El
Absurdo como Transgresión de Llegar a Ser
Juan
Carlos Pérez Castro[1]
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Fuente de imagen: http://aescenateatro.net |
Cuando pensamos en nuestra vida, casi
siempre lo hacemos desde algún aspecto que parece verdaderamente banal, ya que
lo hacemos a partir de las vivencias más repetitivas de nuestro existir
(trabajar, estudiar, alimentarnos, relaciones de pareja, pagar las cuentas,
etc.). ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué damos tanta prioridad a los aspectos
más mundanos y simples de nuestra existencia olvidando aspectos más importantes,
situaciones de nuestra vida que verdaderamente nos ponen, cara a cara, con el
hecho que significa “vivir”?
Bien, por un lado,
debemos de reconocer que estamos en una sociedad de control la cual nos ha
alienado y enajenado de la circunstancia que significa la construcción de
nuestra vida. Pasamos horas frente a una “caja idiota”, observando y escuchando
cómo debemos de vestir, pensar, qué comer, en fin, un verdadero absurdo que nos
impide observar la existencia en su crudeza.
Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser
lógico hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) siguen así hasta
el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me
proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa:
¿hay una lógica hasta la muerte? (Albert Camus 1966).
Entonces, debemos observar que, para el hombre, el sentido y el
significado de la muerte puede ser una confrontación con su límite, pero
también se le manifiesta, en el momento en que se vuelve consciente de la
pregunta por la muerte, su estado más enajenado, pues intentará por todos los
medios eludir esta pregunta como si, con esta evasión, pudiera evitar el
desenlace al que se encuentra sometido desde el momento de su nacimiento.
El aspecto cuasi patológico con que algunos se refieren a la muerte, nos
invita a pensar en una sociedad verdaderamente alterada, donde la propensión de
adquirir más bienes, más servicios sin que ellos sean verdaderamente
necesarios, nos permite formularnos la cuestión: ¿es tan terrible la existencia
humana que se busca evadir su confrontación real? ¿El hombre de nuestra época
ya no puede encararse ante “su” existencia en condiciones de responsabilidad?
Por supuesto, sabemos que un gran número de personas se ha negado a erigirse
como portadores de su libertad, que la responsabilidad en nuestra época es algo
que desearía evitarse; sin embargo, en el momento en que hacemos uso de la
palabra (sea oral o escrita), tomamos una condición que intenta emancipar de la
falsa ilusión de nuestro acontecer actual. Así, Albert Camus dirá:
“toda interrogación, toda palabra, es rebelión, mientras que en el mundo de lo
sagrado toda palabra es acción de gracias” (“El hombre rebelde”, 1986, Madrid, Alianza-Losada, p. 29).
Entonces, la palabra nos significa una manera de desalienar la
condición de evasión, evocándonos a un encuentro con el otro y aceptando la
condición de nuestra existencia no como un llegar a ser, tampoco como “algo”
cerrado, ya finalizado, sino como un constructo existencial que deviene y se
transforma a cada instante, en cada momento y por el cual el sentido de
fatalidad se vuelve en un absurdo si no se encara de acuerdo con su libertad y,
por ende, con su responsabilidad.
En suma, podemos pensar que los sentimientos de derrota, de angustia
existencial nos provocarían una condición absurda ante nuestra existencia, pero
no debemos olvidar que estos sentimientos forman parte del constructo que
significa “vivir”, y, por ello, nos muestran una nueva consideración frente a
nuestra existencia, pero mostrándonos siempre que no hay una sola vía en
nuestro camino.
En
el apego de un hombre a su vida hay algo más fuerte que todas las miserias del
mundo. El juicio del cuerpo equivale al del espíritu y el cuerpo retrocede ante
el aniquilamiento. Adquirimos la costumbre de vivir antes que la de pensar. En
la carrera que nos precipita cada día un poco más hacia la muerte, el cuerpo
conserva una delantera irreparable (Albert Camus, "El mito de Sisifo",
2004, Losada, Buenos Aires).
[1] Sobre el autor: Estudiante de la
carrera de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla.