¿Qué
capacidad tiene un niño / chico para decidir qué debe aprender? Si el alumno es
el cliente, entonces lo que se debe buscar es la satisfacción del alumno, o lo
que es lo mismo, más patio, más juegos, menos obligaciones… La formación está
inscrita en la educación (Jorge Pereiro, 2005).
La cultura de la mercancía va modificando nuestros valores, la
conciencia de lo que somos y aun la memoria de lo que fuimos, así como los
límites de lo que definimos como posible y deseable. Hemos perdido aquel
antiguo sentido de lo trágico que nos había legado Grecia, con sus mitos,
dioses y pasiones. Y ya no sabemos disfrutar de las puestas del sol porque son,
todavía, gratuitas (Latapí, 2007).
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Fuente de imagen: https://davidpavoncuellar.wordpress.com/ |
Buenas
tardes compañeros profesores, alumnos, público en general y colegas con
comparten conmigo la mesa en este hermoso Paraninfo de nuestra máxima casa de
estudios del Estado. Quiero comenzar con un agradecimiento, tanto personal como
por parte del colectivo “Óclesis. Víctimas del Artificio”, a la Dirección
General de Difusión Cultural por su atenta invitación a participar en este
trascendental foro. Mencionando de manera especial al Mtro. Daniel Alcántara
por el ahínco que siempre le ha caracterizado para promover el debate académico
y la necesaria expresión plural enmarcada bajo el sello del pensamiento
crítico.
El
modesto trabajo que aquí presentamos tiene la intención de examinar cómo la
misión de la Universidad Pública, otrora autónoma, con un animoso propósito popular
y de ejercicio de la crítica, un buen día amaneció arrojada a los brazos de la
lógica de mercado, ahogando la capacidad ideológica e intelectual de los
estudiantes, y en el peor de los casos, de los mismos docentes. Asimismo nos
apoyaremos para el análisis en algunas tesis sociológicas de teórico marxista
italiano Antonio Gramsci, para comprender más o menos esta dramática mutación.
Es
común en nuestros días, a nivel nacional como mundial, la tendencia a discutir
y analizar en diferentes espacios académicos la necesidad que tiene la
universidad, tanto pública como privada, de incorporar más activamente su
misión a las exigencias laborales de la empresa, so pena de anquilosarse
peligrosamente, de carecer de rentabilidad y por tanto, de perder recursos
económicos por falta de proyectos “productivos”. Por desgracia, esta línea ha
difundido la idea de que así se garantiza que la educación tenga “valor”, es
decir, que los estudiantes reciban una educación conforme a las exigencias del
mercado.
La
lógica de este razonamiento ha provocado que muchas universidades, sobre todo
privadas, concentren sus esfuerzos en “elevar” su calidad educativa
incorporando en sus planes de estudio la mirada de empresa sobre la valoración
del conocimiento. Es aquí donde surge un primer problema, dado que la empresa
responde a sus intereses, intereses que pueden ser cambiantes, pues bailan al
son que les toque los requerimientos del mercado, que no es otra cosa que la caprichosa oferta y demanda de
los clientes. Esta es la razón por la que la mayoría de bibliografía
empresarial actual se encuentra muy enfocada hacia la “administración del
cambio”, pues con la apertura de los mercados internacionales hacia
nuestros productos y servicios —no sólo privados— mediante tratados de libre
comercio, nos ha sumergido cada vez más en una competencia comercial con el
exterior, sin dejar de tener en cuenta el mercado doméstico.
Se ha
puesto a la enseñanza superior fuera del control del Estado y a merced de las
leyes del mercado global, por lo cual, encarrilados en una época de
cambio rápido y acelerado que tiene lugar en muchas áreas, la adaptación es la
impronta. La misión de las Instituciones de Educación Superior más que
preocuparse por generar un pensamiento crítico en los estudiantes, ahora su
apremio es generar un pensamiento de “adaptación” ante el torbellino de cambio
tras cambio que un mercado voluble exige.
