El
emanatismo de Plotino como enunciación artificiosa de una época
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Cuando la propuesta oclética para
colaborar en este número de Reincidente fue sobre la invención y circulación de
discursos, que siendo artificios refuerzan la enunciación de un suceso, o
inclusive de una época, desde todas las posibilidades culturales, me vino a la
mente la figura del filósofo griego Plotino, ya que indiscutiblemente es el sistematizador del Neoplatonismo, siendo
su concepción discursiva el último esfuerzo realizado por el helenismo para
conservar la hegemonía filosófica en la antigüedad.
Efectivamente, todavía hasta principios del siglo XIX, la filosofía de
Plotino, así como la de los últimos tiempos de la historia griega, era
toscamente conocida. Será con el trabajo de Immanuel Hermann Fichte —hijo del
famoso filósofo Johann Gottlieb Fichte— titulado De philosophiae novae Platonicae origine (Berlín, 1818) cuando
resalta la importancia del plotinismo.
Como bien dicen algunos
especialistas, en Plotino vanamente encontraremos la sencillez y la precisión;
toda su obra revela al poeta y al místico. Y aunque sigue fielmente a su
maestro Platón, el Platón plotinico es libremente interpretado, libremente
artificioso. Es decir, no es el Platón del Primer
Alcibiades ni del Phedón, ni
tampoco el del Phedro, sino el Platón
del Timeo y del Parménides. A decir de José Ferrater Mora, el pensamiento de
Plotino se enzarza desde luego en las redes de la dialéctica; como Platón,
parte del conocimiento de lo múltiple y se esfuerza, generalizando, en
remontarse a la Unidad. Como Platón, exagera el no ser de los fenómenos y de la
naturaleza sensible, y como él en cada uno de los conceptos universales que
alcanza, ve una imagen de la unidad absoluta y, por decirlo así, uno de los
peldaños por los cuales el espíritu se eleva hasta Dios.
No obstante, la filosofía de Plotino no queda agotada con la indicación de
que es el fundador del neoplatonismo. En rigor, es una síntesis, una renovación y una recapitulación
filosófico-religiosa de la historia entera de la filosofía griega y las
doctrinas cristianas. Dicha recapitulación considera que Dios no tiene
necesidad de las cosas que ha producido, pero, lo mismo ocurre en los seres
finitos, para llegar a la perpetuidad y manifestar su bondad infinita, engendra. Entonces, Dios es un Ser Puro
al cual se llega por medio de tres grados: 1) La especulación sobre lo Uno; 2)
La meditación sobre la participación y sobre las naturalezas inteligibles (Noûs, espíritu o inteligencia) y, 3) Su
relación con las sensibles (Psyche, el
Alma), y con el examen de la idea de la emanación.
Podemos encontrar entonces que la filosofía de Plotino parte, a manera de
los eleatas, del Uno, especie de Dios
que es expresión de la perfección y
origen y fundamento de toda la realidad. De ahí que también reciba los
nombres de Lo Uno, Unidad absoluta o Unidad divina. El acto del Uno constituye su misma substancia. Dice
Plotino: “¿Qué necesidad tendrían los ojos de ver la luz, si fuesen la luz
misma, y de qué serviría la conciencia personal a un Ser que es indivisible y está
siempre consigo mismo?” (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana,
1981, vol. XLV: 850). El “Conócete a ti mismo” no puede aplicarse a lo Uno, mas
esto no arguye ignorancia. La ignorancia supone una relación; consiste en que
una cosa no conoce a otra; pero el Uno, siendo solo, no puede conocer ni
ignorar nada; estando consigo mismo, no tiene necesidad del conocimiento de sí
mismo; tiene una intuición de sí mismo en relación a sí mismo.
Dice Plotino “todos los seres, tanto los primeros como aquellos que reciben
tal nombre, son seres sólo en virtud de su unidad” (en Ferrater Mora, 1984,
vol. III: 2813). La unidad del ser es su último fundamento, lo que constituye
su realidad verdadera y a la vez lo que puede fundar las realidades que a ella
se sobreponen. De ahí que todo ser diverso o,
ejército de los fenómenos que componen el mundo movible, tenga como
principio y fundamento, como modelo al cual aspira, una unidad superior, de
modo análogo a como el cuerpo tiene su unidad superior en el alma. La unidad
es, ante todo, un principio de perfección y de realidad superior, si no la
perfección y la realidad misma, pues lo Uno no debe concebirse exclusivamente
como unidad numérica, como una expresión numérica, la cual supone los demás
números; sino como una esencia supremamente existente, como el divino principio
del ser, el principio de todas las cosas, que no tiene cualidades ni
perfecciones, sino que es el ser y la perfección por excelencia.
