La fatídica cita
en Chinameca
A 100 años del
asesinato de Emiliano Zapata
Francisco
Hernández Echeverría
(Conferencia
presentada en la Universidad Metropolitana de Puebla el 5 de abril de 2019)
Entre
los grupos que se involucraron en la lucha contra la dictadura de Porfirio
Díaz, estaba el movimiento campesino del estado de Morelos y la cooperación
rural del norte. Para los fines de esta conferencia me centraré en el primer
grupo.
Muchos
pueblos perdieron sus tierras, o parte de ellas, como consecuencia de las
reformas liberales promulgadas en y después de 1856. Muchas, sino la mayoría de
estas tierras terminaron en manos de los hacendados. Así sucedió que campesinos
que habían sido propietarios de tierras por derecho propio tuvieron que
solicitar trabajo en las haciendas vecinas. Se convirtieron en jornaleros de temporada;
el resto del año cultivaban su propio pobre pedazo de terreno. A veces tenían
que rentar parcelas que alguna vez habían sido suyas y trabajaban como
aparceros o simples arrendatarios. Desde luego esto debe haber sido
particularmente irritante para ellos. El aumento de la población en los pueblos
sólo empeoró su situación. Los campesinos sentían que los hacendados les habían
robado sus tierras —aunque de hecho sus propios ancestros podrían habérselas
vendido a los hacendados— pero dado que habían sido vendidas a tan bajo precio
considerando su valor actual, los campesinos pensaban que sus padres habían
sido engañados por los hacendados. Creían que era sólo justo sólo exigir que
sus tierras ancestrales les fueran restituidas. Sin embargo, las escrituras de
los terrenos frecuentemente estaban o extraviadas o redactadas imprecisamente y
esto explica la enorme cantidad de litigios entre propietarios individuales[1] y entre hacendados y pueblos a los largo de
todo el periodo colonial e independiente.[2] Fue por esto que
Madero especificó en su manifiesto revolucionario que las usurpaciones debían ser revisadas; no se trataba en lo
esencial de la restitución directa e inmediata (Bazant, 1980: 117).
La situación era particularmente
crítica en el estado de Morelos —el rincón septentrional de la siempre rebelde
y vengativa tierra caliente—, por lo que había sido escenario de efervescencia
sociopolítica en los últimos años de la década de 1900-1910. Debido a la
característica específica de sus recursos naturales, que propiciaban la
producción azucarera, la región morelense había visto incrementarse los
latifundios asociados a este tipo de producción, para la que se requiere de una
considerable extensión de tierra. En efecto, los aumentos recientes en el cultivo
de la caña de azúcar habían inducido a los hacendados locales a buscar más
tierras. La producción azucarera, por estar destinada fundamentalmente a la
exportación, era objeto de especial interés para las políticas económicas del
régimen porfirista, sobre todo cuando la plata sufría bajas en el precio. Por
tal razón, el gobierno permitía e incluso alentaba la severa explotación y
despojo de tierras que los trabajadores padecían a manos de los hacendados, con
tal de hacer crecer la producción (Delgado de Cantú, 1987: 172). Por ello, en
Morelos había muchas haciendas e igualmente muchos pueblos; el estado estaba
sobrepoblado.
Durante algunos años, la región
morelense se había mantenido relativamente en orden, gracias a la habilidad del
gobernador Manuel Calderón, quien supo hacerse respetar por los campesinos y
mediar entre éstos y los hacendados. Pero cuando Calderón muere en 1908, y se
lanzan las elecciones para la gubernatura del Estado de Morelos, el presidente
Díaz escoge como candidato oficial a una persona completamente distinta y ajena
a la situación política y social del estado. El escogido fue Pablo Escandón, un
teniente coronel y jefe del Estado Mayor de Díaz con aires aristócratas. Y como
candidato del Partido Demócrata a Patricio Leyva, persona con verdadero arraigo
en la región y poseedor de la confianza del pueblo por ser nativo de Morelos.
El comerciante Pablo Torres Burgos funda el grupo leyvista “Melchor Ocampo”.
Pero, finalmente Escandón es “electo” como gobernador de Morelos en la forma acostumbrada
por los porfiristas. Y como gobernador, Escandón se puso abiertamente del lado
de los terratenientes, amos de vida y haciendas, con lo cual aumentó el
descontento de los campesinos y dio ocasión para que éstos se sumaran a la
rebelión que ya empezaba a sacudir a la dictadura (Ibídem).
