Realidad
y discurso en la vuelta de tuerca de la posmodernidad
Por: Francisco Hernández Echeverría[1]
Óclesis
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En la actualidad
la mayoría está convencida —principalmente en las sociedades desarrolladas—del
agotamiento de la cultura y la literatura posmodernas. Las grandes consignas lanzadas
a mediados de la década de 1960, ya para la mitad de la de 1990, habían
expirado. Acto seguido se pasó a su sustitución por su antípoda: no más muerte
del sujeto y del autor, primacía de la ironía, manierismo, autoreferencialidad,
antihistoricismo, escepticismo de lo político y banalización de la verdad,
mutaciones que permitieron reivindicar al yo, generar nuevas formas de
realismo, deseo de relatar el presente, hablar de la participación ciudadana y la
denuncia, cuya base fue cualquier posible verdad que se le quisiera conceder a
la literatura. Así, el compromiso perdía
fuerza en su realización práctica, tanto por la desaparición de las estructuras
que lo sostenían, como por la subordinación en que la misma posmodernidad lo colocaba,
y el presente tomaba un sitio señero como objeto hacia el cual desembocaría todos
los actos y los juicios: “viva al día, goce el momento presente, experimente la
mística de lo cotidiano”.
Hoy la literatura trata de dar una
vuelta de tuerca de la posmodernidad para exigir una realidad moral y una eficacia
práctica. Por desgracia, el cambio climático y el calentamiento global (que
es lo mismo que decir tardocapitalismo y neoliberalismo) no han coincidido con el
declive del discurso posmoderno, a pesar del fracaso del mito del “fin de la
historia” —de hecho, desde antes de los
acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.
Bajo este esquema, un nuevo discurso ha surgido: ya no son tiempos del “todo
está permitido” inaugurado por el laissez
faire posmoderno —aparente apertura que nos proporcionaba una armadura de
plástico para enfrentar la furia del dragón del Nuevo Orden Mundial. Sin embargo, hay
ausencia de transformaciones radicales capaces de enfrentar la
arrogancia tardocapitalista, la única arma que nos ha quedado es la ironía,
aquel elemento tan socorrido por la posmodernidad, pero que nos es útil para
poder darle la vuelta a ésta, y poder presentarla como una ilusión que no pudo
liquidar a la modernidad por completo.
A esta posibilidad, siguiendo a Lipovetsky, se le llama hipermodernidad, es decir, que aquel
mundo del ser optimista, ensimismado en su gozo, que vive el presente, olvidado
del pasado y sin preocupación por el futuro, ya se agotó. Ahora estamos ante el
fin de la euforia posmoderna.
Los autores hipermodernos tratan ahora con sus relatos comprender la cultura, las artes, y en particular la literatura que se
impuso a mediados de la década de 1990. Escritores como Roberto Bolaño, David Foster
Wallace o Don DeLillo representan la transición de lo posmoderno hacia algo que
va más allá de lo trabajado por Saramago, Munro, Richler, Roth, Yehoshua,
Coetzee, Blanco, Cunningham, Franzen, Schulze, Houellebecq y Littell. En ellos
no se evita la confrontación con la tradición modernista; y como el modernismo se
oponía a la modernidad hasta el rechazo y la reacción, así estos escritores
practican una historiografía crítica del presente que tiene poco que ver con la
Metaficción Historiográfica de Thomas
Pynchon o de E. L. Doctorow. Sin embargo, lo que caracteriza su escritura es la
conciliación de la herencia modernista con las formas históricas del realismo
del siglo XIX: conciliación extraordinariamente fructífera y paradójica, si se
considera que, en todos los historiadores modernistas, existía una fuerte pugna
contra la “vulgaridad” del naturalismo.
La esencia de la literatura hipermoderna radica precisamente
en su realismo, independientemente de algunas cosas con las que la
posmodernidad guarda antipatía. Hoy, la norma del realismo es responder a la
angustia que produce la desilusión, midiéndose con la irrealidad o con la insignificante
realidad que producen los mass media.
Para Walter Siti, el realismo se ha convertido en un soufflé pronto a
desinflarse en el recipiente de la ficción, es decir, tiene la duda constante
de su credibilidad y de tener cierto control sobre las cosas. La idea de
reducir el mundo a un cuento de hadas, fomentada por la posmodernidad, ha sido
motivo de lucha y resistencia por parte de la literatura hipermoderna. La hipermodernidad
es, pues, un realismo que sabe que a pesar de que la realidad siempre se ha
encontrado mediatizada por las imágenes y los constructos culturales, no está
exenta de oponerse a la falsificación integral. Georges Didi-Huberman dice
entonces que la pregunta no es sobre la realidad exterior o sobre las imágenes,
sino la verdad de las, y en las, imágenes. Las formas del realismo hipermoderno
son por lo tanto, producidas desde dos instancias complementarias: el documental y el testimonio.
La literatura documental sabe de inmediato que la realidad
no es una cosa en la cual se debe reflexionar tanto, puesto que ya está elaborada
bajo la forma de discurso social. Como dice Maurizio Ferraris, el documento es verdadero
sólo si tiene una sanción pública, es decir, si sólo si exhibe las marcas de su
propia artificialidad. Si la autorreferencialidad posmoderna dice que toda reescritura
retorna sólo a sí misma, por lo que en el fondo de ella no hay nada, el realismo
documental hipermoderno reescribe porque la realidad ya está escrita, narrada o
representada, y no por eso deja de ser menos verdadera. Pero la raíz de su
credibilidad no será positivista, por el contrario, reclama una responsabilidad
ética y un compromiso subjetivo. Por lo tanto, el documento demandará más el recurso
testimonial, pues no existe verdad sin que alguien se nos ponga de frente y nos
relate algo.
__________________
Trabajo
basado en Goodbye, Postmodernism de
Raffaele Donnarumma, con traducción de Óclesis.
Víctimas del Artificio.
Sobre el autor: Maestro
en Educación Superior por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP,
Coordinador Académico del colectivo Óclesis.
Víctimas del Artificio y docente de la División de Negocios y Ciencias
Sociales de la Universidad del Valle de Puebla.
[1]
Francisco Hernández Echaverría es maestro en Educación Superior por la Facultad
de Filosofía y Letras de la BUAP, Coordinador Académico del colectivo Óclesis.
Víctimas del Artificio y docente de la División de Negocios y Ciencias Sociales
en diversas instituciones universitarias.
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