domingo, 6 de agosto de 2017

Carlita

Por: Leo Zepeda.



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Tenía exactamente 27 minutos sentado en ese puto sofá, era color vino, muy lindo y posiblemente muy caro pero muy incomodo. Tenía una cita, nada especial, esperaba a una mujer con la que tenía 9 meses saliendo, ella era blanca, delgada, muy elegante con ojos verdes y labios rojos, yo al contrario con mi facha de mal viviente como siempre. Nunca he tenido el buen hábito de ser una persona puntual; sin embargo, por azares del destino, ese día había llegado muy temprano a nuestra cita, debe ser porque olvidé servirle comida y agua a Pedra, Pedra es mi gata una maldita mal agradecida como todos los gatos.
Carla, así se llamaba mi novia, había decidido el lugar al cual iríamos, era un bar nuevo, de esos hipsters muy lindos pero nada prácticos y muy caros, el lugar se llamaba “The End”, en general no me molestaba el nombre, me daba igual pero debo aceptar que era un buen nombre. Lo que me molestaba del lugar era la gente, progresistas seudointelectuales de izquierda, en su mayoría jóvenes blancos y bien vestidos, ninguno de ellos tenía idea de nada en realidad, aunque bueno, nadie la tiene; lo único rescatable de ese lugar, por no decir muy rescatable, era el espacio en la barra para charlar y conocer gente, también las mujeres, no vi a ninguna fea en el tiempo que estuve ahí, hasta las gordas y las deformes parecían muy atractivas, debe ser la ropa, el dinero hace a cualquiera atractivo.
En la mesa continua a la mía había una pareja con un niño pequeño, de unos 3 años y un dálmata muy educado, el bastardo daba las gracias con una reverencia cuando le daban alguna galleta o algo así. Él era alto, en realidad muy atractivo con una melena rubia y barbón, era como Jesucristo solo que más guapo y sin clavos en las manos, ella era morena, tenía un cuerpo hermoso, no de esos cuerpos delgados con cintura pequeña y gran trasero que tanto me gustan, tampoco era una mujer grande con grandes piernas y senos, creo que era un punto medio, me encantó supongo que porque nunca había estado con una mujer así, tenia labios grandes y rojos, unos ojos negros profundos y unas piernas largas y bronceadas que no podía dejar de ver.
Me imaginé por largo rato sus piernas morenas y largas rodeando mi cintura mientras la penetraba y escuchaba su dulce voz gimiendo, tuve una erección y justo cuando iba a terminar llego Carlita. Traía un pantalón de mezclilla a la cintura, sus Vans negros y una blusa blanca, corta, que mostraba su abdomen marcado y su hermoso culo, sí ella era de esas delgadas que tanto me encantan. Lo que hablé ese día con Carla no es importante, nunca era importante lo que hablábamos, lo único bueno de esa relación era el sexo, sus olores, sus texturas el color de sus pezones y su tamaño, la forma de sus tetas y sus nalgas, su voz al gemir, como se movía, todo me encantaba de ella, y a ella debía encantarle algo de mí, por eso nuestra conexión al coger era como si nos amaramos, pero sólo amábamos cogernos, y eso estaba bien por mí.
Pedimos una chela, un tarro chelado y un club sándwich cada quien, Carla hablaba y hablaba, yo no le ponía atención pero no le importaba, ella seguía hablando; “Entonces esa pendeja no me quiere pagar… Me gustó mucho esa parte… estaba muy cansada pero igual me levanté… te quiero”, es lo único que logré escuchar de ella. Después de casi una hora empecé a ponerle atención, no a sus palabras, a ella. Estaba sentada muy sexy, con las piernas cruzadas, como de lado y con el codo recargado en su rodilla mientras con su mano metía y sacaba un popote a su boca como jugando, sus ojos no veían la mesa ni su comida ni a mí, ella seguía hablando y hablando mientras dirigía su mirada al Jesucristo hermoso de la mesa de junto, estaba tan embobada con él que ni se dio cuenta de que yo los miraba, el también la miraba, y cuando la morena hermosa se distraía él le sonreía a la puta de mi novia, no sé si ella se dio cuenta pero yo sí. Empecé a preguntarme si podría yo, un hombre normal con gustos y pasatiempos normales, feo, bueno no feo, normal pero pobre, podría competir con Jesucristo por la atención de una mujer, no de Carla o de su esposa, de una mujer, lo pensé demasiado evaluando cosas, como que tal vez puedo ser muy listo y el guapo pero estúpido, o que tal vez tengo el pene más grande que él y demás estupideces, en realidad sólo buscaba cómo otorgarme puntos, yo sabía que estaba perdido. Decidí dejarlo de lado, en realidad yo era indiferente a Carla y su atracción por otros hombres, ella aunque hermosa como cualquier modelo, no me interesaba mas allá del sexo así que no sentí celos y dejé que ellos siguieran con su jugueteo sin hacer nada, tal vez podrían sacar algo bueno de esto.
Carla seguía hablando y coqueteando, yo empecé a poner atención en otras cosas, como en los focos del lugar que eran protegidos por jaulas para pájaros, o en la mesera y el tatuaje de una vagina que tenía en el brazo izquierdo, siempre he sido bueno fijándome en pendejadas, de repente fijé mi mirada en esa linda morena esposa de Jesucristo y en su pequeñito hijo mulato, el estaba feliz, jugaba con una pelota mientras su madre le daba algo de comer en la boca, sonreía y miraba a su madre con toda la admiración del mundo. Por alguna extraña razón sentí muchos celos del niño en ese momento y no por estar recargado en los hermosos senos de su madre ni tampoco por la fácil vida que seguro le espera, sino por esa tranquilidad que irradiaba, se veía tan seguro de sí mismo, tan pleno, sonreía por todo y a todos y todos lo veían con mucha ternura, me pregunté si yo alguna vez habré sido así, si habré tenido esa chispa, no lo sé, supongo que no, siempre he sido un miserable que pasa el día pensando estupideces sin más sentido que el descontento propio. Pasaron diez minutos, me llené de un sentimiento horrible, como de opresión mientras el niño era más y más pleno, yo me sentía llorar, quería salir y respirar aire, interrumpí la estúpida charla de Carla.
-Voy al baño.
Ella asintió con la cabeza, caminé hacia el baño, oriné, me lavé la cara y hui de ese maldito bar, caminé por las calles, era temprano, había luz aún, vi mujeres hermosas y sus nalgas, cuando llegué a mi casa, me senté en mi escritorio viejo y desordenado y escribí un cuento sobre un petirrojo y su extraña necesidad por morir, lo titulé “paloma” solo así logré sacarme ese sentimiento horrible del pecho.
Cuatro días después recibí una llamada de Carla, me reclamó por abandonarla en ese bar, por dejarla con la cuenta y por no llamarla para disculparme, yo no dije nada, en realidad me sentía muy bien sin ella; sin embargo, al escuchar su respiración agitada y sus gritos en el teléfono tuve una erección, ya con el asunto duro no podía dejarla ir, le dije que moría de celos porque ella pasó toda la tarde coqueteando con ese Jesucristo hermoso, le dije que yo la amaba de una manera tan profunda y perfecta que el sentimiento era digno de un relato de Benedetti, su enojo se convirtió en compasión, me pidió disculpas mil veces, me dijo que no volvería a pasar y que se sintió muy mal por eso porque me amaba. Una hora después llegó a mi casa, con un six de tecate y comida china, traía una tanga roja con encaje y una blusa negra, ¡cómo amaba cogerme a Carlita!, tuvimos sexo ese día y muchos más, y siempre fue hermoso.

Tiempo después me contó que la morena se dio cuenta del coqueteo y le tiro a ella un vaso de agua de limón helado sobre el rostro para después golpear a Jesucristo, sólo pude pensar en lo mucho que me gusta el agua de limón. 

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