La
Hegemonía Estadounidense en México
Por: Francisco Pérez
Toledo.
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La
hegemonía estadounidense en el hemisferio, específicamente en México, es
patente y se manifiesta en diversos aspectos, incluidos los económicos,
políticos, de relaciones exteriores, geopolíticos, de gobernabilidad, entre
otros. A diferencia de lo que considera la población mexicana en general.
En
la actualidad existen diversas condiciones que pueden hacer pensar que la
injerencia de Estados Unidos en los asuntos mexicanos se ha recrudecido y, si
se permite la expresión, se realiza de manera más cínica. Lo anterior, al
enarbolar en la práctica la teoría del determinismo de la globalización para
disfrazar los afanes imperialistas de la potencia del norte.
Se
abordan diversos conceptos de hegemonía, los cuales tienen puntos de
coincidencia y divergencia entre ellos. Sin embargo, el término hegemonía en el
contexto del sistema mundo capitalista está lejos de ser anticuada o alejada de
la realidad social, política y económica.
Posteriormente,
se intenta una aproximación a la hegemonía de los Estados Unidos y a la forma
en que este país ejerce su propio estilo de preeminencia sobre todos las demás
potencias y países periféricos.
De
igual forma se analiza, de manera somera, la relación de América Latina con los
Estados Unidos y la forma en la que este país ejerce su poder, sobre todo
tratándose de los llamados tres “grandes” de Latinoamérica.
Se
estudia el inicio de la relación México-Estados Unidos y el hecho de que los
afanes imperialistas del vecino son anteriores a que se revelara como el país
que ejerce la hegemonía a nivel mundial.
Muy
importante nos parece el apartado dedicado al Tratado de Libre Comercio de
América del Norte, sobre todo porque se trata del principal instrumento
jurídico internacional, de carácter económico, en el que se basa la primacía de
Estados Unidos sobre nuestra nación.
Finalmente,
se analiza de manera superficial, por la limitación del texto, la Alianza para
la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte, sobre todo porque se
presenta como el complemento perfecto del TLCAN para los afanes imperialistas
estadounidenses al combinar el aspecto económico con el de seguridad nacional,
obvio en aras de fortalecer la posición de Estados Unidos en América del Norte,
en el continente y en todo el mundo.
Concepto
de hegemonía.
(Wallerstein, 1991) señala
que el concepto de hegemonía resulta de gran trascendencia, no sólo por lo
concerniente al moderno sistema mundial que analiza hasta el período de los
años setenta, más bien por lo que respecta al concepto en la actualidad y el
empleo del mismo dentro del proceso de cambio de hegemonía, esto dentro del
propio sistema mundial, en relación con el proceso globalizador que comienza en
los años ochenta.
La
hegemonía supone algo más que un estatus de centro. Podría ser definida como
una situación en la que los productos de un determinado Estado del centro se producen
con tanta eficiencia que son competitivos incluso en otros Estados del centro
y, por consiguiente, ese Estado del centro es el principal beneficiario de un
mercado mundial enteramente libre; para sacar partido de esta superioridad
productiva, tal Estado debe ser lo bastante fuerte como para impedir o reducir
al mínimo las barreras políticas internas y externas que se oponen al libre
flujo de los factores de producción; y para conservar su ventaja, les resulta
útil fomentar ciertas corrientes, movimientos e ideologías intelectuales y
culturales. El problema de la hegemonía es
que es pasajera. (Wallerstein, 1991, p.51)
En consideración de
Wallerstein (1991), “La hegemonía es una rara condición; hasta la fecha sólo
Holanda, Gran Bretaña y los Estados Unidos han sido potencias hegemónicas en la
economía-mundo capitalista” (p. 51).
Los términos militar,
político, económico e ideológico de la hegemonía son condiciones para el
establecimiento de una economía-mundo, los cuales no son incluidos en el
concepto de hegemonía actual, ni futura, salvo que hablemos de una
economía-mundo compartida.
La
hegemonía está centrada, de manera histórica, en las relaciones de poder, sobre
todo entre Estados-nación. Ornelas (2002), afirma que el concepto se refiere a
“…los procesos a través de los cuales un grupo social o un Estado alcanzan
determinados objetivos, encauzando la acción de conjuntos más amplios (otros
grupos y otros estados)” (p. 30).
De
forma clásica, se puede decir que “la hegemonía está constituida por los
procesos de creación de consenso que permiten su encauce” (Ornelas, 2002, p.
30).
Ornelas
(2002) señala que, por lo normal, las cuestiones económicas se consideran como
datos externos a la hegemonía. Por esto, el referido autor indica la
importancia de introducir la explicación de los procesos económicos como
elemento constitutivo de la hegemonía.
De
esta introducción en la explicación de los procesos económicos del concepto de
hegemonía, Ornelas (año) propone un concepto de liderazgo económico: “…síntesis
de las relaciones de poder en el terreno económico” (página). Este concepto
tiene dos elementos fundamentales: capacidad de monopolización y liderazgo
tecnológico.
Nos
parece importante el nuevo concepto de liderazgo económico, ya que hace evolucionar
la noción de hegemonía. Lo anterior se afirma ya que como lo refiere el mismo
autor, el líder económico no necesita aplastar o eliminar a sus competidores,
sino que únicamente requiere imponer sus modos de funcionamiento, controlar el
mercado y, por lo tanto, recibir la parte más amplia de las ganancias (Ornelas,
2002).
La
globalización no elimina la existencia de un poder hegemónico, tampoco la
competencia y lucha entre las potencias que integran el sistema, para asumir su
liderazgo. Desde el principio, la economía-mundo capitalista funciona a través
de un poder hegemónico que dirige, regula y organiza el sistema en su conjunto
(Guillén, 2007).
De conformidad con lo señalado anteriormente,
para Guillén (2007), el rol de potencia hegemónica ha sido jugado de manera
sucesiva por las ciudades-estados mediterráneas, los Países Bajos, el Reino
Unido y Estados Unidos.
