Esto es México: de por
qué estamos como estamos
Por:
Jorge Cabrera Piña[1]
Participar
del día a día y sus revelaciones es una invitación que no podemos darnos el
lujo de rechazar… tal cual, no podemos. Sería tanto como pensar en escapar a un
lugar que no se encuentre bajo el cielo. No, esta extraña danza de lo cotidiano
la encarnamos todos puntualmente, con nuestra participación de testigos
silenciosos las más de las veces.
Porque
no todo consiste en quedarse ahí, construidos a cada momento por la inescapable
condición que es el ser social manifiesto en los espacios del día a día. Hace
falta en cada caso alguien que esté mirando el rebaño de gente para que se sepa
que está ahí, llamándose rebaño, y éste corresponde estando ahí, mutando
lentamente sin dejar de ser.
El
hecho de asomarse al ritmo diario de la interacción humana equivale a ver en el
núcleo de cualquier célula del cuerpo; sin importar su tipo, se hallarán en
todo momento –y en el mismo lugar- los cromosomas que contienen la información
que lo rige y lo fundamenta todo en el organismo al que pertenecen. Así, mirar
en el fenómeno social es comprender el fundamento de la situación en lo
inmediato; por qué estamos como estamos.
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Fuente de imagen: http://yobailopogo.blogspot.mx |
Para
acudir al ejercicio y observar el fenómeno social es necesario profundizar en
la interacción entre las personas justo en esos espacios de recreo para los
derroteros de la cultura, ahí donde la colectividad se manifiesta a través de
la transparente lógica individual. Sólo participando de lo que ocurre en los
sitios propicios para la convivencia forzada, es posible apreciar los tristes
trazos que fundamentan nuestra idiosincrasia y nuestra identidad.
Los
más sencillos hábitos de cada persona, y a través de ellos las creencias
propias, se manifiestan de una forma u otra en la interacción social de cada
día, independientemente del nivel y forma de comunicarse. El entendido del
mundo que tiene cada quien está presente en el modo de abordar la
circunstancia. Y en ello se reproducen los modelos que fundamentan los grandes
problemas sociales de ayer, hoy y siempre.
En
principio hay que aproximarse al comportamiento de las personas en los espacios
públicos compartidos a fuerza de perseguir los mismos objetivos, como son los
sitios de trabajo, recreación y entretenimiento, lo cual hace posible asomarse a
su forma de pensar –a la perspectiva de valor que se tiene sobre el mundo-, que
fragmentada en condiciones individuales, conjuga en un solo legado aspectos
comunes sobre aquellas cuestiones presentes en las vidas de todos.
Enseguida
es que se vislumbran las causas de los grandes problemas de la sociedad
mexicana, de las quejas de todos los días que conforman una sola letanía
recitada en millones de voces como un coro discorde sonando a un tiempo. Basta
observar como abordan mujeres y hombres, sin importar edad y condición, los
eventos lógicos de cada contexto, como afrontan las variables extrañas, la
sonrisa malévola de lo fortuito, para entender cómo piensan, desde dónde ven el
mundo, y a partir de ahí, por qué la sociedad es como es y los motivos de su
queja.
Pienso
en la fauna del transporte público, sitio donde los habitantes de esta ciudad
pasan casi tanto tiempo como el que se dedica a los hábitos de supervivencia
–como el sueño o la alimentación-; en ese joven en el autobús que escucha música
estridente sin usar audífonos, reclamando su espacio vital y defendiendo su individualidad
con el área que alcanzan a cubrir las ondas sonoras cargadas de letras furiosas
desde un teléfono que él no compró. Transgrede el espacio de la colectividad pero
nadie protesta por ello.
Pienso
en la necedad de algunas personas de ocupar los asientos en los autobuses,
donde el valor que cada quien le da a su cansancio, es el único criterio para
definir quién tiene y quién no el derecho a sentarse en algo que ya no son ni
roles ni estereotipos, sino las difusas y discutidas figuras de quién merece
qué en la sociedad, dado que la premisa es que nada alcanza para nadie. La
señora ni pregunta ni pide permiso, busca el asiento como el polo negativo se
entrega al polo positivo, asumiendo que es el lugar que su herencia le ha
reservado y que todos lo entienden.
Pienso
incluso en que ya no es uno, sino dos vendedores de cualquier chatarra,
golosina o artificio inútil al mismo tiempo pasando entre la gente que va de
pie en el transporte, en que el aporte nutricional o práctico de sus productos
es inversamente proporcional al interés que les ponen los infantes que sólo
tienen que extender un grito insistente, para que sus padres –de las cada vez
más blandas generaciones- accedan a estirar una de pocas monedas cada vez más
delgadas; en que es el único trabajo que deja a algunos la incertidumbre.