El
problema hizo crisis cerca de Cuautla donde las grandes haciendas casi ahogaron
a un pequeño grupo de pueblos. Los antepasados de estos campesinos habían
tomado parte como soldados al lado de Morelos y Juárez y sus descendientes
estaban bien armados. No es extraño que resintieran el ser tratados como
inferiores; veían venir el día en que las haciendas absorberían el suelo en que
vivían. Estaban decididos a evitar esto (Bazant, 1980: 117). Ese pueblecito en el que empezaría la revolución agraria
era San Miguel Anenecuilco (que en náhuatl quiere decir “lugar en donde el agua
se arremolina”) que está dividido en dos partes por un río que lo atraviesa; al
oriente es llano y bajo con tierras bien regadas y fructíferas. Al oeste en
cambio se extiende por una cuesta pedregosa y estéril, es alto y seco, donde
apenas si crecen los mezquites, los guajes y los cactus espinosos. En aquella
época el poblado tiene menos de 400 habitantes y un total de alrededor de 50
hectáreas de tierra.
¿Sabes
que para nosotros todo es la tierra junto con la libertad como lo dijo John
Womack en su libro Zapata and the Mexican Revolution?
Él dijo: ‘Situada a uno cuántos kilómetros al sur de Cuautla, en el Rico Plan
de Amilpas, del estado de Morelos, con sus casas de adobe y sus chozas de palma
dispersas bajo el sol, en las laderas achaparradas que descuellan sobre el río
Ayala, Anenecuilco era en 1909, una aldea tranquila, entristecida, de menos de
cuatrocientos hombres (en Martín Moreno, 2009: 191).
Anenecuilco
aparece ya en el Códice Mendocino como tributario de los aztecas. En la
Conquista luchó por mantener su identidad e independencia frente a otras
condiciones. En 1607 el virrey Luis de Velasco le concede la merced de tierra,
pero ese mismo año se las quita y pasa a manos de la Hacienda del Hospital.
Entonces los aldeanos comienzan a combatir lo que consideran una usurpación de
sus tierras por parte de las haciendas vecinas. Dado que la mayoría de ellos
había perdido las escrituras originales que les otorgaban una amplia área de
tierra, en 1798 le pidieron a las autoridades un poco más de 100 hectáreas (o
un kilómetro cuadrado) de tierra (Sotelo Inclán, 1943: 84, 101-105, 192). En
esa época, la población de la aldea era de un total de 94 personas, alrededor de
30 familias que podrían haber considerado suficiente esta cantidad de tierra.
Así que durante el siglo XVII y parte del XVIII el pueblo pedirá las tierras,
se opondrá a los acuerdos de la Real Audiencia, ventilará diligencias y
querellas contra la Hacienda del Hospital, Tehuixtla y Matatlan. Pero la era
colonial termina sin que se les reintegrara nada. Para vivir rentan pequeñas
parcelas a las haciendas azucareras.
En 1853 el pueblo vuelve a pedir su
documentación al Archivo General, y abre su pleito con Matatlan. En 1864 pide
sus tierras a Maximiliano de Habsburgo, y diez años después José Zapata —quien
ejerce las funciones de gobernador y tío del futuro Caudillo del Sur, Emiliano
Zapata— y el pueblo, le escribe a Porfirio Díaz: “guardamos con celo los papeles
que algún día demostrarán que somos los únicos y verdaderos dueños de estas
tierras”. Efectivamente, mucha gente tenía enterrados en algún lugar secreto
del pueblo y dentro de una caja de hojalata, los títulos, los mapas y los
pedimentos, las copias, la merced, cuadernos enteros de litigios y dictámenes.
Como ya mencionamos anteriormente, en el curso del tiempo las haciendas
lograron apoderarse de aproximadamente la mitad del total de las tierras de
Anenecuilco y, al mismo tiempo, la población de la aldea aumentó alrededor de
cuatro veces. Como resultado, la mayoría, quizás casi todos, los varones
adultos del pueblo estaban forzados a trabajar como jornaleros de tiempo
parcial en las haciendas. El siglo XIX terminará sin que se resolviera nada.
