BARUCH
SPINOZA EN LA HISTORIA DEL PROGRESO CIENTÍFICO
Por:
Nicholas Gutiérrez Pulido
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http://gabriellagiudici.it/baruch-spinoza/
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Esta disertación abierta, franca, amistosa,
forma parte de las diligencias académicas que el Colectivo de Historia
“Tlacaélel” y el Colectivo Óclesis, que se encuentra de manteles largos por sus
XV años de permanencia en el ámbito cultural poblano, han diseñado para destacar
el valor de la cultura como estímulo vital de la diversidad, creatividad e
innovación contemporánea, con apego a lo que recomienda la UNESCO de que todas
las culturas, iguales en dignidad, sean beneficiadas por las expresiones
culturales que contribuyan a la construcción de la cohesión social tanto
nacional como internacional.
En
este sentido, la propuesta tlacaélica y oclética de abordar la figura de Baruch
Spinoza es relevante, dado que el filósofo judío sefardí es pieza clave en la
historia del pensamiento filosófico occidental, una figura representativa para
entender el desarrollo de la Revolución científica en el siglo XVIII en Europa,
en medio de dos fuerzas enfrentadas por siempre: las fuerzas retrógradas y las
fuerzas progresistas.
De entrada podemos decir que
Spinoza ya es un filósofo propio de la Modernidad, un continuador de la
filosofía cartesiana, aquella que llegó a constituir una de las mayores
revoluciones filosóficas. Sin embargo, tanto las Meditationes de prima philosophia (traducidas como Meditaciones
metafísicas) como el Discours de la
méthode (Discurso del método), pese a que presentan un racionalismo
identificado con el método científico, Descartes sigue adherido a la ortodoxia
católica, por ejemplo, en ambas obras podemos percibir que continúa aferrado a la
prueba ontológica de la existencia de Dios de Anselmo de Canterbury.
Spinoza abriría un camino
contrario, tal vez influido por el herético Uriel da Costa, que ya había
planteado un puntual cuestionamiento a partir de una lectura racional de la
tradición bíblica y propiamente de la cuestión religiosa que le costaría la
vida. Así, aunque Spinoza es un pleno heredero del pensamiento cartesiano, no abandona
completamente sus antecedentes judíos, como es el caso de su manifiesto panteísmo
que hereda de Shlomo Ibn Gabirol, filósofo español de la época de los judíos de
Al-Andalus que tiene un libro titulado Fons
vitae (La fuente de la vida) que presenta una concepción de Dios netamente platónica
y plotiniana que muchos tacharon de panteísta. Otro potente influjo sobre
Spinoza sería León Hebreo (sobrenombre de Judah Abravanel) con sus Dialoghi d’amore (Diálogos de amor) y Giordano
Bruno que desde su perspectiva de lo infinito y los conocimientos de la
Kabbalah planteaba un supremo panteísmo
manifestado en círculos, algo que guardaba cierto parecido con el cristianismo
gnóstico y con la doctrina de Plotino.
El conjunto de estas ideas
anteriormente mencionadas, sumadas a las de Descartes, permitieron a Spinoza
elaborar una concepción en la que no existe diferencia entre lo que es el mundo
y los que es Dios, es decir, que nosotros nos encontramos inmersos en la
divinidad; también llegará a plantear en su Ethica
ordine geometrico demostrata una moral basada en la unidad de Dios con la
realidad y por lo tanto, la unidad de alma con el cuerpo. Esto que ya
representa un Monismo es una reacción
al dualismo cartesiano, movimiento filosófico que hacía la separación de dos
sustancias: la sustancia pensante (res
cogitans o mente) y la sustancia material (res extensa o cuerpo), o sea, que el alma y el cuerpo se
encontraban separados, lo cual planteaba serios problemas filosóficos porque si
el alma es algo separado del cuerpo, cómo interactúa con el cuerpo, cómo puede
accionar sobre el cuerpo. Leibniz intentará romper el dualismo del
cartesianismo introduciendo la noción de fuerza, pero Spinoza lo va a resolver
a través del Monismo, afirmando que hay una única sustancia que une la parte
espiritual y la parte material o visible, y lo aplica tanto al alma como a la
idea de Dios con el Universo.
