No obstante la doctora reconoce que la mentira no es tan nueva, ni tampoco
exclusiva del pueblo mexicano: todos los países mienten, sobre todo los que
tienen mayor producción literaria, sin embargo en todos ellos la mentira se
deja para el campo artístico dejando intacto el contrato social necesario para
que el Estado funcione correctamente. En cambio en México la mentira, la
manipulación, la exageración, son parte de nuestro discurso diario, son parte
de nuestra cotidianidad, tanto por parte de los políticos como del pueblo en
general. Por eso los políticos pueden mentirnos tan descaradamente, porque
hablan como nosotros, son como nosotros, elegimos no a los mejores de entre la
chusma, sino a quienes más se nos parecen. Es más, el robo al erario público
por parte de la clase política no es tampoco un hábito exclusivamente nuestro,
lógicamente que meten mano a las arcas, pero con la diferencia quizás de que primero
trabajan y ven como mejorar el país y ya de salida roban algo, pero aquí roban
de entrada a salida y que el servicio al pueblo salga como pueda (citado por un
bloguero).
Antaki comenta que en
México existen dos actores que trabajan simultáneamente como no se ha visto en
otros países: la justicia y los medios de comunicación. “Este país es
extraño: las mismas leyes de la naturaleza parecen estar revertidas [...] Los
mexicanos no son pobres. Con una tierra como ésta, nadie es pobre. Su
particularidad ha sido inventar la injusticia antes que la pobreza [...]”, por
eso en México una de las instituciones sagradas es la justicia, a la sazón, “es
hipócrita hablar de acabar con la injusticia. Lo único que podemos hacer es
hablar de equidad: dar las posibilidades para que los hombres hagan las cosas
si es que pueden hacer las cosas” (Antaki, 1996). En cuanto a los medios de
comunicación, considera que por desgracia “nada pasa si no pasa por los medios
(de comunicación)”. Pero cuando la justicia se colude con los medios de
comunicación se convierte en un actor político que se proyecta hacia la
popularidad y la opinión pública haciendo que la mentira sea más cómoda si se
vuelve popular.
Es
curioso en Antaki el desprecio que siempre mostró hacia la izquierda,
principalmente contra la figura de Andrés Manuel López Obrador cuando éste
jugaba las elecciones para la jefatura de Gobierno del Distrito Federal en el
2000, donde según la escritora, los plebiscitos son un invento del fascismo
para justificar el uso de la fuerza y la rebelión por sobre la razón, las leyes
del Estado y de la política.
¿Acaso se dan cuenta los
habitantes del DF de lo que va a ser su vida durante los próximos tres o seis
años? ¿Acaso tienen idea del infierno que podría ser? Quien los va a gobernar
no es James Dean, sino un provinciano ignorante, violento y fanático. El
referendo fue históricamente el arma de los fascistas; a los demócratas les
basta con la aplicación del derecho. El referendo que daba el apoyo inicial al
candidato del PRD estaba destinado a amedrentar a los jueces, es la dictadura,
el terror del número ante cualquier circunstancia. La ley de la selva no es la
ley; un grupo de depredadores que deciden comerse al individuo débil y sólo no
necesita de la ley, les basta con la fuerza. Estas son las relaciones de fuerza
del universo pre-legal, y estas son las relaciones que nos esperan bajo el
próximo gobierno perredista. Cárdenas tenía las limitaciones que le imponía el
sueño presidencial: Andrés Manuel López Obrador no tendrá límites. No será el
valiente educador que se opondrá al pueblo si el pueblo yerra; para él, el
pueblo tiene la razón simplemente porque es pueblo, y diez tendrán
necesariamente más razón que dos o uno […].
El que
empieza su reino violando la ley que regía este reino, no será un gobernante
legal; será un golpista. ¿Por qué es que el DF insiste en darse este tipo de
gobierno? El mito de un DF culto y politizado, en comparación con un campo
ignorante y controlado por el PRI, es una de las grandes mentiras políticas que
vivimos. Existe algo peor que la ignorancia y es el saber poco. El ignorante
generalmente se sabe ignorante; el que sabe poco cree que sabe, y su
prepotencia lo lleva a cometer todos los errores. Esta ignorancia que se
esconde detrás de los temas del Fobaproa y demás retórica demagógica le hace
creer que sabe más y mejor que el campesino que piensa y vota de manera
diferente a la suya.