La hegemonía en el sistema
de estados-nación, se ejerce por la fuerza, es decir la coerción, y también por
el consenso; para Guillén (2007), en realidad se ejerce por una combinación de
ambas. La hegemonía implica que la potencia dominante aplica, para preservar su
dominio, los medios violentos en cuanto resulte necesario, aunque también puede
ocupar el liderazgo, reconocido por los otros estados.
Para que una potencia se
considere hegemónica, los demás países deben haber aceptado, no solamente de
manera pasiva su capacidad de coerción, sino también se reconoce que logra
establecer el consenso en el conjunto sistémico.
De esta manera se puede
decir que el interés particular de la potencia dominante debe representar o
reflejar al menos el interés general de los estados que integran la economía-
mundo capitalista, de lo contrario el consenso deja de existir y pone en riesgo
la cuestión del sistema. La coerción es llamada dominación “dura” porque
representa el uso o la amenaza de la violencia, en cambio la capacidad de
establecer consensos es denominado “poder blando” (Guillén, 2007).
La hegemonía se sienta
sobre bases nacionales como lo dice Cox. No puede existir hegemonía a nivel
mundial, si la clase dominante de la potencia hegemónica, no la tiene en el
espacio nacional (Guillén, 2007).
La hegemonía mundial es la
extensión a nivel internacional de la establecida a nivel nacional por los
grupos dominantes. Dicho de otra manera, la hegemonía se construye dentro del
marco del estado nación y de ahí se proyecta hacia el exterior (Guillén, 2007).
Nos parece que la
concepción de hegemonía o de país hegemónico o “hegemón”, es importante para
reconocer un fenómeno que es bastante viejo, al contrario de lo que los
partidarios o enarboladores de la globalización señalan la existencia de un
país líder es necesaria para la existencia del sistema mundo capitalista, ya
que es imprescindible que exista la posibilidad de que un ente pueda hacer
valer sus determinaciones al sistema para proporcionar orden y coherencia al
mencionado sistema.
No obstante, surge la
interrogante sobre la posibilidad de coexistencia de dos o más países hegemónicos
o si tal situación es imposible. La historia nos ha mostrado que a lo largo del
tiempo sólo un país ha logrado la posición de supremacía a la vez.
Hegemonía
Estadounidense.
La
hegemonía estadounidense juega un papel de primer orden en la globalización y
en el futuro del capitalismo, según Guillén (2007). En
opinión de Gunder Frank (2003) la hegemonía estadounidense en el mundo se basa
en tres pilares:
1.
El
dólar como moneda mundial, cuyo monopolio de emisión lo tiene Estados Unidos.
2.
El
Pentágono, es decir la capacidad militar sin rival.
3.
El
gobierno y los medios de comunicación que ocultan los elementos anteriores a la
opinión pública, tanto mundial como local.
Para
Gunder Frank (2003) la moneda norteamericana es “….literalmente un Tigre de
Papel impreso y cuyo valor se basa en la aceptación y credibilidad en el mismo
por parte de todo el mundo” (p.2).
De acuerdo a este autor la
confianza en esta moneda puede disminuir y desaparecer de un día para otro y
provocar que se pierda más de la mitad de su valor. Lo anterior, de manera
inevitable tendría como resultado frenar el consumo y la inversión
estadounidense y debilitaría la llamada fortaleza del dólar (Gunder Frank,
2003).
Por
lo tanto, también se vería comprometida la capacidad militar de los Estados Unidos
para desplegar su aparato militar a nivel mundial. De igual modo cualquier
desastre militar debilitaría la confianza en el valor del dólar.
La
debilidad de la economía estadounidense hace pensar a Gunder Frank (2003) que
el único pilar que le queda a Estados Unidos para mantener la economía política
y la sociedad estadounidense es el factor militar. Para este autor los casos de
Irak, Yugoslavia y Afganistán hacen pensar que si no se juega según las reglas
de Norteamérica se puede seguir la misma suerte. Pero esto no es únicamente
aplicable a los “enemigos” del sistema estadounidense, también puede referirse
a los “aliados”.
La
confianza de Estados Unidos en la estrategia del chantaje político-militar
puede llevarlo a la bancarrota, una vez que la debilidad del soporte del dólar
se venga abajo; esto puede llevar a tensar demasiado la cuerda y a ser tirado
por tierra por sus competidores (Gunder Frank, 2003).
Estados
Unidos tiene solo dos activos de importancia mundial, aun así estos pueden ser
insuficientes, el referido autor señala que son el dólar y su política militar.
La globalización es uno de
los medios principales que utiliza Estados Unidos, como potencia hegemónica,
para intentar conservar y reproducir su liderazgo y poder. Una evidencia de lo
anterior son las declaraciones de Henry Kissinger: “La globalización no es más
que otra palabra para referirse a la dominación de Estados Unidos” (Guillén,
2007, p. 147)
La lucha de Estados Unidos
por conservar su hegemonía explica los cambios producidos en la política
comercial de este país. Se pasó de una postura favorable a la solución
multilateral en la apertura de mercados durante el periodo de la posguerra, a
una política de varias vías.
Sin abandonar el marco
multilateral del GATT se impulsan y favorecen mecanismos bilaterales y
regionales para poder enfrentar y contrarrestar la competencia y los esfuerzos
de integración de la Unión Europea y los países de Asia Pacífico. Para Guillén
(2007) el regionalismo es una expresión de la declaración hegemónica de Estados
Unidos y el ascenso de potencias mundiales.
Estamos de acuerdo con las
manifestaciones de que la hegemonía norteamericana está en franco declive, sin
embargo es evidente que los Estados Unidos no dejarán esa posición voluntaria y
pacíficamente.
De acuerdo con las teorías
del descenso de los países hegemónicos, nos falta contemplar la faceta más
peligrosa del gigante norteamericano, ya que el único poder real y absoluto que
le queda es el poder militar, el cual está visto, no dudará en usar en contra
de aquellas naciones o sociedades que puedan poner en riesgo su posición de
nación dominante.
