El
compadre Mendoza: representación del mexicano nefasto
Por: Román
Esaú Ocotitla Huerta[1]
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Fuente de imagen: http://sitioexpresodemedianoche.blogspot.mx |
En
el cuento de El compadre Mendoza se
relata una historia quizás típica de un mexicano adinerado, engendrado de una
herencia, astucia y capacidad en los negocios. Esta última cuestión se potenció
en México a partir del pensamiento moderno, en donde el tema central -que aún
persiste- giraba en torno al desarrollo social, económico y político que
llevaría al país a otro nivel de vida que Estados Unidos –principalmente-, presumía
mediante la industrialización y el discurso progresista que terminó por
penetrarse en el imaginario de la sociedad contemporánea occidental. Para ello,
Nora Pérez-Rayón (1999) explica la modernidad como sigue:
La modernidad se
traducía en el terreno concreto de la salud; en el de la construcción de
grandes obras públicas de utilidad y ornato; en el campo de la eficiencia
militar; en el desarrollo de las comunicaciones por aire y tierra; en el culto
a la estadística y en la necesidad de reglamentaciones jurídicas; en el
descubrimiento del hombre, de sus orígenes y sus potencialidades; en el
desarrollo de las ciencias naturales (…). Eso y mucho más era la modernidad
para cualquier lector de El
Imparcial o el Diario del Hogar,
periódicos de amplia circulación cualquier día de 1900. La modernidad era
sinónimo en este imaginario social de progreso material, civilización y cultura
(p. 44).
No
obstante, dichas nociones se mantuvieron lejanas durante la revolución mexicana,
pues entre movimientos armados, constantes batallas e ideologías distintas y
preponderantes, el progreso de México se veía lejano. A pesar de aquel panorama
complicado, muchos hombres lograron obtener provecho económico, político y
social del complejo entorno en el que la gran mayoría del pueblo mexicano se
vio apretado.
Entonces,
¿por qué Rosalío Mendoza, personaje principal del cuento, es una representación
nefasta del mexicano? Parecería una pregunta fácil de contestar, pues tan sólo
con leer algún fragmento de la obra, podríamos imaginar a algún empresario
actual y su proceder dentro de la sociedad. Sin embargo, la creación de un
personaje como El compadre Mendoza surgió, por un lado, a raíz de resaltar la
figura del mexicano que se estaba formando durante las primeras décadas del siglo XX. Y por otro
lado, la historia de vida de este personaje tiene sentido debido a su situación
económica favorable, que dan lugar a determinadas formas de interrelación con
los bandos en conflicto: la gente de Zapata y los del Gobierno. Estas formas se
traducen en signos de hipocresía, cinismo y corrupción.
Con
respecto a la hipocresía del mexicano, Rodolfo Usigli en Anatomía del mexicano (2005) escribe al respecto:
A la gran mentira colectiva de todos los tiempos-la esperanza- se suma entonces en los caminos de la revolución un procedimiento destinado a inflar, a decorar y a publicar las mentiras individuales. Este procedimiento es viejo y sus raíces se hunden en la antigüedad griega. Me refiero a la demagogia (…) La demagogia no es otra cosa que la hipocresía mexicana sistematizada en la política (p. 135).
Si
pensamos en la demagogia como una de las más grandes estrategias que ha
funcionado en la vida no sólo política del mexicano, sino de su cotidianidad,
se sumarían las prácticas y expresiones que conducen a pensar que “el mentir es
el único camino que conduce al éxito, al poder y a la riqueza”. Y aunque
parezca descarado, se manifiesta de alguna u otra forma en la realidad de
muchas personas que en busca de satisfacer sus vidas “sin sentido”, buscan el
dinero como vía hacia la felicidad y todas sus implicaciones…todo ello
basándose siempre en el decoro de las palabras.
Cuando
se habla de aquellas características perniciosas del mexicano, es indicado
hablar de un elemento primordial en la cultura mexicana, como lo es la
identidad. De este concepto, Roger Bartra (1992) menciona lo siguiente:
La cultura nacionalista y revolucionaria, que durante decenios ha predominado en México, estableció sólidas redes legitimadoras que aseguraron la continuidad del sistema político mexicano. Pero estas redes culturales no sólo excluyeron las formas democráticas, sino que además estimularon el culto a una mexicanidad melancólica que se convirtió en el complemento natural del "importamadrismo" empresarial y laboral, así como de la corrupción oficial (p.60).
¿Será
acaso que dichos comportamientos de Rosalío Mendoza- y del mexicano actual
también-, están supeditadas al sistema político y a las implicaciones
culturales y económicas? Quizás una de las respuestas la escribe Carlos
Monsiváis en Anatomía del mexicano (2005):
Desde el siglo
XIX, lo básico, para la mentalidad derechista, no es la nación, sino aquello
que contiene y permite a la nación: la familia, último guardián de los valores
morales y eclesiásticos. Y de la familia se desprende la Empresa, el culto al
esfuerzo individual que prolonga el sentido de lo familiar en el mundo de las
transacciones (…) A la izquierda nacionalista (…) le es muy importante el
debate de la identidad nacional, a la que se les encomienda resistir hasta lo
último el arrasamiento imperialista de valores y materias primas (p. 296).