[…]
Estamos llegando a los tiempos fanáticos e inseguros; no es este el cambio con
el cual soñábamos. Este cambio no es un paso adelante; es un retroceso. Esa
atmósfera de intolerancia y de odio, de envidia, de maledicencia y de condena,
no es una alternancia normal. Nuestra izquierda no es el PSOE; ignora,
desprecia y viola la ley, además de considerarla como un instrumento de
burguesía.
La dura crítica antakiana colocaba a
López Obrador como líder mesiánico, producto de ese mito redentor analizado
precedentemente: “Es paradigmática la necesidad de la izquierda por
deificar a figuras paternas, ya sean represivas, tolerantes o mitológicas”.
Asimismo, y causa de escándalo mayor entre el gremio de la izquierda fue su escepticismo con respecto al movimiento estudiantil de 1968, pues
al igual que algunos recientes analistas políticos, Antaki considera que dicho
movimiento está más lleno de mitos que de realidades, o en su defecto, muy abrigado
de “pulsiones sacrificiales de ese México profundo”, pulsiones políticamente
correctas, como el de considerar exageradamente al movimiento como “parteaguas”
democrático: “después de la represión se interpretó que la transición hacia la
democracia era producto del 68” (Cota Meza, 2010: 15). Además la célebre doctora
ha sido de las pocas en destapar que “el detonador del movimiento de mayo del
68 francés [alentador de los demás movimientos estudiantiles] no fue el ideal
de justicia, sino la excitación sexual”. Los chicos no tenían derecho de
quedarse en los dormitorios de las chicas después de las diez de la noche. Por
esta razón nos pusimos a hablar de cambiar el mundo” (Antaki, 2000).
Siguiendo
esta lógica, la antropóloga resistió tenazmente caer en la tentación de
idolatrar al subcomandante Marcos durante el movimiento popular zapatista, de
reconocer que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tuvo cosas buenas y
que el gremio de intelectuales oficiales del país no
eran más que “los terroristas de México”.
3. De cara a una época en que se nos precipitó el mundo.
Ahora bien, ante la vorágine de la
postmodernidad la filósofa no pudo quedarse callada y también arremetió contra
ella con sus particulares críticas. Para Antaki, el
hombre de la vuelta del milenio de pronto se topó con un mundo de tal
complejidad que le hizo sentirse dentro de una época en que se le precipitaba
el mismo, haciéndolo incapaz de predecir algún futuro, debido a que la previsión de los
hechos futuros depende de factores múltiples y complejos. Por eso analizarlos hoy
es una tarea que se encuentra muy por encima de la capacidad del espíritu
humano. Es más, aunque la prospectiva se ha convertido en una actividad
profesional, en la cual se utilizan métodos científicos afinados por las matemáticas,
las mismas ciencias exactas se han quedado impávidas ante un mundo duro,
imprevisible y, quizás, absurdo (Antaki, 2001b: 111-115).
Puesto que cada
siglo reinterpreta el pasado y cada generación proyecta su visión del futuro,
hoy por hoy, nos es imposible prever y predecir los cambios sociales en el futuro, aunque paradójicamente contemos con
tantos medios para “predecir”. Entonces, Antaki recomienda —basándose en el “saber
es prever” de Augusto Compte— identificar
las grandes tendencias del siglo que comienza, no como si fuéramos
astrólogos o videntes, sino estableciendo una relación entre el pasado y el
futuro; es decir, hay que analizar las grandes tendencias que nos conectan con
el siglo XX. Para prever el futuro es imprescindible fundarse sobre el
conocimiento del pasado. Los eventos por venir están fuertemente ligados a los
hechos pasados. Sin embargo, nuestra autora señala que muy a menudo la
sociología ha incurrido en errores dogmáticos (pensemos en la sociología inspirada
en el materialismo histórico) que le han impedido darse cuenta de cual es el
papel que tiene respecto a su objeto de estudio: “[...] ninguna época ha sabido
prever los cambios importantes de la época siguiente. Éste fue el error de la
sociología, que elaboraba modelos dogmáticos. El sociólogo partía del dogma.
Pero su trabajo no es prever el futuro, cuando mucho es explicar la estructura
del presente de la sociedad, saber qué cambios se producen y tratar de explicar
por qué parece ir en esta dirección o aquélla” (Antaki, 2001b:113).