Pero
Anenecuilco no era la excepción a la regla. Condiciones similares a las de
Anenecuilco prevalecían en otras partes del Centro de México. Por ejemplo, los
residentes de Naranja, pueblo de pescadores en Michoacán, habían perdido su
independencia económica para 1885, cuando el alcalde vendió el título de
propiedad de unos pantanos cercanos a dos españoles que los desecaron y
establecieron una fértil hacienda (Friedrich, 1970: 112-113). Los españoles no
reclutaron su mano de obra entre los empobrecidos pescadores, sino que trajeron
del Bajío peones acasillados que se sentían superiores a los aldeanos de lengua
tarasca. Para 1910, el pueblo de Naranja consistía en aldeanos sin tierra por
un lado y por el otro, un pequeño grupo de comerciantes, que al mismo tiempo eran
los funcionarios municipales. Los ricos y poderosos comerciantes se pusieron
del lado de los hacendados (Bazant, 1980: 118).
Los
pueblos que habían conservado sus tierras también estaban estratificados. En el
mismo estado de Morelos, no todos los pueblos habían perdido sus tierras
comunales. Unos cuantos las habían conservado gracias a su aislamiento
geográfico, entre ellos Tepoztlán, escondido en un profundo valle rodeado de
acantilados. El hecho de que Tepoztlán hubiera conservado casi todas sus tierras comunales, que
consistían principalmente en bosques, no significa sin embargo que todos sus
habitantes tuvieran acceso a ellas. El pueblo estaba controlado por un cerrado
grupo de comerciantes, terratenientes y ganaderos que usaban las tierras comunales
como pastos e impedían que los pobres, hambrientos de tierras, las cultivaran
(Lewis, 1951: 51, 93, 230). Estos ricos caciques naturalmente estaban de parte
de las autoridades gubernamentales. Por lo tanto, todo el campo estaba
fuertemente dividido entre los ricos y los pobres.
La
crisis en las relaciones entre pueblos y haciendas llegaba a su clímax después
del fracaso de la cosecha de 1909 y la subsecuente alza en el precio del maíz.
Los desesperados campesinos de Anenecuilco le pidieron al hacendado más
próximo, que daba la casualidad de que era Escandón, el gobernador del Estado,
que les permitiera plantar maíz en tierras en disputa. En vez de esto, las
rentó a agricultores de otro pueblo vecino (González Navarro, 1970: 226). La
estación de lluvias de 1910 ya estaba en camino y era urgente que empezara la
siembra de maíz inmediatamente. Y todavía la situación de los campesinos se
agravaría a causa de una nueva ley decretada por el gobernador Escandón, que
ocasionó un nuevo despojó de tierra. De modo que en septiembre de 1909 los
vecinos de las tierras de Villa de Ayala y Anenecuilco nombran para presidente
del Comité de Defensa (Calpuleque), a un joven mestizo, de tez morena, alto y
delgado, de enorme bigote, ojos negros y brillantes, mirada apacible, aguda y
penetrante, escéptico y tenaz, temerariamente desconfiado. Su nombre: Emiliano
Zapata.
Esto
tiene su explicación, ya que hasta en los pueblos más pobres había unos cuantos
individuos o familias comparativamente prósperos, y aunque la posición económica
de Zapata fuera algo mejor que la de los campesinos de Anenecuilco, éstos le
tenían confianza y lo consideraban como uno de los suyos por ser hombre de
férreas convicciones y principios.
Emiliano
Zapata Salazar nació un 8 de agosto[3] en San Miguel
Anenecuilco, cerca de la Villa de Ayala, Estado de Morelos, en una sólida casa
de adobe y tierra en el seno de una familia ampliamente conocida por los
habitantes de aquel lugar y de largas y profundas raíces locales por llevar en
sus huesos la historia de México: su abuelo materno, José Salazar, ya de
muchacho cruzaba las línea del ejército realista para llevar tortillas, sal,
aguardiente y pólvora a los insurgentes. Dos hermanos del padre de Emiliano
pelearon en la Guerra de Reforma como igualmente lo hicieran durante la
Intervención francesa.
Gabriel
Zapata y Cleofas Salazar habían procreado diez hijos: Pedro, Celsa, Eufemio,
Loreto, Romana, María de Jesús, María de la Luz, Jovita, Emiliano y Matilde.