Así, Spinoza plantea ya un Monismo,
una unidad del alma con el cuerpo, una unidad del Universo con Dios, con el
mundo. Para comprobar sus argumentos el filósofo judío, que al igual que
Descartes es un matemático, presenta la Ethica
como si fuera un tratado de geometría, es decir, utiliza el método geométrico-matemático.
Muchos especialistas han
asegurado que Spinoza es uno de los precursores del ateísmo. Nada más lejos que
eso, pues cuando revisamos la Ethica nos
damos cuenta de que habla de Dios como algo que se puede demostrar, que existe,
sólo que lo concibe de una manera totalmente diferente a la teología
tradicional. Es más, Michel Onfray, un filósofo ateo contemporáneo, considera
que el cura francés del siglo XVIII Jean Meslier es el verdadero ateo que hay
en la historia, porque un Giordano Bruno, un Giovanni Pico della Mirandola, un
Voltaire, el mismo Spinoza y otros muchos filósofos, no eran ateos stricto sensu, era gente que planteaba
una nueva forma de religar diferente a la institucional y que nada tiene que
ver con la negación de Dios.
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Entonces, más que precursor
del ateísmo, Spinoza es un precursor del pensamiento heterodoxo religioso
basado en el método analítico, en el método científico, en la duda metódica,
conformando una teogonía en concordancia con el desarrollo de la ciencia.
Numerosos científicos y
escritores se dicen panteístas como Spinoza por la afinidad que tienen con la
concepción científica. En una entrevista realizada a Arthur C. Clarke, uno de
los grandes autores de ciencia ficción, él decía que consideraba el budismo
como la única religión compatible con la ciencia, y aunque muchos consideran
que es una religión atea en realidad es panteísta, muy cercana, según varios
críticos, al pensamiento de los filósofos posteriores a Immanuel Kant, como es
el caso de Johann Gottlieb Fichte, Friedrich Schelling y G.W.F. Hegel —en los
que es innegable la influencia de Spinoza— quienes presentan una identificación
de la idea con la divinidad, aunque lo manejan de una manera un tanto diferente.
Así mismo, para los budistas la consciencia es infinita, y eso remite también a
los filósofos alemanes anteriormente citados cuando hablaban de la idea como
algo infinito.
Por el lado de la crítica de
los apologistas católicos que confrontaron el pensamiento de Spinoza, es
relevante Jaume Balmes con su Historia de
la filosofía en donde en uno de sus capítulos, al igual que otros apologistas,
describe a Spinoza como un pensador herético, opuesto a la teología judía y
cristiana tradicional. No obstante, más que desprestigiarlo coadyuvó a difundir
más sus conceptos a grado de considerarse que no se comprende al pensamiento
contemporáneo sin Spinoza. De hecho podemos citar, por ejemplo, al filósofo
judío australiano Samuel Alexander, que acercándose a Spinoza concibe la
realidad como un modo de la sustancia, pero se aleja de él cuando dice que la sustancia
es temporal y espacial, es decir, plantea la sustancia a la luz del
tiempo-espacio que aparece en la base de la teoría de la relatividad de Albert
Einstein (Véase su libro Space, Time, and
Deity [Espacio, tiempo y divinidad]).
El sistema filosófico de
Alexander influiría sobre uno de los pensadores más apasionantes del siglo XX,
el inglés Alfred North Whitehead, el cual llegó a proponer una teología que
parte de Spinoza y de Leibniz y que generará bastantes seguidores por la audaz
síntesis que hace entre lo que es la concepción panteísta y la concepción
teísta llamada Panenteísmo.
Whitehead escribió junto con
Bertrand Russel los Principia Mathematica,
una obra fundamental para la lógica matemática. Claro está que Russell es más
leído por su propuesta lógico-matemática, su filosofía de la ciencia y su pensamiento
liberal y materialista, pero Whitehead, un tanto olvidado actualmente, goza de
mayor profundidad en su filosofía de la ciencia y en su búsqueda por una
teología muy al estilo spinoziano y, aunque ya se mencionó que es muy poco
estudiado por estas tierras, las escuelas budistas y confucianas de Oriente le
han tomado muy en serio.