Si a lo
anteriormente expuesto le agregamos nuestros propios ingredientes culturales, se construirá una postmodernidad “a
la mexicana”; eso sin tomar en cuenta las palabras de Mauricio Beuchot (2010) de
que “aquí en México todo nos llega tarde y mal”. Entonces, estamos condenados a
un proyecto que nos ha obligado a aceptar la aceleración, la rapidez, la velocidad
de las mercancías en la vivencia diaria. Queremos ir rápido, consumiendo y
consumiendo, pero hay que entender y nos debe quedar claro —asegura Antaki— que
el hombre es lento; la tecnología es rápida, la ciencia es rápida, el humano es
increíblemente lento. Pero si el ímpetu que adquirimos es para ir al ritmo de
las mercancías, o mejor dicho, para perseguir la ilusión de la novedad
absoluta, Antaki nos dice que “jamás habrá novedad absoluta”, “el conocimiento
es conformista, no es revolucionario; posee cambios discretos, guardando el
criterio en el equilibrio. La fase innovadora debe siempre integrarse con la
parte conservadora” (Antaki, 2001: 200).
Ante la pérdida de la
memoria histórica, es común escuchar constantemente hoy la propuesta de vivir y
pensar en el “aquí y ahora”, sin razones de peso, sin dictados de la razón y
muchas otras cosas que “coartan” la espontaneidad de la vivencia. Pero
analicemos la siguiente cita:
Ser un urbanícola
progresista, escéptico y tecnológicamente desarrollado de principios del siglo
XXI me incapacitaba para tomar en consideración cualquier cosa que quedara
fuera de los cinco sentidos. En aquel momento, la vida para un todólogo como
yo, sólo era un complejo sistema de ideas redundantes en la mente para el cual
no existían manuales. Es decir, aquella tarde, yo era de los que creían que
vivir era aprender cada día a manejar tu propio e inestable espacio
aprovechando cada oportunidad de exprimir los pensamientos de los demás,
reordenarlos y darle coherencia propias sin posibilidad de asistir a cursillos
previos ni tiempo para pruebas y ensayos. La vida era lo que era y, además muy
corta, así que la mía consistía en mantenerme permanentemente ocupado, sin
pensar en nada que no tuviera que ver con lo que llevaba a cabo en cada
momento, sobre todo si, como entonces, lo que estaba haciendo era, entre otras
cosas, una confrontación con mi próxima calificación (Hernández Ceballos,
2007).
Es común escuchar “la vida es muy
corta”, pero Antaki asegura que “el animal no piensa en el tiempo, el hombre es
el que piensa en eso. Si el hombre ya no es capaz de ubicarse en el tiempo
largo, hay una división de su humanidad, hay un retroceso de la humanidad; se
crea esa subfilosofía para señoras, que dice: ‘Goza el momento, no pienses en
lo que puede pasar’; es una tontería y una degradación del humano. ¡Eso no es
filosofía! […]”(Antaki, 2001: 196). Quizá por eso, Antaki se oponía a las
vacuas conmemoraciones, pues “las conmemoraciones no son más que un espectáculo
de la memoria... y yo no cultivo espectáculos, ¡cultivo memoria!”.
También la antropóloga
rechaza la idea hoy muy común de que “nos reinventamos”, al asegurar que “uno
no recomienza su vida sin cesar. No se hace a los cincuenta lo que se hizo a
los veinte”.
Los postmodernos han desechado
los metalenguajes como proveedores de sentido a toda la realidad, ya que
suponen que han fracasado las grandes teorías históricas con sus pretensiones de
explicaciones globales. Por ende, han sustituido los criterios de la razón lógica que enjuicia y sentencia
las formas de conocimiento (sabiduría tradicional) por la simple doxa (opinión) por posiciones carentes
de sólidos argumentos. Antaki se quejará amargamente de este cambio
paradigmático: “Si la razón no tolera el peligro de la discusión, si exige el
consentimiento, entonces es una pobre razón”. Ergo, hoy vivimos bajo una
empobrecida razón.
Por lo tanto, durante sus
actividades radiofónicas, Antaki arengaba constantemente a hacer uso de la
lógica, de la razón, de lo contrario, la política y los medios de comunicación
aprovecharían esta carencia para ser ejercer sus actividades
irresponsablemente. El objetivo de los medios es vender sus productos, igual
que en todo el mundo, pero la gran diferencia es que en otros países la gente
es más exigente con la veracidad de la información que presentan. Un ejemplo es
la definición de verdad será la que quieran presentarnos los medios en
complicidad con los políticos corruptos. Pero no toda la culpa la tienen los
medios, si estos venden es gracias a nuestro apoyo implícito, porque es más
fácil estar de acuerdo con una versión popular, con la opinión general, con la doxa,
que cuestionar la veracidad y lógica de los eventos que escuchamos en la radio
o vemos principalmente en la televisión.
¡Y no cuestionamos! —dice
Antaki—, porque no sabemos defender nuestras ideas, por eso vamos con la opinión
general, y cuando no estamos de acuerdo insultamos en vez de argumentar. Somos
un pueblo apasionado y la pasión hace grandes obras pero no grandes verdades. El
pueblo mexicano solía pecar de dejadez y a esto le llamábamos tolerancia, ahora
nos volvimos más activos, pero como no tenemos ideas, entonces echamos mano de
nuestras creencias y nos volvemos militantes de actos de fe contra los actos de
fe de los que piensan diferente a nosotros. Entonces —pregunta Sarmiento a
Antaki— ¿[qué hacer] si no hay alguna manera en que podamos construir un
sentido crítico, si nos hemos acostumbrado a la mentira durante tanto tiempo? Y
la respuesta de Antaki es genial como siempre: la educación, yo necesito educar a la gente para que sepa pensar y ser
libre: “El hijo de una sociedad libre es libre por amamantamiento. ¿Cómo será
entonces el hijo de los siervos?” (Antaki, 1996). Por ello, en la vida de un
intelectual hay dos continentes:
[…] aquel en el cual no
tiene que rendir cuentas a nadie, ni siquiera tiene que preguntar si le
entienden o no quienes van a leerlo, ahí cabe la soledad de la propia
consciencia, así como la poesía, la novela y el ensayo y, el otro que consiste
en pagar las deudas para con el mundo en el cual vive, si ha tenido la inmensa
suerte de vivir entre los libros y las ideas tienen también el deber ético de
pagar, ahí cabe el trabajo de educación, de transmisión (en Palacios, 2000).
Para Antaki las dos instituciones básicas
de transmisión educativa son la familia y la escuela, sin ellas todo el resto
de la sociedad “truena”.
Nuestra época ha visto el
fin de la esperanza cristiana y luego el fin de la esperanza laica de un futuro
radiante [Me dirán: “la calidad de vida ha mejorado muchísimo” ¡Es cierto!] Hoy
hay más espíritus, más formados que antes. Desde este punto de vista, es
cierto, hay progreso, hay crecimiento cuantitativo de los posibles […] Hoy hay
una gran cantidad de individuos que acceden al conocimiento, lo que pasa es que
no nos dimos cuenta que el mayor peligro no es la ignorancia. El mayor peligro
es saber poco […] El ignorante sabe que esta fuera de la jugada […] el que sabe
poco, cree que sabe. Es aterrador porque ya no escucha, discute conmigo. No
puede discutir conmigo porque no somos iguales […] Hemos fallado en la
transmisión. Ya no transmitimos. Aquí hay uno que sabe y otro que no sabe y la
relación entre ambos no es de igualdad. No hay paridad entre ellos (Antaki,
2001: 202).
Bajo este argumento, la tan cacareada
democracia no tendría lugar en la familia ni en la escuela, porque la
democracia está basada en la paridad. “Si no hay paridad, no hay manera de
instituir razones democráticas. Aquí la relación se parece a la forma como se
firma un testamento: no hay reciprocidad. Yo doy, tú pones. No estoy esperando
que me des. Lanzo el testamento y me voy […]”.
