Desentrampar
la palabra
Por: Oscar Sotillo Meneses[1]
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Fuente de imagen: http://www.antoniomiranda.com.br |
A
mediados del siglo veinte comenzó a configurarse un mecanismo sofisticado y muy
poderoso de difusión masiva de información. Paulatinamente se fue extendiendo
por todo el tejido social. No hubo estanco, segmento o hilo de la sociedad que
no fuese quedando tarde o temprano bajo sus influjos. Con el tiempo, y
seguramente fue la idea original, este mecanismo generó un lenguaje propio que
le aseguraba su supervivencia y su desarrollo. Los ciudadanos vieron nacer a su
alrededor un sistema de homogenización cultural y política que arrastraba como
un alud todo lo que encontraba a su paso. La radio, la televisión, el cine y
poco después la internet terminaron conformando un ejército mundial que ha
redibujando el mundo. Bajo sus sombras, las expresiones artísticas han adaptado
sus mecanismos y sus naturalezas para terminar claudicando ante un poder avasallante.
La palabra de la gente ha quedado entrampada en una red que ha menguado su
poder creador, su poder transformador.
La
realidad según los mecanismos masivos de difusión es un escenario exactamente
diseñado a su medida, un paquete semiótico cuidadosamente armado para no dejar
ver las costuras. Su capacidad de seducción es realmente alta y su
omnipresencia crea condiciones precisas para que el ciudadano que ha sido
empujado a vivir vertiginosamente, contemple el tinglado sin notar la patraña
que se esconde entre sus hilos. En esta escena descrita, la palabra juega un
papel determinante. El ciudadano absorto ante lo que tiene como realidad
inmediata ha perdido la capacidad de nombrarla, de interpretarla, de construir
una idea crítica de la situación. La maquinaria de imposición, que lo sobrepasa
infinitamente en fuerzas, lo despoja de una de sus herramientas, de sus armas
más preciadas: la palabra.
Habría
que preguntarse si la lógica mediática parió al periodismo o si fue el
periodismo quien ayudó a nacer a la lógica mediática. Entendemos por lógica
mediática la manera como es interpretado y presentado el mundo desde la
perspectiva de las grandes mecanismo de difusión masiva de información. Estos
mecanismos están compuestos de un complejo conglomerado: tecnología de punta,
estrategias perfectamente diseñadas, desarrollo de conceptos estéticos, sutiles
maquinaciones políticas, infinitos recursos económicos. Lo cierto es que en la
expansión desenfrenada y vertiginosa de la lógica mediática la palabra quedó atrapada
en el fango de lo utilitario, de lo homogeneizador, de la manipulación, de lo
antipoético. Y fue de la mano de lo que se hace llamar “lenguaje periodístico”
que la palabra vital y poética se fue reduciendo a un código frío, ramplón,
empobrecido y la más de las veces falso.
En
los mecanismos sociales nada es pasivo. Así como la maquinaria de imposición
trabaja sin descanso para acomodar el ecosistema que le permite reproducirse,
la gente en su cotidianidad ejerce dialécticamente una resistencia ante esto y
cuida, abona y hace florecer la palabra. La palabra que nombra el afecto en su
justa dimensión, la palabra que crea todas las mañanas el mundo de los niños,
la palabra que trae el embrión de las revoluciones, la palabra que sirve de
caricia, la palabra que enamora, la palabra que labra la tierra y teje el nido.
Es un combate permanente extendido en la razón, en la emoción, a cielo abierto,
y en la intimidad de los haceres. La palabra combate para nombrar y transformar
el mundo, la creación colectiva descubre las costuras y trama y urde acciones y
emociones. Aparecen las palabras banderas, las palabras canciones, las palabras
de gesta, de arrebato, las palabras experiencias, las palabras acciones, las
palabras catalizadoras.