Es posible que si
nos adaptamos demasiado tengamos en lugar de ingenieros en computación, haya
ingenieros en Google […] Las universidades no entienden que educar para el
mercado las deja fuera de la lógica educativa. ¿Si mis planes de estudio
responden a las exigencias de Microsoft, entonces para que voy a la universidad
y no me capacito directamente en la empresa? Por eso, hay que tener en mente
que la escuela no debe ser una agencia de capacitación para las empresas (como
hoy muchas un universidades tienen la obsesión para convertirse en ello), y por
lógica, la educación que se imparte no debe ser vista preponderantemente para
ese fin, uno de los problemas de la educación actual es que cada vez responde
más a la empresa en detrimento de las necesidades sociales e individuales
(Juárez Castillo, 2010: 14).
¿Pero
cómo hemos llegado a este azaroso giro en cuanto a la misión de la Universidad?
El
argumento más socorrido es aquel que habla de la inevitabilidad de estar
inmersos en un mundo globalizado que nos exige considerar como parámetros
fomentar y aplicar en la educación, la especialización y la competitividad. La
especialización como instrumento de conocimiento profundo en temas específicos
de una determinada rama del saber y la competitividad como sinónimo de saber
hacer bien las cosas en los términos de economía minimizados, rentabilidad.
Según
los exégetas de esta corriente, “las comunidades internacionales que poseen
ciudadanos con estas características son los que hoy en día generan la
tecnología y transforman su medio. La competencia global constituye un desafío
para aquellas naciones que no han sido capaces de generar la ciencia y
tecnología propias a sus necesidades de desarrollo económico y social. Ciencia
y tecnología, dos grandes conceptos que forman la base del progreso mundial. Se
debe generar ciencia y tecnología al servicio de la humanidad, y la fuente de
su nacimiento se encuentra en las instituciones académicas” (Rojas Jiménez,
2007).
La
especialización y la competitividad entonces deben girar alrededor de la
calidad educativa de excelencia, y por ende, el nuevo sentido de las Instituciones
de Educación Superior debe orientarse hacia la generación de estrategias de la
administración de la calidad más adecuadas, con tal de lograr que se construya
la competencia y la competitividad de las personas y la productividad de las
empresas, “todo lo cual obligará a asumir los hábitos, los procedimientos y los
modelos organizativos, culturales y sociales que la tecnología proporciona en
un mundo global intercomunicado, competitivo y muy desequilibrado tanto desde
el punto de vista de recursos como de costos y de posibilidades futuras”
(Ibíd.).
Ante
dicho panorama, las universidades han direccionado sus objetivos hacia la
acreditación de “elevados estándares de desempeño en las actividades humanas”,
la calidad de la educación superior debe dimensionarse bajo criterios —impuestos
por organismos internacionales— que garanticen la pertinencia de los programas
de estudio que se imparten, haciendo un impacto en el entorno, pero en forma
sustentable y generadora de riqueza, el objetivo esencial de la educación es
capacitar al ciudadano para la vida cotidiana y contribuir al desarrollo de las
personas y de la sociedad” (Ibíd). Así, la calidad es ahora la nueva filosofía
que rige la forma de vida de todos los integrantes de la Universidad, y si “la
calidad es la adecuación al uso” retomando a los clásicos de la administración
de la gestión de calidad, ésta vendría siendo “un valor percibido y juzgado por
el cliente” (Duran en Rojas Jiménez, 2007). Entonces, la universidad hoy por
hoy es clientelista y, a decir de Gary Becker, Premio Nóbel de Economía en 2001
(en Rojas Jiménez, 2007), “la educación de calidad es aquella que es capaz de
elevar al máximo el capital humano, es el factor esencial para el desarrollo
económico y social de cualquier país, muy por encima de los recursos naturales
y el capital físico representado por la maquinaria y recursos financieros”.
Esta
miope visión tiene su punto de partida en la tan mentada transición de una
sociedad de la información a un sociedad del conocimiento, categorías que
esconden una nueva forma de capitalismo y un cruel mecanismo de
retroalimentación: el ser humano es exhortado a mantenerse flexible ante la
serie de cambios y exigencias mercantiles y, lo peor de todo, a
responsabilizarse de su empleabilidad (trabajo flexible), legitimando de este modo
el rol que ha estado delineando la Universidad tanto por las clases dominantes
a través del Estado, como por los intereses del Mercado, cuya puja entre ellos
por ejercer su hegemonía sobre la sociedad, ha terminado por desdibujar la
verdadera misión de las Instituciones de Educación Superior.