Esto es especialmente
importante para el resto de América, sobre todo Latinoamérica y el Caribe que
es considerada por la visión estratégica de los Estados Unidos como su “patio
trasero”, su “coto de caza”. Lo anterior cobra más relevancia para el caso
mexicano que comparte una frontera inmensa con la nación hegemónica en declive.
América
Latina.
Corresponde
destacar puntos relevantes de la que F. Braudel (1994) denomina La otra
América, mismos que se detallan de la siguiente forma: “…la más extensa mitad
del continente,… la que primero Francia (en 1865 y entonces no sin segundas
intenciones) y después toda Europa, han concedido el epíteto de latina. Es una América Unitaria, con muchas
peculiaridades, dramática y desgarrada, en lucha consigo mismo … queremos
considerarla en sí misma como merece ser observada: en su humanismo de gran
calidad, en sus problemas particulares, en sus evidentes progresos. Hasta hace poco, estaba muy adelantada con
respecto a América del Norte (Estados Unidos y el Canadá), fue la primera
América rica, y, por lo mismo, la primera codiciada… Pero esto es ya una
realidad del pasado y la suerte ha cambiado.
Actualmente, América latina está muy lejos de ser un continente feliz:
tiene un exceso de aspectos sombríos. En
ella no se puede decir que haya amanecido totalmente”. (p. 371).
En
relación con lo anterior, Braudel (1994) detalla una importancia a lo que él
designa como la primera diferencia entre las dos Américas, el liberalismo
espontáneo, por lo que concierne a los prejuicios étnicos, como la diferencia
en los tonos de piel. Sin embargo, en algunas partes del mundo se ha producido la
casi-fraternidad de las razas. Dicho esto se concluye que estas circunstancias
han sido resultado de otras circunstancias históricas que son a su vez
resultado de las determinaciones e imposiciones del conquistador blanco, a las
otras dos vigorosas razas: la raza amarilla (para Braudel sólo los
estadunidenses podrían llamar “pieles rojas” a los indígenas) y la raza negra.
En
relación con la ubicación de América Latina dentro del sistema mundial, Braudel
(1994) destaca que: “las fluctuaciones económicas son marejadas
imprevisibles. Esta América corre tras
su destino material. Lleva siglos así,
casi siempre más en calidad de víctima que de beneficiaria. Tiene que actuar con precipitación y si
quiere vender tiene que producir, cueste lo que cueste, azúcar, café, caucho,
charqui o nitratos, cacao, y siempre a bajo precio…Este proceso es la clave, tanto del pasado como del presente de América
latina. Se ha tenido que someter a todas las exigencias de la demanda
mundial: en materias primas, en una economía que, al principio, fue
estrictamente de tipo colonialista y que, después de la época colonial,
se perpetuó bajo la forma de una economía de dependencia”. (p. 371).
Al
presentarse cambios frecuentes de la demanda exterior, no sólo especializó a
ciertas ramas de regiones de la América latina, sino que, el auge y crecimiento
eran efímeros y estaban imposibilitados para esparcir sus beneficios, al mismo
tiempo que este efecto trajo consigo un derroche de espacio y hombres.
América Latina todavía
depende bastante de las variaciones económicas y políticas que ocurren en Estados Unidos. La
interdependencia de las repúblicas en Latinoamérica, bajo el liderazgo y dominio de los Estados Unidos, es un
fenómeno que se acentuó y alcanzó un grado excepcionalmente elevado en el curso
de la Guerra fría. Anteriormente en la segunda guerra mundial ya se había
reducido bastante las relaciones económicas, políticas y militares de los
países latinoamericanos con otras potencias. Los Estados Unidos consiguieron
preservar de manera amplia su preeminencia sobre los asuntos económicos, políticos
y militares del continente (Ianni, 1974).
El liderazgo y dominio de
los Estados Unidos en el hemisferio no ha sido en términos absolutos y
monolíticos. La historia de cada país revela tenciones y fricciones e incluso
conflictos serios en asuntos económicos, políticos y militares. El carácter
muchas veces tenso, de las relaciones entre Latinoamérica y los Estados Unidos
se evidencia en diversos hechos históricos como la política exterior independiente,
realizada por países en los cuales se organiza de manera política la
insatisfacción al estilo de imposición o dominio norteamericano, la victoria de
la revolución socialista en Cuba, la experiencia del gobierno socialista de
Salvador Allende en Chile; y ciertas ambiciones de independencia y hegemonía de
algunos gobiernos, en Argentina, Brasil y México, con respecto a sus vecinos y
en relación con el propio Estados Unidos (Ianni, 1974).
Ianni (1974) no pretende negar o minimizar la
importancia de las alianzas entre los norteamericanos y América latina. Refiere
que en un mismo país los gobiernos pueden ser más o menos racionalistas o
dóciles hacia los Estados Unidos. Asimismo los gobiernos norteamericanos, por
su parte, han variado su estrategia y práctica diplomática hacia América
latina. La solidaridad de los negocios interamericanos produce además de
interdependencia tensiones y conflictos que pueden ser indicativos de
tendencias nuevas en las relaciones interamericanas.
En todos los ámbitos de la
política norteamericana, así como en su proyección exterior hacia Latinoamérica
se advierte que los propósitos específicos a alcanzar en cada periodo
gubernamental no alteran la esencia clasista ni los requerimientos estratégicos
de la hegemonía de Estados Unidos (Hernández Martínez, s.f)
No obstante, cada
administración recibe el sello de liderazgo presidencial de que se trate y
refleja las concepciones, metas, tácticas y estilos que de manera singular
definen la composición del ejecutivo y el legislativo en una etapa determinada.
Ésta es la importancia de tomar en cuenta los antecedentes para ubicar la
lógica de continuidad y cambio en las relaciones interamericanas y fijar el
rumbo de los intereses hegemónicos norteamericanos, los cuales generalmente son
disfrazados como intereses de “Seguridad Nacional”, guían la política exterior
de ese país hacia América latina (Hernández Martínez, s.f).
Lo anterior no cuestiona
el impacto de acontecimientos y circunstancias que demandan esos enfoques como
fueron los atentados del once de septiembre de dos mil uno, en contra de los
símbolos del poder económico y militar de Estados Unidos, los cuales justifican
la gran atención de que ha sido objeto la “Seguridad Nacional” a través de
numerosos trabajos que incursionan en su causa, condicionamiento implicaciones
internas y mundiales, incluida su repercusión en las relaciones Estados
Unidos-América Latina (Hernández
Martínez, s.f).
Puede decirse que desde el
nacimiento de la doctrina Monroe, los Estados Unidos afirmaron sus aspiraciones
hegemónicas y las justificaron de modo temprano apelando a supuestos intereses
de seguridad común con América Latina, cuya amenaza provenía de Europa. La
doctrina de la seguridad nacional norteamericana aunque no se estructura hasta
el siglo XX, tiene sus raíces en esta ideología la cual será retomada hacia
finales del siglo XIX por el panamericanismo. Desde esa época se construyó la
concepción de la hegemonía estadounidense en Latinoamérica mediante la presunta
defensa de la “Seguridad Nacional”,
configurándose así la visión del “enemigo exterior”: primero las metrópolis
coloniales, después el comunismo, más tarde los estados y movimientos
terroristas (Hernández Martínez, s.f).
El temor que da a lugar a
la doctrina de contención al comunismo, diseñada por Kennan y llevada a cabo
por Truman y Eisenhower se expresó en América Latina por la ideología del
panamericanismo, para legitimar la vieja doctrina Monroe y ser reformulada en
función de la “amenaza comunista”, la cual fue presentada como peligro para la
“seguridad nacional”, siendo en realidad apuntaladora de la hegemonía en la
región. Para el imperialismo de este país resultó trágica la posibilidad de que
se estableciera una zona de influencia soviética en el continente. En 1959, la
Revolución Cubana se definió, en muy corto tiempo como de carácter socialista (Hernández Martínez, s.f).
Aunque han transcurrido
más de diez años de la desaparición del socialismo como sistema mundial, el
peligro para la seguridad interamericana impuesto por los círculos políticos
intelectuales occidentales, reaparece, como constante inevitable la
justificación que enfatiza la importancia de defenderse ante “enemigos
externos” la supuesta seguridad nacional en las relaciones interamericanas,
presentándola como un patrimonio común entre los Estados Unidos y América
Latina. De esta forma se sigue presentando y definiendo a América Latina no
como sujeto de su propia seguridad sino como objeto de la seguridad
norteamericana (Hernández Martínez, s.f).
Desde el inicio de la
posguerra, a finales de la década de 1940 y hasta el final de la de 1980 el
enfoque de la guerra fría, estructurada a
través de la contención al comunismo y la bipolaridad geopolítica entre
este y oeste inspiró la política exterior norteamericana (Hernández Martínez, s.f).
El trasfondo de la guerra
fría no ha desaparecido ni del discurso, ni del desempeño de la política
latinoamericana de Estados Unidos en el siglo XXI. En caso contrario se
hubiesen dejado atrás los conceptos que aún maneja el lenguaje oficial de esa
política. La OEA sigue evidenciando sus límites como foro latinoamericano sobre
todo en cuestiones como la seguridad, resultando una institución incapaz de
enfrentar diversos problemas (Hernández
Martínez, s.f).
La tranquilidad asumida y
el determinismo en el análisis a partir del fin de la guerra fría está lejos de
las preocupaciones estratégicas de la política norteamericana, estas
situaciones y problemas son cuestiones que se insertan con prioridad en su
proyección hacia Latinoamérica, en la última década del siglo XX. Si la
victoria de Estados Unidos fuera tan elocuente no sería útil mantener vigente
de manera ideológica las fórmulas de defensa de la “seguridad nacional”, ni
siquiera después del once de septiembre (Hernández
Martínez, s.f).
Los procesos de los países
latinoamericanos cuestionan, en algunos casos, las estructuras de dominación
impuestas, pero no se proyectan, ni siquiera en su faceta más radical, contra
la soberanía o el territorio norteamericano. Es muy diferente tratar de quebrar
la dependencia colonial que domina al subcontinente y otra es que signifique un
peligro real para la seguridad del país hegemónico. En el escenario de un mundo
unipolar y en ausencia de un contrincante de características globales, se vuelve
necesario justificar que el adversario es un rival poderoso y peligroso
(Hernández Martínez, 2004).
En la historia
contemporánea de las relaciones entre Latinoamérica y Estados Unidos se puede
distinguir como constante dentro de la cual se definen los intereses de
“seguridad nacional” en el sur del Bravo, la doctrina Monroe, como complemento
ideológico del expansionismo e injerencismo inherentes a la política
latinoamericana de Estados Unidos en condiciones de imperialismo (Hernández
Martínez, 2004).
La doctrina Monroe, en su
origen, tenía el sentido de oponerse a una eventual intervención europea. Sin
embargo a lo largo del tiempo se convirtió en garantía ideológica de la
expansión norteamericana. El presidente norteamericano Polk expresó en su
mensaje al Congreso el 2 de diciembre de 1845, con relación a la anexión de
Texas, “que si una porción de un pueblo de este continente constituido en
Estado independiente se resuelve a unirse a nuestra confederación, es asunto de
él y a nosotros toca considerar sin intervención de extraños”. Después, en el
mensaje al Congreso dirigido el 29 de abril de 1848, el mismo mandatario,
añadió el llamado “corolario Polk” al señalar la limitación del derecho a la
libre determinación de los países de América Latina en el marco de la solicitud
planteada por los blancos de Yucatán a España y Gran Bretaña, por la lucha
contra los indios, a cambio de la anexión. A raíz de esta situación, Polk
declaró que no consentiría la transferencia de dominio o soberanía de Yucatán a
cualquier país europeo, por estimarlo peligroso para la paz y la seguridad de
los Estados Unidos, lo que implicaba el principio de “América para los
norteamericanos” y también se afirmó el derecho de soberanía virtual sobre todo
el territorio del hemisferio occidental (Hernández
Martínez, s.f).
Desde la segunda parte del
siglo XIX, Estados Unidos utilizó la doctrina Monroe con el objetivo de ejercer
una hegemonía política e influencia ideológica sobre los países del continente
y también con el fin de impedir que las potencias europeas cerraran el paso a
su crecimiento territorial, económico y político.
Para el siglo XX, la
expansión en todos los ámbitos de los Estados Unidos fortalece la continuidad y
profundización de la doctrina Monroe. Se consolida a través de la política del
“big stick”, de la mano de Theodore Roosevelt. Asimismo se desarrolla el
panamericanismo como fuente ideológica que actualiza la política norteamericana
hacia el hemisferio. Luego de la primera guerra mundial, se inicia la política
del “buen vecino” con el presidente Hoover y continuada con Franklin D.
Roosevelt. Se dice que el monroísmo deja sentado el contenido básico de la
seguridad hemisférica a la manera norteamericana, sólo se intentó darle un
revestimiento contemporáneo. (Hernández Martínez, s.f)
El concepto citado,
presentó como legítima la injerencia y supuesta salvaguarda de los Estados
Unidos en Latinoamérica. De esta manera es a partir de este eje ideológico que
se conciben, definen y aplican las concepciones de “seguridad nacional” que se
harían manifiestas posteriormente. Se puso la inspiración de la doctrina
Monroe, amplificada por el panamericanismo, en función de los intereses
objetivos de la hegemonía estadounidense, como país líder del sistema
capitalista mundial, y de manera especial, a través de institucionalizar el
sistema interamericano. (Hernández Martínez, s.f).
Cuando el fin de la guerra
fría, los Estados Unidos previeron un subcontinente tranquilo, sin embargo las
crisis en la región tuvieron un profundo efecto desestabilizador, que distaba
de ser el escenario concebido para afianzar su dominación en el continente.
Es necesario referirse al
pretendido ALCA, dentro del curso global para la dominación y hegemonía en el
continente. Se considera un proyecto estratégico que expresa la continuidad del
patrón de asimetría y dependencia formulado, desde las prácticas que constituyen
momentos importantes entre las relaciones históricas de ambas Américas: la Doctrina
Monroe, el Destino Manifiesto, el Panamericanismo, la Buena Vecindad y la
Alianza para el Progreso (Hernández
Martínez, s.f).
Diversos autores han
señalado que el objetivo de la política de Estados Unidos hacia Latinoamérica
ha sido salvaguardar y acrecentar sus considerables intereses en la región.
Esto ha significado en el terreno práctico, el establecimiento y mantenimiento
de la hegemonía estadounidense mediante la exclusión de todo poder extraño al
hemisferio capaz de desafiarla. Al faltar un poder así dentro del continente la
región no ha representado un reto serio para el poder norteamericano (Hernández Martínez, s.f).
Los intereses de Estados Unidos en la región
son estratégicos (incluida su seguridad), económicos y políticos. Todos
relacionados entre sí. Es por eso que en el monroísmo es donde aparece el hilo
conductor, que a través del panamericanismo y demás fases, bajo las posteriores
condiciones históricas, se llega al ALCA
(Hernández Martínez, s.f).
Aunque desde el punto de
vista de las proyecciones actuales estadounidenses hacia la región, las
prioridades de la “doctrina Bush” jerarquiza la política exterior de seguridad
nacional y vencer al terrorismo, como reacciones a los acontecimientos del 11
de septiembre, la continuación del proyecto mundial orientado a la reafirmación
hegemónica no excluye la atención al ALCA. Todo parece indicar que bajo esta
bandera, la política exterior norteamericana procurará conservar y fortalecer
su influencia en América Latina. Por lo tanto, tratará de lograr la
implantación del ALCA, conjugando el tratamiento caso por caso, el
bilateralismo y la solución diferenciada en situaciones críticas. Asimismo
mantendrá su ascendencia dentro de los organismos internacionales y
multilaterales (Hernández Martínez, s.f).
Al final de la Guerra Fría,
varios países de América latina, entre ellos Argentina, Brasil y México
pusieron en práctica relaciones económicas nuevas y más dinámicas con otros
países. Esta apertura económica no tuvo que ver con apertura política, lo que
se intentó fue buscar nuevos recursos de capital y tecnología para sus
programas de desarrollo del capitalismo monopolista. En el caso de los países antes
mencionados se buscó también nuevos mercados para sus productos (Ianni, 1974).
La situación de crisis de
Estados Unidos y el acenso de otras potencias crearon condiciones nuevas para
las burguesías en América latina. Las economías de estos países perdieron
parcialmente su carácter subalterno frente a Estados Unidos, al abrirse nuevas
posibilidades de negociar con otros países. De esta forma surgieron de nuevo
ambiciones hegemónicas en México, Brasil y Argentina (Ianni, 1974).
En este contexto mundial
resurgieron las ambiciones de independencia y hegemonía de los tres países
“grandes” en sus relaciones con Estados Unidos y con el resto de Latinoamérica.
La inclinación de algunos sectores sociales de estos países para ejercer alguna
influencia o predominio hacia sus vecinos del continente es antigua. Pero el
nuevo contexto mundial reavivó esa tendencia. Las concepciones de seguridad y
defensa nacional se plantearon como precondiciones de desarrollo económico,
haciendo resurgir en ciertos sectores argentinos, mexicanos y brasileños una
nueva preocupación por los vecinos del continente y sus relaciones con ellos.
En opinión de Ianni los “grandes” absorbieron las condiciones norteamericanas
de seguridad hemisférica, ahora con perspectivas nacionales. De ahí surgió la
preocupación por la ocupación y colonización de franjas fronterizas y su
relación con lo que ocurre social, política y económicamente más allá de sus
fronteras nacionales (Ianni, 1974).
