Los años en la Vida
Por Oscar O. Chávez Rodríguez[1]
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Fuente de imagen: http://www.actitudfem.com |
La vida se mide en
años, no porque tal sea su medida, sino por un convencionalismo y utilidad
social. Se puede hablar, se ha hablado –atendiendo a ello–, de los buenos años,
los años dorados, aquellos que han dejado su huella en una sonrisa perenne, en
un sentirse a gusto; también se ha hablado de esas otras épocas (años) en las
cuales lo aciago, no lo triste sino la tristeza y lo lamentable se imponen,
dejando su impronta en el tiempo que tarda en retomar un cauce a la medida de
la existencia, permitiéndole retomar sus pasos, andar nuevamente una senda.
Años cuya evocación nos alerta de los posibles extravíos, a esto hay que
endilgar la frase según la cual “el tiempo lo cura todo”, no es que lo cure, es
sólo que se le asume como aprendizaje, experiencia en la cual el propio sujeto,
el ser tan falible llamado humano, logra una transparencia desde la cual
observa, mira su propio vivir. Ya esto dará alguna luz a propósito de esos
seres que viven en las sombras, quizás sea más atinado decir: penumbras,
incapaces de ascender –ascensión siempre será– allí donde la claridad se
extiende, abarcando amplias escenas de la existencia, generando estancias para
el propio vivir, el singular, el de uno. Sombra adensada, pesada que nubla la conciencia
y confunde la razón, extraviando, además, la pasión o llevándola, al menos, a
un querer estar acompañada; empecinamiento que se vuelve imagen de otra vida
que provoca el simple precipitarse del tiempo, su deslizarse –y con él uno–
hacia un abismo de lo no vivido porque lo memorable –los años– está ausente.
Los
años, un año…. A las claras: la temporalidad constitutiva del ser humano en la
cual, no sin esfuerzo, logra reconocerse y habitarse plenamente –aunque no
definitivamente ya que somos abierta interrogación, indeterminada presencia–,
consiguiendo, al par, que la sonrisa torne en tiempo constante, en duración
existencial que nos hace ingresar a la vida, a nuestra vida desde la cual
aprendemos –en el tiempo– que la felicidad es posible.
Temporalidad
y soñar (se) que se vuelven bisagras que unen nuestra alma con la quietud,
permitiendo la emergencia de lugares para la existencia que no son otra cosa
que el tomar nuestra vida a nuestra cuenta, sin necesidad de asideros, de
tablas de salvación a la medida de nuestro desamparo. El tiempo salva porque
los sueños nos hacen intimar con nuestra soledad, porque vamos hilvanando
lugares –Espacios y lugares– en los que resplandece nuestra vida en libertad.
Libertad
en primerísima persona que permite adentrarse en la niebla, en la espesura de
una existencia inesperada, luego el recuerdo, las memorias y todas las voces
que se hacen silencio externo para volverse charla interior, para habitarnos en
el alma, en el lugar desde el cual brota el suspiro.
“El
cuerpo, cárcel del alma” escribió algún filósofo –por voluntad, aunque en
esencia poeta–, sin darse cuenta la gravísima condición que su sentencia
revelaba, sin lograr precisar las consecuencias que traería su empecinarse en
la razón, no en lo inmediato, ciertamente, pues habría que esperar el
impostergable caminar histórico del ser humano y con él la emergencia de una
insatisfacción con la razón. Instalado en el mundo de las Formas el hombre
parecía sentirse pleno, haber alcanzado alguna plenitud que, sin embargo, sería
puesta en entredicho cuando el suspiro se hacía más intenso, reclamando su
propio espacio, su horizonte existencial exclusivo y no por una apetencia o
simple rebeldía, sino por un sofocarse del alma que buscaba liberarse.
Cuerpo–cárcel que no pudo contener, evitar o encerrar el suspiro que liberaba
el alma. Alma en libertad que no buscaba enseñorearse, sino descender a los
espacios de la vida, aquellos abandonados en favor de la razón, y construir
lugares a la medida de ella, la recién liberada.
Suspiro
vuelto una caricia ingenua, con ingenuidad y ternura. Caricia en tercera
persona que nos toca cada mañana cuando le recordamos, cuando su nombre emerge
en el pecho y se esconde en los labios tornándose en sonrisa. Nombre, tu
nombre, un nombre, mil nombres... ¡la sonrisa permanece! Y al pasar del tiempo
o con el tiempo, la emergencia de un jardín pleno, con sus rincones poblados de
recuerdos, con sus fuentes insomnes y en total armonía:
“Jardín
cerrado al tiempo
y
al uso de los hombres.
Intacta,
libre,
en
generoso desorden
su
materia vegetal
invade
avenidas y fuentes…
Allí,
tal vez,
cierta
nocturna sombra
de
humedad y asombro
diga
de un nombre,
un
simple nombre…”[2]
Allí habita la
existencia, la sonrisa, el nombre. El alma en camino de reconocerse plenamente,
al punto de adentrarse en la niebla para volverse recuerdo de un momento de
plenitud, de incandescente pasión y amor sincero... Luego una sonrisa de
gratitud por haber coincido, por haberse habitado mutuamente. Cerrarse del
jardín, cumplida curvatura del tiempo que deja de pesar y permite seguir en el
camino.
Nos abandona, entonces,
el tiempo, nos deja en la ausencia de uno mismo, de ella, de todo aquello que
en su resplandor constituyó nuestra sonrisa, sostuvo la mirada.... Nos abandona
el tiempo, nos hace derramar lágrimas de nostalgia, suspiros desganados, al
punto del cesar. Luego, en la ajenidad del tiempo, en un reclinarse de la
existencia la emergencia de una vereda, apenas una tímida senda en cuyo
horizonte despunta la casa del recuerdo, hacia ella encamino mi vida, triste y
ajena, buscando encontrar entre la memoria vuelta imágenes un detalle, un
boceto de tu mirada tan llena de mi presencia... Nada aparece, sólo nostalgia
de ti, intención de mí....
[1] Licenciado en Filosofía y Economía,
Maestro en Ciencias Políticas, estudios realizados en la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla, México, institución en la cual se desempeña como
Profesor–investigador adscrito a la Facultad de Economía; actualmente realiza
estudios de Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad
Iberoamericana, Cd. de México. Es colaborador activo en Óclesis.
[2] Álvaro Mutis. Lied en Creta IV
(fragmento). Summa de Maqroll el gaviero.
La verdadera libertad del ser ocurre cuando el espíritu rompe las cadenas del tiempo y de lo relacionado al plano físico...
ResponderEliminarMagnífica aportación!