Espacios
y lugares.
La
claridad de tu rostro.*
Oscar O. Chávez Rodríguez[1]
“… y
en el centro, la claridad de tu rostro.”
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Fuente de imagen: http://lagalaxiadetusojos.blogspot.mx/ |
Hay espacios que
se van constituyendo en lugares para mirar. Las más de las veces su aparecer
resulta accidental, azaroso, en ocasiones pasan desapercibidos, otras se les
considera irrelevantes. Habría que agregar a todo ello la cotidianidad que no
pocas veces nos hace insensibles, encogiendo de manera gradual la capacidad de
mirar, de recoger con ingenuidad infantil –condición esencialmente poética e
inherente al mirar– lo que aparece en cada día.
Ir y venir de un simple mirar que en el tiempo en su sentido más mundano,
es decir, de categoría social, va asumiendo que observa lo que tiene que
observar, sin apetencia de horizonte y, por lo mismo, decayendo en él la
capacidad de asombro. Se vive entonces sin atisbo de plenitud, adecuándose la
existencia al simple existir, al sólo estar. Arenosidad de la vivencia que hace
llevadera la vida en tanto que se la asume como plenitud, vida que se hace. Se
vive entonces, en algún grado, feliz.
Mas el mirar, que a pesar de todo esto conserva su primigenia condición,
suele encontrar ocasiones –en ocasión de…– en las cuales recupera, en destellos
similares al resplandor del rayo, la apetencia de plenitud. Puede darse el caso
que este suceso, dependiendo de su intensidad o gravedad, provoque una herida,
rasgue el iris existencial de la mirada haciendo entrecerrar los ojos,
desviando a lo menos el mirar. No se debe esto a un exceso de imágenes, de
paisajes o exceso de luz, sino a la llamada –interpelación sea quizás una
palabra más precisa– que nos nombra, enunciando el nombre que se corresponde
con nuestra alma. Coincidencia entre mirar y hablar que provoca un letargo, un
sentirse nostálgico que al entrecerrar pretende abrazar, abrigar, trascender el
tiempo, traer lo que es pasado.
Espacio en una curvatura temporal distinta que hace de todo tiempo
presencia. Contextura metafísica que es contacto, caricia, habitar de una
imagen en el espacio recién abierto, apenas esbozado pero que prontamente torna
en nombre e imagen cierta…. Aroma de un cuello, textura que hace del tacto evidencia.
Espacio vuelto amor y pasión, luz y sombra, cuchicheo, palabra y silencio…
siempre silencio, siempre secreto. Mas en la hendidura entre silencio y
secreto, la límpida y sincera emergencia de un espacio en el que aletea un
sentimiento. Plenitud de los espacios que hace de los lugares un habitar a la
medida de la presencia. Espacios plenos cuya emergencia excluye, por ofensiva,
la necesidad de su justificación, de su venir a cuentas. Ante la pregunta por
ellos, frente a la insistente e inquisitoria voz, brota desde lo íntimo del
alma un leve murmullo, palabras contestarías diciendo “no”. Y si la voz
insiste, persiste, entonces el aguzarse de la mirada y el sonreír de los
labios: No más. No pienso justificar mi escritura, “más de uno, como yo sin
duda, escriben para perder el rostro”.[2]
Escribir que defiende los espacios y abriga las presencias.
Espacios que en su irse constituyendo van revelando la propia mirada, un
mirar atenuante de la existencia, de la accidentalidad, de todo aquello que nos
va cubriendo y extraviando. Espacios que al irse ensanchando se van delineando
hasta alcanzar la contextura metafísica de la existencia en la cual es posible
imaginar un rostro, vivirlo, encontrar que se nos revela como pura presencia,
es entonces cuando se cae en la cuenta que el ensancharse no es de los
espacios, al menos no al principio, tampoco de la vida, al menos no en su
dimensión de simple vivir, sino más bien del liberarse, del sentirse libre, en
el medio adecuado. Espacios de la existencia en los cuales de manera gradual
vamos ingresando.
Los espacios no se ensanchan o, en todo caso, es simple espejismo su
ensancharse y al par la ilusión sobre una vida a la medida. Mas es claro que en
este espejismo lo que de continuo amenaza es la posibilidad siempre real de
desorientarse y con ello caer en un lugar que nos va cerrando, empequeñeciendo
la mirada, nublando el horizonte hasta volverlo simple instantaneidad, vida que
se vive en una suerte de naturalidad que cancela la emergencia de la propia,
indescriptible singularidad.
* Lo aquí escrito forma parte –capitulo II– de Espacios
y lugares, iniciado en el año 2014. Se reproduce, con algunas modificaciones,
sólo una parte de dicho capítulo.
[1] Licenciado en Filosofía y Economía, Maestro en
Ciencias Políticas, estudios realizados en la Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla, México, institución en la cual se desempeña como
Profesor–investigador adscrito a la Facultad de Economía; actualmente realiza
estudios de Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad
Iberoamericana, Cd. de México. Miembro activo en Óclesis, Víctimas del
artificio.
[2] “… No me pregunten quién soy, ni me pidan que
permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra
documentación. Que nos deje en paz cuando se trata de escribir”. M. Foucault. Historia de la sexualidad. Vol. 2. El Uso de
los placeres, sigloxxi editores.
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