Como se puede ver, Emiliano era el penúltimo hermano. Asistió a la escuela de
su pueblo para estudiar la instrucción primaria con rudimentos de teneduría de
libros, de la mano del profesor Emiliano Vara; al mismo tiempo ayudaba a su
padre en las labores del campo, tarea que le dio conciencia de los problemas
que aquejaban a los campesinos. En aquel entonces en Anenecuilco existían dos
haciendas cañeras: la del Hospital y la de Cuahuixtla, que casi acabaron por
dejar al pueblo sin tierras ni labor.
A
los 16 años quedó huérfano, pero no era un campesino indefenso y pobre que
tuviera necesidad de trabajar como jornalero en las haciendas; él y su hermano
Eufemio habían heredado ganado y un poco de tierra al morir sus padres. Se
dedicaron a cultivar sus tierras, y en temporadas de poco trabajo se ocupaba de
la compra y venta de caballos en pequeña escala. Esta actividad, aparte de
dejarle dinero suficiente para vivir con cierta comodidad y comprarse lujosos
arreos de montar, hizo de Zapata un ganadero y experto domador de caballos,
cuya fama provocó que los dueños de las haciendas se disputaran sus servicios
(Delgado de Cantú, 1987: 173).
Éste
ranchero independiente no era borracho (aunque le gustaba el coñac), ni
parrandero (aunque asistía a la feria de San Miguelito cada 29 de septiembre),
ni jugaba (aunque no se separaba de su ato de naipes), pero sí muy enamorado.
Su orgullo eran sus inmensos bigotes, y lo que más atraía en Zapata, no sólo a
las mujeres, sino a todos el que lo conocía, era su carácter de charro entre
charros. “Emiliano” como se le decía, se presentaba en la plaza de toros
montando los mejores caballos del rumbo sobre las mejores sillas vaqueras. Los
jaripeos, las corridas de animales en el campo, las carreras de caballos y las
peleas de gallos constituían sus diversiones favoritas. Su impecable figura de
charro, sin afectaciones, ni rebuscamientos, era clásica a su manera. Pero
antes que charro, independiente, insumiso, travieso y enamorado, Zapata era la
memoria viva de Anenecuilco.
Esto
le dio a Emiliano prestigio y autoridad y por lo tanto se fue ganando la
confianza de los habitantes de su tierra. Y gracias a esa confianza se integra
entonces como uno de los dirigentes del grupo de hombres jóvenes que participan
activamente en la defensa de las tierras que les han arrebatado a los
campesinos en Villa de Ayala y Anenecuilco; en el cumplimiento de su deber
estudia los documentos que acreditan los derechos de su gente a las tierras,
firma protestas, forma parte de las delegaciones enviadas entre el respectivo
jefe político, ayuda a mantener la moral del pueblo, suscribe convocatorias, se
instala en la rebeldía, organiza la protesta: su terquedad lo proyecta como
líder natural de los suyos hasta llegar a ser, apenas cumplidos los 30 años, el
jefe agrario de Anenecuilco (Martín Moreno, 2009: 193). Así mismo, fue durante
esas gestiones que participa en las elecciones del Estado de Morelos apoyando
la campaña de Patricio Leyva, el candidato demócrata, por lo que el grupo
leyvista “Melchor Ocampo” integra a Emiliano como dirigente junto con su
secretario Francisco Franco Salazar, que era su primo hermano. Ambos serán
asesorados por algunos ideólogos de la Revolución, tales como Jesús Flores
Magón y el maestro Paulino Martínez. Pero Leyva será derrotado por Escandón con
fraude en las elecciones, recrudeciéndose la presión de las haciendas. Lo que
lleva a ser elegido Calpuleque por los lugareños.
En
ese tiempo el candidato independiente a la presidencia de la República,
Francisco I. Madero había sido detenido y encarcelado en vísperas de las
elecciones. Mientras tanto, Zapata hace que el Concejo de Defensa se encargue
de reclamar los derechos de los campesinos por la fuerza, es decir, que arma a
los mismos campesinos: “Nunca pidas justicia a los gobiernos tiranos con el
sombrero en la mano, sino con el arma empuñada. Moriré siendo esclavo de los
principios, no de los hombres” (en Martín Moreno, 2009: 191). De este modo,
envía una delegación al presidente Díaz a presentarle oficialmente la
reclamación. Los resultados fueron favorables para los campesinos, logrando expulsar
a los inquilinos del campo.[4] Con este triunfo
se iniciaba la revolución agraria mexicana y Zapata acabó de ganarse no
solamente ya la confianza, sino que podría decirse la devoción de los
campesinos de su pueblo (Martín Moreno, 2009: 193).