Pero
esto no nos debe sonar ajeno, pues ya Antonio Gramsci, fuente inagotable de
inspiración y reflexión que articula pedagogía, educación y un proyecto
histórico, había propuesto a los sistemas educativos como los instrumentos
privilegiados para la socialización de una cultura hegemónica. Esta idea se
refiere que si bien la sociedad se estructura en clases, una de ellas tenderá a
distinguirse de las demás para constituirse como hegemonía. Para ello deberá actuar como
clase dirigente, como motor que guía, como sujeto histórico que encarna
a la sociedad en su integridad, basando su dominio no sólo bajo el poder físico
o político-económico, sino también en su propia ideología, en su propia organización y en su propia superioridad
moral e intelectual.
Como podemos observar, Gramsci es otro de los escritores
marxistas preocupado por los problemas de la ideología en el sentido más amplio del término, aunque su
postura presenta algunas vacilaciones. Gramsci ha percibido que la obra
filosófica de Marx es sustancialmente crítica de las ideologías. Pero, por otra
parte, Gramsci piensa que todo pensamiento relacionado con la práctica, como es
el marxismo, ha de incluir construcciones más o menos ideológicas, “mitos”,
como había escrito en sus artículos juveniles. En la edad madura, Gramsci no se
decide ya a emplear esa palabra, pero tampoco a desideologizar completamente su
concepción del marxismo. En vez de eso, recurre a distinguir entre ideologías históricamente orgánicas,
esto es, necesarias para cierta
estructura, e ideologías
arbitrarias, racionalistas, “queridas”.
Las
ideologías orgánicas son históricamente necesaria porque la clase social que
pretende convertirse en dirigente, no basta con que acumule energías y
capacidades necesarias de coerción —de los aparatos represivos del
Estado— para que
asuma el derecho de dirigir toda la sociedad en su conjunto —como
hegemonía—, sino
que es preciso que logre organizar y persuadir “psicológicamente” a las clases
subordinadas para que por consenso o consentimiento acepten los valores y
creencias de la clase dominante
(dirección ideológica intelectual y moral), fundando así un Bloque Histórico
dominante: un sistema articulado y
orgánico de alianzas sociales vinculadas por ideología común y por una cultura
compartida: “la
clase burguesa se pone a sí misma como organismo en movimiento continuo, capaz
de absorber toda la sociedad, asimilándola a su nivel cultural y económico:
toda la función del Estado se transforma; el Estado se hace ‘educador’”
(Gramsci, 1974: 316). Mouffé (1980) añadiría que se trata de “la capacidad que
tiene una clase dominante de articular a sus intereses los de otros grupos,
convirtiéndose así, en el elemento director de la voluntad colectiva desde el
punto de vista político y desde el punto de vista ideológico”.
Como
es bien sabido, Gramsci afirma que dicha superioridad intelectual y moral de la clase
dirigente explica y determina las actitudes de la cultura, entre ellas la de la
educación. Por ello es fundamental la función de los
intelectuales (en este caso de los profesores) quienes hoy se han visto
obligados a disolver el gran templo laico de la cultura que era la Universidad,
pues resulta incompatible con la función tecnológico-burocrática que el modelo
de reproducción social le atribuye en el capitalismo avanzado. La Universidad y
su lenguaje han sido sustituidos por el lenguaje empresarial-cultural de gran
difusión. El nuevo saber tiene otras vías y otros lugares en los cuales se
reproduce y se desempeña su propia función social y su propia credibilidad
científica. Ahora los nuevos profesores son los “columnistas de los grandes
diarios, los ensayistas de éxito, los científicos cuya fama está avalada y
consolidada por la autoridad que le es atribuida por los sistemas normativos
impuestos por el poder productivo, las certificadoras, los criterios
específicos de evaluación interna y externa, metaevaluaciones, etc.”.