México, apareció como una
nación preocupada en aprovechar el contexto crítico en el que se hallaba tanto
los Estados Unidos como las relaciones de los otros dos “grandes”, para mejorar
su posición en América Central, el Caribe y América del Sur. Las iniciativas
mexicanas tuvieron por objetivo aprovechar las oportunidades creadas por la
reducción de la presencia norteamericana en el continente y la rivalidad entre
Argentina y Brasil (Ianni, 1974).
México parece ser entre
los “grandes” de América Latina el país que más ha sido alcanzado por la
presencia y la agresividad imperialista norteamericana. Esto le confirió una
significación complementaria a su política diplomática hacia Latinoamérica, ya
que podría darle mejores términos de negociación con los norteamericanos
(Ianni, 1974).
Sin embargo, es importante
recordar que Estados Unidos todavía es el país preponderante en los negocios
latinoamericanos. Norteamérica siempre hizo y continúa haciendo en América
Latina una política de rivalidad y acomodo con respecto a los llamados tres
“grandes”. Durante un momento algún país de estos parece merecer las
preferencias norteamericanas y en otro momento lo mismo se puede decir de otro
país.
La propia literatura
norteamericana sobre relaciones interamericanas, tiene además de objetivos
técnicos académicos o científicos, también la finalidad de estimular la
rivalidad entre México, Brasil y Argentina, en sus relaciones, rivalidades y
ambiciones económicas, políticas, militares y culturales, tanto de forma
recíproca como con los otros países del continente.
Los llamados tres
“grandes” son países que tienen al mismo tiempo las siguientes características:
potencias regionales, o de segunda clase, emergentes y en claves del
imperialismo. Estas condiciones son en apariencia contradictorias. En la
práctica, no obstante, son reales; la contradicción es propia de las etapas de
transición, las ambiciones hegemónicas de estos países son más ideológicas que
reales. No obstante, tampoco hay duda de que los otros países ya sienten la
realidad de influencia, poder e incluso dominación de lo que ellos denominan
imperialismo de las tres “grandes” (Ianni, 1974).
Es necesario acotar las
manifestaciones de que existen tres “grandes” o potencias emergentes en
Latinoamérica, ya que con el paso del tiempo y el desempeño económico y
geopolítico de los mencionados países se puede decir que en la actualidad la
nación que está cobrando verdadero liderazgo en el subcontinente y hacia el
exterior es Brasil. Este liderazgo no es sólo económico sino también en
cuestiones de política exterior y en interlocución con Estados Unidos. Asociado
a Brasil está el llamado Mercado Común del Sur (Mercosur) en el cual está
incluida la Argentina aunque con un papel mucho más limitado y supeditado al
bloque comercial y no como líder.
México.
El más viejo
y complejo problema en toda la historia de México, es el relativo a la relación
con los Estados Unidos de América. Antes de la Guerra de independencia, la
expansión territorial de México operó sólida sobre las autoridades
virreinales; las fuerzas progresistas que, primero, intentaron dar origen a una
república federal consagrada en el proyecto constitucional de 1824 y, después, procuraron
el liberalismo mexicano, siempre percibieron una inspiración en las normas y la
política estadunidenses que, ni con la pérdida de Texas ni con la injusta
guerra de 1847, pudo evaporarse.
El
siglo XIX, en el que las disputas y cuartelazos hicieron grandes servicios a la
causa expansionista de los Estados Unidos, se convirtió en una prolongada y
severa advertencia respecto a los riesgos de una vecindad conflictiva como la
que se estableció entre un país pobre y desunido y aquel que, desde su origen, puso
las bases para convertirse en la más
importante potencia mundial.
Desde
nuestro punto de vista consideramos que para México la figura de Estados Unidos
siempre ha provocado una mezcla de fascinación y frustración. Fascinación por
todo lo que ha logrado el vecino del norte, siendo que no contaba con una
nación propia, como producto cultural, en sus inicios. Creo que también
frustración porque hemos sentido de manera mucho más profunda y pronunciada el
impacto de la hegemonía estadounidense y no sólo desde el momento en que se
convirtió en nación hegemónica del sistema mundo sino desde los inicios de la
vida independiente en México.
Nuestro
país ha sufrido diversas consecuencias de la vecindad con Estados Unidos y
creemos que el balance es negativo: la pérdida de territorio, la necesidad de
reconocimiento norteamericano, la visión geopolítica de que constituye un
puente o enclave estratégico para afianzarse por parte de Europa y que fue una
de las causas de las invasiones por parte de naciones centrales europeas.
El Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.
Antecedentes. En
relación a la pérdida de hegemonía mundial de los Estados Unidos, el marco en
el que se pretende poner en ejercicio una antigua, y discutida, centralidad
hemisférica de esa nación, como respuesta oportuna a los acelerados
procesos de integración regional en Europa y Asia oriental.
Los
defensores radicales de un cercano resurgimiento de los Estados Unidos como la
primera potencia mundial plantearon el camino de los acuerdos y/o tratados de
libre comercio en el continente para conformar una acertada estrategia de
recuperación de mercados y de voluntades políticas, por lo demás pertinente con
los vigorosos procesos de globalización, en curso tras la conclusión de la
Guerra Fría.
En
relación a estos instrumentos, los convencidos de la caída de los Estados Unidos
como potencia hegemónica mundial, asumen que este país llega de forma
totalmente errónea a la imitación de los procesos integradores europeo y
asiático, para encargarse únicamente de una región con gran densidad en la
población y poca riqueza, con más atraso que desarrollo y sin grandes
perspectivas de conformar un bloque ganador, en la antesala del siglo
XXI.
Lejos de las características ventajas que los acuerdos multilaterales habían
mostrado en los acuerdos en el seno del GATT (18 meses para el Acuerdo de Libre
Comercio entre el Canadá y los Estados Unidos, frente a los más de siete años
que consumió La Ronda Uruguay).
Más
allá del interés de acrecentar con fuerza los mecanismos de un total comercio
libre, la iniciativa salinista de impulsar un acuerdo de libre comercio pudo
ser acogida por la impresión que, en el ánimo de los gobiernos de Canadá y los
E.U., producían los logros y, especialmente, los objetivos de la transición
mexicana que, con la recurrente bandera de la modernización, enunció el
entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari.