Debido
a estas actividades contrarias a la política oficial, Zapata fue reclutado en
el ejército federal en febrero de 1910, aunque obtuvo pronto su licenciamiento
gracias a que fue contratado para cuidar las lujosas caballerizas que tenía en
la capital un hacendado de Morelos, Ignacio de la Torre y Mier (yerno de don
Porfirio Díaz). Tras un breve tiempo de desempeñarse como caballerango mayor,
Zapata regresa a su terruño deprimido e indignado después de constatar que los
caballos de algunos establos de la Ciudad de México vivían mejor que la inmensa
mayoría de los campesinos morelenses, aquellos establos avergonzarían la casa
de cualquier trabajador en todo el estado de Morelos.
En
octubre de 1910, Madero huye de la prisión de San Luis Potosí y lanza el Plan de San Luis Potosí en cuya clausula
tercera se ofrecía devolver las tierras a sus legítimos dueños. Cuando dicho
plan revolucionario fue conocido en Morelos los campesinos de Anenecuilco y
alrededores esperanzados con las palabras de dicha cláusula decidieron integrarse
a la rebelión maderista. Sin embargo, no es seguro que Madero estuviera
completamente consciente de la situación y de sus implicaciones en 1910. Él
mismo era un buen hacendado que no sólo aumentaba el salario de sus
trabajadores, sino que igualmente les daba habitaciones higiénicas y se
preocupaba de que recibieran atención médica gratuita; como no tenían hijos, él
y su esposa alimentaban a docenas de niños en su propia casa y daban refugio y
educación a cantidad de huérfanos, así como contribuciones sustanciales a obras
de caridad (Ross, 1955: 12-13). Pero Madero debe haber sabido de injusticias
perpetradas por otros hacendados, especialmente en el estado de Morelos. De ahí
que hubiera simpatizado con Zapata, en particular dado que éste controlaba la importante
región al sur de la capital y le ofrecía su apoyo político. Los dos
conferenciaron en la casa de la familia Madero en la Ciudad de México, situada
en una elegante zona donde las calles tenían nombres de capitales europeas
(Womack, 2004).
Para Madero era importante atraer a
este rebelde agrarista a su bando. Su propio movimiento hasta entonces se había
restringido a centros urbanos. Incluso el Partido Liberal no había hecho mucho
progreso en el campo a pesar de su programa para la redistribución de la tierra
y la abolición de la servidumbre por deudas. El sector rural se quedaba atrás
de las ciudades en conciencia política. Para 1908 el Partido Liberal se había
dividido: un ala se había unido al campo anarquista; la otra ulteriormente se
unió al movimiento antirreleccionista de Madero. De esta manera, Madero cosechó
algunos beneficios de una década de actividad política del Partido Liberal
(Bazant, 1980: 119).
Ahora Madero deseaba capitalizar en
su favor el creciente descontento agrario. A fines del año de 1910 hay
sublevaciones armadas en el norte del país secundando el Plan de San Luis de
Madero. Porfirio Díaz se reelige nuevamente. En
Morelos, para combatir a Escandón los campesinos realizan pequeñas huelgas
y se organizan bandas armadas como la de Genovevo de la O. Así mismo, tres
líderes agrarios deciden lanzarse a la lucha armada; el primero es Gabriel
Tepepa, y después Pablo Torres Burgos y Emiliano Zapata.
En efecto, Zapata en su carácter de
defensor de las tierras del pueblo logra reunir pronto cerca de mil hombres y
toma por la fuerza los terrenos que habían cercado los administradores de la
hacienda de Hospital, en vísperas de la temporada de lluvias. Pero presionados
a más no poder por el gobierno, Torres Burgos decide viajar a San Antonio,
Texas, para obtener el reconocimiento oficial de Madero. Regresa Torres Burgos
con la aprobación del caudillo revolucionario y junto con Zapata se levantan en
contra del gobierno. Más tarde Torres Burgos renuncia a la jefatura y Emiliano
Zapata queda como jefe supremo del movimiento revolucionario del sur a partir
de marzo de 1911. Y no sólo eso, habría de convertirse en el caudillo de mayor
arrastre popular en el sur y en símbolo del agrarismo a nivel nacional, aun
cuando sus objetivos iniciales fueran meramente de carácter local. En efecto,
cuando Zapata decidió unirse a la revolución maderista, lo hizo para defender
no sólo las tierras de su pueblo, sino el derecho que tenían todos los
campesinos mexicanos sobre las tierras que habían sido suyas, o que debieran
haberlo sido.