Como resultado de la
propuesta metafísica de Whitehead, surgieron dos seguidores de cierta
importancia, un filósofo estadounidense llamado Charles Hartshorne y un
biólogo, también estadounidense, llamado Paul Alfred Weiss, cuyos trabajos han
generado otros adeptos que forman una corriente denominada realismo especulativo que nace en Francia e Inglaterra y donde se
puede notar la fuerte influencia de Whitehead.
También podemos decir que el
lógico matemático ruso Georg Cantor, cuando realiza sus atrevidas
investigaciones sobre el problema del infinito, ocupando como base las ideas de
Spinoza, entra en controversia con Friedrich Nietzsche, discusión que recogerá
y consignará posteriormente Jorge Luis Borges.
Otro
asunto que desata mucha polémica es el Amor
Dei Intellectualis (amor inteligente de Dios) que Spinoza planteaba como un
amor en contraposición al amor místico, dado que éste último era sentir un amor
no racional hacia Dios, o sea, un amor que se revelaba en el éxtasis, en la
contemplación, que los católicos observan en Santa Teresa de Jesús o San Juan
de la Cruz, lo cual era inaceptable para el filósofo judío por considerar que
el amor debe de ser racional, un amor llevado al entendimiento, muy cercano a
la ideal de amor de Ramón Llull que se apoyaba en el conocimiento, pero la
propuesta de Spinoza cobraría más fuerza porque se comenzaba a vivir una época
en que domina la ciencia. Esta es la razón por la que el sefardí
hispano-portugués atrae a los reflectores de muchos pensadores hasta la actualidad,
porque llena los vacíos que otrora llenaban los místicos católicos.
El
neurocientífico António Damásio ha tomado el pensamiento spinozista para recrear
una vez más el problema mente-cuerpo y ha escrito un libro bajo el título de En busca de Spinoza. Neurobiología de la
emoción y los sentimientos, que efectivamente va muy de la mano con la
temática de las emociones y sus procesos neurológicos, inclusive asegura que el
cerebro es el teatro de las emociones. Algunos críticos, generalmente de
ciertas escuelas del psicoanálisis, han visto en este tipo de obras que las
neurociencias se han puesto al servicio del modelo capitalista neoliberal, con
el fin de generar cierto ethos
emocional que coloniza autoritariamente las subjetividades basándose en los
aspectos biológicos del ser humano, y con ello, precisar que las relaciones
humanas son una jungla de constante selección al estilo darwinista. Pero, los
neurocientíficos no se han quedado callados al respecto, muchos de ellos
sostienen un fuerte debate con Sigmund Freud, aunque no con todas las
corrientes psicoanalíticas, y afirman que son los psicoanalistas los que tienen
concepciones erróneas porque precisamente carecen de bases biológicas, lo que
les lleva a creer que ciertas conductas son producidas necesariamente por condiciones
socioculturales.
En este asunto hay que tener
mucha precaución porque es dudoso que las neurociencias radicalmente estén al
servicio del neoliberalismo para dirigir sus esfuerzos hacia conductas de
consumo sobre la gente, si bien pueden ser utilizadas como instrumento de dicho
sistema eso no significa que estén condicionadas por completo por éste, ya que,
aunque se hace mucho énfasis desde las neurociencias de que las emociones
modulan nuestras inteligencias múltiples, se abren serios problemas
epistemológicos cuando vemos la forma tan diferente en que resolvemos un
problema matemático y un problema de pareja.
Finalmente, con este rápido
recorrido que hemos hecho sobre la espesura geométrico-racionalista de Baruch
Spinoza, está más que justificada la gran conmoción que el sefardí produjo en
la historia de la filosofía por su contribución al florecimiento del
conocimiento científico, a dura contracorriente del fanatismo e ignorancia de su
tiempo.