El
pueblo es creador por naturaleza, es la gente la que hace el idioma. Las
expresiones más ingeniosas, ardientes, vivas, son acuñadas por el pueblo en su
trajinar cotidiano, en sus gestas amatorias, en sus caminares profundos. El
verbo encendido, orgánico, emancipado surge de una confrontación permanente con
la realidad inmediata. El humor más brillante, más inteligente aflora preciso
cuando se necesita, cuando fluye por los campos de la sensorialidad con
absoluta libertad. La historia está sembrada de ejemplos de este verbo ardoroso,
de este sentido orgánico de la palabra que se convierte en savia creadora, en
mineral nutriente y en luz de sol de una realidad para que la vida se exprese
en toda su dimensión. No siempre este verbo vital es recogido para la memoria,
sucede a veces que se olvida en un recodo y sucede también que no es valorado
por los mecanismos de legitimación social.
El
lenguaje establecido hegemónicamente por la maquinaria mediática ha secuestrado
el verbo hermoso de la gente. El periodismo, quien funge de lugar teniente de
ese lenguaje, ha impuesto una manera de comunicarse. Persiguiendo una
comunicación sencilla y directa, ha terminado construyendo un lenguaje
homogeneizador y disecado donde han quedado excluidas las sutilezas, los
matices, las capacidades creadoras de la palabra. Sin una palabra libre es
mucho más difícil rehacer las realidades con experiencias liberadoras.
Necesitamos rearmar los mapas, los referentes, las relaciones y las emociones,
y para esto es absolutamente necesario que nos acompañe una palabra viva,
libre, orgánicamente efectiva. No podemos descuidar la palabra que es, de
nuestro ser social, una basta zona. Sería impreciso decir que la palabra es
solo una herramienta, y aun un arma, sería limitarla a algunas de sus infinitas
capacidades. La palabra es, en el combate socio cultural, la esencia misma de
la manera como entendemos el mundo inmediato. Es el hilo sutil que compone
nuestra relación afectiva con los demás y con los elementos del entorno.
En
América Latina los Estados tienen la potestad de alquilar a mercaderes de la
información el espectro radioeléctrico. Bajo criterios no muy claros y muchas
veces bajo favoritismos amañados los Estados ponen en manos de particulares un
bien que pertenece a toda la ciudadanía. Esta sencilla transacción permite que
una élite económica tenga la capacidad de imponer a una inmensa mayoría sus
puntos de vista, sus intereses, sus valores. Las grandes mayorías no disponen
de esta posibilidad aun cuando en teoría son los propietarios naturales del
espectro. Pareciera que estamos ante el acto insólito de expropiación del aire.
El gran flujo de contenidos que fluye por el aire no está hecho para favorecer
a la gente ni mucho menos vela por sus intereses ni tiene a la gente como
centro ni referente ni protagonista.
Los
mecanismos de discusión social relativos al tema mediático son realmente
limitados. El ciudadano de a pie esta absolutamente fuera de estas dinámicas de
discusión y no tiene ni voz ni voto en las asignaciones del uso del espectro
radioeléctrico, ni tampoco tiene la posibilidad de ser creador de contenido, ni
difusor de sus propias ideas y pareceres. El Estado y los mercaderes de la
información se reservan el uso del espectro, mientras que la voz de las
comunidades organizadas, de los grupos sociales significativos como
estudiantes, instancias vecinales, colectivos artísticos, trabajadores,
minorías étnicas, etc. Tienen el acceso restringido para fabricar y difundir
sus contenidos.
Pero
a pesar del panorama antes descrito consideramos que el problema de la
comunicación no debe ser buscado en los medios de comunicación y su lógica,
sino en la propia esencia de la comunicación humana que está siendo diezmada
por una artillería tecnológica, política que tiene como finalidad controlar las
capacidades creadoras de la gente y limitarlas solo a sus posibilidades básicas
de ser consumidores y depositarios pasivos al servicio de un sistema
envilecedor. La maquinaria mediática sería solo un reflejo de unas relaciones
comunicacionales viciadas, manejadas por la lógica de la dominación capitalista
que pretende reducir al hombre y a la mujer a simples consumidores, en vitrinas
de propaganda, en seres despojados de sus capacidades de amar, de ser
solidarios, de soñadores y constructores de belleza.
Echando
mano de una modelación extrema, pudiéramos preguntarnos cómo vería el mundo un
ser que tiene como vocabulario solo una docena de palabras. como expresaría sus
afectos, sus ideas, sus sueños. Imaginamos a este ser ante un maravillosos
bosque cundido de árboles, de hierbas, de insectos, aves y mamíferos, de rocío,
de luz, de agua y minerales, lo imaginamos atónito ante la diversidad sin poder
nombrar sus diferencias, sin poder escudriñar sus matices sus leves
diferencias, sus colores y texturas. Este ser de doce palabras tendría una idea
muy particular de él mismo y de su relación con su entorno inmediato.
