El Ordinario
Por:
Braulio Hernández García
![]() |
Fuente de imagen: http://www.artisoo.com/ |
Se
separaron sus pestañas de nuevo, sólo para sentir la penetrante luz del móvil
atravesar su cerebro; con esperanza y sin calma observa el nombre del contacto
de su pareja rogando que éste lleve por debajo la frase “en línea”. No pasa.
Ya
han pasado quince minutos y las lagañas siguen adheridas a sus lagrimales.
Agua
fría, agua caliente; demasiado caliente, demasiado fría, da igual.
El
mismo jabón rosado de ayer recorre su rara piel; el mismo estropajo de ayer es
frotado con fuerza sobre su rostro. Las lagañas siguen ahí.
El
hisopo se adentra directo en una de sus cuevas dispuesto a hallar el tan
incómodo oro.
Han
pasado ya cuarenta minutos desde que se
despertó, y no ha entrado en sí mismo.
Se
enfrenta con su enemigo al frotar del espejo el vapor, y su mente cree estar de
acuerdo con la realidad que dice vivir.
Pasa
el tiempo y sólo lo desperdicia sentado, desnudo en su cama, pensando en
absolutamente nada, buscando motivaciones, o sólo figuras en las grietas del
techo de su habitación.
A
pesar de sólo faltar diez minutos, alcanza a cubrir su amorfo cuerpo con algo
de ropa, orientada a ser la sensación entre sus compañeros o gente en general.
Suele
peinarse con secadora y un viejo cepillo redondo de hebras duras para dar
volumen a su cabello; han pasado ya diez minutos después de la hora indicada
para atravesar el portón, y aún no se encuentra a sí mismo. ¿Qué le pasa? Ni él
lo sabe, todos parecen entenderlo excepto él mismo.
Baja
corriendo con su mochila al costado, con una mascada alrededor del cuello, anteojos
grandes, dientes sucios a darle un beso de buenos días a su amiga la psicóloga
y a su consejero el maratonista. El maratonista despierta como un oso en Marzo
y extiende la mano hacia el buró para tomar de su extraña billetera cincuenta
míseros pesos y dárselos para atravesar la ciudad.
Todos
se prometen un par de cosas entre sí, inconscientes de la fragilidad de la vida
y de la ligereza de las palabras, pero siempre creyendo en la experiencia de
tenerse ayer, y antes de ayer, y mucho antes.
Él
no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y no sabe lo que quiere hasta que lo
ve venir; así la vida del ordinario se repite sin fin, trayéndolo hasta aquí,
en frente de mí.