Aumentando
considerablemente sus fuerzas, los campesinos que
siguen a Zapata combaten en Morelos. Hace un recorrido por varias
poblaciones y sostiene muchos combates con sus perseguidores. Se apodera de
Jonacatepec, de Cuautla, de Cuernavaca, de Izúcar de Matamoros, en Puebla y de
otras poblaciones. Dominó por medio de sus fuerzas una extensa zona del Estado
de Morelos, donde repartió tierras a los campesinos (De la Mora, 1981: 242).
Empero,
la actuación de los campesinos morelenses no puede considerarse como
determinante en el derrocamiento de Díaz. Cuando Zapata logró tomar la ciudad
de Cuautla este triunfo le valió para constituirse en líder de los campesinos
morelenses sobre los otros cabecillas que se disputaban el liderazgo, pero la
toma de Cuautla no parece haber jugado un papel decisivo en la Revolución, ya
que ocurrió cuando en el norte estaba a punto de caer Ciudad Juárez en manos de
los antirreeleccionistas. Quizá pueda considerarse a la hazaña de Zapata como
un elemento más agregado a otros que se conjugaron para obligar a Díaz
renunciar a la presidencia (Delgado de Cantú, 1987: 173).
Con
la renuncia de Díaz, toma el poder interino Francisco León de la Barra, quien
ordena el licenciamiento de todos los rebeldes y el respeto absoluto del
sistema económico prerrevolucionario. En el Sur (estados de Morelos y
Guerrero), donde Zapata y Ambrosio Figueroa llevaron a los campesinos a la
Revolución, la tarea de desarme encuentra viva oposición. Zapata se niega a
deponer las armas hasta que no estar seguro de que las tierras recuperadas de
las haciendas se reconozcan legalmente en propiedad.
Pero, en el vergel del minero José
de la Borda, construido en el siglo XVIII, se reúne Madero —en aquél entonces
candidato a la presidencia— con Zapata para presionarlo a que asuma el puesto
de jefe de la policía federal de Morelos (Lozada León, 2012: 12). Zapata acepta
como prueba de confianza en Madero, pero en junio de 1911, al cabo de una
semana, sintiéndose sin el apoyo de la Revolución maderista, renuncia a su
cargo para retomar la meta de las demandas agrarias en contra del régimen
porfirista prevaleciente. Así que categóricamente declarará que no desarmará a los campesinos que fueron
a la lucha entretanto no fuera una realidad la restitución de los ejidos a los
pueblos. Y se mantuvo firme, rechazando ofertas, con las armas en la mano
hasta que no fuesen un hecho las reivindicaciones agrarias (Miranda Basurto,
1985: 302).
Nuevamente, el 18 de julio, Madero
llega a Cuautla a entrevistarse con él para convencerlo de deponer las armas.
Pero a pesar de lo pactado y garantizado por Madero, León de la Barra decide
aniquilar el agrarismo morelense. El Gral. Victoriano Huerta, oficial del
ejército federal llega en el mes de agosto a Morelos en campaña de ocupación,
exigiendo la rendición incondicional de Zapata y todo su ejército, acusados de
bandolerismo. Huerta era un individuo sin escrúpulos, traicionero y borracho,
de aspecto desagradable y taciturno, que toma Yautepec, Cuautla y Villa de
Ayala.
Zapata
huye hacia las montañas, y en su huida aumenta el número de sus seguidores no
solo en los pueblos, sino también en los peones de las haciendas que habían
sufrido injusticas, tanto en Morelos, como en Puebla, en el Estado de México y
en el Distrito Federal.
Para
el 6 de noviembre de 1911, Madero llega a la presidencia de la República.