Ahora bien, si lo Uno es el principio, no es la realidad única, aun cuando
sea lo único que pueda llamarse con toda propiedad real y absoluto. Lo Uno no
es lo único, porque funda justamente la diversidad, aquello que de él emana
como pueden emanar de lo real la sombra y el reflejo, los seres cuya forma de
existencia no es la eterna permanencia de lo alto, recogiendo en su ser toda
existencia, sino la caída, la distensión de la primitiva, perfecta y originaria
tensión de la realidad suma; pues lo Uno vive, por así decirlo, en absoluta y
completa tensión, recogido sobre sí mismo y recogiendo con él a la realidad
restante (Ibídem).
El doble movimiento de procesión y conversión, de despliegue y
recogimiento, es la consecuencia de esa posición de toda realidad desde el
momento en que se presenta la Unidad suprema y, en el polo opuesto, la nada: la
perfección engendra por su propia naturaleza lo semejante, la copia y el
reflejo, que subsisten gracias a estar vueltos contemplativamente hacia su
modelo originario. Sólo en este sentido puede decirse, pues, que la suprema
Unidad contiene potencialmente lo diverso, pues lo Uno no es la unidad de todas
las potencias, sino la realidad que las contiene a todas en cuanto potencias.
Lo Uno es pues, fundamento de todo ser, realidad absoluta y, a la vez, absoluta
perfección. Por ello, unas veces parece Plotino considerar la Unidad como
superior a todas las oposiciones, aun de espíritu y de materia, es decir, a
todas las denominaciones que le damos son inadecuadas ya que siendo superior al
Ser y a la Idea, no podemos llegar a ella ni por la visión corporal ni por la
intelección racional. Y en otros momentos, la define como el principio
espiritual por excelencia y como el extrermo opuesto a la materia.
Lo diverso se disciplina a los ojos de Plotino, y pronto, de ley en ley, de
simplificación en simplificación, llega a los principios superiores que
engendran todos los demás, y que irradiando de esfera en esfera, hacen del
mundo entero la traducción siempre lógica y siempre variada de una misma
palabra. Entonces lo diverso no está relacionado con lo Uno al modo como la
forma aristotélica insufla su realidad a la materia, porque lo Uno es
substancia en cuanto entidad que nada necesita para existir, excepto ella
misma. Lo diverso nace, por consiguiente, a causa de una superabundancia de lo
Uno, como la luz se derrama sin propio sacrificio de sí misma. Todo procede de
lo Uno y todo vuelve a lo Uno.
Así, la filosofía de Plotino habla profusamente de la naturaleza divina y
de su relación con el mundo, esta relación de lo Uno conlo diverso o,
propiamente hablando, toda realidad es obra de una serie de emanaciones,
irradiaciones o difusiones de la Unidad, en la cual lo emanado tiende
constantemente a mantenerse igual a su modelo, a identificarse con él, como el
mundo sensible tiende a realizar en sí mismo los modelos originarios y
perfectos de las ideas. El fin último de toda existencia es el retorno o la
reabsorción en el seno de la Unidad Absoluta. El Uno es entonces la fuente
eterna de todo ser. La explicación de estos procesos constituye el fondo del
plotinismo, o en otras palabras, su Metafísica y su Moral, además de que podemos
observar que a medida que Plotino se siente dueño de la multiplicidad, sus
aspiraciones a la Unidad se hacen más ardientes y el dialéctico desaparece ante
el místico. Platón, si es permitido expresarse en esta forma, le conduce
únicamente hasta la puerta del santuario.
De lo Uno, de esa unidad suma, desbordante e indefinible, nace por
evolución o emanación necesaria regresiva la segunda hipóstasis, la
Inteligencia (Noûs). La inteligencia
representa la Unidad absoluta de Dios, lo Uno, desdoblado en entendimiento
(sujeto) que contempla en mundo de lo Inteligible (objeto), el cual es, a su
vez, es producto de esta misma contemplación, es decir, como están uno en otro,
todavía la unidad se mantiene como ley de la existencia en esta segunda
degradación del Absoluto.
La inteligencia, a semejanza de la Unidad divina, es también creadora; por
emanación de lo Inteligible surge la tercera hipóstasis, el Alma del mundo, la cual tiende por
naturaleza a la inteligencia, como ésta tiende a la Unidad. Su función
característica no es la intuición, sino el discurso, el conocimiento por
intermediarios y por grados, y llega únicamente a las representaciones o
nociones inadecuadas de las Ideas. La conciencia y la memoria son posibles, de
un lado, por la imaginación y de otro, por la idea que nos representa en la
Inteligencia. Las almas individuales no son más que manifestación del alma
universal o del mundo.
En suma, todos estos elementos del sistema de Plotino configuran la enunciación
de un suceso especial con todas sus posibilidades culturales, inclusive un
tanto distinta del platonismo, respecto del cual representa un verdadero
retroceso a consideración de muchos eruditos.
FERRATER MORA, José
(1984): Diccionario de Filosofía., 3
vols. Madrid: Alianza.
ENCICLOPEDIA
UNIVERSAL ILUSTRADA EUROPEO-AMERICANA (1981). Madrid: Espasa-Calpe.
[1]
Acerca del autor: Es maestro en Ciencias de la Educación por la FFyL de la
Buap, y miembro activo en Óclesis, Víctimas del artificio.
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