La configuración de un lenguaje en la obra de Guillermo
Vázquez Lima
POR: ÓCLESIS
¿Qué es lo que
fue? Lo mismo que será.
¿Qué es lo que
ha sido hecho? Lo mismo que se hará;
y nada hay
nuevo debajo del sol.
Eclesiastés 1:09
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Obra gráfica: Guillermo Vázquez Lima |
El lenguaje como fenómeno está circunscrito en la esfera interpretativa del ser humano; esto es, en la conciencia del hombre, el lugar de interacción de la actividad mental y de la actividad sociocultural y, a la vez, es el instrumento de esta interacción. Para Benveniste, el lenguaje es lo que configura al hombre como hombre; lo que hace al Yo ser Yo. El lenguaje no es una herramienta creada, ya que el ser lo necesita para afirmarse: “es ego quien dice ego”. Como parte de ese lenguaje se manifiesta de diferentes maneras hacia vertientes expresivas. “Ser artista no me define como ser -es la mejor parte- pero no me quiero reducir a eso. Mi profesión son las artes plásticas, desde muy pequeño empecé en este rollo y me he metido en otras cosas, música, literatura, lo que me atrae bastante, ya que siento que hay distintos lenguajes para expresar distintas cosas y a mí no me gusta limitarme”. Con este lenguaje es como se nos presenta Guillermo Vázquez Lima, autor de la obra que ilustra el número cuatro de la revista Óclesis.
La imagen y la
palabra son los momentos extremos de un mismo proceso de semiotización, que
permite pasar de la figura motivada al símbolo inmotivado, dejando emerger al
significado como paradigma de los contextos de la enunciación. El significado
es la memoria de los contextos en los cuales se manifiesta el enunciado. Guillermo
es un artista que no se reduce a un solo lenguaje, aunque, como él mismo
afirma, es en el lenguaje plástico donde mejor puede expresarse, “quizá porque
tengo más técnica, aunque en un contexto más amplio puedo hablar de artes
visuales”. Su especialidad es el dibujo, la ilustración y el grabado, también
ha abordado la pintura, el performance, “he interactuado con la gente de
teatro, trabajado en escenografía, diseño de vestuario, en algunos
cortometrajes como director de arte. Me gusta experimentar con todo, la
literatura es algo que me apasiona, mi padre es escritor y por eso he tenido
esa influencia, desde muy chico he convivido con gente de ese ambiente. Mi
padre tuvo un negocio de decoración, pero una decoración que tuviera algo de
artístico, como el mural, y por ello invitaba a artistas plásticos y como me
vieron aptitudes un día me invitaron a probar y me llevaron a los estudios de
sus amigos, empecé a aprender la copia, empecé más por oficio”, oficio del que
poco a poco se fue saliendo porque lo “limitaba mucho expresivamente”.
En este
sentido, la palabra y la imagen, ambos signos portadores de sentido, poseen
cada uno una forma específica de significación. El sentido de una palabra
procede de la economía del código que la alberga y la nutre; el sentido de una
imagen está ampliamente determinado por el contexto de su enunciación, mientras
que la imagen hace que un universo de enunciación se corresponda con un
universo referencial, no opone un significante concreto a un significado
conceptual, sino un significante actualizado a un referente virtual o latente.
La imagen remite pues, en primer lugar, a un referente que ella misma
reduplica, no sin antes dotarle de una forma, mientras que el significante
verbal, la palabra, construye el signo por mediación de un sistema simbólico
“arbitrario” -gramática y léxico- que tal significante actualiza en lo real.
¿Cuál es, entonces, la propuesta artística que Guillermo maneja? “No busco
renovar nada, creo que todo está dicho, pero busco hacer una aportación mínima
en cuanto a mi punto de vista. Una interpretación de cómo yo veo las cosas,
muchos temas siento que son intemporales. El contexto de las cosas en las que
nos toca vivir, a veces, nos influencia, pero no nos determina; entonces creo
que el arte es algo que trasciende incluso al tiempo, a nosotros mismos. Me
gusta mucho retomar el arte y darle una reinterpretación.” Para él, entonces, se
vuelve su arte una filtración del exterior; “es difícil mantener la pureza sin
influencia” por eso la Puebla con olor a Barroco se vierte en la obra plástica
de Guillermo. Los viajes, la música, interactuar con otros artistas plásticos,
e incluso el vago recuerdo de aquel libro que de niño una vez estuvo en sus
manos han sido, también, motor de varias obras, como las exhibidas en el exconvento
de Santa Rosa, en donde la obra se realizó en serie: “agotar para no repetir”.
Tema recurrente: el tiempo: “A nivel físico, todo se acaba. Todo es temporal. La
obra trasciende pero no es para siempre, un dibujo al final de cuentas, se
vuelve polvo”; la dualidad: entre el blanco y el negro hay muchos matices. Él
mismo afirma: “el agotamiento creativo, cambiar de ritmo me vino bien”. Los
ritmos que marcan la existencia humana, casi imperceptibles al ojo común, son
los que danzan en un vaivén de música muda, una explosión de letras o líneas
que desembocan en el papel de luto blanco. Un cambio de ritmo, de aire en la
trayectoria de Guillermo, ha estado a favor de una continua experimentación con
soportes y con técnicas, hasta encontrar el lenguaje más cómodo, donde pueda
realmente verter, desde su propia cosmogonía, esa reinterpretación del mundo
externo -que al parecer ha encontrado en el dibujo, porque muestra mayor
facilidad, y que además es la base para poder realizar otros proyectos, como el
grabado-.
Guillermo
Vázquez Lima, estacionado en la descripción del universo, nos configura su
lenguaje para crear el artificio de esta enfermedad causada por la aglomeración
de la gente, desde su pluma, en otro lenguaje -su propio lenguaje-, nos muestra
otra óptica, otra interpretación para amalgamar la tinta: la palabra y la
imagen.
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