La evolución de un plan para disminuir la tasa de la inflación, dentro de la
cual se planeaba la modernización de la planta productiva, el tratamiento de
los caciques dentro de la burocracia sindical, el manejo de los precios clave
del sistema económico, la profundización de privatizaciones y desregulación, la
llamada reforma del Estado y la inquebrantable disposición a formalizar
una apertura que, ya no serviría sólo para la lucha antiinflacionaria, sino que
llevaría al país nada menos que a ocupar un sitio en el Primer Mundo, se
percibieron como razones suficientes para dar comienzo a las negociaciones que
producirían el comienzo del regionalismo hemisférico del continente americano.
Según de los intereses de los nuevos socios (el interlocutor de México y de
Canadá siempre han sido los Estados Unidos), no debe olvidarse la economía
estadunidense del todo decadente y las oposiciones canadienses de fuerzas
considerables de fines de 1989.
Situación
Actual.
El tratado de libre comercio de América
del Norte, ha cumplido las etapas de liberación comercial, dando paso a una
supuesta zona de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México. En
opinión de Witker & Díaz (2009) si
hubiera cumplido con los objetivos convenidos en el acuerdo comercial, se
estarían preparando los instrumentos correspondientes para transitar a una
unión aduanera como un mercado común del Norte.
En este tiempo, la economía mexicana
se ha estancado y decreció, el ingreso se distribuye de forma inequitativa y la
pobreza se ha duplicado. Estados Unidos militarizó la frontera común, asimismo
erigió un muro de más de mil kilómetros en la misma (Witker & Díaz, 2009).
El TLCAN de acuerdo con su artículo
102, planteó los siguientes objetivos:
1. Los objetivos del
presente Tratado, expresados en sus principios y reglas, principalmente los de
trato nacional, trato de nación más favorecida y transparencia, son los
siguientes:
a) eliminar obstáculos al
comercio y facilitar la circulación transfronteriza de bienes y de servicios
entre los territorios de las Partes;
b) promover condiciones de
competencia leal en la zona de libre comercio;
c) aumentar sustancialmente
las oportunidades de inversión en los territorios de las Partes;
d) proteger y hacer valer,
de manera adecuada y efectiva, los derechos de propiedad intelectual en
territorio de cada una de las Partes;
e) crear procedimientos
eficaces para la aplicación y cumplimiento de este Tratado, para su administración
conjunta y para la solución de controversias; y
f) establecer lineamientos
para la ulterior cooperación trilateral, regional y multilateral encaminada a
ampliar y mejorar los beneficios de este Tratado.
2. Las Partes interpretarán
y aplicarán las disposiciones de este Tratado a la luz de los objetivos
establecidos en el párrafo 1 y de conformidad con las normas aplicables del
derecho internacional.
En cuanto al objetivo a), se ha
cumplido de manera parcial en materia de mercancías, no así en servicios. El
autotransporte de carga mexicano está prohibido
y una muralla de más de mil kilómetros impide la prestación de servicios
de mano de obra agrícola mexicana, especialmente campesina (Witker & Díaz,
2009).
Por lo que hace al objetivo b), no
existe competencia leal entre los productos agropecuarios, ya que continúan los
subsidios gubernamentales a todo el sector agrícola norteamericano y no se ha
avanzado en cuanto al desmantelamiento convenido (Witker & Díaz, 2009).
Respecto al objetivo c), las
inversiones comprometidas han funcionado para comprar cadenas de autoservicio y
aseguradoras eficientes, que funcionaban adecuadamente antes del TLCAN. Las
tierras del litoral mexicano han captado inversiones en proyectos turísticos
importantes. No ha existido inversión en la producción agrícola nacional, a
pesar de la reforma constitucional agraria de 1992. No parece interesar a los
Estados Unidos el desarrollo productivo del agro mexicano, más bien le interesa
ser el único abastecedor de alimentos para México (Witker & Díaz, 2009).
En cuanto al objetivo d), la
protección de la propiedad intelectual ha funcionado de manera parcial, pese a
que es un aspecto importante para Estados Unidos y el mantenimiento de su
hegemonía a través de los avances tecnológicos. La economía informal y la
piratería que existen en México y el comercio triangulado de origen chino que
transita por territorio estadounidense, es notorio (Witker & Díaz, 2009).
Por lo que hace al objetivo e),
conflicto-solución, ha sido limitado. El Capítulo XX ha presentado sólo tres
casos; el XIX (antidumping) de relativa aplicación, el Capítulo XI
(inversiones) se ha aplicado de manera precaria. Estos mecanismos están lejos
de haberse institucionalizado y la asimetría de los socios evidencia su
limitado funcionamiento, los paneles arbitrales están paralizados desde hace 5
años (Witker & Díaz, 2009).
El objetivo f), a raíz del
terrorismo centrado en los ataques del 11 de septiembre de 2001, se ha
realizado de manera parcial y ventajosa por parte de Estados Unidos, con las
tareas de seguridad nacional que han dado resultado el ASPAN y el llamado Plan
Mérida (Witker & Díaz, 2009).
La evaluación anterior evidencia
algunos limitados logros como la multiplicación del comercio trilateral, mayor
variedad de productos para el consumidor, la parcial modernización económica
mexicana. Lo anterior se complementa con efectos económicos no deseados para
México, entre los que destacan: la dependencia alimentaria del exterior y el
desacato de un laudo arbitral favorable a México en el caso de autotransporte
de carga nacional (Witker & Díaz, 2009).
Alianza para la Seguridad y la
Prosperidad de America del Norte (ASPAN)
En 2005, Canadá, Estados Unidos y
México firmaron esta alianza. Dos situaciones fundamentaron esta asociación, en
primer lugar, conciben que después del 11 de septiembre de 2001, la economía y
la seguridad están ligadas. Por otra parte manifestaron que la transformación
del mercado global y las inversiones por parte de nuevas potencias, como China
e India, hacen necesario una coordinación más eficiente entre los socios
comerciales de América del Norte (Witker & Díaz, 2009).