Debe precisarse que para Gramsci, el hombre, que es el
resultado de unas condiciones de vida, es también el sujeto de una
transformación determinada, ya por un cambio del conjunto de las relaciones
sociales, ya por la toma de consciencia de estas situaciones objetivas y por la
voluntad de querer servirse de ellas. Por ello, para que la función de la
educación se concretice debe enlazarse estructuralmente una reforma moral cuyo
fin será disolver las diferencias entre intelectuales y masa, entre teoría y
práctica. De esta manera, al elevarse la consciencia crítica de las clases
populares, los individuos que la constituyen llegarán a generar una cohesión
sociocultural, que imperiosamente promoverá el desmantelamiento de una
interacción de estilo tecnocrático o estrechamente corporativo, sin olvidar, la
acción de un pensamiento economicista en la política en la política educativa
mediante análisis y recomendaciones erróneas de influyentes organismos
financieros.
Por
lo tanto es necesaria la transformación del modelo educativo y cultural. El
modelo educativo es mucho más que un instituto al servicio de la empresa, es un
acto educativo social, de desintoxicación hacia el conjunto de medidas
gubernamentales que muestran, como nos dice Marcela Mollis, ser eficientes a la
luz de los intereses de la bolsa de valores, o a las aspiraciones del Banco
Mundial de convertirse en una agencia experta en sistemas de conocimiento. Más
claro es Latapí (2007):
¿Hay que
vincularse con las demandas de la economía? Por supuesto. ¿Hay que formar
profesionistas competitivos ante los retos de la globalización? Totalmente de
acuerdo. ¿Hay que desarrollar investigación aplicada, vinculada a los
requerimientos de la empresa? Nadie lo duda, con tal de definir sus
condiciones. Pero al enfrentar estas demandas, no hay que olvidar que la
Universidad es algo más: no es un apéndice de la empresa, sino una institución
responsable de generar, proteger y difundir todo los tipos de conocimiento que
requiere el país, también los aparentemente improductivos […]
La Universidad actual debería ser un baluarte
contra el devastador proceso de comercialización total al que está llevando la
entronización del mercado.
Una
opción sensata es rescatar la función de los intelectuales ligados a la
práctica social y política, en la medida en que sociedades como las nuestras,
buscan elaborar alternativas al capitalismo neoliberal. Hay que crear las
condiciones necesarias para que hombres y mujeres acceden a la praxis
filosófica, porque todos los hombres son filósofos; es decir, “todos los
hombres son intelectuales, aunque no todos los hombres tienen en la sociedad la
función de intelectuales” (Gramsci, 1969). Y si bien una sociedad en la que
todos cumplamos este rol es quizá una nueva utopía, no lo es la necesaria
recuperación del conocimiento como valor inalienable para crear una
Nueva Cultura que vea a la educación como un problema esencial en el proceso de
elevación cultural del pueblo. Por tanto, hacer
política no es sólo educar a una vanguardia sino tratar de elevar a las masas
al nivel de una cultura integral. Y así lo subraya con la siguiente
matización de Gramsci:
Crear
una nueva cultura no significa hacer sólo individualmente descubrimientos originales, sino también, y
específicamente, difundir críticamente verdades ya descubiertas, socializarlas, por así decirlo, y por lo
tanto convertirlas en base de acciones vitales, elementos de coordinación y de
orden intelectual y social. Que una masa de hombres sea conducida a considerar
unitariamente el presente real es un hecho filosóficamente
mucho más importante y original que
el hallazgo por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que se
conserve como patrimonio de pequeños grupos intelectuales.
Entonces la nueva cultura es la obtención de una consciencia superior por la cual se llega a
comprender el propio valor histórico; el de la propia existencia, en definitiva
para propiciar cambios políticos que redunden en liberación.
En este sentido, y siguiendo a Alain
Touraine (en Juárez Castillo, 2010: 14):
[…] cuando el
individuo deja de definirse en principio como miembro o ciudadano de una
sociedad política, cuando se le percibe en primer lugar como trabajador, la
educación pierde su importancia, por lo que debe subordinarse a la actividad
productiva y al desarrollo de la ciencia, las técnicas y el bienestar. Algunos
la consideran como una preparación para la vida que se denomina activa, y por
lo tanto manejarla desde abajo, es decir, a partir de las demandas y las
capacidades del mercado de trabajo, pero en este caso. ¿Puede hablarse todavía
de ideas sobre la educación? Seguramente no, porque dicha actitud significa no
tener en cuenta en absoluto las demandas de los educandos, que se preocupan por
su personalidad, su vida y sus proyectos personales, por las relaciones de sus
padres y sus compañeros.
