domingo, 1 de mayo de 2016

Espacios y lugares.
La claridad de tu rostro.*

Oscar O. Chávez Rodríguez[1]

“… y en el centro, la claridad de tu rostro.”


Fuente de imagen:

http://lagalaxiadetusojos.blogspot.mx/
Hay espacios que se van constituyendo en lugares para mirar. Las más de las veces su aparecer resulta accidental, azaroso, en ocasiones pasan desapercibidos, otras se les considera irrelevantes. Habría que agregar a todo ello la cotidianidad que no pocas veces nos hace insensibles, encogiendo de manera gradual la capacidad de mirar, de recoger con ingenuidad infantil –condición esencialmente poética e inherente al mirar– lo que aparece en cada día.
Ir y venir de un simple mirar que en el tiempo en su sentido más mundano, es decir, de categoría social, va asumiendo que observa lo que tiene que observar, sin apetencia de horizonte y, por lo mismo, decayendo en él la capacidad de asombro. Se vive entonces sin atisbo de plenitud, adecuándose la existencia al simple existir, al sólo estar. Arenosidad de la vivencia que hace llevadera la vida en tanto que se la asume como plenitud, vida que se hace. Se vive entonces, en algún grado, feliz.
Mas el mirar, que a pesar de todo esto conserva su primigenia condición, suele encontrar ocasiones –en ocasión de…– en las cuales recupera, en destellos similares al resplandor del rayo, la apetencia de plenitud. Puede darse el caso que este suceso, dependiendo de su intensidad o gravedad, provoque una herida, rasgue el iris existencial de la mirada haciendo entrecerrar los ojos, desviando a lo menos el mirar. No se debe esto a un exceso de imágenes, de paisajes o exceso de luz, sino a la llamada –interpelación sea quizás una palabra más precisa– que nos nombra, enunciando el nombre que se corresponde con nuestra alma. Coincidencia entre mirar y hablar que provoca un letargo, un sentirse nostálgico que al entrecerrar pretende abrazar, abrigar, trascender el tiempo, traer lo que es pasado.
Espacio en una curvatura temporal distinta que hace de todo tiempo presencia. Contextura metafísica que es contacto, caricia, habitar de una imagen en el espacio recién abierto, apenas esbozado pero que prontamente torna en nombre e imagen cierta…. Aroma de un cuello, textura que hace del tacto evidencia. Espacio vuelto amor y pasión, luz y sombra, cuchicheo, palabra y silencio… siempre silencio, siempre secreto. Mas en la hendidura entre silencio y secreto, la límpida y sincera emergencia de un espacio en el que aletea un sentimiento. Plenitud de los espacios que hace de los lugares un habitar a la medida de la presencia. Espacios plenos cuya emergencia excluye, por ofensiva, la necesidad de su justificación, de su venir a cuentas. Ante la pregunta por ellos, frente a la insistente e inquisitoria voz, brota desde lo íntimo del alma un leve murmullo, palabras contestarías diciendo “no”. Y si la voz insiste, persiste, entonces el aguzarse de la mirada y el sonreír de los labios: No más. No pienso justificar mi escritura, “más de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro”.[2] Escribir que defiende los espacios y abriga las presencias.
Espacios que en su irse constituyendo van revelando la propia mirada, un mirar atenuante de la existencia, de la accidentalidad, de todo aquello que nos va cubriendo y extraviando. Espacios que al irse ensanchando se van delineando hasta alcanzar la contextura metafísica de la existencia en la cual es posible imaginar un rostro, vivirlo, encontrar que se nos revela como pura presencia, es entonces cuando se cae en la cuenta que el ensancharse no es de los espacios, al menos no al principio, tampoco de la vida, al menos no en su dimensión de simple vivir, sino más bien del liberarse, del sentirse libre, en el medio adecuado. Espacios de la existencia en los cuales de manera gradual vamos ingresando.
Los espacios no se ensanchan o, en todo caso, es simple espejismo su ensancharse y al par la ilusión sobre una vida a la medida. Mas es claro que en este espejismo lo que de continuo amenaza es la posibilidad siempre real de desorientarse y con ello caer en un lugar que nos va cerrando, empequeñeciendo la mirada, nublando el horizonte hasta volverlo simple instantaneidad, vida que se vive en una suerte de naturalidad que cancela la emergencia de la propia, indescriptible singularidad.










* Lo aquí escrito forma parte –capitulo II– de Espacios y lugares, iniciado en el año 2014. Se reproduce, con algunas modificaciones, sólo una parte de dicho capítulo.
[1] Licenciado en Filosofía y Economía, Maestro en Ciencias Políticas, estudios realizados en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, institución en la cual se desempeña como Profesor–investigador adscrito a la Facultad de Economía; actualmente realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad Iberoamericana, Cd. de México. Miembro activo en Óclesis, Víctimas del artificio.
[2] “… No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trata de escribir”. M. Foucault. Historia de la sexualidad. Vol. 2. El Uso de los placeres, sigloxxi editores.

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