Pero
esto sería calificado de conservadurismo, que ante un panorama postmoderno
equivaldría a autoritarismo, cosificación, razón instrumentalizada. Pero Antaki
tiene razones de peso para defender su postura, pues afirma que:
[…] las instituciones de
transmisión [familia y escuela] nunca son revolucionarias, son conservadoras y
deben seguir siendo así. Hay que recuperar la nobleza de la palabra
“conservador”. No es un insulto. Hay que conservar la literatura, el
conocimiento, lo que hemos logrado a lo largo de siglos. Uno sabe que tiene
cincuenta años, va a entregar al recién llegado a este mundo, al joven, lo que
no sabe. Esto es lo que hacen las dos instituciones de transmisión […] Existen
maestros que aún saben que la transmisión no es un proceso automático, sino un
drama cuyo resultado jamás se sabe de antemano. Enseñar consiste en tejer una
relación entre los vivos y los muertos, y esta relación puede romperse. Aquí no
soy ningún creador: simplemente quiero tener la gloria de ser un maestro; que
el papel del maestro es —si es que lo puede— dirigir los pasos y ahorrar algo
de fatiga y errores a los demás, ya que conoció antes que ellos el camino. […] (Antaki,
2001: 204).
Esto es ubicarse en los problemas
reales de la enseñanza. La educación ha fracasado en México también porque solo
es acumulación de datos, y para esto basta con comprarnos una enciclopedia: “Yo
tenía un profesor que me decía: no se necesitan los datos, se necesitan tres o
cuatro pertinentes. Ahora ¿quién dice cuáles son los datos pertinentes? No la
web. Yo, el profesor, te voy a enseñar cuáles son los tres o cuatro datos
pertinentes, te voy a enseñar a jerarquizarlos, porque los cuatro no son del
mismo nivel, eso tampoco lo hace la web, lo hace el profesor (Antaki, 2001:
202).
Ahora
bien, en la actualidad se habla abundantemente de educar en cómo ser líderes o
emprendedores.
Esto es muy importante y
lograble siempre y cuando se “supiera manejar, como Dios manda, los
instrumentos del pensamiento. No hay que ser un genio de la cibernética para
darse cuenta que ser líder no implica tomar clases de liderazgo [ya que] ninguna
escuela nos puede enseñar liderazgo; éste se ejerce, pues el que es líder, lo
es de forma natural. Los individuos reclaman criterios, jerarquías, nadie en su
vida profesional es capaz de construir criterios. ¿Quién va a imponer a un
Alejandro Magno, a sentarse a una “clasecita” para que un profesor le dé una
clase de liderazgo? Le pegaría, lo quitaría del camino y le diría: “yo no tengo
tiempo que perder”. Esto es exactamente al revés de lo que le están enseñando.
Se pueden aprender algunos trucos de gerencia, no liderazgo [,...] El líder
verdadero, se impone por la barbarie de su depredación. El deseo de ser líder
no viene de las “clasecitas”; eso jamás logrará hacer líderes. Somos animales.
El animal es depredador. De la depredación sale el liderazgo. La idea del poder
salió de la depredación y eso no tiene nada que ver con el género que quieran. Si
se dan cuenta, esas discusiones de que si las mujeres cuando llegan a los
puestos de alturas se portan peor que los hombres, son ciertas, pero no se
trata de género sexual, se trata de depredación. Eso es típico, es herencia que
nos dan, no son “clasesitas” (Antaki, 2001: 203-204).
Antaki siempre miró con reservas la Internet,
debido —entre otras cosas— a que el ciberespacio representa para los
internautas un factor aislacionista, anárquico y secuestrador de la privacidad.
Para ella, se debe tener moralidad frente a la web.
¡Con la fuerza de mi
internet, como antes había la fuerza de mi firma! Es así como piensa mucha
gente en relación con estos asuntos de tecnología avanzada. [Probablemente no
lo sabemos, o lo sabemos y se nos olvida tomarlo en cuenta], pero existe un
mundo fuera de internet, un mundo real con humanos reales. Por supuesto, este
mundo no es tan limpio y ordenado y liso como la pantalla, pero es, existe […]
En Siria no hay internet, tampoco modem. Mi hermano pidió permiso para ello
hace más de dos años. No hay. Siria es una dictadura. Así funcionan las
dictaduras. Es más, para tener un fax hay que pedir permiso. Lo dan
generalmente a la gente del sistema. Yo no pude en este último viaje mandar mis
artículos desde Damasco, porque no se puede. La gente que tiene fax cree que la
policía tiene forma de recibir el mismo fax en sus oficinas y checarlo, y los
faxes públicos se quedan con la copia, esta es la realidad. [Ahora estarán
pensando]: ¡pero qué atraso, qué horror! Estos mismos hombres, atrasados, sin
internet, sin modem, sin fax, cuando entran en las competencias internacionales
las ganan, porque llegan a tiempo cuando usted llega tarde. Porque en México
tenemos internet pero no tenemos sentido del tiempo. Ellos están atrasados
sobre nosotros al no tener internet y nosotros somos atrasados sobre el mundo
entero al no habernos dado cuenta que el tiempo se volvió el valor esencial en
el capitalismo. Además ganan los mercados porque cumplen con las exigencias de
control de calidad y nosotros no, es decir, que saben competir; y para colmo en
las negociaciones se hacen acompañar de un especialista en derecho mercantil y
derecho internacional, y a nosotros ni se nos ocurre, porque tampoco tenemos el
sentido de la ley. ¡Ah, pero tenemos internet! ¿Qué quiero decir con todo esto?
