jueves, 28 de noviembre de 2013

Realidad y discurso en la vuelta de tuerca de la posmodernidad

Por: Francisco Hernández Echeverría[1]
Óclesis


Fuente de imagen:
https://www.facebook.com/pages/Letras-Libres/59831506882?rf=106115749419291

En la actualidad la mayoría está convencida —principalmente en las sociedades desarrolladas—del agotamiento de la cultura y la literatura posmodernas. Las grandes consignas lanzadas a mediados de la década de 1960, ya para la mitad de la de 1990, habían expirado. Acto seguido se pasó a su sustitución por su antípoda: no más muerte del sujeto y del autor, primacía de la ironía, manierismo, autoreferencialidad, antihistoricismo, escepticismo de lo político y banalización de la verdad, mutaciones que permitieron reivindicar al yo, generar nuevas formas de realismo, deseo de relatar el presente, hablar de la participación ciudadana y la denuncia, cuya base fue cualquier posible verdad que se le quisiera conceder a la literatura. Así, el compromiso perdía fuerza en su realización práctica, tanto por la desaparición de las estructuras que lo sostenían, como por la subordinación en que la misma posmodernidad lo colocaba, y el presente tomaba un sitio señero como objeto hacia el cual desembocaría todos los actos y los juicios: “viva al día, goce el momento presente, experimente la mística de lo cotidiano”.
            Hoy la literatura trata de dar una vuelta de tuerca de la posmodernidad para exigir una realidad moral y una eficacia práctica. Por desgracia, el cambio climático y el calentamiento global (que es lo mismo que decir tardocapitalismo y neoliberalismo) no han coincidido con el declive del discurso posmoderno, a pesar del fracaso del mito del “fin de la historia” —de hecho, desde antes de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.
Bajo este esquema, un nuevo discurso ha surgido: ya no son tiempos del “todo está permitido” inaugurado por el laissez faire posmoderno —aparente apertura que nos proporcionaba una armadura de plástico para enfrentar la furia del dragón del Nuevo Orden Mundial. Sin embargo, hay ausencia de transformaciones radicales capaces de enfrentar la arrogancia tardocapitalista, la única arma que nos ha quedado es la ironía, aquel elemento tan socorrido por la posmodernidad, pero que nos es útil para poder darle la vuelta a ésta, y poder presentarla como una ilusión que no pudo liquidar a la modernidad por completo.
A esta posibilidad, siguiendo a Lipovetsky, se le llama hipermodernidad, es decir, que aquel mundo del ser optimista, ensimismado en su gozo, que vive el presente, olvidado del pasado y sin preocupación por el futuro, ya se agotó. Ahora estamos ante el fin de la euforia posmoderna.
Los autores hipermodernos tratan ahora con sus relatos comprender la cultura, las artes, y en particular la literatura que se impuso a mediados de la década de 1990. Escritores como Roberto Bolaño, David Foster Wallace o Don DeLillo representan la transición de lo posmoderno hacia algo que va más allá de lo trabajado por Saramago, Munro, Richler, Roth, Yehoshua, Coetzee, Blanco, Cunningham, Franzen, Schulze, Houellebecq y Littell. En ellos no se evita la confrontación con la tradición modernista; y como el modernismo se oponía a la modernidad hasta el rechazo y la reacción, así estos escritores practican una historiografía crítica del presente que tiene poco que ver con la Metaficción Historiográfica de Thomas Pynchon o de E. L. Doctorow. Sin embargo, lo que caracteriza su escritura es la conciliación de la herencia modernista con las formas históricas del realismo del siglo XIX: conciliación extraordinariamente fructífera y paradójica, si se considera que, en todos los historiadores modernistas, existía una fuerte pugna contra la “vulgaridad” del naturalismo.
La esencia de la literatura hipermoderna radica precisamente en su realismo, independientemente de algunas cosas con las que la posmodernidad guarda antipatía. Hoy, la norma del realismo es responder a la angustia que produce la desilusión, midiéndose con la irrealidad o con la insignificante realidad que producen los mass media. Para Walter Siti, el realismo se ha convertido en un soufflé pronto a desinflarse en el recipiente de la ficción, es decir, tiene la duda constante de su credibilidad y de tener cierto control sobre las cosas. La idea de reducir el mundo a un cuento de hadas, fomentada por la posmodernidad, ha sido motivo de lucha y resistencia por parte de la literatura hipermoderna. La hipermodernidad es, pues, un realismo que sabe que a pesar de que la realidad siempre se ha encontrado mediatizada por las imágenes y los constructos culturales, no está exenta de oponerse a la falsificación integral. Georges Didi-Huberman dice entonces que la pregunta no es sobre la realidad exterior o sobre las imágenes, sino la verdad de las, y en las, imágenes. Las formas del realismo hipermoderno son por lo tanto, producidas desde dos instancias complementarias: el documental y el testimonio.
La literatura documental sabe de inmediato que la realidad no es una cosa en la cual se debe reflexionar tanto, puesto que ya está elaborada bajo la forma de discurso social. Como dice Maurizio Ferraris, el documento es verdadero sólo si tiene una sanción pública, es decir, si sólo si exhibe las marcas de su propia artificialidad. Si la autorreferencialidad posmoderna dice que toda reescritura retorna sólo a sí misma, por lo que en el fondo de ella no hay nada, el realismo documental hipermoderno reescribe porque la realidad ya está escrita, narrada o representada, y no por eso deja de ser menos verdadera. Pero la raíz de su credibilidad no será positivista, por el contrario, reclama una responsabilidad ética y un compromiso subjetivo. Por lo tanto, el documento demandará más el recurso testimonial, pues no existe verdad sin que alguien se nos ponga de frente y nos relate algo.

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Trabajo basado en Goodbye, Postmodernism de Raffaele Donnarumma, con traducción de Óclesis. Víctimas del Artificio.
Sobre el autor: Maestro en Educación Superior por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, Coordinador Académico del colectivo Óclesis. Víctimas del Artificio y docente de la División de Negocios y Ciencias Sociales de la Universidad del Valle de Puebla.







[1] Francisco Hernández Echaverría es maestro en Educación Superior por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, Coordinador Académico del colectivo Óclesis. Víctimas del Artificio y docente de la División de Negocios y Ciencias Sociales en diversas instituciones universitarias.  


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