José Emilio Pacheco: cuando el principio
del placer juega su última batalla
Por: Francisco Hernández Echeverría
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Fuente de imagen: http://educonedu-zaynes56.blogspot.mx/2011/05/las-batallas-en-el-desierto.html |
Otro
grande de las letras se va, dejando un enorme hueco difícil de llenar por la
hondura de su trayectoria y el peso que su humana presencia ejerció durante su
andar terrenal. Mi primer acercamiento a José Emilio Pacheco lo tuve a mediados
de la década de 1980, en los años de secundaria, cuando una nueva generación de
profesores, específicamente los que impartían la materia de “Lectura y Redacción”,
incluyeron en la práctica de la asignatura a escritores que llamaban
contemporáneos, y sobre todo “vivos”, destinados a convertirse en clásicos nos
decían entusiastamente. Fue tal la influencia de aquellos profesores, que
pasando el tiempo, estos escritores fueron anidando en nuestro interior como
autores familiares, íntimos, indispensables para aprehender y comprender posteriormente
nuestras propias transformaciones en el ámbito personal, nacional y mundial.
La
Generación de los 50, también llamada
Generación de medio siglo, estuvo
integrada por un grupo de escritores que podríamos llamar “de coyuntura”, puesto
que presenció el paso de un México añejo, que todavía mostraba frescas sus
cicatrices que la había dejado la lucha revolucionaria, a una nación industrializada
a marchas forzadas y empujada hacia esa modernidad “liberal” que se encargaría
de dilatar y radicalizar posteriormente las desigualdades sociales, la
corrupción y la oscura interrelación entre política y crimen organizado. Sin
embargo, la cara México ya era otra, la de una nación en plena emergencia, con cambios
e innovaciones que acercaba por primera vez, aunque tímidamente, a la clase
media con la seductora posibilidad de los nuevos consumos.
En este contexto nacería la
excepcional visión de José Emilio Pacheco, cuyo papel ha sido central en la
escena literaria mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Desde su juventud ya
era considerado una figura central de su generación. En 1973 gana el Premio
Xavier Villaurrutia por la novela El principio
del placer. El 17 de junio de 1980 publica, bajo la forma de “cuento”, su
magistral nouvelle Las batallas en el
desierto en el suplemento “Sábado” de Unomásuno.
Colaboraría
con Gabriel Zaid para editar la poesía de José Carlos Becerra. Una ocasión comentando
sobre Carlos Monsiváis, dijo que: “[él]
paseó en su derredor lo que en inglés llaman red herring, es decir, una pista falsa que desorienta a los
rastreadores. Se hizo pasar por desorganizado y caótico y, todo lo contrario,
es de una disciplina brutal y una capacidad de trabajo sobrehumana. De otra
manera no se entiende lo mucho y lo bien que ha escrito”.
El
viernes 24 de enero de 2014
había terminado
de escribir su “Inventario” (columna semanal para la revista Proceso), dedicado
a su amigo Juan Gelman, cuando un tropiezo con una hilera de libros en su estudio le dejó un golpe
en la cabeza. Sin embargo ese accidente doméstico “menor” lo
conduciría el sábado a ser
internado en terapia intensiva del Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición
“Salvador Zubirán”. Desde ese momento su hija Laura Emilia, fue el único lazo
con la prensa para informar paso a paso sobre su salud. El primer parte médico
lo señalaba como “estable, pero delicado”. Murió el domingo 26 de
enero de un paro cardiorrespiratorio, “tranquilo, en paz y en la raya, como él
hubiera querido”, en palabras de su hija Laura Emilia.
La
vasta obra de José Emilio Pacheco abarca los géneros más diversos de la
actividad literaria: la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, la traducción,
el periodismo cultural, la edición y el guionismo cinematográfico.
Pacheco
consideraba el castellano como una fuente de riqueza única, esencial, directa,
que invirtió del mejor modo posible en los dieciséis poemarios (entre ellos la
antología del 2009 que reúne casi toda su obra), en sus dos novelas (Morirás lejos y Las batallas en el desierto) y en los seis volúmenes de esplendidos
relatos, entre los que destacan, El
principio del placer.
Ana
Clavel nos comenta que para Pacheco
escribir era “el cuento de nunca acabar y la tarea de Sísifo. Paul Valéry
acertó: No hay obras acabadas, sólo obras abandonadas”. Su inconfundible letra
—simétrica y marcial, como un caligrama chino—, semeja los viejos tipos de
imprenta. Una caligrafía para desafiar al tiempo, porque Pacheco era un obsesionado
con el paso del tiempo, con la falta de memoria, con la devastación que el
hombre inflige a la tierra, con la situación del país, la extrema violencia, la
indiferencia ante la pobreza nacional y mundial, la angustia y soledad por la
que está pasando la juventud, asuntos que le harían decir, durante su discurso
de aceptación recibido el Premio Cervantes en 2009: “Por momentos me siento
afín a Páladas, el poeta de Alejandría que vio derrumbarse su propio mundo y
contempló el triunfo del cristianismo contra lo que había sido por mucho tiempo
griego y romano”.
No
obstante, esta especie de pesimismo que lo haría verse, según Carvallo, como un
hombre “discreto, sabio y un poco triste”, jamás fue obstáculo para ejercer
constante y sutilmente la ironía, así como la capacidad de interpretar, relacionar
y comprender los cambios del país, tal como lo podemos apreciar de manera
fehaciente en su icónica noveleta Las
batallas en el desierto, verdadera piedra angular de la literatura
mexicana.
Las batallas en el desierto es
el retrato irónico, afectivo y temerario de una nación y una sociedad en rápida
y turbulenta mutación a través del fino filtro que produce los ojos de un niño
de doce años enamorado de la madre de uno de sus amigos. Un amor imposible que
desata la desazón de los protagonistas al grado de convertirse en un terror
cotidiano que preferirían creer como una fantasmagoría, un mal sueño. No
obstante, la historia también recrea otros aspectos como la corrupción social y
política, el ingreso de México a la modernidad y la desaparición de ese mundo
tradicional y el rescate de la cultura popular manifestada en las memorias
individuales y colectivas de una ciudad, testimoniando así, las
transformaciones de nuestras vidas y nuestra historia sin nostalgia y como una
implacable denuncia.
Para
Ana Clavel, Las batallas en el desierto
abre las puertas “a una literatura deslumbrante y perfecta”, capaz de asombrar por
su aparente sencillez y por su estructura compleja, que tiende lazos para una
variedad de lecturas múltiples y diferentes, y para una complicidad que hermana
para siempre al lector con el autor. Ha sido reeditada unas 40 veces y ha
inspirado la realización de un filme, Mariana,
Mariana, un cómic, una canción del conjunto de rock alternativo Café Tacuba
y una dramatización, ha siso también publicada en otras partes del mundo
hispano y se ha traducido al inglés, francés, alemán, italiano, ruso, japonés y
griego.
Estamos
de acuerdo con Sergio Pitol cuando dice que “la obra de Pacheco se ha
convertido en una fuerte columna de las literaturas de nuestra lengua. Su
prestigio es internacional. Sus seguidores y sus estudiosos componen ejércitos.
¿Quién no se ha enriquecido con sus traducciones y variaciones de poemas
procedentes de las más inesperadas latitudes?”.
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