Quiero decir que el mundo no va tan rápido como se cree que va cuando se mira
únicamente a sus élites. Y quiero decir que es complejo. En el mundo, en cada
país y en cada hombre conviven lo arcaico y lo futurista, y la flexibilidad que
se necesita para manejar estas complejidades no está en Internet, está en la
inteligencia y en la sensibilidad de cada uno de nosotros (Antaki en Clement,
s.f.).
Además, bien visto es exceso de
información, almacenamiento que se atiborra en el cerebro y ya no nos permite pensar,
actuar, ni movernos porque atrofia nuestros filtros naturales, es decir, saber escoger,
seleccionar:
Hasta ahora la sociedad
técnicamente ha filtrado, en lugar de nosotros y a través de los manuales y las
enciclopedias puestas en la web, donde todo es saber, todo es información
posible, aún la menos pertinente está a nuestra disposición; la cuestión es
saber quién filtra. Imaginemos que estamos buscando información sobre el
cultivo del café y que quien infiere mi intención mediante un programa de
cómputo, me da la lista de 14 millones de sitios donde se utiliza la palabra
café, nuestra sociedad se prepara para tener una cabeza electrónica construida
sobre el modelo de la cabeza de “fons” (funes,
en sentido de diversión) el memorioso; así, la incapacidad de filtrar es la
incapacidad de discriminar. Entendemos que 14 millones de sitios son igual a
cero. No podemos escoger. Esta materia que contiene todo, es nada. Hemos
agrandado nuestra capacidad de acumulación de la memoria, pero aún no hemos encontrado
nuestro parámetro de filtración (Antaki, 2001: 197).
Ahora bien, muchos estudiantes y
profesionistas ven en la web un instrumento fidedigno de conocimiento, además
de ahorrarles mucho tiempo de estudio, situación que Antaki juzga de la
siguiente manera:
Necesito información y
busco en la web información increíble sobre Kant. Si tengo una buena capacidad
filosófica será fácil de eliminar a fanáticos, a idiotas, a sitios que producen
información que puede ser de nivel primario y mediante algunos porqués y para
qués, selecciono unos 10 sitios, porque tengo detrás de mí una vida de
estudios. Los demás, los inocentes que buscan en la web lo que hay que saber
sobre Kant, estarán más perdidos que el chico pueblerino quien, en la casa del
cura, sólo encuentra una vieja historia de la filosofía, escrita por un jesuita
del siglo XVIII (Ibíd: 198).
La gente ya no percibe la diferencia
entre una “realidad virtual” y una “realidad real”. Así como el planeta tuvo
millones de años para acostumbrarse a las construcciones de muchas especies
animales, nosotros cambiamos nuestras técnicas cada seis meses. Hay que saber
negociar. “Una sociedad debe determinar un cierto número de prohibiciones, que
son el resultado de largas negociaciones. El principio central de la negociación
es el realismo contra-actual: no son principios, son necesidades. El principio
central es éste” (Antaki, 2001: 201).
4. El precio a pagar.
Como podemos observar los motivos
antakianos son contundentes, directos, y por ende, cargados de altercación. Lo que lógicamente le hizo pagar un alto precio en el “medio intelectual mexicano”, tanto de derecha como de
izquierda; para los primeros simplemente es una traidora de clase, para
los segundos, una “ultraderechista”,
“ultrarreaccionaria”, “la voz más brillante del derechismo”, y quizás para los
que navegan en la desidia ideológica se trata de una “viejita amarguetas”, “espuria
doctora”, “presunta espía en México del dictador libio Muamar Khadafi” y
“defensora de la ‘modernización’ salinista pese a sus acciones prepotentes e injustas”.
Pero siendo
objetivos, definitivamente es absurdo pensar que Antaki fuera una mujer de izquierdas,
más bien su opción fue la derecha, pero no aquella “ultra”, sino la liberal,
aquella que creé en la
República moderna, el Estado laico, en el marco legal, en la democracia, en la
eficiencia empresarial y en la competencia mercantil. Sus aproximaciones por
tanto son “solamente antropológica” desde un riguroso
e implacable plano descriptivo, pero no por ello, carente de luminosidad
argumental bastante original y digna de ser leído:
Al no
simpatizar con el marxismo y no conocer mucho del psicoanálisis, Antaki no
consideró la complejidad en la relación entre las clases sociales mexicanas ni
las omnipresentes mutilaciones entre masculinidad y feminidad dentro de la
identidad y en la relación con la Otredad. Para analizar las características de
nuestra sociedad Ikram se ubicó varón. Publicó su libro El pueblo que no quería crecer con el pseudónimo: “Polibio de
Arcadia”. ¿Cómo podría advertir el profundo significado inconciente de nuestra
epistemofobia si ella misma se situó en la masculinidad mexicana desde su repudiada
identidad femenina árabe? Sólo desde el psicoanálisis se puede ir más allá de
lo descriptivo para hacer aproximaciones explicativas más o menos plausibles.
Al no contar con las herramientas para eso, la hermosa Ikram cayó en la
simplicidad del estereotipo y se aproximó a lo que tanto criticaba: el racismo
etnicista.
Entonces, podemos decir
que Antaki tuvo siempre una actitud de clase. Pero aún así, ¿cuál fue el gran
error de la erudita? Terminantemente fue intentar abrir los ojos de un pueblo que ha nacido enfermo
de ceguera y no acostumbrado a escuchar el punto de vista del otro; y tan es
así, que últimamente ha salido a colación la amistad personal que tenía
con Carlos Salinas de Gortari y ciertas oscuras alianzas que sostuvo con el
excanciller foxista Jorge Castañeda Gutman[1] por intermediación
de Joseph-Marie Córdoba (el presunto cerebro de varios asesinatos en México al
más alto nivel durante el salinismo). Asimismo, dichas relaciones han hecho
surgir suspicaces preguntas entorno a lo que realmente sucedió detrás de su
“extraña” muerte (Jalife Rahmne, 2010). Tal vez quien
pudiera proporcionar cierta orientación sea José Gutiérrez Vivó, pero a la
fecha sólo el silencio ha reinado.
4.
Una reservada dama de academia
Ikram Antaki nació en 1948 en Damasco,
Siria, se instaló en México en 1975, y al año se nacionalizó. Estudió literatura
comparada, antropología social y lingüística en la Universidad de París VII
Denis Diderot. Posteriormente concluyó un postgrado en etnología del mundo
árabe en la École Pratique des Hautes Études (Escuela Práctica de Altos
Estudios). Con gran éxito coordinó sus programas El Ágora!
y El Banquete de Platón que se
transmitieron por Radio Red.
Su obra El espíritu de Córdoba es una discusión
ficticia entre el filósofo árabe Averroes y el filósofo judío Maimónides sobre el
mundo, la matemática, la astronomía, la medicina, el derecho, la política y el
lugar de Dios. Tratando
de poner el claro sus ideas sobre el Estado, el ciudadano y sus deberes, Antaki
escribe El manual del ciudadano
contemporáneo:
Mi ambición es que este
libro no sea una lectura obligatoria, sino optativa. Soy lo suficientemente
realista para darme cuenta que un texto tan difícil como El pueblo que no quería crecer no puede estar en todas partes, pero
El manual del ciudadano contemporáneo
sí, pues no es un trabajo partidario, sino de historia, de reflexión y de
filosofía que dice, miren, este es el Estado, así surgió. Ahí están los 25
siglos de experiencia democrática […] Otra de mis aspiraciones es que sea un
libro masivo, quizá con este término entendamos libros baratos, demasiado
facilones, pero mi idea es que un libro serio y riguroso sea masivo, es un voto
de confianza, una apuesta por el país que escogí.
[…] Cómo hacer entender a la gente que se hace más país pagando los
impuestos que paseando una lata de chile en el bolsillo cuando se va a España o
a Francia o cómo hacerles entender que se hace más país obedeciendo las leyes
que envolviéndose en una bandera y gritando ¡Viva México cabrones!
De ahí
la necesidad de explicar qué es la ley, o por qué somos un país que no la ha
interiorizado; había que explicarles lo que es el derecho y como siendo la
décima potencia del mundo finalmente estamos todavía en un estado de selva en
muchos aspectos (Antaki en Palacios, 2000).
Y efectivamente, a pesar del alto
nivel intelectual del libro, Antaki se dirige de una manera muy didáctica y con
un lenguaje muy accesible y claro no sólo a profesores, padres de familia y
ciudadanos en general, sino de manera precisa hacia los estudiantes de nivel
secundaria, preparatoria, vocacional o equivalente, estudiantes que no podemos
pensar que “no entiendan” porque ya tratan ese tipo de temas en clase (por
ejemplo, Formación Cívica y Ética). Inclusive, El manual del ciudadano contemporáneo ha llegado a ser un material
de referencia hasta niveles de educación superior.
Después
de un exhausto ritmo de trabajo que se había autoimpuesto para terminar El manual del ciudadano contemporáneo, Antaki
murió prematuramente (¡a los 54 años!) el 31
de octubre de 2000 en la Ciudad de México, dejando tras de sí 29 libros
escritos y múltiples participaciones radiofónicas, en donde se muestra una “vida
poblada de infinitos, por el renombre inconcluso de su estampa […] por la genio
no entendida” (Ulloa, 2001).
Aunque no
pudiéramos estar de acuerdo con muchos de sus puntos de vista, es innegable que
acercarse a la lectura de
su obra es una invitación a investigar, pensar, escribir, educar y promover textos
imprescindibles de la cultura clásica entre los ciudadanos en general, por ser
indiscutible herencia cultural que México comparte con otros países de Europa y
de América principalmente.
Sin embargo,
esto no implica que incursionemos en los estudios clásicos de manera unívoca y
conservadora como quería Antaki (Conde Gaxiola, 2005: 28), sino generando
renovadas propuestas académicas que fusionen hasta donde sea posible los estudios
clásicos y los estudios culturales contemporáneos con el fin de ampliar y
promover seriamente trabajo intelectual y espacios de producción y formación
cultural, dicha seriedad tomará sentido si escuchamos la siguiente
recomendación que nos hace la doctora: “En
toda la literatura [así como en toda manifestación cultural] existen sólo dos
temas: lo que pasa afuera y lo que pasa adentro. Es decir: el mundo y el alma.
Y todos los temas serán finalmente parte de estos dos. Si logras juntar los dos
con maestría, serás partícipe de la literatura. Si no, siempre faltará algo”.
_________________________________
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JALIFE-RAHME, Alfredo (2010): “Castañeda Gutman; ¿De guerrillero a
narcolavador?”, en Atrévete a Cuestionar
(México), 28 de abril. Obtenido el 14 de agosto de 2010, desde: http://atreveteacuestionar.blogspot.com/feeds/posts/default?orderby=updated
YÉPEZ, Heriberto (2011): “El mejor libro del 2010 mexicano”. Milenio, Suplemento cultural “Laberinto”
(México), No. 395, 08 de enero, p. 12.
* El 31 de octubre de
2010 se cumplieron 10 años de la muerte de la filósofa Ikram Antaki y Óclesis, Víctimas del Artificio, no pudo
sentirse ajeno ante tal recordación, por lo que sus Jornadas Ocléticas de Febrero de 2011 se orientaron hacia la
profundización de la vida y obra de esta célebre mujer que dejó profunda huella
en la intelectualidad de nuestro país, huella que por indiferencia o por
prejuicio no ha tenido el debido reconocimiento a la fecha. En dichas jornadas
se utilizó como referente de análisis una recopilación de sus ideas más
relevantes, que es el presente trabajo que aquí se publica.
[1] Cuando en 1999 Ikram
se desvaneció víctima de una afección respiratoria fue trasladada al Hospital
Militar gracias a “un amigo poderoso”, cuyo nombre tenía ella anotado en una
libreta. Se presume que tal “amigo poderoso” era nada menos que Jorge Castañeda
Gutman, quien según algunas fuentes que exigen todavía el anonimato por temor a
las venganzas del excanciller foxista, a la muerte de la doctora quedó como albacea
o tutor legal de su hijo Maruán (Jalife-Rahme, 2010).
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