En
el pensamiento de identidad nacional que se expresa en el sistema político,
parece que ha estado más presente la mentalidad derechista, sobre todo por la
cuestión de los valores. Y alejado de ello, está la izquierda nacionalista –que
se ha observado como simples ideales que nunca se materializan y se quedan en
anhelos de transformación-. Empero, a la par, el ámbito social estaba
resaltando algo distinto en el período de la Revolución, como lo menciona Elsa
Cecilia Frost en Anatomía del mexicano
(2005): “La revolución de 1910 trajo un nuevo cambio. Desde entonces el
indígena deja de ser una alteridad para convertirse en lo más radicalmente
nuestro, biológica y espiritualmente” (p. 272). Y concluye de la siguiente
forma: “la posición que el mexicano medio ha adoptado frente a su historia y su
cultura: o criollo, conservador e hispanista, o mestizo, liberal e indigenista”
(Cecilia, 2005, p. 272).
Aunado
a lo expuesto por Monsiváis y Cecilia, puedo considerar que Rosalío Mendoza es
entonces la hipocresía hecha mexicano, pues sus comportamientos parecen permear
todos los caminos socioculturales que se generaron en su contexto histórico,
mientras que se mantiene alejada la reflexión sobre la situación de su entorno.
Sin duda alguna, lo que más le preocupaba era lo propio: el dinero, su familia
y su integridad.
A
pesar de la relación que mantuvo con Felipe Nieto –uno de los generales del
Ejército Zapatista-, Rosalío Mendoza no fue capaz de prescindir de la realidad
política y económica que lo afectaban. Su cinismo y egoísmo se hicieron
presentes para sacar a relucir al mexicano que muchos desenmascaramos en
nuestras actividades y relaciones cotidianas, y que se ha gestado desde hace
varias décadas. Ello no quiere decir que el mexicano siempre actúe de esas
formas, pero si analizamos y reflexionamos los acontecimientos contextuales de
la Revolución y el sentimiento de identidad, estas prácticas, ideas y
comportamientos tuvieron su lugar en el mexicano contemporáneo. Y con respecto
a una noción de identidad, alejada de las ideas de la política que me pregunté
con anterioridad, Carlos Monsiváis (2005) menciona algo relevante:
La “identidad
fue lo conseguido gracias a la imitación y el contagio, las reglas de juego de
la convivencia forzada y de la reproducción fiel (hata donde esto era posible,
nunca demasiado) de las costumbres atribuidas a los amos. Cambiaban los
gobernantes, y persistía el entusiasmo por el valor básico, no el propuesto por
el Estado y santificado o maldecido por la Iglesia, sino por lo que contiene (realidades, ilusiones,
abstracciones, fantasmagorías) la palabra mexicano, para unos, el gentilicio
de que ufanarse; para otros, designación peyorativa (p. 298).
En
conclusión, considero que la exposición del Compadre Mendoza en el libro de
Mauricio Magdaleno es una clara imagen del mexicano que actúa basándose en su
“instinto de supervivencia” para lograr sus objetivos más egoístas, en donde
siempre se mantiene al margen de la preocupación comunal y del momento
histórico que le toca vivir. No es menester del mexicano la reflexión profunda
de la realidad que está ante sus ojos, y mucho menos cuando se trata de
observar el mundo con ojos predispuestos hacia el manejo del dinero y de las
relaciones para conseguirlo. El deseo de alcanzar la modernidad en este país siempre
impulsó al mexicano a perseguir el cúmulo de ideas que de ésta derivan para
lograr por fin lo que más ha deseado… pero nunca se mencionó que en dichos
intentos se encontraba la corrupción, el egoísmo y la hipocresía como escudos
para evadir la cruda realidad que México ha tenido impregnado dentro de sí desde
hace tanto tiempo.
Bibliografía:
-Bartra.
R. (2005). Anatomía del mexicano.
México: Debolsillo.
-Magdaleno,
M. (2003). Cuentos completos. México:
Lectorum.
-Pérez-Rayón,
N. (1999) México 1900: la modernidad en el cambio de siglo. La mitificación de
la ciencia, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. E-journal, núm. 18. Recuperado el 28 de
mayo de 2017, de http://www.revistas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/3012/2568
-Universidad
Nacional Autónoma de México. (1992). Coloquio
de Invierno. Los Grandes Cambios de Nuestro Tiempo: La Situación Internacional,
América Latina y México. México: Fondo de Cultura Económica.
[1] El autor es estudiante de
Comunicación en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la BUAP y colaborador
de Óclesis, Víctimas del Artificio.
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