Imaginémoslo ante el amor. Amar con sólo doce palabras sería una tarea absurda,
desvanecida en la simpleza, en una fatuidad sin horizontes. Este es un ejemplo
extremo y caricaturesco obviamente. Pero nos acerca a un escenario del
empobrecimiento de la palabra. Se ha configurado un nuevo modelo esclavista
donde el ciudadano no es propietario de su capacidad expresiva. El sistema ha
terminado confiscando las capacidades creadoras de la palabra y con ello la
capacidad de trasmitir emociones, la capacidad de construir otras realidades
posibles. El esclavo despojado de sus capacidades muchas veces no percibe su
propia esclavitud y bajo esta conducta alienada se convierte en un triste
reproductor de esa realidad que lo oprime y lo condena a jugar un papel
empobrecido en su propia vida. Las maquinarias de difusión masiva de
información son mecanismos sofisticados de alienación que ha pasado a jugar el
papel del capataz de la hacienda, del vigilante del campo de concentración, del
maquinador de un sistema de esclavitud sutil e inteligentemente construido.
La
capacidad alienante del sistema es tan poderosa y omnipresente que el colectivo
social desarrolla un pacto tácito que acepta esta realidad. Todos los
mecanismos de la sociedad han terminado al servicio de esta maquinaria. El
Estado, la academia, la religión, etc. Han pactado con esta realidad alienada y
han desarrollado toda una lógica social basada en los principios que de ella emanan.
Pero no es cuestión de sonar apocalíptico. Existe en el tejido social una
resistencia tenaz que combate. La poesía está a la vanguardia, la poesía que
surge de la lucha por la justicia, de las gestas amatorias, del trabajo de la
tierra, de la defensa de la vida y la madre tierra. La palabra poética es arma
y alma, razón y emoción, savia de vida y agua que hace germinar. Y no hablamos
solamente de la poesía que se escribe y que se arma desde lo literario.
Hablamos de la poesía del habla popular, del pregón, del piropo respetuoso, de
la frase amatoria, de los cantos de trabajo, de la canción de lucha, de la
consigna aguerrida, de la pinta emocionada que ama, critica y combate, del
humor inteligente y cortante, de la arenga justa, de la carta clandestina que
libera, del fraseo infantil en la arena de juegos, del canto de sanación de los
shamanes.
Cabría
identificar una palabra antimediática, liberada. Una palabra libre y colectiva
que no ha sido acuñada en los grandes centros de poder. Una palabra que no surge
de la seducción mercantil ni del empobrecimiento de los afectos. Hay una
palabra que nace del amor, del trabajo y que a ellos regresa en su primigenio
papel de mensajera del espíritu. Hay una palabra que no se deja atrapar y que
muy difícilmente será enjaulada en un lema maquillado para el consumo. Hay
palabras que no se prestan para falsear la realidad, para esconder la trampa de
las edulcoraciones interesadas. Esta palabra libre es una palabra de todos, que
armada desde el afecto y las verdades construye con la gente una cotidianidad
plena. Un mundo más justo.
[1] Sobre el autor: Estado Sucre,
Venezuela. Fundador del proyecto de comunicación libre la Mancha. Egresado de
los talleres de artes gráficas de la Universidad Simón Rodríguez. Ha sido
coordinador de formación en el Centro Nacional del Libro, director creativo del
Ministerio de Comunicación y director de estrategia comunicacional del
Ministerio para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas. Tiene
publicado cuatro poemarios: Por decir algo (2009), Siete versos (2012), Ojos de
ceiba (2014), Añil y carburo (2014). Sus artículos han sido publicados en La
roca de crear (Venezuela), Nuestra América (Colombia). Es columnista del diario
Ciudad Ccs y la revista Épale. Actualmente conduce el programa La buena calle
en la televisora Vive TVE. Junto al colectivo la Mancha ha participado en
proyectos editoriales en Cuba, México, Colombia y Argentina.