¿Qué
significa esto? Que el acto educativo debería ser independiente, trazar sus
propios objetivos, y sobre todo pensar a largo plazo donde las demandas
laborales de un momento son distintas a otro, añade Touraine:
[…] el porvenir
profesional es poco previsible y para la mayor parte de quienes están hoy en la
escuela implicará discontinuidades tan grandes que a esta hay que pedirle ante
todo que los prepare a atender y cambiar y no que se les permita adquirir
competencias específicas que corren el riesgo de quedar superadas o resultarles
muy pronto inútiles. Incluso se podría agregar, de manera más negativa, que es
peligroso querer adaptar a los jóvenes a una situación de la sociedad económica
que implica para ellos grandes posibilidades de desocupación o de pasar años en
la precariedad (Ibíd.).
Estas
interesantes citas reflejan perfectamente tanto la disyuntiva de la educación
como su alternativa más importante. En este sentido, educar para el mercado
implica no solamente perder autonomía en la acción educativa, sino sobre todo
obstaculizar la educación universitaria al servicio del proletariado, por
considerarlo bajo y deplorable a la imagen y asepsia que las instituciones
extraordinariamente están requiriendo en la actualidad. Toda una concepción de
alejamiento entre la Universidad y el pueblo, pero en forma más radical porque
desentiende la pobreza y el desempleo que caracterizan a la sociedad moderna.
Quede
lo anterior como evidencia de que la práctica educativa debe contemplar los
procesos socioeconómicos donde se encuentra inmersa, para poder insertarse de
tal manera que brinde oportunidades y opciones de vida, jamás para encadenar a
un supuesto que defina al individuo desde antes de empezar su instrucción.
De
lo dicho hasta este momento, se puede deducir que la educación para el mercado
no puede brindar los parámetros para los cuales educar, porque en términos
económicos, está demostradísimo que el mercado, y todo lo que en él confluye,
viven en una constante manipulación. En este sentido, la propuesta gramsciana sobre
la educación puede resultar un hecho esperanzador para volver la mirada hasta
donde sea necesario, en aras de encontrar las vías de posibles soluciones para
la debacle universitaria actual, pues como bien se dice por ahí “no hay teoría
sin pueblo que la construya”.
Bibliografía
_____________________
GRAMSCI, Antonio
(1974): Antología. Madrid: Siglo XXI.
____ (1969): La formación de los intelectuales.
México: Grijalbo.
JUÁREZ CASTILLO, David (2010): “¿Educar para las necesidades del
mercado laboral? Diálogos (Puebla,
México), Año IV, No. 49, octubre, pp.13-15.
LATAPÍ SARRE, Pablo (2007): “Conferencia magistral al recibir el
Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma Metropolitana”. Boletín de
la Red de Círculos de Estudio y Participación Ciudadana “Ing. Luis Rivera
Terrazas” A.C. (Puebla, México), No. 13, pp. 3-20.
MOUFFÉ, Chantal (1980): Hegemony
and Ideology. Londres: The City University.
ROJAS JIMÉNEZ, Pablo (2007): La
Norma ISO 9001:2000 en la acreditación de programas Ingeniería en la Educación
Superior Tecnológica. Universidad Veracruzana. Trabajo recepcional (T esis).
PEREIRO, Jorge (2005): “El alumno cliente, una cuestión de
enfoque”, en http://www.portalcalidad.com/articulos/35-el_alumno_cliente_una_cuestion_enfoque
* Conferencia
presentada el 24 de noviembre de 2010 durante el Foro “Misión de la
Universidad”, organizado por la Dirección
General de Difusión Cultural de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en
el Paraninfo del Edificio Carolino.
[1] Francisco Hernández Echeverría es Maestro en
Educación Superior por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, desde 1996
ha sido docente en diversas Instituciones de Educación Superior, Coordinador Académico
del grupo literario “Óclesis. Víctimas del Artificio”, articulista en Momento Diario y otros medios impresos, Coordinador
del programa radiofónico por internet “Óclesis Radio” y fue Director General
del programa radiofónico “Los que vigilan desde el Tiempo” que se transmite por
Radio-BUAP.