Los objetivos planteados son:
1.
Agenda de Prosperidad. Promover el
crecimiento económico, la competitividad y la calidad de vida en América del
Norte, a través de una agenda concreta enfocada a:
o
Aumentar la productividad;
o
Reducir los costos del comercio y los costos
de transacción; y
o
Promover de manera conjunta una mayor
corresponsabilidad con nuestro medio ambiente; la creación de una oferta de
alimentos más confiable y segura, facilitando a la vez el comercio de productos
agrícolas; y la protección de nuestra población contra enfermedades.
2.
Agenda de Seguridad. Desarrollar un enfoque
común en materia de seguridad, a fin de proteger a América del Norte,
destacando las acciones para:
o
Proteger a la región de América del Norte
contra amenazas externas;
o
Prevenir y responder a amenazas dentro de la
región de América del Norte; y
o
Aumentar la eficiencia del tránsito seguro de
bajo riesgo a través de nuestras fronteras compartidas.
La
Alianza parte del hecho de que, hoy en día, la seguridad y la prosperidad son
mutuamente dependientes y complementarias.
Complementa
esfuerzos bilaterales y trilaterales que actualmente están en marcha en materia
económica y de seguridad, y revitaliza otros aspectos de la cooperación en la
región para mejorar la calidad de vida; tales como la protección al medio
ambiente y la salud pública, inversión en nuestra gente a través de
intercambios académicos y científicos (Secretaría de Relaciones Exteriores,
2015) .
En el trasfondo, el ASPAN, pretende
fortalecer el modelo de integración subordinada de la región a Estados Unidos
como país y a las empresas transnacionales vinculadas con el gobierno
norteamericano.
Con este acuerdo las empresas
transnacionales vinculadas a Estados Unidos se han apoderado de manera abierta
del proceso de vinculación subordinada. Este proceso ha lanzado acuerdos con
impactos de largo plazo sin participación de los órganos legislativos de los
países integrantes (Witker & Díaz, 2009).
Para la cumbre de 2006, se promovió
la creación del Consejo de Competitividad de América del Norte (NACC) para
recoger del sector privado las recomendaciones que tuvieran sobre las
prioridades en el marco del ASPAN. Para 2007 se entregó el primer reporte,
incluyendo 51 recomendaciones de acción específicas y más allá del acuerdo de
seguridad en tres áreas consideradas como prioritarias: facilitación de cruce
entre fronteras, cooperación, así como estándares regulatorios e integración
energética (Witker & Díaz, 2009).
En el NACC no existe participación
de representantes gubernamentales y es el gran capital quien llega a los
acuerdos. Se relegó a los gobiernos a las funciones de ejecución y facilitación
de los acuerdos alcanzados por el sector privado (Witker & Díaz, 2009).
El ASPAN hizo explícita la relación
entre el acuerdo comercial y los asuntos de seguridad, con el argumento de
integración. Los acuerdos del ASPAN exigen la modernización de las fuerzas
militares y policiales mexicanas, la compra de equipo estadounidense y la
capacitación de las fuerzas del orden impartida por agencias de Estados Unidos
(Witker & Díaz, 2009).
Otros planes en torno al ASPAN son
la militarización de la frontera sur de México, trasladar hacia el interior del
país instalaciones de aduanas e inmigración y mecanismos de identificación
biométrica (Witker & Díaz, 2009).
El Plan Mérida que contiene ayuda en
equipo y logística militar de casi 300 millones de dólares es la evidencia de
que el ASPAN es un instrumento de anexión que Estados Unidos ha diseñado en
contrasentido del crecimiento y prosperidad económico de México y a favor de
los intereses hemisféricos de los Estados Unidos (Witker & Díaz, 2009).
Se
puede concluir que todas las sucesivas etapas del sistema mundo, entendido en
sentido amplio, han sido encabezadas por un poder al cual los demás no pueden
oponerse y que se le ha llamado hegemón. En la actualidad no hay duda de que
este papel es desempeñado por los Estados Unidos.
La
hegemonía estadounidense hacia el continente ha pasado por diversas doctrinas
que tienden a hacer creer que es contemporáneo y políticamente correcto el afán
injerencista en las naciones del continente americano.
En
el caso de México, la posición de hegemonía estadounidense es aun anterior al
establecimiento de ese país como líder del sistema mundo. Lo anterior se deriva
de la evidente vecindad, así como de la asimetría que desde el principio de la
vida independiente de ambas naciones existe entre ellas.
El
TLCAN y la ASPAN constituyen los nuevos instrumentos de dominación que el
coloso del norte impone a sus vecinos, situación resentida en mayor medida por
México por sus grandes problemas y contradicciones internas y hacia el
exterior.
Las
naciones del continente, en especial México, no detectan estos nuevos
instrumentos de control y administración del sistema. El gobierno mexicano
continúa empecinado en anclarse a su vecino del norte, siendo que la Historia y
la realidad actual nos confirman que los Estados Unidos sólo tienen intereses,
son globales y dentro de ellos nunca ha estado lograr la prosperidad y
desarrollo mexicanos.
La
injerencia real de los Estados Unidos como país y como sistema económico sobre
México rebasa en mucho el nivel que la opinión pública nacional siquiera
sospecha.
Se
puede concluir que lejos de ser visto como socio, México sigue siendo visto
como el “patio trasero” de Norteamérica y más aún como el último perímetro de
seguridad nacional, el cual conviene que se mantenga estable pero no desarrollado.
Para una potencia que quiere seguir siendo hegemónica es impensable tener como
vecino a una nación desarrollada y próspera ya que eso podría provocar el que
emergiera de manera real como independiente de los intereses de la nación
poderosa.
Finalmente,
es importante señalar que salvo algunas excepciones esta hegemonía aplastante
ha sido solapada y ayudada por los mismos actores sociales, políticos y
económicos nacionales que se supone deberían por lo menos intentar defender los
intereses mexicanos.
Referencias
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Página
de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México