Entonces Zapata espera que ahora sí se dé cumplimiento de los postulados
agrarios del Plan de San Luis para que las tierras sean restituidas
inmediatamente a los pueblos. Empero,
sinceramente Madero deseaba establecer un gobierno democrático con un amplio
apoyo popular —después de todo, los campesinos, los pequeños arrendatarios y
los peones formaban la mayoría de la población— y él comprendía la necesidad de
una reforma agraria. Pero cuando Zapata, exigió al gobierno el cumplimiento de
la cláusula agraria del Plan de San Luis para mejorar las condiciones del
campesino, Madero respondió que eso sólo podría hacerse dentro de la ley y
prosiguió con la sugerencia de que Zapata se preparara a desbandar su ejército.
A través de su delegado exige la rendición incondicional de los revolucionarios
del sur. Sin embargo, Zapata continuará en actitud rebelde.
El
día 28 de noviembre de 1911en un lugar de la Sierra de Puebla, Ayoxustla,
Zapata lanza el Plan de Ayala. Su lema era “¡Tierra y libertad!”.
En dicho Plan, que tenía como base el
de San Luis, se adicionaban demandas agrarias que condensaban las aspiraciones
de millares de campesinos, se pedía el desconocimiento de Madero por ser
traidor y ofrecía la dirección del movimiento a Pascual Orozco. Y se
expropiaría una tercera parte de la superficie de las haciendas para dotar a
los pueblos que carecieran de tierras.
Con
simpatías y adhesiones al Plan de Ayala la rebelión se extiende rápidamente por
Tlaxcala, Michoacán, Guerrero y Oaxaca. Esto provocó que Madero enviara fuerzas
contra Zapata. Llama a Juvencio Robles para designarlo como jefe militar en
Morelos, quien lleva a cabo sangrientas campañas contra los zapatistas. Los
guerreros sureños recurren de nuevo a la guerrilla, al sabotaje, pues no tienen
plazas importantes, pero tienen el campo y la montaña.
En
febrero de 1913 Madero es víctima de la traición de Victoriano Huerta, quien quiso pactar con Zapata enviando emisarios a Morelos para
llegar a un acuerdo con él, pero éste los hizo fusilar. En febrero de 1917 se
promulga la Nueva Constitución Política de México y el 1º de mayo Venustiano
Carranza asume el poder como presidente electo.
Con
Carranza en la presidencia, Emiliano Zapata trataría de establecer un diálogo
con él para hacerle la propuesta de que se reconocería su gobierno si este
aceptaba la legalidad de los revolucionarios de Morelos, ya que la nueva
Constitución había incorporado a su texto principios agrarios satisfactorios.
Pero Carranza jamás aceptaría pactar con los que consideraba “bandidos” que se
encontraban fuera de la ley y con la autorización del Congreso envió tropas en
contra de Zapata. El Gral. Pablo González sería encargado en jefe de las
operaciones anti-zapatistas.
Un
año después, Zapata y sus jefes eran nuevamente fugitivos, teniendo que
refugiarse a veces hacia los límites con el Estado de Puebla.
El
1º de enero de 1919 Zapata publicó un manifiesto en el que culpaba a Carranza
de los males que padecía el país. En el norte, el Gral. Álvaro Obregón había
derrotado poco a poco a las fuerzas de Pancho Villa. Y sólo Zapata representaba
una seria amenaza para el gobierno constitucional, con el que se negaba a
pactar. De hecho, ya había logrado tomar la ciudad de Cuernavaca y ningún
enfrentamiento directo con el ejército regular podía aún derrotarlo. No
obstante, para el caudillo del sur, se acercaba también el fin. Él no lo sabía,
pero sus días estaban contados, al irse fraguando una impresionante traición en
su contra.
Así
las cosas, en los primeros meses de 1919 comenzaron a llegar rumores al
campamento zapatista sobre una pelea entre el Gral. Pablo González y el Coronel
Jesús Guajardo, que era uno de sus principales auxiliares en la campaña contra
Zapata. Lo que motivó que los líderes agrarios invitaran a Guajardo a pasarse a
sus filas, y para ello le dirigieron una carta.
En
realidad, sí habían surgido diferencias entre González y Guajardo, cuando
González interceptó la carta de Zapata a Guajardo, pudo presionar al coronel
para que fingiera que lo había traicionado y que quería unirse a los defensores
del Plan de Ayala. A Guajardo, no le quedó otra alternativa que aceptar tan
complicada traición, de lo contrario, González utilizaría la carta interceptada
como su propia sentencia de muerte.