Y
cuando pienso en la urgencia del chofer malhumorado por hacer entender a la
gente impertinente que todos los espacios físicos y resquicios al interior del
camión tienen un precio desesperado que finca una ilusión trágica, pienso con
una sonrisa triste que esto es México; éste y todos los momentos donde es
posible ver a la sociedad quejándose sin poder saber que en realidad se queja
de sí misma, de la necedad y de lo que cada quien no es capaz de hacer, o bien
continúa haciendo a sabiendas de su negligencia.
Ese
conglomerado de fantasmas y rencores que son los comportamientos individuales y
las creencias que lo sustentan, manifestándose en los espacios habitados por la
colectividad, son evidencia y materia esencial de los estigmas culturales del
país. Los conceptos sobre cada cosa que nos importe y nos gobierne en esta vida
nos definen como personas y como sociedad; acerca de los roles de género, las
expectativas culturales, los modelos estéticos y morales y tantos otros
artificios idealizados. Hay algo aún desconocido que está presente en las
tendencias idiosincráticas de la sociedad mexicana que hace que el país no
funcione
Y
si la osadía se hace hoy evidente al declarar que el país no funciona, es
porque la evidencia de lo cotidiano indica que no lo hace para todos en el
sentido de que sí marcha para unos como no marcha para otros. Como sea, lo
interesante del ejercicio de profundizar en el fenómeno social, está en
discernir dicha cuestión aún ensombrecida, sobre qué es eso omnipotente y
omnipresente en la realidad de todo aquel que se sabe mexicano (cualquier cosa
que ello signifique), que salta de generación en generación alejándonos a casi
todos (ahí el problema) de ese tiempo inalcanzable que sea por fin terreno
infértil para la queja.
Y,
si bien es cierto que cada guijarro que compone la playa del mundo lo ve cada
quien desde donde está parado, la diferencia de puntos de vista por sí sola no
es el problema, como tampoco lo es en singular la manifestación del pensamiento
egocentrista –la individualidad defendiéndose de la feroz marea que es la
colectividad-. Lo que ocurre es que en dichos puntos de vista, en esas
concepciones del mundo se reproducen con ciega negligencia los modelos que sustentan
el carácter disfuncional de nuestra sociedad. Hay en la perspectiva individual
y cultural cuestiones incongruentes, desactualizadas, negligentes, neuróticas,
y en consecuencia, erróneas.
Si
la realidad termina por ser lo que creemos de ella, lo que enunciamos que es, y
ésta funciona en modos que no satisfacen a la mayoría, cabe sugerir que lo que
no funciona está en nuestro modo de pensar, en eso que tendemos a creer del
panorama, en lo que nos han enseñado nuestras instituciones históricas a través
de nuestras familias, tal vez incluso dentro de ello, en lo que pensamos que
somos. Si estamos como estamos es porque creemos lo que creemos y pensamos como
pensamos, de nosotros mismos y de los otros (convenientemente negligentes en un
locus de control selectivo que es como un mal autoinmune), en fin, de todo lo
que está presente en nuestro diario acontecer.
Ahora
bien, independientemente de cuáles sean las perspectivas que no funcionan o que
interfieren unas con otras, o cómo es que no funcionen, lo que salta a la
evidencia es que es ahí donde ha de comenzar el cambio, ése del que tanto se
habla y hasta de que se ha abusado hasta el extremo de inflarlo en el panfleto.
Saber que algo no funciona es el principio, que aquello está en la perspectiva
y la idiosincrasia es la continuación, igual que la necesidad de ubicar ahí la
acción y el principio de cambio es la consecuencia lógica que es urgente
observar.
Para
dirigir al país a un sitio distinto del que tiene hoy es necesario modificar
nuestra manera de pensar, movernos del lugar desde el que vemos el mundo, y
para esto es necesario comenzar por asomarse al día a día y detectar, ahora sí,
las ideas y los ideales, los paradigmas y los estigmas, los dogmas y los ritos,
y todo aquello con lo que definimos el mundo y que en sí no funciona.
El
trazo desde los ojos a través de las palabras de una crónica urbana, es el
plano que permite comenzar a comprender la construcción de la realidad, y
entonces replantearla. Para ver hay que abrir los ojos, y como todo acto, la
consciencia requiere voluntad tanto para ser como para convertirse en acción, y
esto para consumarse; solo entonces la negligencia se aterra y la ignorancia se
repliega, cuando decidimos darnos cuenta de que hay algo que cambiar y nos
acercamos al sitio donde se esconde.
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