Pronto
Zapata recibió la carta respuesta de Guajardo, donde le anunciaba su intención
de unirse a sus fuerzas. El líder agrarista sometería a varias pruebas al
coronel para tener plena seguridad de su lealtad. Una de estas prendas de
lealtad fue cuando Zapata le pidió a Guajardo fusilar al carranclán[5] Victorino Bárcena
y a sus hombres, que habían cometido desmanes contra los zapatistas en Morelos.
Y Guajardo, en un alarde de frialdad, mandó a ejecutar a muchos de sus propios soldados,
para convencer a Zapata de su buena voluntad. Poco después, comenzando a
convencerse de la sinceridad de Guajardo, Zapata acepta entrevistarse con él en
un punto solitario de la sierra. En esa reunión, el coronel Guajardo obsequió a
Zapata un precioso alazán llamado “As de oros” y, por otra parte, le tendría
los 12 mil cartuchos que le había prometido para entregárselos en la hacienda
de San Juan Chinameca, Morelos, una hacienda que el mismo Zapata conocía desde
la infancia.
El
10 de abril de 1919, aún desconfiado, Zapata y algunos de sus hombres llegaron
a Chinameca, sin presentarse de inmediato. Era un pequeño contingente zapatista
armado hasta los dientes. En la hacienda, Guajardo le insistía a un
lugarteniente de Zapata, Palacios, que esperaba al general para comer con él. Y
por fin, como al cuarto para las dos de la tarde, Zapata, montado en el alazán
que Guajardo le regalara apenas en día anterior; penetró en el patio de la
hacienda. Seguido tan solo por una escolta de diez hombres, según él mismo
ordenara, la guardia formada parecía preparada para hacerle honores. El clarín
tocó tres veces llamada de honor; al
apagarse la última nota al llegar el general en jefe al dintel de la puerta a
quemarropa, sin dar tiempo para empuñar la pistola, los soldados que
presentaban armas descargaron sus fusiles dos veces y el inolvidable Emiliano
Zapata cayó para no levantarse jamás. Moría un hombre, un soldado, una leyenda.
Moría también la esperanza de reivindicación social de miles de coterráneos del
bravío charro de Anenecuilco. Con Zapata murieron varios de sus acompañantes y
aquel triste día, apenas pudieron huir con vida los demás zapatistas que lo
habían acompañado a la fatídica cita en Chinameca.
Así
el gobierno de Carranza lograba darle muerte a Zapata solo para no cumplir con
su justa exigencia del reparto justo de
la tierra, ni siquiera en los términos que planteaba la Constitución aprobada
el 5 de febrero de 1917. La razón es que Zapata luchaba por un gobierno del
pueblo y para el pueblo, pero Carranza construía un gobierno de la naciente
gran burguesía mexicana y viejos y nuevos terratenientes y caciques al servicio
de los imperialistas estadounidenses.
La
muerte del “Atila del Sur”, como alguna vez se le llamó a Zapata ha agigantado
su figura a medida que pasa el tiempo. Su lucha local y provinciana se ha
convertido en bandera de toda la lucha campesina de México, aun inconclusa y de
todas las luchas de raíz popular en el mundo entero.
Referencias
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México: Premia (Trad. Héctor Acosta).
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Mexican Democracy. Nueva York: Columbia University Press.
SOTELO INCLÁN, Jesús (1943): Raíz y razón de Zapata. México: Etnos.
WOMACK Jr., John (2004): Zapata y la revolución mexicana. México: Siglo: XXI.
[1]
Tales
casos fueron descritos antes de 1910 por novelistas como Mariano Azuela y
poetas como Manuel José Othón.
[2] En 1898 el senador
José López Portillo describió un pleito entre dos hacendados vecinos por un
cerro árido en su novela La parcela.
[3] Todos los biógrafos de
Zapata dan el 8 de agosto como el día que nació, aunque se mencionan tres
diferentes años para su nacimiento: 1873, 1879 y 1883. A la fecha, este dato no
se esclarece a ciencia cierta.
[4]
En
realidad varios levantamientos agrarios tuvieron lugar en Yucatán en la primera
década del siglo XX, seguidos en 1909 por una revuelta de trabajadores en
Mérida, pero no influyeron en el resto del país.